viernes, 15 de noviembre de 2019
LA OPINIÓN DE FERNANDO IGLESIAS,
El verdadero voto de la Argentina productiva y solidaria
Fernando A. Iglesias
Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Capital: los seis distritos en los que ganó la fórmula presidencial de Juntos por el Cambio suman el 43% del PBI nacional. Si además se considera que en la mayor parte de los distritos provinciales de Buenos Aires, los más productivos, ganó también Macri, y se divide el PBI de la provincia por la mitad, los seis distritos y medio "amarillos" suman el 59% del PBI nacional. Casi dos tercios de la producción del país contra poco más de un tercio de los 18 distritos en los que ganó el Frente de Todos. Esta alta productividad de las provincias cambiemitas les reporta poco fiscalmente: al 59% del PBI producido y sus relativos aportes al fisco nacional les corresponde una recaudación del 35% de los fondos coparticipables. Un tercio. No solo buena parte de los habitantes del interior y el conurbano atienden sus enfermedades y envían a sus hijos a estudiar a los distritos centrales, sino que estos financian fiscalmente al resto del país, que sería insustentable sin esas contribuciones. Cómo logra el kirchnoperonismo erigirse en representante de la Argentina solidaria y productiva y denunciar a sus oponentes como miembros insolidarios de la comunidad nacional es otra hazaña de un relato que solo el abrumador sesgo peronista de la información pública nacional permite explicar.
Podrá señalarse que varias provincias centrales votaron por Macri pero eligieron gobernadores peronistas. Sin embargo, casi todos los peronismos generados por las provincias centrales han carecido de la estructura feudal autoritaria que predomina en el norte, donde el peronismo se ha constituido en la reencarnación del viejo Partido Conservador; en una Patagonia saudita basada en la distribución clientelar de regalías energéticas, y en el conurbano, convertido por tres décadas de gobiernos peronistas en un inmenso agujero negro social. Son estos tres peronismos los que están hoy representados en la nueva alianza de poder, como mostraron los actos celebratorios del triunfo de los Fernández; con la patagónica Cristina y el nuevo líder bonaerense Axel copando el domingo, y Alberto presidiendo el lunes, día de revancha, la asunción de Manzur en Tucumán ante lo más selecto del caudillismo provincial.
Un vistazo a la historia nacional permite identificar a la renovada alianza kirchnoperonista como representante de los tres grandes fracasos históricos argentinos: el norte, la Patagonia y el conurbano, con su subdesarrollo perenne y sus ciudadanos convertidos en clientes disciplinados por la oligarquía peronista, que vino a acabar con todas las oligarquías y terminó convirtiéndose en el principal obstáculo al desarrollo del país. Es una afirmación simple de demostrar verificando que en 1946 seguíamos siendo una de las 10 naciones más ricas del planeta y el país de emigración elegido por millones de europeos y que nada de esto ha sobrevivido desde que los confederados ganaron la guerra civil local y en lugar de Silicon Valleys en California terminamos construyendo plantaciones de algodón en la periferia de Nueva York en nombre de la solidaridad y la producción nacional.
Infinidad de datos refuerzan la evidencia del peronismo como representante de los sectores más atrasados y dependientes de la sociedad nacional. Cualquiera de las marchas del "Sí se puede" es aportante neta al sistema federal, mientras que las movilizaciones frendetodistas son fuertemente debitoras. Las provincias y municipios donde el peronismo es hegemónico son los que concentran los núcleos más duros de exclusión y pobreza, y los que exhiben récords de empleo público y población subsidiada, principales recursos para la supervivencia personal. Y ha sido el último gobierno K el que durante 12 años de bonanza ha casi duplicado el gasto público y el número de personas dependientes de cheques del Estado. Podrá argumentarse que Cambiemos fue demasiado gradualista en su intento de revertir este proceso, pero también es cierto que cualquiera sea el índice que se tome hemos pasado de 12 años de incrementos incesantes en un contexto internacional ampliamente favorable a un intento de corrección en un escenario externo paulatinamente complicado y con una situación interna determinada por desequilibrios macroeconómicos, poder político escaso y una oposición obstructiva y feroz.
Un análisis de los enemigos declarados del kirchnerismo reúne a todos los factores productivos del país que han logrado integrarse a la sociedad global del conocimiento y la información: el sector agropecuario, las clases medias urbanas, las industrias avanzadas, los productores de servicios globales y los medios de comunicación. En cambio, ninguno de los sectores que apoyan al kirchoperonismo está integrado al sistema global de producción de valor, ni es viable sin aportes ajenos, ni sobreviviría si lo trasplantaran fuera de la Argentina. Lo que vale tanto para las asociaciones empresariales, las burocracias sindicales, las oligarquías estatales y los sistemas clientelares de todo tipo que reclaman para sí mismos la denominación de "Argentina solidaria y productiva".
Hoy, la corrección macroeconómica ha sido truncada por el resultado electoral. Pese a todo, casi se ha alcanzado el equilibrio primario, estamos en superávit comercial, se ha reducido drásticamente el atraso tarifario, ya no hay atraso cambiario y la infraestructura y la energía han mejorado todo lo que podían mejorar en cuatro años. Hablar de "tierra arrasada" es anunciar que el programa "Ponerle plata en el bolsillo a la gente-encender la economía-poner de pie a la Argentina" no fue más que una consigna electoral para alumnos de salita verde. No hace falta responderle a Kicillof: ya lo hizo Alberto Fernández cuando lo definió como el gran responsable del caos que dejaron en 2015. Pero el problema excede los personajes: ningún proyecto razonable para la Argentina del siglo XXI es viable sin afectar los intereses económicos de los sectores que el kirchnoperonismo representa ni sin demoler las condiciones de su hegemonía política.
Ya no hay lingotes de oro abarrotando el Central, como en los 40, ni empresas estatales que liquidar y crédito regalado, como en los 90, ni boom de las commodities y tasas del dólar negativas, como durante la Década SaKeada. La Argentina supuestamente productiva y solidaria encabezada por el peronismo se contempla hoy en el espejo de su propia dependencia e improductividad. A menos de inesperadas loterías, deberá enfrentar las mismas restricciones presupuestarias que le han tocado siempre al resto de los mortales. Por lo que cabe esperar una prolongada decadencia, en el caso de que logren compatibilizar las limitaciones productivas del modelo nac&pop con las expectativas sociales que despierta el relato, u otra resolución dramática de la situación por vía populista-inflacionaria, como las ocurridas en 1975, 1989 y 2002; los tres años de mayor aumento de la pobreza de la historia nacional.
En este doloroso caso presenciaremos el estallido de las bombas de tiempo dejadas por el kirchnerismo en 2015, que, pese a su pronóstico exageradamente optimista y sus errores, el gobierno de Cambiemos había logrado desactivar.
Diputado nacional de Cambiemos
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