Hábitos. El 44% de los argentinos cree que su pareja le espía el celular, ¿última frontera de la intimidad?
Meterse en el teléfono del otro sin su permiso o incluso instalarle apps para acceder a su información privada son hábitos más comunes de lo que parece
Según una encuesta reciente, ese porcentaje supone que su pareja ha accedido a los contenidos de su móvil sin su conocimiento: por qué sucede y cómo evitarlo
Laura Reina
Alejandra recibió para su cumpleaños el regalo exacto que quería: una cartera carísima que había visto en Instagram mientras navegaba sin rumbo fijo con su celular. Había mandado un mensaje preguntando el precio, le habían respondido, y frenó el intercambio cuando vio que era imposible comprarla. Pero para hacer catarsis decidió compartir la publicación en su grupo de amigas en WhatsApp. “¡Miren lo que sale la cartera de mis sueños! Creo que me alcanza para una manija, ja ja”.
No se acordó del bolso hasta que dos semanas después lo tuvo frente a ella. “¿Pero cómo sabías que quería justo esta cartera?”, le preguntó a su novio, entre feliz y confundida. Él le confesó que lo había leído en su WhatsApp y tuvo el impulso de comprarla como regalo. “No sabía si agradecerle o insultarlo, porque si bien fue un lindo gesto, había cruzado un límite metiéndose en mi celular. Todo terminó en una gran discusión”, cuenta Alejandra sobre ese episodio que desató una pelea justo cuando celebraba sus 35 años.
El celular es la última frontera de la intimidad personal, un límite infranqueable que nadie ajeno a ese dispositivo debería cruzar. Allí guardamos desde claves hasta fotos familiares y otras subidas de tono; desde conversaciones escritas hasta audios y videos; desde recibos de compras online, hasta el mail personal y laboral; desde el historial de páginas visitadas hasta las últimas llamadas recibidas y realizadas. Y, por supuesto, es el dispositivo donde habitan nuestras redes sociales, ese alter ego digital que construimos de nuestra subjetividad.
Sin embargo, a pesar de que se trata del universo privado por excelencia, casi la mitad de los argentinos en una relación estable cree que convive con un espía: el 44% supone que su pareja ha accedido a su teléfono sin su conocimiento, y otro 24% dice que no está seguro de que no lo haya hecho. De los que sí tienen la sospecha (o certeza), el 46% decide enfrentar a su compañero o compañera y los demás prefieren callar para evitar el mal trago de una discusión.
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La encuesta, realizada por la empresa Avast, especialista en seguridad digital, amplía que de los encuestados que sospechan que su pareja ha tenido acceso a su teléfono sin su consentimiento, 39% dijo que le confesó el acto, el 29% que la sorprendió “con las manos en la masa”, y un 15% manifestó que su pareja sabía cosas que ellos habían compartido privadamente a través de su teléfono. Pero lo que más llama la atención es que muchos creen que han sido ‘hackeados’, ya que encontraron una app que ellos no habían instalado en su propio teléfono.
Las red flags
“Revisar el celular de alguien sin su permiso no es aceptable, sin importar el estado de la relación –sostiene Javier Rincón, director regional en LatAm para Avast–. Los resultados de nuestra encuesta demuestran que las personas se dieron cuenta de que su pareja ha manipulado su celular al notar que los ajustes han sido alterados, que algo está diferente, que su pareja sabía su información privada compartida por mensajes o llamadas o encontrando una app que ellos no habían instalado en sus celulares. Todas estas son red flags (señales de alerta) y puede ser que haya apps de stalkerware incluidas también”.
De hecho, las búsquedas y tutoriales para saber cómo instalar apps que espíen celulares abundan en la web, prácticamente naturalizando esta práctica en lugar de condenarla. “Las apps tipo staklelware existen porque hay demanda. Muchas de estas aplicaciones se disfrazan como herramientas de protección para padres, las famosas parenting apps, y así vos ‘no estás espiando, estás protegiendo’ –sostiene el especialista en seguridad informática Federico Kirschbaum, CEO y fundador de la empresa tecnológica Faraday–. El problema es cuando una herramienta se convierte en un arma. Vos con un cuchillo podés cocinar o podés cometer un acto de violencia. Con la tecnología pasa lo mismo: depende del uso que se le dé puede ser una herramienta buenísima o algo que sirva para hacer daño”.
Hay aplicaciones que van desde sofisticadas (que son pagas y la otra persona prácticamente no se da cuenta de que está siendo espiada) a otras bastante sencillas y fáciles de detectar. Esto último sucede cuando la batería se gasta demasiado rápido, el celular empieza a funcionar lentamente o se ‘buguea’ (la pantalla comienza a moverse sola).
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Pero Kirschbaum advierte que la gran mayoría de las veces no hace falta instalar ninguna aplicación, ni ser un experto en monitoreo porque somos nosotros mismos los que facilitamos el acceso a nuestro celular “dándole la llave” al otro de nuestro mundo privado.
“Sin instalar nada, una persona que tiene acceso a tu dispositivo puede ‘hackearlo’ mirando las conversaciones de WhatsApp, entrando a tu galería de fotos y videos, a tu Gmail o redes sociales. Es importante entender que es fácil. Si alguien tiene la clave de tu teléfono porque se la compartiste, tenés que saber que le estás entregando parte de tu privacidad –sostiene el experto–. Y la privacidad no se puede recuperar. El problema es que la gente, en general, tiende a renunciar a su privacidad de manera muy fácil porque no le ve valor hasta que la pierde. Hay parejas que comparten sus contraseñas para no generar conflicto, o para facilitar ciertas cosas. Es algo que empieza de forma inocente y lo hacemos porque nos gusta confiar. Pero la confianza se da justamente cuando no necesitás saber todo del otro”, reflexiona Kirschbaum.
Falta de comunicación
Por su parte, el psicoanalista Ricardo Antonowicz sostiene que en su consultorio recibe cada vez más comentarios de personas que aseguran que su pareja les revisa el celular. “Es algo nuevo, que no lo había escuchado antes. Hay una tendencia a mirar, a meterse en la intimidad del otro para manipularlo y tenerlo bajo control, pero también para conocerlo mejor porque la falta de comunicación te lleva a querer buscar las respuestas que no tenés cara a cara, en el celular de tu pareja. Hay una necesidad de saber qué hace, qué comparte, con quién habla, qué mira. Y esas dudas muchas veces surgen porque hoy no hay diálogo en las parejas. En vez de preguntarle, para algunos es mucho más fácil agarrar el celular, mirarlo y sacarse las dudas”.
Cuando las conversaciones se reducen a lo mínimo, agrega el especialista, empiezan las sospechas, las especulaciones y los problemas. “Los vínculos necesitan de la palabra hablada, es lo que nos constituye como seres humanos. Estamos en un momento en el que las parejas no se hablan. Y cuando falta ese diálogo se entra en una espiral paranoica de pensar que el otro te está engañando, que está en algo raro, etcétera. Se perdió el tiempo de diálogo justamente porque estamos obnubilados con el celular y cada vez vas desconociendo más al otro”, plantea Antonowicz.
El sociólogo especializado en tecnología Alejandro Artopoulos destaca que “los primeros infieles son las empresas que acceden a nuestros datos personales para vender, y eso tiene un efecto en las personas. La pareja ya no es algo de dos, sino un triángulo mediado por la tecnología y eso impacta en las relaciones. Las redes sociales están diseñadas para ser adictivas. Si pueden romper democracias, ¿cómo no van a romper una relación?”, plantea el especialista, director académico del Centro de Innovación Pedagógica Universidad de San Andrés (Udesa).
De nuevo: la falta de comunicación es la base de todos los desacuerdos surgidos a partir del uso que hacemos de la tecnología. “En términos de confianza e intimidad –agrega Artopoulos– estamos peor. La confianza es una construcción y cada pareja la construye en base a su historia, a sus acuerdos… Si conociste a tu pareja en Tinder o alguna app de citas, entonces no tenés por qué horrorizarte si no borró la aplicación. Probablemente no la tenga para hacer trampa, sino para mirar, para ver si alguien le da like, pero todo eso genera un problema porque los acuerdos hay que explicitarlos y muchas veces no lo hacemos. Y también creo que se han corrido los límites de lo íntimo, hoy son más laxos y flexibles.”
Constanza, una especialista en Finanzas, se bajó Telegram por cuestiones laborales y eso derivó en un mal momento con su novio, que le reprochó el haberlo hecho. Se sabe: la app de mensajería creada por un magnate ruso opositor a Vladimir Putin para evitar que la gente sea espiada por el gobierno, tiene fama de ser utilizada por infieles en todo el mundo porque cifra los mensajes de móvil a móvil y permite hacer desaparecer tanto los enviados como los recibidos.
“Él estaba con mi celular mirando unas fotos y descubrió que me había bajado Telegram. Y me dijo: ‘Ah, bueno, ¿ahora usás Telegram?’, en un tono medio irónico que no me gustó. Yo le expliqué que era por trabajo, jamás me imaginé que iba a hacerme una escena de celos por bajar esa app, más cuando tiene acceso a mi celular –remarca Constanza–. La verdad es que yo no tengo nada que ocultar ni problema en compartirle mi clave. Por eso me molestó tanto”, reconoce, y aunque ella también puede acceder al celular de su pareja, prefiere no hacerlo. “Es su mundo, no tengo por qué espiarlo. Además, comparte cosas con sus amigos que prefiero ni mirar”, dice.
Como siempre, es uno el que tiene que encargarse de proteger su propia intimidad. Así como cerramos con llave los cajones donde guardamos cosas importantes que no queremos que nadie vea, debemos hacer lo mismo con nuestro teléfono móvil. “Yo lo llamo higiene. Mirar qué le pasa a tu celular, ir a las apps y desactivar las geolocalizaciones, no exponer mi último horario de conexión en WhatsApp –detalla Kirschbaum–. Y también agregar mecanismos de seguridad, como el segundo factor de autenticación. Yo te doy mi clave, pero cada vez que accedas me voy a enterar. Es algo que todos podemos hacer. Google te manda un mensaje avisándote que tal dispositivo quiere acceder y te pregunta si sos vos. Ahí tenés el control”.
Otra cuestión que recomienda el experto de Faraday es reinstalar el celular. “Cuando lo hacés es difícil que las apps de stakleware se reinstalen y eso permite borrar aplicaciones que no son confiables –plantea–. Y también conviene revisar quién tiene acceso a qué. Por ejemplo, en tu WhatsApp tenés la posibilidad de ver qué dispositivos están vinculados. Si aparece uno extraño, podés detectarlo. Es una forma de espionaje más habitual de lo que creemos”, advierte.
A modo de reflxión, Artopoulus, el sociólogo especialista en tecnología, dice que hoy la vigilancia está tanto afuera como adentro de las casas. “Antes era el Estado ese gran vigilador, el famoso panóptico que todo lo ve. Hoy también es la familia, lo cual es mucho peor, porque quien ejerce esa vigilancia es una persona de nuestra absoluta confianza.”
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