Los laberintos que el amor recorre

Ballet contemporáneo del TGSM / Obras: Vibraciones / Coreografía: Elizabeth de Chapeaurouge / Música: Nicolás Di Lorenzo / Vestuario: Renata Schussheim; Cuál es quién, Coreografía: Carlos Casella / Música: Sandro, Michel Legrand, Adriano Celentano y otros / Vestuario: Cecilia Allassia; Chopin, número 1 / Coreografía: Mauricio Wainrot / Música: Frédéric Chopin / Vestuario: Mini Zuccheri / Ballet contemporáneo del TGSM / Dirección: Andrea Chinetti / Auditorio de Belgrano /Funciones: jueves a las 19 30, viernes y sábados a las 20 30.
Lejos del Teatro San Martín, su ámbito natural, un estreno firmado por Elizabeth de Chapeaurouge, Vibraciones, abre el nuevo y estimulante programa del Ballet Contemporáneo. La coreógrafa arroja de entrada todas las fichas al tablero: planteo grupal, fluido y con pulsación de allegro, mujeres con vestidos floreados onda años 50 y tacos (brillante y funcional diseño de Renata Schussheim), en giros que activan los gráciles volados de las polleras. Series en canon, alternando con unísonos, dibujan el espíritu (y el look) primaveral de esta pieza.
Los destellos de estas "muchachas en flor" tendrá su contracara en un sexteto de hombres, de impostación viril y con un toque de West Side Story. Cada grupo manifiesta sus "vibraciones", sobre una partitura ad hoc excesivamente superficial que no siempre ayuda. El momento fuerte: un dúo, también grácil y volátil, magníficamente bailado por Sol Rourich y Benjamín Parada, una pareja "en enamoramiento", acaso sin demasiado compromiso emocional pero gratificante, epíteto extensivo a una obra de climas distendidos, propios de un musical de la avenida Corrientes, nada pretencioso pero eficaz.
Un meditativo solo masculino de Matías Santander que va atravesando una decena de cuerpos en el piso, inertes y "desarmados", da inicio a Cuál es quién, el otro estreno del programa, nuevo aporte de Carlos Casella, con su seductor estilo de resonancias múltiples, que integra lo compositivo con situaciones dramáticas y voces. Cuando los yacentes intérpretes se ponen en movimiento alrededor del solista, un standard de los sesenta cantado por el inefable Scott Walker (¡un hallazgo!) gana la adhesión emocional del espectador para el resto de la pieza.
En esta suerte de laberinto que marcan los desplazamientos del grupo (aquí también las chicas lucen tacos, pero con un coulotte que deja piernas y glúteos librados a un módico, pero insinuante erotismo), la voz de Sandro subraya un festival de amorosos besos que, respetando el orden de una cola como la del colectivo, hombres y mujeres van dedicándole al presunto líder del solo inicial. "Te quiero tanto...", canta Sandro en esa instancia romántica por turno, no intensa ni pasional sino con la ligereza y la sensualidad de encuentros y distanciamientos
El talentoso ex integrante de El Descueve corrobora aquí el ingenio de algunos tramos de Playback, su pieza anterior dedicada al grupo del San Martín, con el juego de los siete varones con la niña, una proverbial Daniela López (promisoria emergente del Taller) que marca el ritmo con castañuelas, en réplica a los sonoros "¡Olé!" de los hombres. Hasta llegar al imperdible dúo de Adriel Ballatore y la sensual Paula Ferraris: hay ironía, un traste masculino desnudo apuntando a la platea y el desenfado de Casella, un coreógrafo que se divierte con el desafío de sus irreverentes propuestas.
Y un trazado a medida de la compañía, un Chopin de Mauricio Wainrot, cierra el programa a toda orquesta. Neoclásico en su forma bailada, pero romántico en su expresividad (y en su musicalidad), este Chopin, número uno revive los gustos del otrora director de la compañía en cuanto a masiva participación de bailarines y al look uniforme de los cuerpos: sobrias enaguas negras para ellas, musculosa y pantalón -también en negro- para ellos. Masas corales alternan con sextetos y, en el pasaje más intensamente concentrado, un estupendo (y prolongado) dúo de Victoria Balanza con Rubén Rodríguez.
Andrea Chinetti, nueva directora que, con la asistencia de Miguel Elías, afronta compromisos en salas prestadas (sin equipamiento técnico eficiente), no hace más que continuar con solvencia el largo período en que compartió responsabilidades con Wainrot. La compañía, igualmente satisfactoria, jerarquiza este programa en el que el amor sobrevuela con diversidad de fintas que gratifican al espectador: escépticos del romanticismo, abstenerse.
N. T.
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