lunes, 3 de octubre de 2016

LA NATURALEZA HUMANA CON POCO DE LO ÚLTIMO

Si, como sostiene un amigo Twitter es el cerebro colectivo de nuestro tiempo, ¿qué dice de nosotros?
Después de echar una mirada a los mensajes que proliferan por esta y otras redes sociales cuesta aceptar la tesis del conocido psicólogo de Harvard Steven Pinker, que sostiene que la violencia humana va en descenso. Por lo menos en lo verbal, el sistema nervioso electrónico nos devuelve una imagen más afín con aquella observación de Rousseau de que "En cuanto se rasca al hombre civilizado, aparece el salvaje".
Basta el anonimato para que entre las grietas del esmalte de "corrección" con que nos disfrazamos exploten la exasperación, la crítica fácil, la injuria y hasta la amenaza.
 Aunque afortunadamente hay también actitudes inspiradoras, nuestro cerebro colectivo se parece más de lo deseable al de un paciente con demencia frontal (caracterizada, entre otras cosas, por la agresividad y la desinhibición).
Esta suerte de "inquisidores" modernos siempre listos para lanzar insultos y acusaciones infundadas (los llamados "trolls") acaban de llegar a la tapa de Time, que hace una semana les dedicó una extensa nota firmada por Joel Stein y titulada "La tiranía de la turba".
Como apunta Stein, es curioso cómo evolucionó la personalidad de la red global, que un grupo de ingenieros y físicos desarrolló entre los años sesenta y noventa para la comunicación entre universidades.
"Alguna vez fue un espacio de freaks, llena de ideales elevados acerca del libre flujo de la información", escribe Stein, y explica que ahora está dominada por el "efecto de desinhibición online", en el que factores como el anonimato, la invisibilidad, la falta de autoridad y el hecho de no comunicarse en tiempo real despojan a las personas de las costumbres que la sociedad tardó milenios en instalar.

El modus operandi de los trolls hace empalidecer la esgrima verbal que cruzaron Michel Houellebecq y Bernard Henri-Lévy en la serie de correos electrónicos que integra el volumen Enemigos públicos (Anagrama, 2008). Después de reconocer que ambos son "individuos despreciables", Houellebecq tilda a Henri-Lévy de "especialista en números descabellados y payasadas mediáticas". Lo acusa de deshonrar "hasta las camisas blancas que lleva", de ser "íntimo de poderosos, bañado desde la infancia en una riqueza obscena", "un filósofo sin pensamiento, pero no sin amistades, además de autor de la película más ridícula de la historia del cine". Henry-Lévy le contesta: "Lo ha dicho todo. Su mediocridad. Mi nulidad. Esa nada sonora que sustituye a nuestro pensamiento". Los intelectuales franceses son impiadosos, pero honestos.
Lo peor del fenómeno online es que al parecer los insultos ingeniosos, el acoso o conductas como exponer la vida de otros, la publicación de datos personales, la misoginia o el racismo no son privativas de los trolls. A juzgar por el número de personas que confiesan haber sido objeto de estas "linduras", el problema no es de unos pocos, sino de todos.
"Expresar visiones socialmente inaceptables se está haciendo cada vez más aceptable", escribe Stein, y menciona que una encuesta anónima entre los periodistas de Time encontró que el 80% había evitado discutir sobre ciertos tópicos porque temía la respuesta que recibiría online. El mismo porcentaje considera el acoso como un gaje del oficio.

¿Por qué somos así? Estudios neurocientíficos realizados por Jean Decety, editor en jefe del Journal of Social Neuroscience y director del Brain Research Imaging Center de la Universidad de Chicago, y por Agustín Ibáñez y otros investigadores de Ineco, mostraron que incluso períodos breves en instituciones que los someten a privaciones socioafectivas durante la niñez temprana pueden producir déficits en la toma de decisiones morales, y que sujetos con demencia frontotemporal presentan daños en el juicio moral. Otros trabajos indican que niños con comportamiento antisocial y psicópatas encarcelados pueden llegar a sentir placer frente al dolor de los demás. "Saben, pero no sienten", explicó Decety durante una de sus visitas a Buenos Aires.
En La miseria del mundo (Fondo de Cultura Económica, 1999), Pierre Bourdieu habla de "una silenciosa violencia cotidiana". Tal vez tendremos que acostumbrarnos a esta peculiaridad de la naturaleza humana.
N. B. 

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