Mufasa: el rey león es una proeza tecnológica que nunca podrá llegar tan lejos como el dibujo original
Con una perfección casi documental, la película aprovecha el talento de sus animadores digitales e incorpora a este relato de origen algunos planteos y preguntas sobre el poder que se formula el director Barry Jenkins
Marcelo Stiletano

Mufasa: el rey león (Mufasa: The Lion King, Estados Unidos/2014). Dirección: Barry Jenkins. Guión: Jeff Nathanson. Fotografía: James Laxton. Música: Dave Metzger, con canciones originales de Lin-Manuel Miranda. Edición: Joi McMillon. Con las voces originales de Aaron Pierre, Tiffany Boone, Kelvin Harrison Jr., Mads Mikkelsen, Blue Ivy Carter, John Kani, Seth Rogen, Billy Eichner, Beyoncé Knowles-Carter. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 120 minutos. Calificación: apta para todo público.
Lo primero que trasciende alrededor de Mufasa: el rey león es una genuina sensación de triunfo. Nos sentimos llevados de inmediato a admirar y aplaudir sin retaceos la proeza alcanzada por el batallón de expertos animadores de Disney, responsables de haber superado una barrera que hasta hace muy poco parecía imposible.
Esta precuela de la historia original que conocimos hace 30 años se creó en un espacio creativo 100% digital, pero ante nuestros ojos adquiere a primera vista la dimensión más realista que podríamos imaginar llevando a extremos nunca vistos la experiencia de la fotorrealidad. Todo es animación virtual, pero parece que estuviésemos viendo un verdadero documental sobre la naturaleza africana con animales en acción.
Hasta que vemos a estos mismos animales mover las mandíbulas y expresarse como humanos. Y caemos en la cuenta de que todo es ficticio, con una perfección y una expresividad en los movimientos que supera con creces a la remake “en vivo” de 2019, dirigida por Jon Favreau. Todo en esta película parece calculado y elegido con mucho detenimiento para honrar la historia original (empezando por el homenaje al fallecido James Earl Jones, la voz original de Mufasa) y también para corregir todo lo que se consideró fallido o erróneo de la película de Favreau, que sacrificó buena parte de la mística y de la emoción del film original en la búsqueda del alarde tecnológico como meta superior.
La peripecia de Mufasa, el padre de Simba, tiene todos los componentes heroicos, dramáticos y emocionales de una historia de origen. Es el punto de partida de todo aquello que a lo largo de estas tres décadas alrededor de estos personajes alude al “ciclo de la vida”. Con una cámara vertiginosa que casi nunca se detiene sobrevolando deslumbrantes planicies y montañas desde que el pequeño Mufasa se distancia de sus padres arrastrado por un torrente de agua, la película sigue escrupulosamente algunos clásicos mandatos de Disney: se habla aquí de pérdidas, del alumbramiento de una nueva familia, de peligros que acechan a seres desvalidos, de resiliencia y espíritu superador.
Barry Jenkins, el director de Moonlight: luz de luna, deja claro desde el vamos que respeta a rajatabla los valores y la identidad de un gran relato que ya acumula varios episodios. Utiliza a algunos personajes tal como los conocemos de antes (el mandril Rafiki, los inefables Timón y Pumba) o empieza a delinearlos para que entendamos de dónde vienen y por qué terminarán ocupando determinado lugar en el mapa más allá de esta precuela.
Como toda aventura, esta también tiene reglas narrativas propias que no tardamos en percibir, en especial a través del vínculo (al comienzo muy fraterno) entre Mufasa y Taka, el papel que ocupará entre ellos la leona Sarabi y la presencia como villano de Kiros, temible líder de los leones blancos. Jenkins nunca descuida el aspecto visual, pero carga a veces el relato de frases explícitas y mensajes “importantes”, entre otras cosas sobre el valor de ejercer el poder de manera virtuosa y no a partir de una mera prerrogativa de sangre, que en la propia dinámica de la acción ya están sobreentendidos.
Mufasa: el rey león es fuera de toda duda una hazaña técnica que nos instala con bastante claridad en el punto de partida de una larga y reconocida cronología. Pero ese mismo vínculo deja a la vista un problema difícil de resolver: siempre hay algo de incongruente cuando un león diseñado con la técnica más perfecta de la fotorrealidad se pone en un momento a rugir como el de verdad e inmediatamente después su voz se transforma y empieza a entonar las pueriles canciones originales de Lin-Manuel Miranda. Por suerte no son muchas.
Cuando esto ocurre (y pasa en muchos momentos a lo largo de dos horas demasiado largas, sobre todo para mantener la atención del público infantil) no queda ninguna duda de la superioridad que tienen el dibujo, el color y la animación al servicio de estas historias frente a cualquier intento de aproximarse a la realidad para contar lo mismo.
El diseño de los personajes es irreprochable en términos documentales, pero cada uno de ellos necesita marcas, señales identificatorias o detalles distintivos frente al resto de las especies para que el espectador los reconozca justamente como únicos, diferentes al resto de sus pares. Hay momentos en que Mufasa y Taka resultan imposibles de distinguir. Y a la vez, Timón y Pumba pierden buena parte de su gracia al ser diseñados como una suricata y un jabalí comunes y corrientes. La verdad en este caso no pasa por el meticuloso esfuerzo de acercarse con la mayor exactitud posible al mundo real.
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Cómo ser millonario antes de que muera la abuela retrata una brecha generacional que puede cerrarse con un gesto
La enfermedad de una anciana y la decisión interesada de su nieto de cuidarla es el punto de partida de esta comedia agridulce, éxito inesperado en Tailandia y otros mercados asiáticos
Paula Vázquez Prieto

Cómo ser millonario antes de que muera la abuela (Lahn Mah, Tailandia/2024). Dirección: Pat Boonnitipat. Guion: Pat Boonnitipat, Thodsapon Thiptinnakorn. Fotografía: Boonyanuch Kraithong. Edición: Thammarat Sumethsupachok. Elenco: Putthipong Assaratanakul, Usah Seamkhum, Sarinrat Thomas, Sanya Kunakorn, Pongsatorn Jongwilas, Tontawan Tantivejakul. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: BF Paris. Duración: 125 minutos.
En el día de los muertos, Amah (Usha Seamkhum) espera la comprometida asistencia de su familia para homenajear a los que ya no están. La ceremonia no es muy exigente: apenas requiere respeto y atención, una comida frugal en el paseo frente a las tumbas, las flores dispersas en el césped, una oración íntima y cierta constricción en lo espiritual. Sin embargo, sus tres hijos parecen ocupados en mirar sus celulares, acordar reuniones postergadas, un ensimismamiento egoísta que dibuja el presente de estos tiempos. Amah rezonga, sobre todo con su nieto M (Putthipong Assaratanakul), quien cumple con los rituales a desgano, esperando la hora del regreso para seguir jugando a los videojuegos.
Ese primer disparador asienta el eje de esta comedia agridulce, éxito inesperado en Tailandia y otros mercados asiáticos, como un retrato algo sentimental del estado de las familias y las diferencias generacionales que las atraviesan. Después de ese día de luto y la irrupción de un accidente absurdo que precipita a Amah a la guardia del hospital, unos estudios médicos revelan una enfermedad terminal. Para M, lo que podría ser el germen de una reflexión sobre la relación con su abuela, inicialmente se convierte en un oscuro oportunismo: cuidar a la anciana a la espera de ser el único heredero de una casita modesta en el barrio chino de Bangkok. Lo que a primera vista parece ser mera codicia se revela como una punzante incertidumbre sobre el futuro y un utópico anhelo de independencia que encuentra en el cuidado de Amah el medio para conseguirlo.

El director Pat Boonnitipat no se esfuerza demasiado en disimular el sustrato sentimental de su historia de reencuentro y reconciliación, y sigue a sus personajes con interés y honestidad. La dinámica entre nieto y abuela, definida por ciertos roces iniciales, la sospecha de Amah sobre el interés repentino de su familia, y los rencores guardados en el pasado que afloran a partir de la conciencia de un final cercano, son los verdaderos méritos de esta ópera prima. Esa claridad en las intenciones, la transparencia de sus personajes y la ágil concepción de su puesta en escena refuerzan el tono amable y conciliador de la película, que mantiene a raya los pasajes más lacrimógenos con una ternura bienvenida ante un panorama creativo tan cínico y descreído.
Pero, además, la película hace algo fundamental: representa un mundo concreto a partir de rituales y acciones, de una forma de vida como la de Amah que parece extinguirse con su despedida. Descubrimos que en su pasado debió afrontar sola la crianza de sus hijos vendiendo sopa de arroz, tarea que todavía realiza en horas del alba, que tiene amigas queridas, un vecindario del que se siente parte, y un mundo que sus propios hijos desconocían. Y esa materialidad que asoma en el horizonte de M es la que le permite resignificar la relación con su propia madre, la implicancia de sus decisiones, la verdadera herida del crecimiento.

La distancia que separa la virtualidad de los vínculos de M, concentrados en la pantalla, en sus aspiraciones como gamer, y en sus ambiciones económicas, de lo corporal del mundo de la vejez, el deterioro y el desgaste que paradójicamente lo hacen vivo –como le demuestra su prima al revelar los entresijos del cuidado de su abuelo-, es la que aborda con autenticidad Boonnitipat, y lo hace explorando la esencia comunitaria de ese pasado que parece haberse extraviado en la soledad del hoy.
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Atrapa almas: un fútil relato de suspenso y terror que sorprende por su impericia
El lugar común de una familia asediada por manifestaciones diabólicas recibe un tratamiento lindante con el humor involuntario en este film de Diego Silva Acevedo
Guillermo Courau

Atrapa almas (Hunting Souls, Estados Unidos/2022). Dirección: Diego Silva Acevedo. Guion: Diego Silva Acevedo. Fotografía: Schenley Sargusingh. Música: Raúl Grillo. Edición: Diego Silva Acevedo. Elenco: Aiden Turner, Sunny Mabrey, Chloe Garcia-Frizzi, Liz McGeever, Eddie Craig. Duración: 97 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Lupino Films.
En La rosa púrpura del Cairo, obra maestra de Woody Allen, el personaje de Jeff Daniels emergía de una pantalla cinematográfica para interactuar con una admiradora a cargo de Mia Farrow. De este modo, la tan mentada magia del cine se volvía tangible, rompiendo la barrera entre ficción y realidad. En Atrapa almas se podría decir que pasa más o menos lo mismo: los personajes están toda la película diciendo “Esto no puede ser real”. Y desde la butaca, a medida que avanza este despropósito, el espectador piensa lo mismo: esto no puede ser real.
La película comienza con la pesadilla de Mike (Aiden Turner), un sueño en el que huye de un enmascarado hasta que lo encuentra y lo mata de un tiro en la cabeza. El hombre se despierta angustiado junto a su esposa Angie (Sunny Mabrey), quien trata de explicarle que no es para tanto, haciendo alarde de un sentido común que, lamentablemente, le dura poco. Enseguida aparece en la habitación la hija de ambos, la pequeña Sophie (encarnada por las hermanitas gemelas Chloe y Sophia Garcia-Frizzi), reclamándole atención al papá. El problema es que solamente la ve Mike, porque en realidad la nena está durmiendo en su habitación. No conforme la trama con esta primera manifestación paranormal, se suma que Sophie padece un mal extraño que la deja cada vez más débil.
En menos de diez minutos, el director Diego Silva Acevedo sienta las bases de una película que, aunque remanida, podría despertar cierto interés. El problema es lo que viene después. Porque además de desarrollar lo planteado, el guion comienza a dividirse de acuerdo a la aparición de nuevos personajes, hasta el punto de no entenderse cuál es la historia principal y cuáles las secundarias.
Una conversación de pareja da a entender que Angie podría tener premoniciones (idea que nunca se desarrolla), aparece una asistente social que sospecha que Mike abusa de su hija; el mejor amigo de la nena tuvo sus mismos síntomas y murió, a pesar del esfuerzo de su padre que lo cuidaba mediante un ritual, del que tampoco se va a saber nada. Y así. Es más, cuando ya la trama se enreda lo suficiente como para llegar a un punto muerto que ella misma construyó, aparece una experta en satanismo, para explicarle de una vez por todas al espectador qué está pasando. Aunque tampoco es de tanta ayuda.
Está claro que el director y guionista se ha criado viendo clásicos como La profecía, El resplandor, algo de Freddy Krueger, tal vez leyendo a Lovecraft, y cuestiones por el estilo, pero amontonar todo eso en una misma historia sin el menor sentido no es lo que enseñan en las escuelas de cine. Tampoco ayuda la elección del casting: sumando a todo el elenco no se llegan a tres expresiones. Entre la sobreactuación y el blackout, ni Turner, ni Mabrey, ni las gemelas llegan al registro mínimo indispensable para sacar a la platea de la apatía.
Uno de los momentos más absurdos de Atrapa almas es cuando la pareja encuentra en la pared de la casa una inscripción gigante (ah, porque el demonio también deja mensajes, además de hace ruidos de noche, abrir o trabar puertas) que dice: “No la puedes salvar”. El hallazgo no deja mucho lugar a dudas sobre lo que pasa, y, sin embargo, incluso con la diabólica inscripción de fondo, el matrimonio se sienta a reflexionar si estas manifestaciones del más allá no serán producto del estrés, o del viento que mueve las cortinas. Ni Scary Movie se atrevió a tanto.
Cuando ni siquiera la película se toma en serio, cuesta entrar en su universo, y mucho menos, disfrutarlo. No queda claro qué quisieron hacer con Atrapa almas, si fue impericia o simplemente desidia. Pero si el objetivo era ofrecer un relato de suspenso y terror, es importante decir que consiguieron exactamente lo contrario.
La película comienza con la pesadilla de Mike (Aiden Turner), un sueño en el que huye de un enmascarado hasta que lo encuentra y lo mata de un tiro en la cabeza. El hombre se despierta angustiado junto a su esposa Angie (Sunny Mabrey), quien trata de explicarle que no es para tanto, haciendo alarde de un sentido común que, lamentablemente, le dura poco. Enseguida aparece en la habitación la hija de ambos, la pequeña Sophie (encarnada por las hermanitas gemelas Chloe y Sophia Garcia-Frizzi), reclamándole atención al papá. El problema es que solamente la ve Mike, porque en realidad la nena está durmiendo en su habitación. No conforme la trama con esta primera manifestación paranormal, se suma que Sophie padece un mal extraño que la deja cada vez más débil.
En menos de diez minutos, el director Diego Silva Acevedo sienta las bases de una película que, aunque remanida, podría despertar cierto interés. El problema es lo que viene después. Porque además de desarrollar lo planteado, el guion comienza a dividirse de acuerdo a la aparición de nuevos personajes, hasta el punto de no entenderse cuál es la historia principal y cuáles las secundarias.
Una conversación de pareja da a entender que Angie podría tener premoniciones (idea que nunca se desarrolla), aparece una asistente social que sospecha que Mike abusa de su hija; el mejor amigo de la nena tuvo sus mismos síntomas y murió, a pesar del esfuerzo de su padre que lo cuidaba mediante un ritual, del que tampoco se va a saber nada. Y así. Es más, cuando ya la trama se enreda lo suficiente como para llegar a un punto muerto que ella misma construyó, aparece una experta en satanismo, para explicarle de una vez por todas al espectador qué está pasando. Aunque tampoco es de tanta ayuda.
Está claro que el director y guionista se ha criado viendo clásicos como La profecía, El resplandor, algo de Freddy Krueger, tal vez leyendo a Lovecraft, y cuestiones por el estilo, pero amontonar todo eso en una misma historia sin el menor sentido no es lo que enseñan en las escuelas de cine. Tampoco ayuda la elección del casting: sumando a todo el elenco no se llegan a tres expresiones. Entre la sobreactuación y el blackout, ni Turner, ni Mabrey, ni las gemelas llegan al registro mínimo indispensable para sacar a la platea de la apatía.
Uno de los momentos más absurdos de Atrapa almas es cuando la pareja encuentra en la pared de la casa una inscripción gigante (ah, porque el demonio también deja mensajes, además de hace ruidos de noche, abrir o trabar puertas) que dice: “No la puedes salvar”. El hallazgo no deja mucho lugar a dudas sobre lo que pasa, y, sin embargo, incluso con la diabólica inscripción de fondo, el matrimonio se sienta a reflexionar si estas manifestaciones del más allá no serán producto del estrés, o del viento que mueve las cortinas. Ni Scary Movie se atrevió a tanto.
Cuando ni siquiera la película se toma en serio, cuesta entrar en su universo, y mucho menos, disfrutarlo. No queda claro qué quisieron hacer con Atrapa almas, si fue impericia o simplemente desidia. Pero si el objetivo era ofrecer un relato de suspenso y terror, es importante decir que consiguieron exactamente lo contrario.
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