viernes, 1 de abril de 2022

PROTEGE A UCRANIA....QUERIDO Y TODOPODEROSO SEÑOR


En alerta máxima, la legendaria Odessa siembra con minas sus idílicas playas
Para evitar una invasión desde el mar, los antiguos balnearios costeros están repletos de armamentos y barricadas, mientras los vecinos de la ciudad resisten el avance de las tropas rusas
Elisabetta Piqué En el acceso a una de las playas de Odessa, sembrada con minas antipersonales, un cartel advierte sobre el peligro
ODESSA.– Es una playa de arena blanca de ensueño, de esas que en pleno verano son tomadas por asalto por los amantes del sol y el mar. Pero ahora, en el día 34 de una guerra que cambió dramáticamente la vida de los ucranianos y, también, de los habitantes del resto del mundo, que asimismo pagan las consecuencias de una locura, este paraíso se ha transformado en un infierno.
Allí, justo en lo que era una bajada hacia una playa espectacular, ahora hay un cartel tétrico, rojo, con una calavera, que advierte: “cuidado, minas”, y es uno de los frentes de la guerra en Odessa.
Se oye el ruido del viento, que sopla fuerte, y de las olas que rompen sobre la costa. Aunque el mar luce más azul que nunca pese a llamarse mar Negro, todo el mundo sabe que este paisaje idílico ahora esconde muerte, violencia. Detrás de la línea del horizonte hay naves de guerra rusas que desde que comenzó la invasión de Ucrania ordenada por Vladimir Putin disparan misiles.
La gente que vive aquí ha tenido que irse, y toda esta zona de la región de Odessa –que las autoridades militares piden no mencionar con su nombre geográfico por motivos de seguridad– ahora ya no es un distrito turístico, de paseo en medio de la naturaleza, como solía ser. Es una zona militar, de combate, a la que los periodistas solo pueden acceder mostrando una acreditación especial otorgada por el Ministerio de Defensa que indica claramente que “las Fuerzas Armadas ucranianas no son responsables de la vida y salud” de su titular.
Controles
En los varios check-points que deben cruzarse para llegar a este lugar que queda a una hora de Odessa, los militares controlan el pasaporte y la acreditación, a la que, en varias oportunidades, le sacan una foto con el celular. Tienen que saber exactamente quién entra allí. “Tengan cuidado”, advierten también los uniformados, armados hasta los dientes, que recuerdan que no se pueden filmar ni caras de los combatientes, ni las barricadas, ni edificios, rutas, cuarteles, destacamentos, que puedan ser luego identificados como un objetivo militar por el enemigo ruso.
En el camino se ven pueblitos que ostentan hoteles para todos los bolsillos con pileta, cabañas de madera para alquilar, restaurantes y bares que en tiempos normales suelen ser imán de los vecinos de Odessa en el fin de semana y de turistas en verano. Pueblitos costeros con faros, que ahora se han vuelto pueblos fantasma. Uno de los hoteles, en efecto, fue víctima de uno de los primeros bombardeos rusos, el 24 de marzo. En una rotonda llama la atención una estatua con tres delfines, tradicional cetáceo del mar Negro. Aunque lo más extraordinario es atravesar esa lengua de tierra que separa el mar de un lado y del otro, el estuario del río Dniester, que nace en los Cárpatos y desemboca en el mar Negro tras atravesar por más de 1000 kilómetros la vecina Moldavia.
La ruta, donde pueden verse señales de carretera envueltas en plásticos y cartones para que el invasor quede desorientado, está plagada de carteles con mensajes escritos en ruso dirigidos al enemigo al acecho desde hace 34 larguísimos y dramáticos días. “¡Soldados rusos, deténganse! ¡Váyanse sin sangre en sus manos! En lugar de flores, les esperan misiles. ¡Putin, todo el mundo está con Ucrania!”, advierten.
Para defenderse de los rusos, que al margen de disparar a diario desde sus naves o desde sus bases en Crimea contra la región de Odessa podrían desembarcar en una temida operación anfibia, las Fuerzas Armadas ucranianas no solo llenaron de minas antipersonales kilómetros de playas, sino también los sembradíos que hay a pocos kilómetros del mar.
Allí, en medio de terrenos arados, de repente saltan a la vista pequeños carteles rojos que advierten “cuidado, minas”. ¿Cómo podrá volver a la normalidad esta zona campestre, donde también hay famosos viñedos, se ven enormes silos de ese granero de Europa que siempre ha sido este país –ahora paralizados–, grúas sobre el puerto, un gran puente, molinos de viento para generar energía eólica?
Hay algunas vacas pastoreando a lo lejos en los campos verdes, donde, como para completar el escenario de guerra, también se destacan unas trincheras. Sí, trincheras en pleno campo en el siglo XXi. Parecen frescas, recién cavadas en el suelo color marrón oscuro, porque la tierra no está seca. Algunas trincheras cuentan con esas redes de camuflaje que suelen realizar, en toda Ucrania los cientos de miles de mujeres y hombres de todas las edades que se han sumado a la resistencia, trabajando como voluntarios en lo que haga falta.
En lo que parece una gesta histórica, que ha unido como nunca al país, que, sabiéndose David, está determinado en combatir hasta la muerte contra el gigante Goliat, también en Odessa, legendaria ciudad cosmopolita portuaria, hoy militarizada, asustada y semivacía, hay miles de voluntarios.
Campo de entrenamiento
En un edificio antiguo que nos piden no identificar, en cuyo patio se entrenan militares que forman parte de las Fuerzas Territoriales de Defensa, hay civiles que cocinan para los soldados, preparan redes de camuflaje, recolectan medicamentos para enviar al frente, realizan tareas de limpieza.
Entre ellos está Natalia, estudiante de Filosofía de 25 años que, en diálogo dice que espera que las conversaciones de paz, por primera vez “cara a cara”, que tuvieron lugar en Turquía entre rusos y ucranianos, puedan detener la guerra. Cuando le pregunto si estaría dispuesta a ceder Crimea y la región del Donbass –ya controladas por Rusia–, Natalia contesta que ella no es una política, que no es el presidente, Volodimir Zelensky, que no le toca a ella decidir. “La verdad es que no solo depende del lado ucraniano que haya un acuerdo, sino que también depende del lado ruso, de lo que ellos digan”. ¿Teme que Odessa pueda ser tomada por los rusos? “Ya no tengo miedo. Por supuesto no quiero que los rusos nos invadan, y si llegan a hacerlo, me iré y no volveré a Odessa. Pero espero que siga siendo de Ucrania y que todo vaya bien”, contesta.
En el patio del viejo edificio, por supuesto rodeado de bolsas de arena, barricadas, cubiertas, como todo lo que hay en Odessa, solo podemos entrevistar a los soldados de las Fuerzas de Defensa Territoriales locales, que ocultan su rostro con un pasamontañas negro, después de largas conversaciones con sus superiores, muy reacios al principio. En la chaqueta camuflada del uniforme de los combatientes puede verse un escudo con un ancla, símbolo de esta ciudad portuaria.
Bogodan, un joven de 21 años de ojos celestes, cuenta que antes de que comenzara la guerra trabajaba como obrero de la construcción. Dice que ya sabía manejar armas, así que no tuvo que tener curso de instrucción, que aún no fue enviado al frente y que no tiene miedo. Muestra una alianza en el dedo anular derecho y cuenta, orgulloso, que se casó con su novia, María, el 25 de marzo pasado, cuando la maldita guerra de Putin cumplió un mes y un día. Muestra un video en su celular donde se lo ve con el uniforme militar, arrodillado, entregándole un enorme ramo de tulipanes a su flamante esposa.
¿Qué piensa que va a pasar con Odessa Bogodan? “Será siempre Ucrania, venceremos”....AMÉN

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