De presidente moderado a energúmeno en 120 minutos
Andrés Malamud El autor es politólogo e investigador en la Universidad de Lisboa
Escenografía norteamericana, reivindicación de la moderación y ejercicio de la grieta: Alberto Fernández quiso imitar a Obama, diferenciarse de Cristina y antagonizar con Macri y el Poder Judicial. Logró sus objetivos: imitador, diferenciado y antagonista, exaltó su mandato y parece aspirar a otro. En el recinto, legisladores amigos cantaban “Alberto reelección”; en la plaza, el pueblo estaba ausente.
La escenografía replicó los famosos SOTU, sigla del discurso sobre el estado de la nación que los presidentes estadounidenses profieren cada año en el Congreso. Suelen incluir historias de vida con invitados que personalizan alguna política que el Presidente destaca. Durán Barba habría estado orgulloso. Alberto le endilgó tres sopapos a la vicepresidenta. Primero, la desafió ensalzando su condición de moderado, algo que ella desprecia. Segundo, destacó su honestidad (la de él) remarcando que no tenía denuncias por enriquecimiento, algo que ella practica. Tercero, reivindicó el Nunca más y la película Argentina, 1985 para hablar de derechos humanos, algo de lo que ella gusta apropiarse. Alberto, en cambio, prefiere apropiarse de Alfonsín, a quien emula en las palabras y rehúsa en los hechos. A Cristina la compensó repudiando la tentativa de asesinarla y criticando su condena por corrupción. Después de una imaginativa enunciación de éxitos, el Presidente salió de Disneylandia y se subió al ring. Sus blancos fueron el gobierno anterior y la Justicia. A su antecesor lo culpó por los desaguisados económicos, pero también por el espionaje con fines políticos y la tentativa de nombrar dos jueces por decreto. Estaban ahí sentados, para ser humillados por el cerco mediático de la televisión pública. La ciudad de Buenos Aires estuvo y fue el elemento más astuto del discurso. En un país que precia la belleza de su capital tanto como abomina la arrogancia de sus pobladores, lo único más impopular que el gobierno son los porteños. Para el peronismo, que pelea el primer puesto en las provincias y sale tercero en la ciudad, hacer antiporteñismo es pura ganancia.
Reconoció estar preocupado por la inflación. No ocupado. Su elogio al ministro de Economía excluyó anuncios para bajarla. El discurso se centró en los putativos éxitos de los últimos tres años, no en las efectividades conducentes del que le falta. Difícil imaginar un escenario en el que, después de tantos triunfos, evite recandidatearse.
Un paréntesis para el fragmento más importante, y que pasó inadvertido detrás de los fuegos artificiales. El Presidente afirmó como objetivos irrenunciables el equilibrio fiscal y el aumento de las exportaciones. Estas son, quizás, las dos políticas más importantes que definirán el futuro del país, y en esto habría acuerdo con la oposición… aunque no con Cristina. La grieta es un gran instrumento para ordenar la política y arruinar la economía. Con una retórica progresista y un ejercicio burocrático del poder, Alberto está consiguiendo incomodar a Macri y a Cristina y mantener, aun así, una expectativa verosímil de volver a presentarse. La Argentina es un país generoso.
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