De Córdoba a Ferrari
Viajó a Italia para cumplir un sueño: diseñar autos deportivos
L. R.
Siempre le fascinaron los autos. Apenas hablaba unas pocas palabras, y ya sabía decir el nombre de todas las marcas y distinguirlas. Dulce Galeote tuvo muy claro desde pequeña cuál era su vocación. Ni bien cumplió los
13 años, mientras jugaba con unos cochecitos de juguete en su casa de Córdoba, les contó sus planes a sus padres.

“A los 18 me voy a ir a Italia a estudiar diseño de autos”, les anunció. Poco sorprendido por lo que acababa de escuchar de su única hija, su papá, que se dedicaba a la compra y venta de autos usados, le dijo: “¿Por qué no ahora?” Buscaron por Internet escuelas técnicas especializadas en mecánica de autos y navegando por la web dieron con el Instituto Di Instruzione Secondaria Superiore Alfredino “Dino” Ferrari en Maranello, una secundaria pública y gratuita fundada por Enzo Ferrari para capacitar a sus empleados, que lleva el nombre de su hijo.
Dulce acababa de terminar en Córdoba el primer año del secundario y la familia a pleno empezó la aventura: poner la casa de Villa Carlos Paz y sus muebles en venta, empezar los trámites para sacar la ciudadanía a partir del abuelo siciliano de su papá (que terminaron en Roma), y tomar clases particulares e intensivas de italiano. “En marzo tenía que empezar segundo año en la secundaria Cristo Obrero pero directamente no me anoté. Usé ese tiempo para estudiar italiano, todos los días, unas 4 o 5 horas. Lo hice hasta el día anterior a venirme. El 15 de septiembre de 2015 tenía que estar sí o sí en Italia empezando el colegio porque si no perdía el año. Al principio de ese mes no teníamos ni siquiera los pasajes de avión porque la casa no se había vendido. Hasta que apareció una compradora una semana antes de la fecha. Conocía mi historia y me dijo ‘voy a ayudarte a cumplir tu sueño’”, recuerda Dulce, con un inconfundible acento italiano.
Ni bien los Galeote aterrizaron en Roma con sus nueve valijas, terminaron de hacer el papelerío y tres días después partieron hacia Maranello, a unas 4 horas en auto al norte de la capital, donde Dulce debía empezar la escuela. “En Italia la educación no es como en Argentina. Son 5 años de primaria, tres de escuela de grado medio y cinco de escuela superior que es como la secundaria de allá. Por edad, entré en el último año de esos tres intermedios. Y un año después recién empecé en el Instituto Ferrari. Vinimos a ciegas, no teníamos ni dónde quedarnos. Pero por suerte nos encontramos con argentinos que nos ayudaron y una señora nos alquiló un departamento sin que mis padres tuvieran un contrato de trabajo y pudimos instalarnos.”
Al poco tiempo de llegar, la mamá, que en Argentina era peluquera y comerciaba ropa, consiguió trabajo en una empresa de limpieza. “Ahora es empleada en casas particulares. Mi papá trabajó un tiempo en una empresa que iba a limpiar a la fábrica Ferrari, pero renunció y después trabajó como repartidor de pizza hasta que hace 4 años se fue a España. Ahí probó volver a la compra y venta de autos pero en Europa no es como en Argentina. Los usados se desvalorizan mucho y no se hace tanta diferencia. En este momento trabaja de chofer y también hace trabajos de limpieza en Valencia. Como ya terminé el colegio, mi mamá se va a instalar allá con él”.
El primer año de la escuela intermedia fue duro para ella. Si bien Dulce entendía bien el italiano, le costaba la parte gramatical y estaba muy cansada por el esfuerzo extra de hacer el colegio en un idioma que no era el suyo. Sin embargo, cada vez que aparecía una dificultad, ella se enfocaba en su gran objetivo. “Me motivaba entrar al colegio Ferrari. Hasta que me recibí en junio de este año, era la única latina y una de las pocas mujeres que cursaban ahí: en mi primer año éramos apenas 7 de 700 alumnos. Ya en el último tramo de mi cursada éramos 15 chicas en todo el colegio”, cuenta Dulce, que dice que conoció varios países del mundo gracias al instituto. “Si ellos ven interés, te facilitan todo, incluso te ayudan económicamente con los viajes. Fui a Polonia, a Alemania y a Australia donde representé a la escuela en una carrera de autos solares. Con ese mismo equipo estoy viajando a Bélgica esta semana para otra competencia. Conocí un montón de lugares gracias al instituto”, detalla. También, gracias a la escuela, consiguió su primer trabajo: allí será maestra integradora de los alumnos con discapacidad.
Dulce acababa de terminar en Córdoba el primer año del secundario y la familia a pleno empezó la aventura: poner la casa de Villa Carlos Paz y sus muebles en venta, empezar los trámites para sacar la ciudadanía a partir del abuelo siciliano de su papá (que terminaron en Roma), y tomar clases particulares e intensivas de italiano. “En marzo tenía que empezar segundo año en la secundaria Cristo Obrero pero directamente no me anoté. Usé ese tiempo para estudiar italiano, todos los días, unas 4 o 5 horas. Lo hice hasta el día anterior a venirme. El 15 de septiembre de 2015 tenía que estar sí o sí en Italia empezando el colegio porque si no perdía el año. Al principio de ese mes no teníamos ni siquiera los pasajes de avión porque la casa no se había vendido. Hasta que apareció una compradora una semana antes de la fecha. Conocía mi historia y me dijo ‘voy a ayudarte a cumplir tu sueño’”, recuerda Dulce, con un inconfundible acento italiano.
Ni bien los Galeote aterrizaron en Roma con sus nueve valijas, terminaron de hacer el papelerío y tres días después partieron hacia Maranello, a unas 4 horas en auto al norte de la capital, donde Dulce debía empezar la escuela. “En Italia la educación no es como en Argentina. Son 5 años de primaria, tres de escuela de grado medio y cinco de escuela superior que es como la secundaria de allá. Por edad, entré en el último año de esos tres intermedios. Y un año después recién empecé en el Instituto Ferrari. Vinimos a ciegas, no teníamos ni dónde quedarnos. Pero por suerte nos encontramos con argentinos que nos ayudaron y una señora nos alquiló un departamento sin que mis padres tuvieran un contrato de trabajo y pudimos instalarnos.”
Al poco tiempo de llegar, la mamá, que en Argentina era peluquera y comerciaba ropa, consiguió trabajo en una empresa de limpieza. “Ahora es empleada en casas particulares. Mi papá trabajó un tiempo en una empresa que iba a limpiar a la fábrica Ferrari, pero renunció y después trabajó como repartidor de pizza hasta que hace 4 años se fue a España. Ahí probó volver a la compra y venta de autos pero en Europa no es como en Argentina. Los usados se desvalorizan mucho y no se hace tanta diferencia. En este momento trabaja de chofer y también hace trabajos de limpieza en Valencia. Como ya terminé el colegio, mi mamá se va a instalar allá con él”.
El primer año de la escuela intermedia fue duro para ella. Si bien Dulce entendía bien el italiano, le costaba la parte gramatical y estaba muy cansada por el esfuerzo extra de hacer el colegio en un idioma que no era el suyo. Sin embargo, cada vez que aparecía una dificultad, ella se enfocaba en su gran objetivo. “Me motivaba entrar al colegio Ferrari. Hasta que me recibí en junio de este año, era la única latina y una de las pocas mujeres que cursaban ahí: en mi primer año éramos apenas 7 de 700 alumnos. Ya en el último tramo de mi cursada éramos 15 chicas en todo el colegio”, cuenta Dulce, que dice que conoció varios países del mundo gracias al instituto. “Si ellos ven interés, te facilitan todo, incluso te ayudan económicamente con los viajes. Fui a Polonia, a Alemania y a Australia donde representé a la escuela en una carrera de autos solares. Con ese mismo equipo estoy viajando a Bélgica esta semana para otra competencia. Conocí un montón de lugares gracias al instituto”, detalla. También, gracias a la escuela, consiguió su primer trabajo: allí será maestra integradora de los alumnos con discapacidad.

Como el colegio está orientado a una educación práctica que aporte una salida laboral, Dulce ya tuvo experiencias en talleres mecánicos, aunque la pandemia le impidió cumplir otro de sus grandes sueños que era hacer una pasantía en Ferrari: “Iba a tenerla en 4to año y no pude por el tema sanitario. Pero no pierdo la esperanza de llegar a trabajar ahí y diseñar la próxima Ferrari –visualiza–. Sí hice pasantías en talleres mecánicos donde hacían reparación y restauración de autos de carrera para ganar experiencia. Me encanta ensuciarme las manos para arreglar un coche, amo el olor que hay en los talleres, pero lo que más me gusta es diseñar. Desde muy chica dibujo autos”, cuenta y dice que le cuesta explicar con palabras lo que sintió la primera vez que se subió a una Ferrari: “Con mi familia alquilamos una. Acá se rentan para los turistas a unos 180 euros los 15 minutos, pero nosotros pagamos menos porque peleamos el precio –recuerda–. La manejó mi papá, lamentablemente yo no pude hacerlo porque aunque tengo el registro no te permiten conducir autos de más de determinada potencia si sos principiante. Pero subirme fue felicidad pura, algo indescriptible, realmente se me hizo un nudo en la panza”, confiesa y agrega que sintió algo parecido cuando se encontró cara a cara con Horacio Pagani, su referente, y pudo charlar con él.
“Sueños tengo muchos, el más grande sin dudas es crear mi propio coche, mi propia marca de automóviles como hizo Pagani y ponerle mi apellido a mi propio auto deportivo –admite–. Pero en el mientras tanto me gustaría trabajar en alguna de las grandes empresas automotrices, aportar lo que sé y crecer ahí dentro hasta que pueda independizarme y empezar mi camino”, dice Dulce, que sabe, por experiencia propia, que los sueños están para cumplirse.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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