Parte 1
Habla la voz de una sombra; una presencia constante, secundaria pero crucial. Jean van Heijenoort (Francia, 1912 - México, 1986) acompañó a León Trotsky durante siete años del exilio al que lo condenó su enfrentamiento con Stalin, de Turquía a México (pasando por Noruega y Francia), entre octubre de 1932 y noviembre de 1939. Van, como lo llamaban familiarmente quienes no acertaban con la pronunciación de su apellido holandés, fue hombre de confianza de Trotsky: traducía su correspondencia, ordenaba sus archivos, permanecía en los salones donde su jefe se reunía con personalidades de la política y de la cultura, lo acompañaba a caminar, a pescar y a cazar.
Y por las noches, armado, montaba guardia en las sucesivas casas que Trotsky habitó huyendo de una muerte anunciada, que finalmente lo alcanzó en 1940, cuando Van ya no estaba con él. "No nos hacíamos ilusiones acerca de la eficacia de nuestra vigilancia -confiesa Van Heijenoort en sus memorias-. Cuando un gran Estado, que dispone de medios financieros y técnicos inmensos, quiere eliminar a un individuo aislado, desprovisto de recursos, rodeado solamente de algunos amigos jóvenes, la partida es demasiado desigual. Ese escepticismo no disminuía nuestras ansias y nuestra devoción. Hacíamos lo que podíamos, diciéndonos que tal vez podríamos detener al menos el gesto de un desequilibrado."
El testimonio de aquellos años lo deja el secretario en primera persona y en un libro austero: Con Trotsky de Prinkipo a Coyoacán (Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx). Se trata de una obra articulada sobre el recuerdo de detalles aun triviales que sólo su autor conoció y que, sumados, completan el tapiz de época y circunstancias en que vivió sus últimos años el revolucionario ruso, al tiempo que pintan el retrato de su compleja personalidad. Con el apego a los datos y el afán de exactitud propios del agudo lógico y matemático que luego fue, Van Heijenoort no sólo rehúsa insuflar aliento épico en su narración, sino que le baja el tono al inflamado relato ajeno cuando considera que se aparta de la verdad. Así, corrige a André Breton, quien afirmaba que Trotsky tenía tal "organización mental que le permitía, por ejemplo, dictar tres textos a la vez". Baja a tierra Van: "No sé muy bien de dónde puede haber sacado eso Breton. Ciertamente no fui yo quien lo dijo. En realidad, Trotsky, que hacía todo de una manera aplicada y concentrada, más bien se irritaba cuando se trataba de empujarlo a una situación en la que tuviera que hacer más de una cosa a la vez". Hay algo conmovedor en el intento -destinado al fracaso- de evitar la mitificación de Trotsky; acaso el afecto de quien conoció de cerca al hombre real y no exagera las grandezas ni ignora las miserias.
Jean van Heijenoort nació el 23 de julio de 1912 en Creil, en el seno de una familia de clase trabajadora, hijo de un holandés emigrado a Francia y de una francesa que perdió su nacionalidad al casarse con él. Dos catástrofes golpearon al pequeño Jean el mismo año: la muerte del padre y el comienzo de la Primera Guerra Mundial. En la escuela lo acosaban por su apellido extranjero, y las cosas no mejoraron cuando su madre se volvió a casar, en 1919, con un francés que le devolvió su ciudadanía de origen (el cocinero del hotel donde ella trabajaba como mucama): según sus biógrafos, Jean adoraba a su madre, pero nunca terminó de aceptar a su padrastro. Años después, reflexionando sobre la relación de Van Heijenoort con las mujeres -importantes en su vida y decisivas en su muerte-, su hija Laure decía: "Él puso a su madre en un pedestal. Ella era perfecta. Luego hizo lo mismo con todas sus mujeres. Al principio".
Jean era un chico silencioso y reservado, y siempre el mejor alumno de su clase. Pronto se interesó por disciplinas como matemática, filosofía, química; lengua y literaturas latina, griega, alemana y francesa. El ruso comenzó a aprenderlo de manera autodidacta a los 17 años. En 1930 ganó una beca para cursar estudios superiores en matemática en París. Allí, él, que se consideraba comunista desde los 15 años, se sintió atraído por el trotskismo. Cuando en 1932 la Liga Comunista pidió a alguien que hablara fluidamente francés y ruso para asistir a Trotsky, Jean no lo dudó. Tenía 20 años y partió rumbo a la isla turca de Prinkipo. Iba al encuentro de la que tal vez sería su verdadera figura paterna y, sin duda, de su destino: la pasión y la muerte violenta en la misma tierra que vio extinguirse a Trotsky.
PARTE 2
El joven secretario y guardaespaldas Jean van Heijenoort llegó a Prinkipo el 20 de octubre de 1932 para reunirse con Trotsky, Natalia -su mujer- y su nieto Sieva, hijo de Zina. A Trotsky no le agradaba la presencia del niño porque consideraba que se robaba toda la atención de Natalia y logró que, dos meses después, Sieva se reuniera con su madre en Berlín. Pero Zina se suicidó en enero de 1933. Trotsky se encerró entonces en su habitación durante días. Emergió transfigurado y envejecido para siempre.
En sus memorias Con Trotsky, de Prinkipo a Coyoacán,Van Heijenoort cuenta que la vida en Prinkipo era casi monacal. Se comía poco y rápido, en horarios estrictos, se bebía agua y se trabajaba todo el día en la correspondencia y los artículos de Trotsky. Jean recuerda dos caras del revolucionario: una encantadora con los visitantes (en especial con las mujeres jóvenes) y otra dura con sus colaboradores (en especial con su hijo Liova y con el propio Jean). También apunta curiosidades: "Trotsky tenía con los objetos relaciones limitadas y precisas -cuenta-. Había cierta rigidez, cierta falta de naturalidad y de sentido de la improvisación en la manera como los manejaba. Alrededor suyo había cierto número de objetos que le eran familiares: la estilográfica, el motor del bote, los instrumentos de pesca, la escopeta de caza. Ellos tenían que ser tratados de acuerdo con ciertas reglas. La adaptación a un nuevo objeto siempre era una operación relativamente complicada". Van Heijenoort cuenta que una vez Trotsky quiso ayudarlos a él y sus compañeros a lavar la vajilla después de una comida. "Empezó a secar cada plato y cada vaso con una minucia tal que la operación se prolongó hasta tarde en la noche, dejándonos a todos más cansados que si no nos hubiera ayudado."
Luego de una intensa estadía en Francia y un malhadado paso por Noruega, el grupo viajó a México en diciembre de 1936. Se instalaron en la Casa Azul, que Diego Rivera y Frida Kahlo les ofrecieron en Coyoacán. Con estilo sobrio, Jean da su versión del célebre affaire. "Frida era una mujer notable por su belleza, temperamento e inteligencia. Muy pronto, en sus relaciones con Trotsky, comenzó a tener maneras bastante libres [...] Frida no vacilaba en esgrimir la palabra love. «All my love», decía a Trotsky cuando se despedía. Trotsky cayó en el juego. Empezó a escribirle cartas. Deslizaba la carta en un libro y se lo daba a Frida, a menudo delante de otras personas, incluso Natalia o Diego, recomendándole que lo leyera. Yo no sabía de esas astucias, Frida me las contó después."
El flirteo terminó abruptamente. Trotsky sentía especial aprecio por Rivera. Van Heijenoort recuerda una humorada de Diego el Día de los Muertos. "El 2 de noviembre de 1938, Diego Rivera llegó a la casa de Coyoacán. Jocoso como un aprendiz que acaba de hacer una broma, traía a Trotsky una enorme calavera de dulce color violeta en cuya frente había escrito, en letras de azúcar blanca, «Stalin». Trotsky no dijo nada, hizo como si el objeto no estuviera allí. Cuando Rivera se fue, me pidió que la destruyera."
En 1939, Jean viajó a Estados Unidos. "Había vivido tantos años a la sombra de Trotsky que era necesario que viviera un poco por mí mismo." En agosto de 1940, recibió un mazazo: a Trotsky lo habían asesinado. "Durante años, sólo el estudio de las matemáticas me permitió conservar mi equilibrio interior -evoca Jean-. Tuve que construir otra vida."
Exitoso con las mujeres, Van Heijenoort tuvo, entre numerosas amantes, cinco matrimonios. El último fue trágico. En 1969, contrajo enlace con Ana María Zamora, una abogada mexicana de 37 años. Se divorciaron en 1981, pero en 1984 se volvieron a casar. Al tiempo, Ana, en extrema fragilidad emocional, intentó suicidarse. "Por supuesto, quiere matarme a mí también", confió Jean a sus íntimos. La noche del 28 de marzo de 1986, Ana disparó a la cabeza de Jean tres balas calibre 38 mientras él dormía y luego se mató de un tiro en la boca. El fiel secretario murió en la misma tierra que le había arrebatado a su admirado Trotsky.
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