martes, 13 de febrero de 2018

PENSAMIENTOS COMPLEJOS


Por favor, dejen de gritar


El bellísimo poema en prosa de Max Ehrmann, conocido popularmente como Desiderata ( Deseos, en latín), es tajante al respecto. En su tercer párrafo dice:
"Evita a las personas ruidosas y agresivas; son un fastidio para el espíritu."
Tal, la traducción más difundida. Pero Ehrmann usa el adjetivo vexatious. Diría más bien que "las personas ruidosas y agresivas son un tormento para el espíritu". Tomé esa línea como uno de mis lemas hace muchísimos años, cuando conocí los Desiderata, en la época en la que todavía se creía que habían sido compuestos en 1692. En realidad, el texto fue registrado por Ehrmann, escritor y abogado estadounidense, en 1927. Pero en 1956 el reverendo Frederick Kates, párroco de la iglesia de San Pablo en Baltimore, incluyó los Desiderata en una compilación para sus fieles. El compendio, como corresponde, daba testimonio del año de la fundación de la iglesia, 1692. De allí la confusión.
Esta obrita de Ehrmann es uno de los más certeros decálogos para la vida, e imagino que fue un solaz para muchos en los momentos de zozobra. Me incluyo.

“Camina plácidamente entre el ruido y la prisa, y recuerda que la paz puede hallarse en el silencio. Siempre que te sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones con los demás. Expresa tu verdad de una manera serena y clara, y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante, también ellos tienen su propia historia. Evita las personas ruidosas y agresivas, ya que son un fastidio para al espíritu. Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado ya que siempre habrá personas más grandes o más pequeñas que tú. Disfruta de tus éxitos, lo mismo que de tus planes. Mantén el interés en tu propia carrera, por humilde que sea, pues es un verdadero tesoro en el continuo cambiar de los tiempos. Maneja tus negocios con precaución, porque el mundo está lleno de trampas. Pero no permitas que eso te ciegue para ver la virtud que existe, mucha gente lucha por nobles ideales, y en todas partes la vida está llena de heroísmo. Sé tú mismo, especialmente no finjas el afecto. Tampoco seas cínico en el amor, pues en medio de todas las arideces y desengaños, el amor es tan perenne como la hierba. Escucha atentamente el consejo de los años, renunciando con elegancia a las cosas de la juventud. Cultiva la firmeza del espíritu para que te proteja en las adversidades repentinas, y no te confundas con las fantasías. Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad. Bajo una sana disciplina, sé justo contigo mismo. Tú eres una criatura del universo, no menos que los árboles y las estrellas. Tú tienes derecho a existir, y sea que te resulte claro o no, sin duda el universo marcha como debiera. Por lo tanto, mantente en paz con Dios, cualquiera que sea tu idea de él, y cualquiera que sean tus trabajos y aspiraciones. Mantén la paz en tu alma en la ruidosa confusión de la vida. Aún con todas sus farsas, penalidades y sus sueños rotos, el mundo es todavía hermoso. Sé cauto y esfuérzate por ser feliz”
Max Ehrmann, “Desiderata”, Desiderata of Happiness.
Pero siempre me llamó la atención la frase que cité arriba. En este texto compasivo y pacífico, resalta como una herida. Ehrmann no muestra nunca ni sombra de enfado, excepto cuando desprecia a los ruidosos, a los gritadores, a los agresivos.
Su irritación es hoy más actual que nunca. La agresión es el sino de los tiempos. Hemos perdido la razón. Hemos perdido el debate que se apoya en datos fidedignos, sin artimañas de mala fe, sin descalificación, sin falacias lógicas (hay docenas) y, sobre todo (por favor), sin gritos.
Hemos perdido la razón, y no nos parece grave. Aquí nos consolamos con la idea de que somos latinos, somos de gritar. Como somos argentinos, entonces somos así, sanguíneos, ¿viste? La serenidad, la meditación límpida, el escuchar y comprender, incluso cuando no estemos de acuerdo, eso no es para nosotros. Nosotros nos molemos a palos.
No vemos, y tal vez no queremos ver, que esta línea de pensamiento conduce al desastre, a una sociedad crispada en la que se asesina por un turno en la cola del supermercado.
No vemos, y tal vez no queremos ver, que nos estamos engañando con ese mito de que somos apasionados y vehementes. Ni lo uno ni lo otro arrastran a la violencia o al insulto. Ni lo uno ni lo otro nos convierten en salvajes. Se puede debatir con vehemencia, pero sin pegar alaridos. Sin mentir, o, lo que es peor, sin retorcer la verdad con el torniquete de la conveniencia.
No vemos, y tal vez no queremos ver, que el aullido desenfrenado solo tiene sentido en el momento del dolor más hondo o cuando llega ese golazo agónico en la final de una copa largamente anhelada. Gritar no valida ninguna afirmación.
Pero la sinrazón es hoy un mal universal. La viñeta en The New York Times muestra el escenario de un concurso televisivo de preguntas y respuestas. El epígrafe reza:
-Lo siento, Jeannie, tu respuesta fue correcta, pero Kevin gritó la suya, que es incorrecta, más fuerte que vos, así que se lleva los puntos.
Solemos decir, con flaca convicción, que solo grita el que no tiene razón. Pero es verdad. Hay una antigua historia que cuenta que un hombre iletrado podía adivinar, cuando debatían los doctores, quién estaba en lo cierto, incluso sin entender el idioma en el que hablaban.
-El que no grita, ese es el que tiene razón -respondía, cuando le preguntaban sobre su método.
Desde luego, todos nos enojamos mucho y por razones irrefutables alguna vez. Que somos humanos no lo quito. Pero que deberíamos luchar por ser menos bestiales, eso es igual de indispensable. Porque la violencia verbal también es violencia.
La segunda vez que Ehrmann se pone firme es al final, en la última frase de losDesiderata. "Esfuérzate por ser feliz", prescribe.
Que se sepa, nadie es feliz cuando se siente agredido.

A. T.

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