jueves, 31 de diciembre de 2020

DE CORAZÓN PARA UDS..MIS AMIGOS...

 



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INTESTINOS EN GUERRA


El cristinismo busca votos para una amnistía general

Fernando Laborda


El primer año de gestión presidencial de Alberto Fernández concluye con los mismos interrogantes con los que se inició en torno de las tensiones políticas derivadas de su peculiar relación con la vicepresidenta de la Nación. A comienzos de esta última semana, el Presidente pareció ponerle por primera vez un límite a Cristina Kirchner tras el ultimátum vicepresidencial que exigía cambios en el gabinete. Después del castigo epistolar de la mentora de su candidatura presidencial contra "funcionarios que no funcionan" o de su más reciente invocación en el Estadio Único de La Plata para que aquellos ministros y ministras que tengan miedo "vayan a buscar otro laburo", el primer mandatario respaldó públicamente a todos sus colaboradores ministeriales.


El malestar de algunos funcionarios con Cristina Kirchner se tornó más notorio que nunca. No solo creen que la vicepresidenta desvirtuó un acto que había sido pensado para transmitir unidad en la coalición oficialista, sino que volvió a desgastar al Presidente. Y las operaciones de alcahuetismo vicepresidencial, como la de Alicia Castro acusando al vocero presidencial de no aplaudir a la expresidenta o la del diputado Nicolás Rodríguez Saá fustigando a Felipe Solá por "reírse" de Cristina, terminaron por acentuar las malquerencias, al margen de traslucir el rostro autoritario de un sector para el cual no venerar a la jefa implica un sacrilegio y responder a sus cuestionamientos, una traición.


Esta vez Alberto Fernández reaccionó con mayor rapidez que otras veces. Pero no se animó a ratificar a su gabinete en el mismo acto de La Plata, delante de su vicepresidenta, sino que esperó varios días. Cabe preguntarse cuánto hubiese durado, con Néstor o Cristina Kirchner al frente del Poder Ejecutivo Nacional, un vicepresidente que se plantara con un discurso tan voraz como el que la expresidenta le hizo escuchar en La Plata al jefe del Estado.
Preservar la coalición gobernante, contener a todos sus integrantes, parece ser el objetivo central del primer mandatario. El problema es que, en un sistema tradicionalmente hiperpresidencialista como el argentino, Alberto Fernández es visto con demasiada frecuencia como un simple apoderado de Cristina. 



La propia vicepresidenta quisiera verlo, en el mejor de los casos, como una suerte de CEO sujeto a un board que ella cree liderar en forma absoluta en tanto dueña de la mayoría de los votos.
El indisimulable ímpetu de Cristina Kirchner por influir en la agenda económica esconde una preocupación mayor: las elecciones legislativas de 2021
Mientras la ciudadanía y quienes toman decisiones vitales para la economía del país tratan de develar si están frente a un presidente o ante un simple vicario, en la medida en que Alberto Fernández se sienta cómodo intentando actuar como árbitro, es probable que la situación no implosione. 
Nos acostumbraremos a las fricciones políticas y a los cortocircuitos que el Presidente se esfuerza por disimular aunque la vicepresidenta se empeñe en hacerlos ostensibles. Pero, entretanto, el jefe del Estado podría seguir careciendo de la posibilidad de imponer una agenda propia.
La novedad de los últimos días es que Cristina Kirchner ya no solo se muestra preocupada por fijar la estrategia en materia judicial que le permita consagrar su impunidad, sino también por imponer la orientación económica del Gobierno. Su reciente elogio a la pasada gestión en el Ministerio de Economía de Axel Kicillof fue un claro mensaje a Alberto Fernández y a Martín Guzmán.
Aquella pequeña dosis de esperanza que, a fuerza de promesas, había logrado el ministro Guzmán entre empresarios y el staff técnico del FMI que evalúa la posibilidad de una renegociación de la abultada deuda argentina con el organismo se diluyó en menos tiempo que canta un gallo. Hoy hasta el descongelamiento de tarifas, que debía implicar una reducción de los subsidios estatales y un menor déficit fiscal, está en duda. Sobre todo, después de las advertencias públicas de Cristina Kirchner, que anteponen una lógica electoral a la lógica económica, a riesgo de que se desate una crisis inflacionaria aún mayor. La vicepresidenta ha sugerido que la inflación no baja porque no se están controlando debidamente los precios, y ahora la ineficacia para contener la inflación se refleja en la convocatoria a los intendentes oficialistas del conurbano bonaerense para ponerse al frente de controles de precios en comercios y supermercados. Debería recordar que durante su primer gobierno, entre 2007 y 2011, la Argentina perdió alrededor de 11 millones de cabezas de ganado por los controles sobre el comercio exterior justificados por la fracasada idea de "cuidar la mesa de los argentinos".
Su indisimulable ímpetu por influir en la agenda económica esconde una preocupación mayor de Cristina Kirchner 
Su indisimulable ímpetu por influir en la agenda económica esconde una preocupación mayor de Cristina Kirchner: la posibilidad de que la coalición oficialista pueda sufrir una derrota en las elecciones legislativas de 2021.
La vicepresidenta cree que no será fácil ganar las elecciones en un contexto de ajuste económico. De ahí que pretenda seguir postergando las correcciones en las tarifas y busque persuadir de que el equilibrio fiscal debe ser un punto de llegada, pero no el punto de partida. Nadie refuta tajantemente cerca del Presidente el criterio de Cristina Kirchner: "Las correcciones las debimos haber hecho de entrada, ni bien asumimos. Pero no fue posible porque nos sorprendió la pandemia", se excusan fuentes oficiales.
Sabe la multiprocesada expresidenta que su esperanza de librarse de las causas judiciales que la acosan dependerá cada vez más del resultado de ese acto electoral. No era esa su estrategia inicial. Imaginaba que el mero acceso a la Casa Rosada de su delfín iba a poner un punto final a sus penurias en los tribunales. Pero no ha sido así. Más allá de algunas victorias parciales, la decisión de la Corte Suprema de ratificar una condena contra Amado Boudou; la confirmación judicial de la constitucionalidad de la ley del arrepentido, que permitió avalar los testimonios de 31 imputados colaboradores en la causa de los cuadernos de las coimas; el hecho de que ocho causas judiciales en las que ella se halla procesada estén listas para avanzar hacia el juicio oral, al igual que los millonarios embargos en su contra y las empresas familiares intervenidas, dan cuenta de que su situación judicial dista de ser favorable.
Sobran en el kirchnerismo proyectos tendientes a domesticar a los jueces, pero ninguno puede ser impuesto con la velocidad que desearía su jefa. En la Cámara de Diputados, quedó paralizado el proyecto oficial de reforma judicial mediante el cual el oficialismo apuntaba a copar el fuero federal con jueces y fiscales adictos. Tampoco la Justicia ha actuado con la celeridad que el cristinismo esperaba para poner contra las cuerdas a funcionarios del gobierno de Mauricio Macri, y forzar tal vez un intercambio de prisioneros.
 Si los planes para gestar una Justicia a medida no prosperan, la solución sería una ley general de amnistía como la que podría sancionar el Congreso si el número de bancas kirchneristas creciera significativamente tras las elecciones.
La desesperación que cunde en el cristinismo fue transparentada por Luis D'Elía -hoy bajo arresto domiciliario-, quien le pidió a Alberto Fernández que impulse un aumento del número de miembros de la Corte y designe allí a seis nuevos magistrados. "O metemos una Corte nueva a como dé lugar o, en febrero, Cristina está en cana", afirmó. Detrás del escudo del lawfare, el pensamiento filosófico íntimo del cristinismo quedó patentizado en otra frase del dirigente piquetero: "¿Haber ganado por diez puntos en las elecciones no significa nada? ¿Quién mierda elige a los jueces de la Corte?". Sobran los comentarios.

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DESAFÍOS


Gonzalo Pérez Marc: “Esto va a volver a suceder y hay que estar preparados”

Patricio Pidal
Todo el mundo tuvo un 2020 singular, solo que para algunos fue más singular que para otros. Al investigador médico Gonzalo Pérez Marc lo agarró a contramano: mientras todo parecía detenerse, él pegó una acelerada en sus obligaciones en el Departamento Materno-infantil del Hospital Militar Central que culminó en la codirección de dos megaestudios (por la cantidad de personas estudiadas y por las que trabajaron en ellos) muy importantes para el control de la pandemia de coronavirus: el trabajo sobre el valor del plasma de convalecientes en los tres primeros días del contagio y el ensayo clínico de fase III de la vacuna del laboratorio Pfizer, la primera de Occidente en aplicarse masivamente, en los que trabajó junto con Fernando Polack y Romina Libster, de la Fundación Infant.
Esa parte, la de la adrenalina por la acción urgente, por la lectura de papers a toda hora y por las responsabilidades, se mezcló con el dolor ante pérdidas muy cercanas y la imposibilidad de compartir los éxitos con amigos más allá de Whatsapp. Quizá por eso no dejó su terapia psicológica y la mantuvo en religiosas dos sesiones semanales como desde hace más de una década. O por los desafíos que arrancan (continúan) no bien empiece 2021: “Descubrimos que, una vez que empezamos todos desde la misma línea de partida, en la Argentina tenemos una capacidad de investigación de primer nivel mundial; ahora tenemos que demostrar que podemos volver a hacerlo”, dice.
En esta entrevista, Pérez Marc también analiza otros aspectos de la pandemia, el rol de las entidades sanitarias internacionales, así como fortalezas y debilidades de la respuesta argentina durante la cuarentena, con el plan de vacunación a la vista. “Lo que me sorprendió es que con el avance tecnológico existente no estábamos preparados para algo así, de ninguna manera, en ningún país del mundo. Algunos, como Estados Unidos, directamente hicieron un papelón, pero en general nadie estaba preparado, ni siquiera el sistema de salud alemán”, afirma.
–Aunque había alarmas, la pandemia dejó a muchos malparados, ¿qué enseñanza rescata?
–Confirmamos el carácter pandémico que a partir de ahora van a tener todas las infecciones virales, que no son las más graves pero sí las más contagiosas y generan un daño muy grande. Si se lo piensa, este es un virus que genera daño por volumen y saturación del sistema, porque en general provoca catarros, asintomáticos y gente que la pasa relativamente bien. El problema es el volumen que satura los sistemas y que le pasa a todo el mundo a la vez. Los sistemas de salud del primer mundo están dirigidos a la detección temprana y se quedaron sin camas de terapia intensiva. Y una autocrítica: qué poca conciencia teníamos los médicos acerca de cómo manejarnos con infecciones respiratorias en los procedimientos intrahospitalarios, en higiene y cuidados con el paciente. Por ejemplo, es inadmisible que atendamos a pacientes pediátricos sin barbijo.
“Lo que me sorprendió este año es que pese al avance tecnológico existente no estábamos listos para una pandemia como la del Covid-19, de ninguna manera, en ningún país del mundo”
“En el primer semestre de 2021 debería haber un plan de vacunación con medidas terapéuticas que lo acompañen, testeos con una idea de detección epidemiológica y campañas de concientización que no veo”
“Hay que pensar una forma de unificar, a nivel global, tratamientos, manejo de la información, del turismo, de las fronteras; el sentido de la Organización Mundial de la Salud debiera ser aunar políticas”
–¿La velocidad para generar vacunas eficaces también fue una sorpresa?
–Ratifiqué algo que sospechaba: que la investigación clínica era lenta porque había mucha burocracia. Evidentemente con inversión fuerte se puede hacer más rápido, no siempre en ocho meses como ahora, pero sí emplear tres o cuatro años para lo que hacíamos en diez. Lo interesante es que aun haciendo todo muy rápido no sacrificamos ningún estándar de calidad.
–¿Debería haber protocolos de cierres rápidos ante nuevas virosis, como sugirió por ejemplo el Nobel australiano Peter Doherty?
–Para responder, usaría el método científico; es decir, esperaría a ver cómo termina esta pandemia y evaluaría hacia atrás. Nos daremos cuenta de muchas cosas al final, acerca de cómo se dañaron las economías en comparación con los fallecidos; o si cerraste todo y tuviste poco Covid, pero murieron seis veces más por otras razones. Esos números no se pueden hacer ahora. En un año, juntaría la información y vería tres modelos que funcionan, los contaría, haría congresos, formaría al mundo médico. Esto va a volver a suceder y hay que tener todo en cuenta. Los políticos son los tomadores de decisión, nosotros damos información, esto es un desafío y no hay que guiarse por los medios masivos u otras circunstancias. Debe estar claro que los científicos no están para tomar decisiones, es injusto y no corresponde. Los médicos que lo han hecho se han equivocado, los que deciden son los que la gente votó.
–¿La referencia es a alguien en particular?
–Hubo médicos en todo el mundo. El francés de la hidroxicloroquina (Didier Raoult), o los que batallan en los medios. Esta semana di entrevistas sobre el tema de la vacuna de Pfizer y todo el tiempo se me traccionaba para decir ciertas cosas y la verdad es que los médicos tenemos que apoyar al Ministerio de Salud cuando lo necesita. Fue algo que pasó en todo el mundo porque las infecciones respiratorias son particulares, no cualquiera puede opinar y hubo excesos. Se terminó dando remdesivir o hidroxicloroquina, que al final generaba más mortalidad, o plasma en pacientes graves, sin ninguna sospecha de que funcionara, o antibióticos más ibuprofeno inhalado. ¿Por qué la medicina actuó así? Porque se dejaron de lado los principios básicos éticos.
–Dice que hay que apoyar al Ministerio, ¿pero qué pasa si desde allí se anuncian dos tratamientos como el suero equino y la ivermectina, sin estudios concluidos que los avalen?
–Calculo que son problemas de comunicación o la búsqueda de algún efecto político, la información la tienen. No se puede saber si un estudio anda bien antes de que se levante el ciego [N. de la R.: donde ni quien recibe el tratamiento ni quien lo brinda saben si efectivamente se da la droga o el placebo]. Y no soy un purista, el estudio de plasma que hicimos se publicará en enero, pero lo anunciamos antes para que los sistemas de salud puedan prepararse y usarlo.
–¿Se avanzó en el uso del plasma con estas características?
–Tenemos la estructura armada. Y pensamos sacarles plasma a los vacunados porque tiene muchos anticuerpos. En mayores de 65 años con inicio de síntomas un concentrado de anticuerpos da un 73% de eficacia para evitar agravamiento de síntomas. Cuando esto se difunda en el mundo a través de la Fundación de Bill y Melinda Gates quizá se den cuenta.
–¿Qué evaluación hace de la pandemia en la Argentina y la respuesta que se le dio en el contexto latinoamericano?
–La Argentina hizo algo novedoso, un lockdown (cierre) largo, con ascenso lento de casos pero continuado. El tiempo nos agotó y subieron aún más, con un parate económico que fue fuerte, pero sin saturar un sistema de salud que estaba muy golpeado. No sé si la Argentina tenía otra cosa que hacer, sinceramente. Con el sistema de salud roto, se necesitaba tiempo, había que encerrar a la gente. Quizá se podría haber hecho después, pero los que me decían que no, que marzo fue el momento apropiado, tenían buenos argumentos. No había opción: había que comprar camas, saber cómo tratar a los pacientes, quizá hubo falla en los testeos, pero había que ver para qué se podrían haber hecho más testeos. Al principio no se contagió nadie en el resto del país por la concentración en AMBA, y ahora el virus se paseó por el interior y vuelve al AMBA. La Argentina, en su organización federal, es como muchos países chiquitos y veníamos sin una organización central por la falta de un ministerio que hilvane procedimientos con las provincias. Y ahora al plan de vacunación lo veo impecable, aunque no sé cómo vendrá la provisión de afuera de la vacuna, en definitiva algo más político que médico. Pero creo que si en un año tenemos un rebote económico y llega la vacuna, quizá el número final de la pandemia no sea tan malo... Igualmente, yo era más optimista, nos agarró fuerte en un momento, y la mortalidad depende de cómo está el sistema en todo el país, algo que es disímil en las provincias.
–Se habla de que el sistema no colapsó, pero eso es en el AMBA. En Jujuy y en Río Negro, por poner dos ejemplos, sí hubo colapsos.
–Es verdad. Pero no llegó a haber faltante de camas y muertos en pasillos, como en Perú o Chile, con gente desatendida. Se llegó a un punto límite donde la calidad de prestación médica era muy baja, y por eso hubo esta mortalidad: un paciente grave depende de los expertos de terapia intensiva.
–Hay en el país terapias intensivas con mortalidad del 25% y otras con 80% y 100%.
–Es que la Argentina es como un minicontinente, igual que los Estados Unidos. De todos modos, mi presunción es que a la larga la Argentina tendrá mejores números que el resto de América Latina.
–¿Qué tres o cuatro cosas deberían hacerse rápido, en el primer semestre de 2021?
–El plan de vacunación con medidas terapéuticas que acompañen, como plasma, testeos con una idea de detección epidemiológica y campañas de concientización, que no veo. La diferencia entre hacer actividades al aire libre y adentro es gigantesca; más barbijos y la higiene de manos, además de fortalecer la alta complejidad.
–Respecto de las actividades al aire libre, ¿no estuvo la ciencia lenta en remarcarlo? Lo mismo en dar la opción de cierres de actividades alternados y no continuos.
–Sí, porque faltaron los referentes de salud mundial. La CDC (de Estados Unidos) y la OMS fueron erráticas. No equivocados sino erráticos en la información. Hubo mucha necesidad de decir algo, antes de chequear por ensayo y error, y trataron de salvar al mundo rápidamente. Creían que era una carrera de cien metros cuando era una maratón; la gente quedó agotada, y faltaban muchos kilómetros todavía. El método científico quedó de lado, cualquier cosa se difundía en conferencia de prensa. Los médicos, acostumbrados a la evidencia, se ponían a tratar con cualquier cosa, se compraban insumos que no se necesitaban… Todo eso en los primeros meses. Luego decantó lo serio, y hubo más sentido común: aireación, manejo de la infección como algo multioorgánico y demás detalles. Enseguida mejoró el tratamiento dentro de los hospitales. Y se empezó a saber que no había que tener pánico a los objetos sino ventilar los ambientes, abrir las ventanas, algo que es básico en cualquier infección respiratoria. Ese tiempo que tuvo la ciencia de decantación duró cinco o seis meses. No es tanto si se lo piensa, pero en medio de los errores para detener la circulación, ya fue tarde para muchísima gente. Y los países centrales subestimaron lo que les podía pasar. Saco Oriente del análisis porque ellos tuvieron ya contacto antes con coronavirus, no es que Filipinas hace las cosas mejor que Nueva York.
–¿Contacto con otros coronavirus que les generaron cierta inmunidad?
–O con este mismo y nunca fue noticia. Si este Sars-cov-2 circuló hace quince o veinte años solo por Oriente y si generó un cierto número de muertes no detectadas, nadie se enteró. Además seguramente hubo coronavirus parecidos o que generaron anticuerpos cruzados que los protegen. Encima, los países totalitarios pueden cerrar con menos problemas, pero ese no es el punto central para mí.
–Pero no hay evidencias claras de que el salto no haya sido durante el último trimestre del año pasado.
–Hay una idea que anda dando vueltas de que estuvo antes, pero habría que confirmarla, sí.
–Ahora bien, todo este lío mundial con un virus cuya letalidad total es menor al 1%, ¿qué cree que hubiera pasado si tenía 2 o 2,5%?
–Y bastante menos de 1%. Por cada diagnosticado hay unas diez personas sin diagnosticar, la mayoría sin síntomas. El 0,6 o 0,7% de letalidad total fue el primer número que se planteó, y no me extrañaría que terminara siendo ese. Lo que sucedió es que con una enfermedad banal menos letal que la gripe A se te juntan diez años de gripe A en un año; es un tema de volumen. Toda esa gente enferma a la vez en todos lados es un problema enorme. Si a eso le agregaras más letalidad tendrías un problema gravísimo. Por eso, hay que pensar este tipo de infecciones como pandemias per se, y empezar a pensar en una forma de unificar tratamientos, del manejo de la información, el turismo, las fronteras. Esto debe rever la OMS, porque esa es la idea de tener una OMS, aunar políticas.
–Respecto de las vacunas, ¿cómo vio la disputa entre el Gobierno y el laboratorio (Pfizer)? Sumado al acaparamiento de los países centrales que compraron vacunas por demás.
–Todo esperable y dentro de lo habitual. Canadá compró nueve vacunas por persona, y es el primer ministro (Justin Trudeau) que todos aman, el más solidario y demás, mientras hay países que recién tendrán vacuna en 2024, con lo que se morirán los más pobres. Es así de duro. Respecto de las controversias entre los Estados y la industria farmacológica, o de soberanía versus mercado, también es algo que se da siempre. A mí me encantaría y era nuestro sueño que la vacuna de Pfizer llegara; como investigadores comprometimos a ambas partes a que negociaran, pero son los tiras y aflojes de siempre, a lo que se suma la comunicación fallida de ambos lados.
–¿Pero como científico que colideró el proyecto, con miles de argentinos voluntarios, no cree que pudo haberse hecho algo distinto?
–Yo esperaba otro resultado, es cierto. Pero siempre soy optimista. Quizá en un mes llegan dosis de Pfizer, más la Sputnik, más Astrazeneca, y se llega a marzo con un saldo muy positivo. Espero eso y además confío en los técnicos del ministerio que saben mucho de inmunizaciones.
–En un acto, la vicepresidenta de la Nación dijo que había que reformar el sistema de salud argentino porque así como está es altamente ineficaz. ¿Está de acuerdo?
–Ciento por ciento. El sistema argentino está muy fragmentado, no se puede sostener así. Fue modelo en un momento, y ahora hay que repensarlo. Quizá el modelo uruguayo pueda servir como ejemplo.


Minibio
Gonzalo Pérez Marc es médico pediatra, doctorando en Medicina (UBA), alumno avanzado en Filosofía (UBA) y magíster en Bioética (Flacso). Entre otras instituciones, fue docente en la UCA, la Unsam y la Universidad Maimónides. Subdirector médico del Departamento Materno-infantil del Hospital Militar Central, participó en el ensayo clínico de fase III de la vacuna del laboratorio Pfizer, junto con Fernando Polack y Romina Libster, de la Fundación Infant.

M. D. A
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Una obra sobre la ilusión: la de la magia y la de algo mejor que nos espera y nos hace seguir adelante.
Día: Miércoles 17/02.
Conocé más sobre este éxito del off en https://cultura.amia.org.ar/.../teatro-para-mi-sos-hermosa/


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TECNOLOGÍA Y UN GRAN RESUMEN DE UN AÑO OLVIDABLE


Anuario 2020: pandemia, Zoom, cumpleaños notables y cómo llegamos a la madurez digital
La canciller alemana Angela Merkel dialoga con los ciudadanos sobre la pandemia por Zoom
Todos los anuarios se parecen, pero, parafraseando a Tolstoi, los de una pandemia cada uno lo es a su manera. En el caso de 2020, por primera vez desde la aparición de las computadoras económicas y del acceso público a Internet, fue posible advertir cuánto dependen las naciones industrializadas de las nuevas tecnologías. Haciendo abstracción de todos los demás factores, todavía tenemos una economía por recuperar y la cifra de muertos no escaló a cifras apocalípticas exclusivamente gracias a la revolución digital. Ya he tratado esto en otras ocasiones, antes y durante la pandemia, así que no abundaré.
En total, quiso el destino que la pasmosa crisis de 2020 nos encontrara cuando la revolución digital estaba razonablemente madura, en términos de velocidad de transmisión de datos y de los costos del cómputo, el almacenamiento y la memoria RAM. Por eso, y no por una decisión de la clase política, fue posible que una proporción sustancial del trabajo humano pudiera hacerse desde el aislamiento y de forma remota. Esto, y no la pandemia, es el hecho hasta ahora inédito en la historia humana.
En este sentido, y como suele ocurrir con esta clase de situaciones catastróficas (la cifra de fallecidos superaba, en el momento de escribir estas líneas, 1,7 millones de seres humanos; eso es una catástrofe), la pandemia catalizó un cambio que venía gestándose (y promoviéndose sin éxito) desde hacía unas dos décadas; digamos, desde que tuvimos un ancho de banda hogareño más o menos aceptable. Mal, a destiempo y a regañadientes, aquellos que están perdiendo poder con estos cambios tuvieron que subirse al tren de la telepresencia, el teletrabajo, la nube y todo lo demás.
¿Quiénes pierden poder de forma inexorable con cualquier revolución? La respuesta es tan simple como antigua: donde hay concentración, habrá perdedores. Lamentablemente, con cada revolución nacen nuevos focos de concentración, que la clase dirigente parece incapaz de ver, y entonces se promulgan leyes y se emiten regulaciones que afectan a las organizaciones más pequeñas, a las más débiles y a las emergentes, lo que a su vez aumenta la concentración. Con cisnes negros, por supuesto, frase que se utiliza para excusar sesgos y puntos ciegos. Lo que hasta antes de la pandemia era “solo una cosa de nerds” de pronto se convierte en un cisne negro. Es genial.
Así, con el brutal volantazo que tuvo que dar buena parte de la civilización, Zoom quedó como ganador indiscutido. Ninguno de los gigantes (Google, Facebook, Microsoft) estaba bien posicionado para quedarse con el negocio de la telepresencia, pese a su poder omnímodo. ¿Pero, por qué Zoom? Porque no solo está diseñado para simplificar las reuniones remotas, sino que además anda, y anda bien en cualquier condición.
Zoom exhibió severas fallas de seguridad al principio y unas cuantas caídas, pero eso no desveló a nadie. Era fácil de usar y andaba en cualquier dispositivo con casi cualquier ancho de banda, hasta los más escasos. ¿Recuerdan eso del good enough? Bueno, todo es así con las computadoras e internet. Vivimos en una eterna versión Beta. ¿Por qué? Porque blanqueamos el hecho de que siempre todo se puede mejorar. Entonces, en lugar de esperar la versión final, vamos haciendo. No es una catedral. Es un bazar. (Gracias, Eric Raymond, por la idea, que no es precisamente nueva; su libro es de 1997.) Así derrocó Google a Yahoo! en las búsquedas. Así derrocó Facebook a Google en las redes sociales. Así Zoom se quedó con la telepresencia y su bazar les hizo jaque mate a todos.
Entiendo que para la mayoría de las personas que tienen más de 30 años esto puede resultar insoportable. Pero eso no cambia el hecho de que son las nuevas reglas de juego. Así es la vida: o respetás las reglas del juego o estás fuera del juego. O bien inventás un juego nuevo, claro, pero eso es raro entre los que viven añorando el pasado.
Control remoto
Aparte de los cisnes negros, la gran protagonista de 2020 fue la muy vapuleada y mil veces pregonada transformación digital, que vino a hacerse realidad a los tumbos e improvisadamente. No fue protagonista por esta razón, sino porque, a pesar de la resistencia que siempre se le ofreció, vino a salvar el día. ¿Por qué? Porque no es una catedral, sino un bazar, y entonces está preparada para adecuarse rápido y para desplegarse todavía con mayor presteza.
Con todo, la situación que se dio desde marzo de 2020, si uno la mira con un poco de objetividad, fue una obra de teatro del absurdo: muchos que desde hacía al menos veinte años venían descalificando o, como mínimo, minimizando a las nuevas tecnologías, empezaron a hablar como si siempre hubieran estado del lado de los bits.
Fuera de esto, que es historia repetida, ¿pasaron cosas en tecnología? Sí, claro. Fue el año de las pantallas plegables –a las que, anoten, no les tendré fe hasta que no se desarrolle un polímero u otra clase de molécula inmune a la fatiga de los materiales–, de TikTok, del encumbramiento definitivo de los contenidos evanescentes y de las teorías conspirativas más delirantes de que tengamos noticia, lo que no es poco decir.
Hubo una cantidad de aniversarios notables, además. En noviembre, la primera versión de Windows cumplió 35 años. Windows 95, que le daría a Microsoft la supremacía absoluta en el mercado de las computadoras personales, sopló 25 velitas, lo mismo que Toy Story, el MP3 y el videojuego Command & Conquer, clásico de clásicos que, ya que estamos, volvió en 4K.
La primera conexión del país a Internet, por medio de Cancillería, llegó a las tres décadas, al igual que el Photoshop. Los Sims y el gusano I Love You cumplieron 20 años, y se hizo una década de la iPad y de Instagram. Por su parte, y con gran orgullo,  cumplimos un cuarto de siglo en la web.
Ah, y una cosa más: han pasado 25 años desde que Spencer Kimball y Peter Mattis dieron el puntapié inicial de lo que habría de convertirse en el GIMP, aunque solo en 1996 llegaría al público. Y también se cumplió un cuarto de siglo de la decisión, tardía y a contramano, de permitir los clones de las Mac, idea que Steve Jobs descartó tan pronto volvió a la compañía, en 1997.
Internet aguantó, y aguante la PC
Al ritmo de la pandemia, declarada en marzo, circularon numerosos rumores y advertencias de los gurús de turno sobre la inminente caída de Internet por el exceso de teletrabajo, Netflix y demás. Lo dicho: hay muchísima gente que habla de Internet sin saber ni media palabra de TCP/IP y discursea sobre computadoras y transformación digital sin tener ni la más remota idea de qué es código (dicen “códigos”), qué hace un CPU o qué es un algoritmo (algunos pronuncian “algorritmo”, fuera de broma), y por eso hacen anuncios que no se cumplen; y no se cumplen porque los pronuncian en la creencia de que los pronósticos técnicos dependen de su voluntad (no), de sus opiniones (tampoco) o de su ideología (menos).
Así que, aunque fue una voz algo solitaria en medio de los augurios más ominosos, sostuve que Internet no se iba a caer. Y no se cayó. Hubo problemas con varios servicios, desde los de Google hasta los de WhatsApp, pero nada muy diferente de 2019 o de lo que ocurrirá en 2021. Pueden tomarme la palabra.
Diseñada para ser resistente y adaptable en tiempo real, Internet aguantó el cambio en las condiciones con la elegancia que la caracteriza. Es decir, sin pestañear. O sin que nos diéramos cuenta de que pestañeaba, que para el caso es lo mismo.
Algo semejante ocurrió con las computadoras personales, que los agoreros hacía rato que consideraban piezas de museo; todo por no prestarles oídos a los que saben. La cuestión es que, como hace más de 10 años que veníamos diciendo, no se puede trabajar en serio (no todavía, digamos; ya les vamos a avisar) solo con el teléfono. Así que las supuestas piezas de museo vinieron también a salvar el día.
Fue asimismo el año de los videojuegos, rubro que consumió la mayor cantidad de ancho de banda durante la cuarentena. Esto dice mucho acerca de la calidad del cine y las series que hemos sabido conseguir. Datos: Microsoft compró el estudio Bethesda; salieron nuevas Xbox y PlayStation, y tenemos, por fin, un Flight Simulator que está al día con las tecnologías de la nube y de los mapas satelitales.
Aunque hubo una pandemia desastrosa, 2020 será recordado por los informáticos como el año en que se terminó otra peste, el Flash Player, de Adobe. Su ciclo de vida terminará el 31 de este mes. Nadie en este planeta lo va a extrañar.
Y fue otro año destacado para la inteligencia artificial (IA), que contribuyó a la lucha contra la pandemia. Sin embargo, y a pesar de los siempre grandilocuentes anticipos de Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX, la IA no solo no nos proveyó una vacuna en cuestión de días, sino que se perdió la gran oportunidad de exterminar a la especie humana. Entre los sueños marcianos de Elon y su advertencia de que la IA buscará aniquilarnos, uno no sabe si habla en serio o si lo hace solo para mantenerse en los titulares, algo que, como todos saben –y como siguió siendo cierto en 2020–, siempre paga.
Con todo, y a pesar de que el virus del Covid-19 se había dado a conocer en diciembre (y no es imposible que estuviera dando vueltas desde antes), la Consumer Electronics Show (CES) 2020 se hizo como siempre, en enero. La de 2021 será virtual; pongamos que llegaron un año tarde, muchachos. Alguien, con bastante criterio, me preguntaba estos días si la CES 2020 no pudo haber sido un evento supercontagiador. No lo sé, pero, en todo caso, es tarde para lágrimas.
Un siglo atrás, mi abuelo Torres, que había cumplido 19 años en noviembre, estaba dando sus primeros pasos como adulto en América. Cada seis meses, enviaba, puntualmente, una postal a su madre, mi bisabuela Manuela, a la que muchos años después, ya sesentón, habría de ir a buscar en barco, para que no se quedara, nonagenaria, sola en la ría gallega. Pese a no haber pasado por la escuela (llegó analfabeto a la Argentina), la inteligencia de mi abuelo era no solo aguda, sino muy veloz. Tan pronto llegaron los primeros teléfonos, hizo instalar uno, para mantenerse en contacto con los proveedores de su bazar. La tele, que tenía entusiasmados a todos, no le despertó ningún interés. En las fotos de su madurez se lo ve siempre posando con el teléfono de baquelita. Para poder anotar nombres y números en una libretita –que se ha extraviado, pero que recuerdo con precisión–, aprendió a leer y escribir. Para él, las telecomunicaciones eran el futuro. Un siglo después, quedó en evidencia cuánta razón tenía.

A. T.
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