Aislado y confinado al autoelogio
Claudio Jacquelin
El calor agobiante en las calles porteñas contrastó con el frío clima que recibió al Presidente en el entorno y el interior del Congreso de la Nación. Se preveía y quedó claro que Alberto Fernández también lo preveía.
El último discurso de su mandato en la inauguración de las sesiones ordinarias del Paramento tuvo un eje centrado en la autodefensa y el autoelogio, personal y de su Gobierno a lo largo de 126 minutos, en el que no faltaron contradicciones ni ataques a enemigos conocidos y repetidos.
El Presidente explicitó así la fractura en la cúpula de la coalición que lo llevó al Gobierno y, en consecuencia, de la soledad en la que llega al final de la gestión. El reencuentro personal con la vicepresidenta Cristina Kirchner después de seis meses de no verse no pareció haber cambiado nada, aunque Fernández hiciera numerosas concesiones retóricas. Y también sorprendiera marcando diferencias.
No disimularon esa fragilidad y aislamiento las reiteradas y airadas diatribas que dedicó al Poder Judicial, empezando por la Corte Suprema, a los que sumó a los “poderes fácticos” y a los “medios concentrados”, que, dijo, le hicieron un cerco mediático, con lo que buscó y logró, finalmente, el aplauso de la bancada oficialista que le había sido esquivo durante casi una hora y media. Aún a costa de profundizar un conflicto de poderes sin cuidar formas ni prever consecuencias para las instituciones de la República. Sin reparar, tampoco, en con qué capital político cuenta para seguir esa guerra, en la que ya registra más batallas perdidas que éxitos, como él mismo debió reconocerlo.
El frontal y durísimo ataque al máximo tribunal a los 110 minutos de discurso fue el momento más caliente de una presentación que, hasta entonces, casi no había generado emociones ni picos de interés. Fernández no solo logró allí la única aprobación unánime de los oficialistas, sino la reacción destemplada de la mayoría de los legisladores de Juntos por el Cambio, muchos de los cuales se retiraron del recinto, ante el gesto adusto e impertérrito de los dos ministros de la Corte presentes, su titular, Horacio Rosatti, y Carlos Rosenkrantz. La magnitud del enojo y el intento de demonización fue tal que, además de acusar a la Corte de “haber tomado por asalto el Consejo de la Magistratura”, con lo que eso significa en términos institucionales y jurídicos, la responsabilizó del tsunami de inseguridad y violencia que azota a Rosario. Como si los juzgados que se encuentran vacantes y que motivó la acusación lo estuvieran desde hace solo un año, cuando Rosatti comenzó a presidir el organismo.
Para esa embestida se apalancó en el fallo del máximo tribunal por la coparticipación en contra del recorte que su gobierno dispuso contra la ciudad de Buenos Aires. En el lapso más airado de su alocución subió así al ring a Horacio Rodríguez Larreta contraviniendo una máxima de su admirado Néstor Kirchner, que decía que nunca había que pelearse con nadie que pudiera sumar votos gracias a sus ataques. Expresiones de frustración e impotencia que deben sumarse al balance de su administración.
Previamente, Fernández en su línea autodefensiva había dicho que los logros de su gestión fueron invisibilizados o falseados por conspiraciones de necios y poderosos que ponen trabas y niegan los logros que su Gobierno habría alcanzado. Por las dudas, afirmó: “No oculto necesidades ni dibujo un mundo irreal”. Fue singularmente preciso. Aclaró que hablaba del mundo. No del país. Y, a modo de justificación o de marco épico, subrayó que su mandato había estado atravesado por “crisis sanitarias, ambientales, económicas y bélicas”.
Cuidada escenografía
Para apuntalar su mensaje, la Presidencia hizo una preparada y original puesta en escena para una Asamblea Legislativa, con la integración de un palco de argentinas y argentinos beneficiados por sus políticas o que puedenmostrarlogrosensusáreas.Casosindividuales con pretensión de universalidad. A ellos los mencionó y mostró uno por uno, en un intento por desmentir a quienes impulsan el ”desaliento” y son artífices de una “sistemática operación de desinformación” (sic) para ocultar lo bueno de la administración Fernández .Demasiado similar a lo que se hacía en los actos de cuando la presidente era Cristina Kirchner, que a su lado se mantuvo durante casi todo el discurso seria y distante, salvo cuando sonreía para las barras.
La defensa y la valorización de logros se completó con un claro rechazo de los ataques internos que solo aumentaron exponencialmente desde hace un año, cuando abrió las sesiones signado por la reciente y sonora renuncia a la jefatura de la bancada oficialista de Diputados, de Máximo Kirchner, en rechazo a lo que era la inminente firma del acuerdo con el FMI. El hijo bipresidencial volvió a faltar ayer, igual que hace un año.
Fernández dedicó varios minutos a defender su “moderación”, el atributo que todo el cristicamporismo critica ya en público sin pruritos. Lo había hecho el día previo el secretario general de La Cámpora y miniscar, tro bonaerense, Andrés “Cuervo” Larroque, luego de denunciar la ruptura del contrato electoral por parte del Presidente. También Larroque había desmentido por anticipado el rosario de éxitos recitado ante la Asamblea Legislativa al decir que “si se hubieran hecho las cosas bien de manera tan clara y contundente el peronismo hubiera ido por la reelección de Alberto”. No fue una sentencia de la oposición ni de los medios concentrados.
En ese autoelogio de la moderación, con un repetitivo uso del “yo”, llegó a marademás, diferencias claras y directas respecto de la propia Cristina Kirchner, a quien dejó expuesta por la actitud que el uno y la otra tuvieron en defensa del ahora presidente de Brasil Lula da Silva cuando estuvo preso. Sus gestiones internacionales públicas y privadas en defensa del brasileño contrastaron siempre con la prudente distancia que adoptó entonces Cristina. Una vieja factura o un blasón que hasta hace poco Fernández solo exhibía en privado. No sorprendió, entonces, que a la vicepresidente no se le escapara siquiera un gesto de agradecimiento, amabilidad o simpatía aún cuando dijo que él con su moderación es “el que está siempre al lado de Cristina cuando la persiguen injustamente” y reiteró que le exigía a la Justicia el esclarecimiento y castigo a los autores del atentado contra ella.
Sologeneróalgunosmohínesaprobatorios la embestida contra la Corte y los opositores. Para la vicepresidenta solo pudo ser insuficiente. Es que Fernández no cedió del todo. Resaltó, por ejemplo, que en su gestión hubo un crecimiento de la economía que no se lograba desde 2008, último año suyo como jefe de Gabinete del kirchnerismo. Too much, podría decir su ahora arrepentida creadora, sino fuera porque Fernández en su zigzagueo dialéctico fue más lejos: “Cuando deje mi cargo no podrán atribuirme haberme enriquecido”. Teléfono para la habitante de El Calafate y su familia. En ese “cuando deje mi cargo”, así como en el creativo balance que esgrimió en su beneficio, pareció insinuar que archivaba los intentos de reelección.
Sin embargo, el resto del mensaje lejos estuvo de despejar esas dudas. Los carteles de A23 que rodearon el Congreso no fueron un gestoautónomodefanáticosalbertistas,que, de tan anónimos y discretos, nadie conoce. A pesar de haber hablado más de dos horas, como despedida supo a poco y como lanzamiento careció de sustento y, sobre todo, de apoyos.
No fue el Presidente del equilibrio inestable y constante de su primera apertura de sesiones, en 2019 que buscaba ampliar su base de sustentación obtenida por un poder delegado. Tampoco fue el Alberto Fernández cristinista de hace dos años, lanzado a la campaña por las elecciones de medio término, que, al final, fueron el comienzo de una espiral descendente aún inacabada. Tampoco fue el Presidente que amenazaba con iniciar una gesta emancipadora del cristicamporismo con la que amagó el año pasado, antes de pasar por varios calvarios políticos y económicos.
Fue el acto de un Presidente aislado, confinado al autoelogio y destinado a la pelea con demasiados enemigos repetidos y sin haber logrado ningún aliado nuevo.
Fue el Presidente que dibujó en cuatro años una extraña parábola; después de haber dicho en su primer discurso que el suyo no era “un gobierno de CEO, sino de científicos”, termina con un ex-CEO como jefe de asesores, luego de que muchos científicos se fueran de su lado. Al igual que varios de los que lo llevaron a la Presidencia y ahora se arrepienten, pero no pueden romper con él en defensa propia. Los contradestinatarios de sus palabras estuvieron claros. Los destinatarios fueron tan difusos como sus aspiraciones. La apertura de sesiones del final de su mandato se asemejó, así, bastante a un último primer día de clases. En muchos que lo escucharon quedaron sensaciones similares a las resacas que deja la apertura-despedida anual de los alumnos de quinto año del secundario. Y todavía quedan tres trimestres por cursar.
El frontal y durísimo ataque al máximo tribunal a los 110 minutos de discurso fue el momento más caliente de una presentación que, hasta entonces, casi no había generado emociones ni picos de interés
Fernández, en su línea autodefensiva, había dicho que los logros de su gestión fueron invisibilizados o falseados por conspiraciones de necios y poderosos que ponen trabas y niegan los logros que su Gobierno habría alcanzado
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