lunes, 10 de julio de 2017
LECTURA RECOMENDADA
Éste es el mar, de Mariana Enríquez
Fantasía con fondo de rock
Las Luminosas -las criaturas no humanas concebidas por Mariana Enriquez en Éste es el mar-son las encargadas de "hacer Leyenda" a los músicos de rock. Entre las presas cobradas por ellas en esta nouvelle figuran Kurt Cobain, Sid Vicious, John Lennon, Jim Morrison, Jimi Hendrix y Brian Jones.
Estas particulares hadas madrinas (o mejor dicho asesinas) forman un Enjambre. Toda su especie -cuenta la autora- vive en perpetuo movimiento y nunca duerme, "como los tiburones". Las Luminosas necesitan "una Estrella, no un cadáver", porque se alimentan de la devoción de las fans de rock. Por eso adoptan formas humanas, se mezclan entre las fans reales y les consiguen "objetos preciosos, discos y fotos autografiadas, algún RT o mejor aún, un follow, hasta un DM". Las convencen de decorar su habitación con fotos de sus ídolos y de tatuarse sus nombres o sus logos. Viven de "ese amor, de esa devoción, de ese zumbido".
Helena es una de las Luminosas. A ella -previo sacrificio de una fan- le toca hacer Estrella a James Evans, el cantante de un grupo llamado Fallen. Para cumplir su propósito, Helena también adopta una forma humana y se convierte en la asistente personal de James. Sin embargo, deberá enfrentar un conflicto cuando sienta la tentación de pensar como una admiradora y la ilusione el deseo de ser la chica de la que James se enamore.
Enriquez inserta elementos sobrenaturales en el familiar ambiente del rock para obtener un efecto de extrañamiento. Introduce lo fantástico y un tono poético en un despojado marco realista en el cual tampoco faltan toques de humor negro. La combinación paulatinamente resulta agradable y convincente, en parte, gracias a la brevedad de la propuesta. No hay intención de alargar la narración con complicaciones argumentales ni redundancias.
La construcción de un mundo mitológico propio se completa con otras criaturas denominadas Imagos, que nacieron de una gota de sangre y "enloquecen y torturan a quienes persiguen en la tiniebla". Si ellas atrapan a James, "para él significaría una vida desgraciada y el olvido". Hay, además, una referencia a Hécate, la antigua divinidad infernal y lunar.
Lo mitológico parece encajar con comodidad en el imaginario colectivo del rock, un fenómeno cultural que ha sido visto por muchos como un substituto de la religión. El mismo Jim Morrison alguna vez trazó una analogía entre el nacimiento del rock y las teorías de Nietzsche sobre el origen de la tragedia griega.
Éste es el mar sugiere que las fuerzas oscuras y arcaicas de un cosmos precristiano y preindustrial persisten, indómitas, en el siglo XXI bajo la forma de adoraciones desesperadas y multitudinarias ceremonias musicales.ß
ÉSTE ES EL MAR
Por Mariana Enriquez
Random House. 125 páginas, $ 229
F. F.
La galaxia canibal, de Cynthia Ozick
Personaje entre dos mundos
Publicada originalmente en 1983, La galaxia caníbal es la segunda novela de la estadounidense Cynthia Ozick (Nueva York, 1928), escritora cuya obra en los últimos años ha sido traducida sigilosamente al español, sin mediar ningún tipo de premio rimbombante ni boom editorial. Traducciones aparecidas bajo distintos sellos, que incluyen cuentos completos, ensayos reunidos (Metáfora y memoria) y las novelas Los cuadernos de Puttermesser, Los últimos testigos y Cuerpos extraños. Todos títulos publicados en la última década, a los que hay que sumar una nouvelle magistral, Virilidad, que funciona, tal vez, como la mejor puerta de entrada a su obra. Porque si bien Ozick se abocó con el mismo empeño a los tres géneros, lo cierto es que los guantes literarios que mejor le calzan son el relato largo y la prosa ensayística.
La galaxia caníbal es una novela vibrante de ideas y personajes, amarga e irregular, tan empática como despiadada, en la que se amalgaman cuestiones centrales de la obra de Ozick como la tensión entre Europa y Estados Unidos, sintetizadas en la figura del judío integrado en la Norteamérica protestante, entre ciencia y religión, tamizada por conceptos de la tradición judía como el mesianismo y acontecimientos históricos como la Shoá.
Joseph Brill es director de una escuela en el Medio Oeste estadounidense durante los años sesenta y setenta. Más que un director, Brill es un pedagogo que desarrolló un sistema educativo integral que combina formación laica con judía tradicional. Nacido en París en el seno de una familia judía, bajo la ocupación nazi, de un día para el otro las hermanas, el padre y la madre de Brill fueron deportados. Él se salvó de casualidad y, también de casualidad (o de milagro), terminó encontrando refugio en un convento, protegido por un grupo de monjas. En la oscuridad del sótano, aislado del horror circundante, sin mucho más que hacer para matar el tiempo, el pequeño Joseph no hizo otra cosa que leer.
Una vez terminada la guerra, luego de abandonar su ambición juvenil de convertirse en astrónomo y dedicarse a la investigación científica, Brill estudió en la Sorbona, cruzó el océano y se instaló en Estados Unidos, donde fundó la escuela que ahora dirige. Y si bien es mucho más que un maestro de escuela, en el presente de La galaxia caníbal aparece como un solterón algo mezquino y mañoso, empantanado en la medianía, enfrascado en luchas de poder minúsculas con los docentes y las madres de los alumnos, con un horizonte de expectativas cada vez más acotado.
Hasta que en su vida irrumpe Hester Lilt, madre de una alumna nueva del colegio. Lilt se dedica a la filosofía y posee una inteligencia analítica que encandila al director, que lo hace trastabillar, que lo pone en jaque. Una perplejidad que se multiplica al cuadrado por el hecho de que la hija de Lilt, Beulah, resulte una alumna sin demasiadas luces. La inteligencia de Lilt lo abisma y mortifica tanto como la aparente falta de atributos intelectuales de la niña.
Habiendo dejado de lado sus propias ambiciones ("usted se dio por vencido demasiado pronto", diagnostica, impiadosa, Lilt), ahora la gran obsesión de la vida de Brill es "atrapar con su mano una mente nueva, arcilla fresca, una inteligencia precoz para empezar de nuevo, para observarla y observarla". Con los alumnos del colegio esto puede volverse casi un juego, un pasatiempo, pero ¿qué pasaría si Brill tuviera un hijo? Es su gran fantasma respecto de la paternidad, que cobra cuerpo frente al espejo de Hester: ¿qué haría él en caso de tener un hijo que fuera un alumno del montón, no muy despierto?
Caníbales se llama a aquellas galaxias que, debido a la fuerza gravitacional que ejercen, terminan por devorar a otras galaxias más pequeñas. Echando mano a la metáfora astronómica, terminado el libro de Ozick cobra forma la impresión de que, tras haberse acercado demasiado a una de ellas, este director de escuela judío ha quedado desplazado, por el resto de sus días, del que hasta entonces había sido su centro de gravedad.
LA GALAXIA CANÍBAL
Por Cynthia Ozick
Mardulce. Trad.: E. Montequin. 270 págs., $ 260
M. C.
Lynch por Lynch, de David Lynch
El enigma sin fin de un cineasta singular
Cuando se encontraron, allá por 1962, François Truffaut y Alfred Hitchcock hicieron algo más que conversar largo y tendido sobre las películas del maestro de suspenso inglés. Al reunir sus diálogos en forma de libro impulsaron todo un género. Hay muchas formas de abordar por escrito el cine, pero a partir de entonces los volúmenes de entrevistas con un director son poco menos que insoslayables: no sólo resultan instructivos, sino también -y sobre todo- entretenidísimos.
Es el caso de Lynch por Lynch, que sigue aquel modelo con la lealtad debida a los clásicos. El encargado de abordar a David Lynch, director estadounidense tan personal como controvertido, se llama Chris Rodley, un entrevistador perspicaz. Se habla de la infancia, la juventud y la formación para luego desglosar, capítulo a capítulo, cada película del factótum de Twin Peaks. Lo biográfico se combina con el imaginario fílmico, lo anécdotico con lo técnico, el razonamiento atento con la digresión, esbozando, en el vaivén de pregunta y respuesta, un perfil escurridizo.
Cualquiera que haya visto sus perturbadoras y tortuosas películas, ya sea Terciopelo azul (1986) o Mulholland Drive (2001), seguramente se preguntará por el temperamento de Lynch. ¿Será un huraño de pocas palabras, un fetichista sinuoso? Nada de eso. Lynch se muestra en esencia como un tipo campechano, orgulloso de haber venido al mundo en la Montana profunda, aunque haya crecido, en realidad, al borde del nomadismo, siguiendo la estela de los trabajos científicos de su padre. Todavía parece sorprendido de haberse dedicado al cine cuando su primera vocación (que persiste) era la pintura. No tiene inconvenientes en discurrir sobre sus gustos cinéfilos (de Herzog a Jacques Tati) ni de contar cómo fue que tardó cinco años, con paciencia de becado pobretón, en redondear Eraserhead, un primer largometraje que fue haciendo su lenta fama en las funciones de medianoche.
Lynch no es esquivo, excepto cuándo se le pregunta por la interpretación de tal o cual escena oscura, que no sólo son legión, sino también la piedra basal de sus películas. Más de una vez asegura no saber por qué las cosas suceden como suceden: apenas "sentía" que debían estar donde están. Las revelaciones, en todo caso, brotan por la tangente: se entienden mejor las fuentes de inspiración de su cine cuando habla de la relación extrañada que cultiva desde siempre con el mundo, su fascinación por los elementos sonoros, el recuerdo sin nostalgia de los años cincuenta, su angustiosa relación con la palabra, el misterio de los Estados Unidos profundos, y un sinfín de subtemas. Todos esos hilos conducen a una certeza: que en la realidad se esconde, siguiendo la lógica del sueño, algo ominoso, incomprensible.
A ese autorretrato del artista como freak sociable que sigue sus impulsos, cuesten lo que cuesten, se agregan reflexiones sobre su cinematografía y su manera de encarar el oficio. Lynch no le teme a la frase ingenua pero certera, ya sea para definir una película ("Es como un sueño de extraños deseos envuelto en una historia de misterio", dice de Terciopelo azul) o una escena inquietante ("el cine siempre es voyerismo", afirma sobre el momento en que Jeffrey, en el mismo film, observa desde el interior de un armario, a Dorothy Vallens y el aterrador Frank Booth). Del mismo modo, desmenuza, sin arruinar su misterio, Corazón salvaje, Carretera perdida o la insólita -por lo directa- Una historia simple. Está lejos, por lo demás, de ser avaro con sus colaboradores: llueven elogios sobre Angelo Badalamenti (su compositor de cabecera) o al escritor Barry Gifford.
Lynch por Lynch tiene, más allá de su potencia, un desajuste temporal: publicado en inglés hace más de diez años, alcanza sólo hasta Mulholland Drive. No trata la posterior Inland Empire (2006) ni, por supuesto, la tercera temporada -hoy en curso- de Twin Peaks. A falta de ese vacío, figura un productivo capítulo sobre la serie que en 1989 revolucionó, no sin conflictos, la televisión. Cómo sobrevivió el vanguardista Lynch a ese medio ultraconservador es uno de los enigmas a los que el volumen compilado por Rodley da una respuesta ácida, pero tentativa. Sólo falta saber la continuación: ¿por qué decidió volver?
LYNCH POR LYNCH
Por David Lynch
El Cuenco de Plata. Trad.: Elena Arguedas González. 350 págs., $ 420
P. B. R.
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