Abren al público la biblioteca personal de Juan Filloy con cuatro mil libros
El autor cordobés tenía cerca de 18.000 ejemplares, anotados y con dibujos; gran parte ya está disponible para consultar
Gabriela Origlia Gza. Camila de Olmos
Los muebles de Filloy, cuando era juez, están ahora en la biblioteca
CÓRDOBA.– “¡Si todo es así! Hasta aquí es el relato más fofo desabrido estúpido que conozca”, dice –de forma manuscrita– en la página 88 de El Proceso, de Franz Kafka. En la 225, el lector ratifica su opinión: “Esto es insoportable, aletargantemente estúpido. Soso a la N potencia. Sigo leyendo solo como constatación de mi paciencia y del alcance de mi voluntad”. Las anotaciones de un lector avezado, el escritor cordobés Juan Filloy. A este libro, junto a otros cuatro mil, se puede acceder ahora en una visita a su biblioteca personal en el Centro Cultural Trapalanda en Río Cuarto, donde vivió muchos años.
La donación la hizo en vida Filloy antes de mudarse, a fines de los años 80, a la ciudad de Córdoba, pero recién ahora se abrió al público. La biblioteca está ambientada con los muebles que pertenecieron al escritor en sus años de juez.
“Siempre debió haber estado al alcance de la gente –dice a la nacion Juan Capdevila, nieto del escritor–. Ha quedado muy bien; cuenta con una bibliotecaria que es una conocedora. Es el destino que siempre debió tener porque un libro cerrado no sirve. Muchos tienen sus anotaciones, sus dibujos y eso permite, de alguna manera, el acceso a su cabeza. Es lo que escriben las personas en un momento de intimidad absoluta, cuando leen. Mi abuelo era un gran lector, su biblioteca es una muestra de eso; no acumulaba por acumular”.
El escritor calculaba que tenía unos 18 mil. Al trasladarse a la ciudad de Córdoba, él se quedó con una parte; su familia eligió otra; el material histórico lo donó al Archivo de Río Cuarto; la sección de poesía, a la delegación riocuartense de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE); y el resto al Museo de Bellas Artes local, que él mismo fundó y que comparte edificio con el centro Trapalanda. Candelaria de Olmos, estudiosa de Filloy, describe que la biblioteca abierta al público es ecléctica, “muestra la diversidad de intereses” que tenía. Ella colaboró en la clasificación de la documentación donada al Archivo Histórico, donde hay cientos de cartas.
Capdevila –cuya familia vivía en el mismo edificio de Filloy en la ciudad de Córdoba– rememora que cuando su abuelo “andaba por los 90 salía a la mañana a tomar un café, caminaba y se pasaba el día leyendo”. Menciona que “comentaba poco” lo que estaba leyendo y que, hacia el final, “era más selectivo”. Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, es el libro que siempre tenía en su escritorio.
Hace unos años, De Olmos tuvo la oportunidad de ver el inventario de los libros que integran la biblioteca. Comprobó que no solo tenía narrativa. Hay títulos de arte, arquitectura, psicología, derecho, economía, filosofía, moral, turismo. Le generaron curiosidad los ejemplares de medicina y psicología, muchos de ellos en francés. “A juzgar por los años que vivió, hay uno que todos deberíamos leer -dice-: La longevidad. Y otro de Psicología que tal vez debió consultar [el personaje] Optimus Oloop, La castidad perversa”. El escritor murió en el 2000, a los 105 años.
Hay algunos escritores argentinos del siglo XIX (Domingo Sarmiento y Ricardo Güiraldes) y contemporáneos como Eduardo Mallea,Ezequiel Martínez Estrada, Manuel Gálvez y Horacio Quiroga. Y mujeres como Juana de Ibarbourou, Norah Lange, Poldy Bird, María Esther de Miguel y, su amiga, Margarita Abella Caprile. Solo hay un ejemplar de Jorge Luis Borges: El libro de arena.
Capdevila señala que su abuelo abrevaba “mucho en los franceses; posiblemente por influencia de su madre [Dominique Grange], aunque ella era analfabeta”. El inventario da cuenta de ese gusto: Anatole France, Paul Claudel, Baudelaire, Valéry.hay lugar para los clásicos –Homero, Dante, Shakespeare, Goethe, Defoe, Tolstoi, Dostoievsky, Stevenson, Conan Doyle, Wilde– y no faltan autores más modernos, como Hemingway, James Joyce y Thomas Mann.
La biblioteca fue inaugurada el 3 de agosto, día en que nació Filloy en 1894. ●
CÓRDOBA.– “¡Si todo es así! Hasta aquí es el relato más fofo desabrido estúpido que conozca”, dice –de forma manuscrita– en la página 88 de El Proceso, de Franz Kafka. En la 225, el lector ratifica su opinión: “Esto es insoportable, aletargantemente estúpido. Soso a la N potencia. Sigo leyendo solo como constatación de mi paciencia y del alcance de mi voluntad”. Las anotaciones de un lector avezado, el escritor cordobés Juan Filloy. A este libro, junto a otros cuatro mil, se puede acceder ahora en una visita a su biblioteca personal en el Centro Cultural Trapalanda en Río Cuarto, donde vivió muchos años.
La donación la hizo en vida Filloy antes de mudarse, a fines de los años 80, a la ciudad de Córdoba, pero recién ahora se abrió al público. La biblioteca está ambientada con los muebles que pertenecieron al escritor en sus años de juez.
“Siempre debió haber estado al alcance de la gente –dice a la nacion Juan Capdevila, nieto del escritor–. Ha quedado muy bien; cuenta con una bibliotecaria que es una conocedora. Es el destino que siempre debió tener porque un libro cerrado no sirve. Muchos tienen sus anotaciones, sus dibujos y eso permite, de alguna manera, el acceso a su cabeza. Es lo que escriben las personas en un momento de intimidad absoluta, cuando leen. Mi abuelo era un gran lector, su biblioteca es una muestra de eso; no acumulaba por acumular”.
El escritor calculaba que tenía unos 18 mil. Al trasladarse a la ciudad de Córdoba, él se quedó con una parte; su familia eligió otra; el material histórico lo donó al Archivo de Río Cuarto; la sección de poesía, a la delegación riocuartense de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE); y el resto al Museo de Bellas Artes local, que él mismo fundó y que comparte edificio con el centro Trapalanda. Candelaria de Olmos, estudiosa de Filloy, describe que la biblioteca abierta al público es ecléctica, “muestra la diversidad de intereses” que tenía. Ella colaboró en la clasificación de la documentación donada al Archivo Histórico, donde hay cientos de cartas.
Capdevila –cuya familia vivía en el mismo edificio de Filloy en la ciudad de Córdoba– rememora que cuando su abuelo “andaba por los 90 salía a la mañana a tomar un café, caminaba y se pasaba el día leyendo”. Menciona que “comentaba poco” lo que estaba leyendo y que, hacia el final, “era más selectivo”. Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, es el libro que siempre tenía en su escritorio.
Hace unos años, De Olmos tuvo la oportunidad de ver el inventario de los libros que integran la biblioteca. Comprobó que no solo tenía narrativa. Hay títulos de arte, arquitectura, psicología, derecho, economía, filosofía, moral, turismo. Le generaron curiosidad los ejemplares de medicina y psicología, muchos de ellos en francés. “A juzgar por los años que vivió, hay uno que todos deberíamos leer -dice-: La longevidad. Y otro de Psicología que tal vez debió consultar [el personaje] Optimus Oloop, La castidad perversa”. El escritor murió en el 2000, a los 105 años.
Hay algunos escritores argentinos del siglo XIX (Domingo Sarmiento y Ricardo Güiraldes) y contemporáneos como Eduardo Mallea,Ezequiel Martínez Estrada, Manuel Gálvez y Horacio Quiroga. Y mujeres como Juana de Ibarbourou, Norah Lange, Poldy Bird, María Esther de Miguel y, su amiga, Margarita Abella Caprile. Solo hay un ejemplar de Jorge Luis Borges: El libro de arena.
Capdevila señala que su abuelo abrevaba “mucho en los franceses; posiblemente por influencia de su madre [Dominique Grange], aunque ella era analfabeta”. El inventario da cuenta de ese gusto: Anatole France, Paul Claudel, Baudelaire, Valéry.hay lugar para los clásicos –Homero, Dante, Shakespeare, Goethe, Defoe, Tolstoi, Dostoievsky, Stevenson, Conan Doyle, Wilde– y no faltan autores más modernos, como Hemingway, James Joyce y Thomas Mann.
La biblioteca fue inaugurada el 3 de agosto, día en que nació Filloy en 1894. ●
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