martes, 3 de mayo de 2022

UNA INCREÍBLE HISTORIA DE UN HOMBRE Y SU CEREBRO


El increíble cerebro del hombre que habla 24 idiomas
Vaughn Smith lee y escribe con fluidez en ocho alfabetos, y puede conversar en muchas más lenguas
Jessica Contrera THE WASHINGTON POST Traducción de Jaime ArrambideVaughn Smith

WASHINGTON.– El limpiador de alfombras carga su pesada máquina por la escalera, desenreda las mangueras y promete descartar el agua sucia en el baño que le habilitaron para eso. Es un día como cualquier otro de fregar alfombras por menos de 20 dólares la hora. “Cuéntenme de esta mancha”, les dice Vaughn Smith, de 46 años, a sus clientes del día. “Es la marca de Schroeder, que se rasca la panza ahí”, le contesta uno de los dueños de casa.
Vaughn sabe exactamente qué hacer, y la pareja, Courtney Atamm y Kelly Widelska, le tiene toda la confianza del mundo. Hace años que lo contratan y lo vieron sacar las manchas más rebeldes. Pero este año, cuando Vaughn los llamó para confirmar la visita de enero, les explicó con toda tranquilidad que había algo de él que nunca les había contado: una periodista estaba escribiendo una nota sobre él. Si no les molestaba, ¿podía llevarla cuando fuese a limpiarles la alfombra?
Ahora, cuando lo escuchan hablar de la porosidad de la lana y de la diferencia entre el impermeabilizante de tapizados y el protector de telas en aerosol, no pueden evitar mirar a Vaughn con otros ojos. “¿Cómo es entonces? ¿Cuántos idiomas hablás?”, lo interrogan. “Con fluidez, ocho. Inglés, español, búlgaro, checo, portugués, rumano, ruso y eslovaco. Pero si consideramos distintos grados de fluidez, hablo más de 25…”, explica él.
Según su propio conteo, en realidad habla más de 37 idiomas, 24 de los cuales los maneja lo suficientemente bien como para mantener conversaciones largas. Vaughn sabe leer y escribir en ocho alfabetos. Puede contar lo que sea en italiano, finés y lenguaje de señas. Está estudiando por su cuenta los idiomas indígenas, desde el náhuatl mexicano hasta el salish de Montana. Y su perfecta pronunciación en holandés y catalán deja pasmados a holandeses y catalanes.
Los hiperpolíglotas son esas personas que, según la definición de los expertos, pueden hablar más de 11 idiomas. Cuanto más alto es el número, más infrecuente el caso.
Al principio, Vaughn pensaba que existían dos idiomas: el inglés que hablaba su papá y el español de su mamá. Ya de chico le gustaba visitar a su familia en Orizaba, México, porque le gustaba el sonido del español en su boca. Criado en Maryland, trataba de no hablar en español; ya era de piel más oscura que los otros chicos y no quería sentirse más diferente todavía. El español fue su primer secreto.
Pero una vez llegaron de Bélgica unos primos lejanos de su padre y usaban palabras diferentes, que Vaughn nunca había escuchado. No entender le causaba mucha frustración. “Yo quería tener ese poder, esa capacidad”, recuerda. Y desde ese día se quedó fascinado con cada idioma nuevo que descubría: los discos en francés de su madre, un diccionario de alemán que encontró en uno de los trabajos de mantenimiento de su padre, un chico de la Unión Soviética que se incorporó a su clase en la secundaria. Para entonces, uno de los lugares favoritos de Vaughn era la biblioteca, y ahí fue donde pidió consultar un libro para principiantes de idioma ruso.
Para sus padres y maestros, Vaughn era más bien una decepción. Cuando le tocaba leer en voz alta, arrancaba en la oración equivocada, los docentes se quejaban de que no prestaba atención y sus padres no sabían qué hacer con él. “Siento que no supe guiarlo para que le fuera mejor”, dice hoy su madre, Sandra Vargas.
Pero la mujer tenía poco más de 20 años, se estaba divorciando del padre de sus hijos, y criaba a Vaughn y a su hermano en un país completamente nuevo. Cuando advirtió que su hijo no se vinculaba con otros niños como debería lo llevó a un psicólogo, que simplemente le dijo que él era “muy, muy inteligente”.
Escuela secundaria
A los 14, Vaughn había ido a vivir con su padre en un apartamento en el sótano de Tenleytown, no lejos del barrio de las embajadas de Washington. Ahí ya no tenía miedo de verse diferente de sus compañeros, porque el alumnado de la Escuela Secundaria Wilson incluía niños de todo el mundo que hablaban otros idiomas.
Había un grupo de estudiantes brasileños, así que empezó a aprender portugués. Se hizo amigo de dos rumanos, que le escribían listas de frases en su idioma y observaban cómo Vaughn las memorizaba. También había una tímida niña de Etiopía y le pidió que le enseñara amárico.
Los fines de semana se iba en ómnibus hasta la Biblioteca Conmemorativa Martin Luther King Jr., que según había descubierto contaba con la mejor selección de libros de idiomas de la ciudad. Cuando regresaba a la escuela, tenía aún más que decir y entendía cada vez más.
A los 17, su madre lo llevó de vuelta a Maryland, donde Vaughn se anotó en el curso de nivel más alto de ruso que había en su nueva escuela. Terminó la secundaria y hasta ahí llegó. Un consejero lo animó a anotarse en un terciario de formación para asistentes médicos, pero no pasó el examen de ingreso.
“Dije ‘listo’, y abandoné”, recuerda Vaughn. Así comenzó una adultez marcada por trabajos que iban y venían. Fue pintor, portero, tiracables de una banda de punk rock y repartidor de kombucha. Los días que no tiene alfombras para limpiar, ayuda a un amigo a teñir las ventanas del edificio de oficinas. Una vez fue el paseador de perros de la coleccionista de arte checa Meda Mládková, viuda de uno de los directores del Fondo Monetario Internacional. La mujer luego lo contrató como cuidador de su casa en Georgetown, y eso fue lo más cerca que estuvo de tener una carrera en la que poder utilizar los idiomas.
Aunque es común escuchar palabras como “fluido” o “conversacional”, no existen definiciones universalmente aceptadas de los niveles de conocimiento de un idioma. Las pruebas de competencia desarrolladas por gobiernos o instituciones académicas suelen poner el foco en las habilidades necesarias para expresarse en contextos formales, y no en el lenguaje casual, emocional, necesarios para comprender verdaderamente otra cultura.
Michael Erard, quien para su libro Babel No More encuestó a más de 400 personas que afirman hablar al menos seis idiomas, sostiene que es más fácil creer en las habilidades lingüísticas de una persona cuando no intenta monetizarlas.
Durante la realización de esta nota hubo entrevistas a diez personas que habían visto a Vaughn entablando conversaciones en 17 de los idiomas que maneja. Con Richard Simcott, organizador de una conferencia internacional para políglotas, en el transcurso de la conversación contó historias en galés, búlgaro, serbio y varios más.
Para Vaughn, cada idioma que habla es en realidad una historia sobre la persona que se lo hizo descubrir. Aprendió el lenguaje de señas estadounidense de los estudiantes de la Universidad de Gallaudet en un club llamado Tracks, que tenía una pista de baile donde los no videntes “leían” las vibraciones de la música.
Aprendió algo de japonés del personal de un restaurante donde se ofreció como voluntario para limpiar la pecera.
Y cuando a su sobrina le gustó la forma en que sonaba la palabra pollo en salish, comenzaron a estudiarlo juntos; se hicieron amigos de las autoridades de la escuela de la reserva india de Flathead y fueron dos veces en auto hasta Arlee, en Montana.
Investigación
En los años que Vaughn pasó acumulando idiomas, la neurocientífica rusa Evelina Fedorenko estaba en Estados Unidos en una de las universidades más renombradas del mundo, estudiando a personas como él. Gran parte de la investigación sobre cómo nuestros cerebros procesan el lenguaje se centra en personas con trastornos del desarrollo o accidentes cerebrovasculares que afectaron su capacidad de habla.
Uno de los objetivos de Fedorenko fue tratar de descubrir el secreto del otro extremo del espectro: ¿qué distingue a las personas con habilidades lingüísticas avanzadas, como los hiperpolíglotas?
Consultada para esta nota, Fedorenko invitó a la autora y a Vaughn a ir a Boston para ser sometidos a una resonancia magnética del cerebro. Saima Malik-Moraleda, una de las estudiantes de doctorado y también políglota, le muestra a Vaughn la máquina que ayudará a responder, con imágenes de resonancia magnética funcional, si sus cerebros son diferentes de los cerebros monolingües.
Durante dos horas, realiza una serie de pruebas, lee palabras en inglés, observa cómo se mueven las imágenes azules y escucha idiomas, algunos que conoce y otros que no. Mientras tanto, la máquina zumba y dispara, tomando imágenes tridimensionales del cerebro de Vaughn cada dos segundos.
Cada imagen divide todo su cerebro en cubos de dos centímetros y monitorea la cantidad de oxígeno en la sangre en cada uno. Cada vez que se activan las áreas de procesamiento del lenguaje, esas células usan oxígeno y la sangre fluye para reponerlas. Al observar dónde ocurren esos cambios, se puede identificar qué partes del cerebro de Vaughn se usan para el lenguaje.
En la pantalla que mira Malik Moraleda son todos tonos de un gris inmutable. El escaneo cerebral de la periodista se ve igual. Pero después de una semana, esas imágenes fueron analizadas para producir dos coloridos mapas de ambos cerebros. La resonancia mostró que las partes del cerebro de Vaughn utilizadas para comprender el lenguaje son mucho más pequeñas y tranquilas que las de la autora de esta nota.
“Cuando habla en su lengua materna, Vaughn necesita el envío de menos oxígeno a las regiones de su cerebro que procesan el lenguaje”, explica Malik-Moraleda. “Usa tanto el lenguaje que se volvió sumamente eficiente en el uso de esas áreas de producción del lenguaje”, agrega.
Es posible que Vaughn naciera con sus áreas de lenguaje más pequeñas y también más eficientes. Es posible que su cerebro comenzara como el de cualquiera, pero como él aprendió tantos idiomas mientras su cerebro todavía estaba en etapa de desarrollo, esa dedicación modificó su anatomía. O podrían ser ambas cosas. No hay forma de saberlo con certeza.
Vaughn se queda pensando en los neurocientíficos de Harvard y MIT que se pasaron el día haciéndole preguntas. “Es muy gratificante. Ahora conozco mi valor como persona”, dice. Y entonces saca su teléfono y abre la aplicación Duolingo: está en una racha de 330 días seguidos de práctica del galés y no está dispuesto a interrumpirla.

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