lunes, 9 de septiembre de 2024

LECTURA....GONZALO GARCÉS

 


Gonzalo Garcés. “La Argentina es un país adicto a los efectos dramáticos”
Política y literatura, populismo y feminismo: los desvelos del autor argentino, que acaba de publicar una novela distópica sobre un país que tiene muchos elementos en común con la realidad nacional 
Daniel Gigena“El libro puede leerse como una sátira del populismo de izquierda o de derecha”
A Gonzalo Garcés (Buenos Aires, 1974) pensar la trama de su nueva novela, El refugiado (Seix Barral), le llevó veinte años; escribir el libro, nueve meses. Julián, el protagonista y narrador, intenta avanzar en la investigación de una sociedad secreta –el Círculo– que, desde los albores del siglo XIX, impulsa la división de la Argentina, algo que, después de una guerra de secesión, efectivamente ocurre: el país se divide entre una Argentina empobrecida y militarizada por un gobierno con ansias de “regeneración patriótica”, y el moderno Estado Libre, que está por enviar su primera misión a Marte, tiene salarios superiores a los de Bélgica y recibe millones de solicitudes de inmigrantes por año. “Pertenecer a un país roto ya era bastante difícil. Pero descubrir la verdad es peor”, advierte el narrador.



En simultáneo, El refugiado narra la historia de amor de Julián, recién divorciado, y Emilia, empleada del Ministerio de Propaganda del régimen y que lo incita a entrevistar a un reconocido periodista, Luis Alberto Cossa, a punto de difundir revelaciones que podrían hacer tambalear al gobierno con sus revelaciones. Sin embargo, tras un primer encuentro, se difunde la noticia del asesinato de Cossa. Pese a los temores de Emilia, Julián decide seguir adelante con la pesquisa, que lo remontará hacia atrás en el tiempo, al siglo XIX e inicios del XX, y a traspasar las fronteras, rumbo al Estado Libre.
“Viví muchos años fuera de la Argentina –cuenta Garcés . En Francia, Chile, España, y siempre volví al menos una vez al año a Buenos Aires. En un momento empecé a tener un sueño recurrente: me tomaba un avión a Buenos Aires, pero era otra Buenos Aires. Así me quedó la idea de dos Argentinas. Y se me ocurrió que el país sufre una secesión y una parte se convierte en independiente y alcanza una prosperidad inusitada; son libres, democráticos, abiertos al mundo, con una calidad de vida comparable a la de Europa, Canadá o Estados Unidos. Y la otra parte, la residual, se hunde en la pobreza, el atraso y la tiranía”.
–Se puede relacionar con la historia reciente del país, pero el germen de la novela es previo.
–Hay muchos elementos de la Argentina contemporánea y de todos los tiempos, mezclados en sueños y reformulados como restos diurnos. Aparece una figura que recuerda al fiscal Alberto Nisman y el trauma colectivo vivido. La Argentina es un país adicto a los efectos dramáticos, eso es parte de nuestra realidad. Otro punto es la sociedad secreta que busca independizar al Estado Libre, que hace un primer intento de secesión en los años 1930 y fracasa. El ejército reprime y un tanque pasa sobre una mujer: es una imagen del ataque al regimiento de La Tablada, en 1989. Aparece Arlt, con su idea de la sociedad secreta; Lugones como mentor de uno de los miembros del Círculo; cuestiones de sátira social y costumbrista. Tomo elementos de nuestra historia y nuestro folklore y los remixo en una fábula política.


–¿Creés que hay dos Argentinas?
–No lo creo yo, lo creen los argentinos. En La invención de la Argentina, de Nicolas Shumway, hay un dato perfecto: este es un país construido sobre una falla geológica. No se refiere a la grieta del kirchnerismo, sino a unitarios y federales: existe una tendencia a la secesión mental. La fantasía recurrente es que la solución es separarse de la “parte mala”, del enemigo interior. Eso lo conecto con el pensamiento de Carl Schmitt: para construir una identidad política necesitás a un enemigo. Acá, el enemigo siempre ha sido interior. En ese sentido, mi novela es realista.
–¿Cómo fue escribir sobre la Argentina en la Argentina actual?
–Me llevó veinte años pensar la historia y nueve meses escribirla. Antes tiré a la basura dos borradores escritos desde otras perspectivas. Para que una novela funcione y no sea un tratado sociológico, tiene que tener un núcleo íntimo. Es la historia de pareja del narrador que ha salido muy vapuleado de su divorcio y casi demasiado pronto empieza una relación nueva. Una pareja es un lugar para guarecerse, que tiene leyes y lenguaje propio. En ese sentido, el que abandona comete secesión. Y en una relación nueva es un inmigrante. Es la metáfora del refugiado, que llega a la nueva pareja andrajoso y baqueteado, y no sabe si se va a quedar para siempre. El título deriva de una canción de Leonard Cohen: “Cada corazón al amor, pero como un refugiado”.
–¿Cómo creés que el libro va a ser leído en el contexto argentino?
–Podés leerlo como una sátira de la Argentina actual. Aparece el populismo en la Argentina residual, no muy diferente de lo que puede ser Nicolás Maduro o Cristina Kirchner, con un presidente que recurre continuamente a la tensión con el Estado Libre, que fogonea las pasiones nacionalistas y, cada vez que lo hace, vemos a un grupo de tuiteros que responden cual manada.
–Eso se puede comparar con los defensores en redes de la gestión de La Libertad Avanza.
–El gobierno actual puede ser el opuesto del kirchnerismo en el plano económico, pero en construcción de poder es muy similar. Lo dice alguien que apoya con convencimiento el plan económico. Parece sacada de una página de Ernesto Laclau la estrategia de elegir a un enemigo que permite establecer un estado de emergencia y movilización permanente. Es fácil ver por qué un político apela a la designación de un enemigo: es una forma de silenciar las críticas y obtener apoyo, aun en períodos de vacas flacas, como el actual. La estrategia de la polarización tiene costos muy grandes y el principal es la pérdida de confianza de la sociedad. Eso en el plano de la realidad. Pero la novela se puede leer como una sátira de populismo de izquierda o derecha.
–¿Hay dos Argentinas en el plano literario?
–Algunos han pensado que sí. Desde Florida y Boedo en adelante, los intelectuales argentinos tratan de reproducir en el plano cultural la división secular entre federales y unitarios con resultados variables. Con Boedo y Florida funcionó bien. Después de los años 80, ¿dónde estaría la división? Fogwill, Aira, Piglia, Saer, el cuarteto más destacado de esa generación, ¿dónde los situaríamos? Fogwill era populista en algunos aspectos, pero, también, elitista. Y tanto Aira como Piglia, que se detestaban, admiraban la gauchesca.
–¿Ves una literatura preocupada por las formas o por los temas?
–¿Quiénes son los escritores más leídos o valorados del momento? Creo que debería nombrar a Mariana Enriquez, Leila Guerriero, Pola Oloixarac. Son escritoras y eso me induce a pensar que hay un cierto interés en los mundos femeninos. No encuentro hoy a ningún escritor cuyo valor principal sea hablar de varones heterosexuales ni acá ni en el extranjero. Creo el último fue Philip Roth. Nos interesan otras noticias, de personajes incómodos dentro del matrimonio o en el trabajo.
–¿Te sorprendió la denuncia por violencia de género contra el expresidente Alberto Fernández?
–Vino a separar la paja del trigo, a mostrar que hace tiempo en este país hay feministas que están interesadas en la igualdad de derechos y que también hay un arrastre parasitario. En este caso, las feministas cooptadas por el kirchnerismo mostraron lo que ya se sabía: que nunca les interesaron los derechos de las mujeres, solo utilizaron el feminismo contra los enemigos políticos.
–¿El oficialismo es muy duro con el feminismo?
–Aprovechan la irritación que provocó la partidización del feminismo. Me considero un liberal clásico. Este es un gobierno de coalición entre Milei, que no se interesa en cosas de género, y una derecha más tradicional representada por Victoria Villarruel y con dos intelectuales de cabecera, Nicolás Márquez y Agustín Laje, que hablan de una restricción a una sociedad que ellos imaginan bastante similar al falangismo, una sociedad autoritaria, militantemente cristiana. Vamos a ver cuál prevalece.
–Antes del triunfo del oficialismo muchos intelectuales hicieron advertencias.
–Sí, pero ninguna de las predicciones se cumplió. No se cerró la UBA ni se prohibió el aborto. El Gobierno ladra mucho pero muerde poco: es débil. La Libertad Avanza es una bolsa de gatos, un tren fantasma en minoría absoluta, pero logra exhibir logros como la baja de la inflación. No es poco para el país donde cayeron Alfonsín y De la Rúa. Los gobiernos son lo que son por todo lo que viene atrás, por la debacle del kirchnerismo y la implosión de Juntos por el Cambio. Nunca vi una implosión tan brusca e inesperada

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