jueves, 18 de agosto de 2016

DIEGO GOLOMBEK PIENSA Y ESCRIBE


Ser o no ser... científico
El teatro es un género que, como muy pocos, nos hace aprehender la ciencia
El investigador lo logró por fin: consiguió el descubrimiento que cambiaría el mundo, y le traería fama no sólo en la comunidad científica, sino en toda la sociedad. Era el sueño de toda una vida, pero, ay, de pronto, descubre un error fatal, algo minúsculo de lo que no se había percatado, y entonces el mundo se derrumba. Se lamenta en silencio, le surgen algunas lágrimas a los ojos, descubre que todo está acabado, busca un objeto en un cajón (tememos lo peor), no alcanzamos a verlo bien, camina hacia el frente y. apagón. Luego cae el telón.
Está bien: es pura ficción, pero podría ser parte de alguna obra teatral que nos atrape por su trama, sus personajes, sus historias. y su ciencia. Bienvenidos al mundo de la ciencia en el teatro, que aprovecha la fuerza y la immediatez de las artes escénicas como uno de los más poderosos vehículos para comunicar el pensamiento científico. Ejemplos hay muchos y, bien narrados, nos tensionan, cuestionan nuestras creencias y nuestros sueños, nos meten dentro de la dramaturgia para ser un protagonista más. Veamos el que quizá sea el más famoso de todos: Copenhague, de Michael Frayn. ¿Quién hubiera predicho que una obra sobre el encuentro entre dos de los más grandes físicos de la historia, Bohr y Heisenberg, una especie de Guayaquil de la ciencia en el que nunca sabremos exactamente de qué hablaron, sería un éxito mundial, a sala llena durante temporadas? Pero lo fue, y allí asistíamos a discusiones filosóficas y complicadas sobre la física cuántica, la ética, las partículas elementales y quedábamos fascinados aun sin entender del todo qué estaba sucediendo. Quizás algo nos decía que sí, aquellos dos genios estaban hablando de algo que se refería a nosotros, a algo muy íntimo que nos forma parte. Algo similar nos ocurre con los parlamentos del Galileo de Bertolt Brecht , que aun sin ajustarse demasiado a la historia real, nos conmueve con las confesiones y retractaciones de nuestro héroe, gigante y humano sobre el escenario.


Pero hay mucho más en las tablas que nos hace aprehender la ciencia de maneras que, con otros formatos, no ocurriría. Uno de los mayores cultores del género ciencia en teatro fue el químico Carl Djerassi, con obras en las que se pone el juego el ego de los científicos, el sistema de promoción académico o las técnicas de reproducción asistida. Varias de sus obras no sólo ocupan escenarios profesionales sino también escolares, como una herramienta muy poderosa para interesar a alumnos y profes. La pieza más conocida de Djerassi fue escrita en colaboración con el Premio Nobel Roald Hoffmann, y se titula Oxígeno, que pone en juicio al descubrimiento de tal gas, en una verdadera lucha de titanes entre Lavoisier y Priestley. De no creer, pero la trama fascina incluso a los que se llevaron química a marzo y aún no entienden cómo lograron aprobar el examen.
Si bien no han tenido mucho paseo por nuestras costas, otras piezas teatrales examinan el mundo de la ciencia con una lente no menos atrapante y conmovedora. Los físicos, de Friedrich Dürrenmatt, vuelve sobe la idea de la responsabilidad - y locura- del científico que descubre la fórmula para dominar al mundo. Arcadia, de Tom Stoppard, juega entre el pasado y el futuro a través de una serie de descubrimientos matemáticos (y es considerada una de las más grandes exponentes del género). La demostración, de David Auburn, se pregunta por las pruebas de los teoremas matemáticos (y hay una interesante versión en cine con Gwyneth Paltrow). Y siguen las firmas: óperas como Dr. Atomic o Einstein en la playa toman como héroes a científicos de lo más famosos en versión cantabile.


También nuestros dramaturgos han usado a la ciencia como protagonista, en piezas de Rafael Spregelburd o Javier Daulte aparece a veces en primer plano, otras de manera fugaz.
Mientras haya actores, luces, escenarios, dramaturgos., habrá ciencia. Y nos llegará al corazón.

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