domingo, 12 de septiembre de 2021

CHÁCHARA Y ZARAZA


Esta vez el Presidente tiene toda la razón

Héctor M. Guyot


En esta campaña, la hojarasca que ha producido el ecosistema mediático en el que vivimos favoreció lo anecdótico y relegó lo importante. Por la dinámica con la que consumimos información, quedamos envueltos en una lógica propia del marketing más obtuso, que premia el efecto por encima del contenido mientras la inquietud por el sentido se eclipsa hasta dejar de ser una necesidad. Así, nos entregamos a los estímulos epidérmicos que reproducen tanto los medios como las redes y vamos resignando insensiblemente la capacidad crítica. Buen negocio para los políticos que consideran que la mentira y la verdad son herramientas reversibles. Hacen uso de ellas a discreción y sin escrúpulos, pues todo vale para alcanzar el objetivo.
En este presente de discursos cada vez más degradados, no es raro que el país haya sido protagonista y testigo de una de las campañas más pobres de las que se tenga memoria. Se le suele adjudicar la responsabilidad a los dirigentes políticos. Sin ánimo de exonerarlos, creo que los medios también deberíamos asumir la parte que nos toca. Hay poca paciencia para las ideas, cuando las hay. Y menos todavía si exigen dos o tres minutos de desarrollo. En la pelea por el rating, rinde más –para todos– la alusión al “garche” de una candidata oficialista que cualquier propuesta más o menos sofisticada para empezar a sacar al país de pantano en el que se hunde. Nos divertimos, como quiere la candidata, pero así nos va.
En estas legislativas, lo anecdótico adoptó formas impensadas. Desde candidatas que confían más en sus ostensibles atributos físicos que en sus eventuales propuestas hasta videos supuestamente populares que delatan la mano artificiosa de los expertos en comunicación.
 Me cuesta creer que productos tan faltos de autenticidad, tan berretas y tribuneros, puedan reportar algún rédito a los candidatos en cuestión. Son intentos fallidos de acercarse a la sociedad, atajos que ponen de manifiesto lo alejados que en verdad están de ella y hasta una falta de respeto a la inteligencia de la gente. Un síntoma menor pero elocuente de esta cercanía fake es la tendencia generalizada de los candidatos a presentarse, en las piezas de campaña y en la comunicación con la prensa, con el nombre de pila o el apodo. No deja de ser otra forma de engaño que banaliza la vida pública. “¡Yo no soy ni quiero ser tu amigo! Mucho menos tu admirador. Si buscás mi voto, dame alguna propuesta honesta a cambio”, podría decir el ciudadano.
Creo que menospreciar al electorado puede tener sus costos. Al mismo tiempo, soy consciente de que puedo estar equivocado. La hipocresía ya no produce los efectos de antes. En la Babel de la vida online, los hechos son materia maleable y la capacidad de razonar de modo autónomo, siempre trabajosa y escasa, está amenazada tanto por el ruido constante como por el poder de manipulación que proveen los algoritmos. La profusión indiscriminada de datos también conspira contra el sentido. No es casual que la degradación de las democracias sea hoy un fenómeno global, muy ligado a cambios culturales todavía no digeridos que llegaron con la revolución digital.
"Se repite que la grieta es el negocio compartido de extremos enfrentados. Una sociedad está perdida si pierde la capacidad de eslabonar causas y consecuencias"
Este escenario es propicio para polarizar. Desde que el mundo es mundo, el líder autocrático busca dividir. Siempre habrá políticos alienados en su ambición. Pero una sociedad está perdida si pierde la capacidad de eslabonar causas y consecuencias. Todavía se repite que la grieta es el negocio compartido de extremos enfrentados. Eso es desconocer que el odio se inoculó de arriba hacia abajo cuando una facción, desde el gobierno, demonizó a los supuestos “enemigos” del “proyecto nacional y popular” a fin de neutralizarlos para imponer una voz única. La grieta, en esencia, no es otra cosa que el simulacro de lucha que esa facción adoptó como máscara para acabar con la alternancia. La grieta es la llave del vamos por todo.
Así como el diálogo y el debate ya no son lo que era, lo mismo el voto. Con el agravante, en la Argentina, de que no hacen falta fake news de la Web para hackear al votante. Aquí esa práctica lleva décadas. El asistencialismo programado y clientelista que mantiene cautivos a millones de argentinos les arrebata su posibilidad de salir de pobres y de votar con libertad.
Sin embargo, contra todo, el voto sigue siendo el instrumento mediante el cual la ciudadanía puede expresar su voluntad.
 Entonces, para separar la hojarasca de lo importante, vale remitirse a lo dicho por el Presidente en el cierre de campaña del oficialismo: es verdad que en estas elecciones se enfrentan dos modelos de país. Dos modelos que se excluyen entre sí. La razón es sencilla: uno de ellos pretende acabar con las reglas de juego. De allí la trascendencia de estas elecciones legislativas. La Argentina podría profundizar mediante el voto el declive en el que parece empeñada, hasta volverse irreconocible. También, darse la oportunidad de empezar a remontar una cuesta larga y escarpada. Con todas las limitaciones y deficiencias, y esperemos que por mucho tiempo, el poder todavía está en el voto.

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