Otra sorpresa en Economía
El desembarco de Caputo en Hacienda entró en zona de dudas y eso puso en suspenso, otra vez, la hoja de ruta; el presidente electo hizo un giro pragmático, pero prevaleció la desorganización
Jorge Liotti
Javier Milei, al salir anoche del Hotel libertador
El nuevo escenario político que se abrió a partir del triunfo de Javier Milei del domingo pasado empezó a gestarse hace dos años. Discurría el 2021 y se descorría con lentitud el velo de la pandemia. Y la Argentina que emergía entre tanto dolor y sufrimiento era el retrato de un país económicamente estancado, socialmente transformado y políticamente bloqueado. Un país en crisis estructural y sistémica.
A partir de entonces, todos los estudios cualitativos de opinión pública reportaron a lo largo de todos los meses un nivel inédito de pesimismo, desencanto e impugnación a la dirigencia, especialmente la política. Germinó en silencio la idea de que se acercaba un fin de ciclo, un concepto impreciso pero generalizado que se expandía desde los sectores más marginados hasta los intelectuales ilustrados.
En ese contexto Milei plantó su semilla, con su estilo extravagante, su mensaje provocador, sus peligrosos excesos verbales. Después de su primera experiencia como candidato legislativo en 2021 nacionalizó su figura en tiempo récord. Apenas cinco meses después de esos comicios, tenía una intención de voto en todo el país de entre 15 y 20 puntos. A otros políticos llegar a esos indicadores les había demandado años y montañas de dinero en propaganda. Se trata de un fenómeno excepcional, que se corresponde a una situación también excepcional del país. Una anomalía del sistema. No había margen para una elección ordinaria.
Si bien la vocación de cambio quedó refrendada en las urnas, las implicancias del voto requieren de un análisis discriminado. El resultado electoral indica el sentido de la voluntad popular, pero no qué hay detrás de cada boleta, cuál es la razón o la emoción que moviliza esa opción. Está más claro qué buscaron expresar quienes eligieron a Milei en las generales de octubre. Ese 30% compró el discurso de la motosierra, la casta y la dolarización. Adoptó la versión original más rupturista del libertario loco dispuesto a arrasar con todo. Es más difuso qué piensa el 26% restante que se sumó en octubre, y que antes había elegido a Patricia Bullrich o a Juan Schiaretti. Probablemente apostaba a un cambio más previsible y menos agitado, con algunos tonos de moderación en ese carrusel de emociones.
La interpretación de la naturaleza del triunfo de Milei es crucial para entender el mandato de su gobierno y los apoyos que puede llegar a reunir. Su electorado quedó conformado por algo más de la mitad extremadamente reformista, y una porción apenas inferior que también piensa en términos de previsibilidad. ¿Cuánto de rupturista y cuánto de moderación debe tener la futura gestión? La sociedad que proclamaba un fin de ciclo, ¿qué nivel de tolerancia exhibirá a la hora de las medidas reales? Milei va a quedar atrapado en la tensión entre reformismo y gobernabilidad, en la ecuación incierta sobre cuánto cambio resiste el sistema sin poner en riesgo la estabilidad de su gestión. Esa tensión pareció ser el telón de fondo conceptual de todos los zigzagueos que se vieron en su primera semana como presidente electo. Naturalmente condimentados con una alta dosis de desprolijidad y desconcierto.
Milei pareció interpretar la naturaleza más profunda de su triunfo, e inició una rápida metamorfosis de un dogmatismo juvenil a un pragmatismo clásico. Deberá retractarse in memorian ante Raúl Baglini, cuyo teorema objetó, para ahora rendir tributo. La transfiguración del plan económico fue la evidencia más nítida. En público y en privado, siempre se había identificado con el programa dolarizador de Emilio ocampo, al punto de que lo había transformado en la variable independiente de su proyecto. Así había marginado a Carlos Rodríguez, a Roque Fernández y a Darío Epstein, sus primeros interlocutores con el FMI. El futuro ministro debía sintonizar con las ideas del presidente del Banco Central, no al revés. De pronto todo cambió bajo la doctrina “opciones abiertas” que tanto repite Milei, en una versión más sofisticada del popular “vamos viendo” de Alberto Fernández.
Después se multiplicaron las explicaciones. La primera que ofrecieron en La Libertad Avanza fue que “ocampo no consiguió los fondos que había prometido para dolarizar”. Después lo complementaron al decir que “a Javier le pareció más consistente la propuesta de (Luis) Caputo”, que supuestamente implica una renegociación no compulsiva para licuar el peso de las Leliq, pero que aleja la idea de la dolarización. De paso recordaron que ocampo es una figura muy resistida en los mercados y que tiene un vínculo muy áspero con el resto del equipo. De todos modos, nadie dejó de admitir que fue un bombazo hacia el frente interno porque les resultaba inimaginable su apartamiento. La influencia de Mauricio Macri en la llegada de Caputo es incierta, porque si bien siempre lo reivindicó, en el Hotel Libertador atribuyen su desembarco en el campamento libertario a otros dos factores. Uno, su parentesco con Santiago Caputo, su sobrino segundo, un hombre que se ganó como pocos la confianza de Milei. Dos, el trabajo que venía desarrollando con Nicolás Posse desde hace mucho tiempo, en carácter de asesor.
Sin embargo, la semana terminó con lo que podría ser otra sorpresa de impacto: que Caputo no vaya al Ministerio de Economía, como se suponía, sino al Banco Central. “Se está evaluando si en esta primera etapa no es mejor que vaya al BCRA por su manejo del mundo financiero y de los mercados”, explicaron cerca de Milei, en un giro de las últimas horas. Una señal ayer fue la decisión de correrse de escena de Demian Reien del, quien estaba destinado a ese cargo. ¿Se reflotaría la idea de Federico Sturzenegger a Economía? “No, va a estar en el gobierno, pero en un área de desregulación”, respondieron. ¿Y entonces quién? Solo hay pistas vacías: “Si se concreta el cambio, sería alguien reconocido, que va a caer bien en el mercado”. otra vez el misterio. Lo cierto es que desde el viernes a la noche y hasta ayer, el Ministerio de Economía volvió a entrar en zona de dudas. El Banco Central también. Es decir, la hoja de ruta económica sigue en blanco.
En este ecosistema, Posse es una figura central porque es quien tiene el mismo patrón intelectual que Milei, y por eso es tan influyente. Es igual de disruptivo, pero sin excentricidades. integra junto con Guillermo Francos los pilares fundamentales del equipo de confianza, más allá del rol de Karina Milei. Uno aporta carácter técnico y orden; el otro, acción política. Francos había mantenido diálogo con varios gobernadores peronistas y les ofreció participar en la reunión que preparan para el martes. Si bien los mandatarios provinciales están inquietos por los efectos en la coparticipación del recorte de Ganancias, también admiten que el triunfo de Milei en sus provincias fue inapelable y que el peronismo fracasó en la gestión, por lo cual no están tan revolucionarios por ahora. Se avecina una negociación dura con ellos: fondos contra apoyos en el Congreso.
Pero la prueba de fuego de Francos fue el encuentro del viernes con Axel Kicillof, alguien que en la terminología de Milei es “un comunista”. El gobernador le mostró los números de su gestión; el futuro ministro, que trabajó en el Bapro con Daniel Scioli, entendió rápido sus temores: la provincia es inviable sin asistencia nacional. Francos también se reunió con Fernando “Chino” Navarro y con Emilio Pérsico, en una charla con otra lógica: paz social a cambio de prudencia en los recortes. “Vamos a tener manifestaciones, pero queremos evitar el desorden”, resumieron.
forma paralela florecieron problemas importantes con Victoria Villarruel, en una nueva versión del clásico “la vicepresidenta y el presidente están peleados”. Milei se enojó cuando fue a reunirse con sectores militares para transmitirles la idea de que ella iba a ser algo así como la jefa de las fuerzas. “Hubo gestos de autonomía de Victoria que no cayeron bien”, comentaron los libertarios más cercanos. Así se esfumó la idea de que la vicepresidenta electa manejara Seguridad y Defensa. Primero se habló de que le quedaría Defensa para Guillermo Montenegro y que Seguridad pasaría a Pro, pero como secretaría debajo de interior. Después se cristalizó el nombre de Patricia Bullrich para Seguridad (conservando su rango de ministerio) y se meneó el nombre de Luis Petri para Defensa. Ante la derrota en todos los frentes (para usar terminología castrense) Villarruel hizo el viernes una extraña ronda por los despachos de las fuerzas de seguridad y dijo muy suelta que no había hablado aún con Bullrich.
En todo este episodio primó cierta informalidad en el accionar de Milei, que es un rasgo a tener en cuenta. Hizo trascender el nombre de la líder de Pro, sin haber hablado con ella oficialmente. Durante un día desde el entorno de Bullrich siguieron diciendo que nadie les había confirmado nada. El episodio generó ruidos con ella, con Villarruel, y también con Macri, porque entendió que Bullrich se había “cortado sola”. En varios pasajes Pro contribuyó al desorden, porque abrió tres líneas divergentes de negociación: la de Macri (algo más prescindente desde que despejó de su horizonte a Sergio Massa, dando señales de que toma distancia pero al mismo tiempo buscando incidir en áreas sensibles como Justicia y AFI), la de Bullrich (que empujó por la gente que la acompañó en su aventura presidencial) y la de los gobernadores de JXC (que se reunieron en la semana para hacer un gesto de poder). Una fuente cercana al expresidente admitió esta semana que “Mauricio está dejando obrar, pero sabe que si el experimento Milei no resulta, se va a tener que involucrar de lleno”.
Una turbulencia similar a la de Villarruel ocurrió con Carolina Píparo, otra orgánica. Milei le ofreció espontáneamente estar al frente de la Anses y ella empezó a actuar en consecuencia. La que será su ministra de Capital Humano, Sandra Petovello, amenazó con pegar un portazo por eso y por las presiones de Pro para ocupar segundas líneas. El presidente electo dio marcha atrás ante el consejo de sus asesores, que le habían explicado la inconveniencia de tener alguien inexperto como Píparo en una caja tan sensible. Es un cocktail intenso el que propone Milei, que mezcla media tasa de improvisación, un toque de pragmatismo y un chorrito de temeridad para nefregarse en los costos políticos de esas movidas. El sabor de un estilo.
La otra discusión importante se está dando en la presidencia de la Cámara de Diputados. La disputa entre Florencio Randazzo y Cristian Ritondo no es solo cuestión de nombres, sino de los contornos que tendrá el nuevo oficialismo. Al exministro nacional lo auspician los libertarios; al exministro provincial, el macrismo. Si prima uno, se reafirmará la idea de una construcción más heterogénea, con un rol clave para el peronismo no K. Si se confirma el otro, se consolidará la alianza con el ala dura de Pro. Si es Randazzo el elegido traería una novedad, porque él no piensa pasarse a las filas de LLA y ejercería una suerte de oficialismo transversal. Confirmaría que se trata de una experiencia absolutamente novedosa como esquema de gobierno y el ingreso a una fase poscoalicional. Se trataría de un esquema híbrido, sin alianzas partidarias rígidas y confluencia de actores de distinta extracción. Milei tiene en mente un rediseño del tablero político que reúna, por un lado, a LLA, al sector duro de Pro y al peronismo cartesiano; y por el otro, al peronismo kirchnerista, la izquierda y, eventualmente, a los sectores refractarios de JXC.
Al final de la semana en el búnker libertario había satisfacción. Entendían que pese a todas las desprolijidades demostraron que están armando un equipo propio. En todos estos días primó la preocupación por demostrar que no estaban construyendo un Cambiemos bis, sino un proyecto nuevo. Por eso transmitieron todas las veces que pudieron que Macri no estaba interviniendo y que Milei estaba tomando las decisiones por su cuenta. Los mercados acompañaron el entusiasmo. operadores financieros en Estados Unidos no hacían más que elogiar los primeros pasos, mientras los activos de las empresas argentinas se revalorizaban. Pero frente a la euforia bursátil hubo un tema que no pareció estar tan presente en la primera semana: la inflación. El foco económico giró en torno del recorte fiscal y el orden financiero, pero no hubo menciones gráficas sobre los precios. Las empresas de consumo masivo, las de servicios públicos y las de combustibles esperan una señal que hasta ahora no recibieron para sincerar sus valores el 10 de diciembre. Hay un resorte contenido que puede ser peligroso si se despliega sin control. Prevalece cierta aceptación silenciosa de que la inflación entre diciembre y febrero podría duplicarse. Sería una prueba de fuego traumática para un gobierno con tantas fragilidades. La calle también cuenta. Como mencionó un operador financiero: “Milei se juega sus cuatro años en los primeros dos meses. Es una apuesta a todo o nada”
El nuevo escenario político que se abrió a partir del triunfo de Javier Milei del domingo pasado empezó a gestarse hace dos años. Discurría el 2021 y se descorría con lentitud el velo de la pandemia. Y la Argentina que emergía entre tanto dolor y sufrimiento era el retrato de un país económicamente estancado, socialmente transformado y políticamente bloqueado. Un país en crisis estructural y sistémica.
A partir de entonces, todos los estudios cualitativos de opinión pública reportaron a lo largo de todos los meses un nivel inédito de pesimismo, desencanto e impugnación a la dirigencia, especialmente la política. Germinó en silencio la idea de que se acercaba un fin de ciclo, un concepto impreciso pero generalizado que se expandía desde los sectores más marginados hasta los intelectuales ilustrados.
En ese contexto Milei plantó su semilla, con su estilo extravagante, su mensaje provocador, sus peligrosos excesos verbales. Después de su primera experiencia como candidato legislativo en 2021 nacionalizó su figura en tiempo récord. Apenas cinco meses después de esos comicios, tenía una intención de voto en todo el país de entre 15 y 20 puntos. A otros políticos llegar a esos indicadores les había demandado años y montañas de dinero en propaganda. Se trata de un fenómeno excepcional, que se corresponde a una situación también excepcional del país. Una anomalía del sistema. No había margen para una elección ordinaria.
Si bien la vocación de cambio quedó refrendada en las urnas, las implicancias del voto requieren de un análisis discriminado. El resultado electoral indica el sentido de la voluntad popular, pero no qué hay detrás de cada boleta, cuál es la razón o la emoción que moviliza esa opción. Está más claro qué buscaron expresar quienes eligieron a Milei en las generales de octubre. Ese 30% compró el discurso de la motosierra, la casta y la dolarización. Adoptó la versión original más rupturista del libertario loco dispuesto a arrasar con todo. Es más difuso qué piensa el 26% restante que se sumó en octubre, y que antes había elegido a Patricia Bullrich o a Juan Schiaretti. Probablemente apostaba a un cambio más previsible y menos agitado, con algunos tonos de moderación en ese carrusel de emociones.
La interpretación de la naturaleza del triunfo de Milei es crucial para entender el mandato de su gobierno y los apoyos que puede llegar a reunir. Su electorado quedó conformado por algo más de la mitad extremadamente reformista, y una porción apenas inferior que también piensa en términos de previsibilidad. ¿Cuánto de rupturista y cuánto de moderación debe tener la futura gestión? La sociedad que proclamaba un fin de ciclo, ¿qué nivel de tolerancia exhibirá a la hora de las medidas reales? Milei va a quedar atrapado en la tensión entre reformismo y gobernabilidad, en la ecuación incierta sobre cuánto cambio resiste el sistema sin poner en riesgo la estabilidad de su gestión. Esa tensión pareció ser el telón de fondo conceptual de todos los zigzagueos que se vieron en su primera semana como presidente electo. Naturalmente condimentados con una alta dosis de desprolijidad y desconcierto.
Milei pareció interpretar la naturaleza más profunda de su triunfo, e inició una rápida metamorfosis de un dogmatismo juvenil a un pragmatismo clásico. Deberá retractarse in memorian ante Raúl Baglini, cuyo teorema objetó, para ahora rendir tributo. La transfiguración del plan económico fue la evidencia más nítida. En público y en privado, siempre se había identificado con el programa dolarizador de Emilio ocampo, al punto de que lo había transformado en la variable independiente de su proyecto. Así había marginado a Carlos Rodríguez, a Roque Fernández y a Darío Epstein, sus primeros interlocutores con el FMI. El futuro ministro debía sintonizar con las ideas del presidente del Banco Central, no al revés. De pronto todo cambió bajo la doctrina “opciones abiertas” que tanto repite Milei, en una versión más sofisticada del popular “vamos viendo” de Alberto Fernández.
Después se multiplicaron las explicaciones. La primera que ofrecieron en La Libertad Avanza fue que “ocampo no consiguió los fondos que había prometido para dolarizar”. Después lo complementaron al decir que “a Javier le pareció más consistente la propuesta de (Luis) Caputo”, que supuestamente implica una renegociación no compulsiva para licuar el peso de las Leliq, pero que aleja la idea de la dolarización. De paso recordaron que ocampo es una figura muy resistida en los mercados y que tiene un vínculo muy áspero con el resto del equipo. De todos modos, nadie dejó de admitir que fue un bombazo hacia el frente interno porque les resultaba inimaginable su apartamiento. La influencia de Mauricio Macri en la llegada de Caputo es incierta, porque si bien siempre lo reivindicó, en el Hotel Libertador atribuyen su desembarco en el campamento libertario a otros dos factores. Uno, su parentesco con Santiago Caputo, su sobrino segundo, un hombre que se ganó como pocos la confianza de Milei. Dos, el trabajo que venía desarrollando con Nicolás Posse desde hace mucho tiempo, en carácter de asesor.
Sin embargo, la semana terminó con lo que podría ser otra sorpresa de impacto: que Caputo no vaya al Ministerio de Economía, como se suponía, sino al Banco Central. “Se está evaluando si en esta primera etapa no es mejor que vaya al BCRA por su manejo del mundo financiero y de los mercados”, explicaron cerca de Milei, en un giro de las últimas horas. Una señal ayer fue la decisión de correrse de escena de Demian Reien del, quien estaba destinado a ese cargo. ¿Se reflotaría la idea de Federico Sturzenegger a Economía? “No, va a estar en el gobierno, pero en un área de desregulación”, respondieron. ¿Y entonces quién? Solo hay pistas vacías: “Si se concreta el cambio, sería alguien reconocido, que va a caer bien en el mercado”. otra vez el misterio. Lo cierto es que desde el viernes a la noche y hasta ayer, el Ministerio de Economía volvió a entrar en zona de dudas. El Banco Central también. Es decir, la hoja de ruta económica sigue en blanco.
En este ecosistema, Posse es una figura central porque es quien tiene el mismo patrón intelectual que Milei, y por eso es tan influyente. Es igual de disruptivo, pero sin excentricidades. integra junto con Guillermo Francos los pilares fundamentales del equipo de confianza, más allá del rol de Karina Milei. Uno aporta carácter técnico y orden; el otro, acción política. Francos había mantenido diálogo con varios gobernadores peronistas y les ofreció participar en la reunión que preparan para el martes. Si bien los mandatarios provinciales están inquietos por los efectos en la coparticipación del recorte de Ganancias, también admiten que el triunfo de Milei en sus provincias fue inapelable y que el peronismo fracasó en la gestión, por lo cual no están tan revolucionarios por ahora. Se avecina una negociación dura con ellos: fondos contra apoyos en el Congreso.
Pero la prueba de fuego de Francos fue el encuentro del viernes con Axel Kicillof, alguien que en la terminología de Milei es “un comunista”. El gobernador le mostró los números de su gestión; el futuro ministro, que trabajó en el Bapro con Daniel Scioli, entendió rápido sus temores: la provincia es inviable sin asistencia nacional. Francos también se reunió con Fernando “Chino” Navarro y con Emilio Pérsico, en una charla con otra lógica: paz social a cambio de prudencia en los recortes. “Vamos a tener manifestaciones, pero queremos evitar el desorden”, resumieron.
forma paralela florecieron problemas importantes con Victoria Villarruel, en una nueva versión del clásico “la vicepresidenta y el presidente están peleados”. Milei se enojó cuando fue a reunirse con sectores militares para transmitirles la idea de que ella iba a ser algo así como la jefa de las fuerzas. “Hubo gestos de autonomía de Victoria que no cayeron bien”, comentaron los libertarios más cercanos. Así se esfumó la idea de que la vicepresidenta electa manejara Seguridad y Defensa. Primero se habló de que le quedaría Defensa para Guillermo Montenegro y que Seguridad pasaría a Pro, pero como secretaría debajo de interior. Después se cristalizó el nombre de Patricia Bullrich para Seguridad (conservando su rango de ministerio) y se meneó el nombre de Luis Petri para Defensa. Ante la derrota en todos los frentes (para usar terminología castrense) Villarruel hizo el viernes una extraña ronda por los despachos de las fuerzas de seguridad y dijo muy suelta que no había hablado aún con Bullrich.
En todo este episodio primó cierta informalidad en el accionar de Milei, que es un rasgo a tener en cuenta. Hizo trascender el nombre de la líder de Pro, sin haber hablado con ella oficialmente. Durante un día desde el entorno de Bullrich siguieron diciendo que nadie les había confirmado nada. El episodio generó ruidos con ella, con Villarruel, y también con Macri, porque entendió que Bullrich se había “cortado sola”. En varios pasajes Pro contribuyó al desorden, porque abrió tres líneas divergentes de negociación: la de Macri (algo más prescindente desde que despejó de su horizonte a Sergio Massa, dando señales de que toma distancia pero al mismo tiempo buscando incidir en áreas sensibles como Justicia y AFI), la de Bullrich (que empujó por la gente que la acompañó en su aventura presidencial) y la de los gobernadores de JXC (que se reunieron en la semana para hacer un gesto de poder). Una fuente cercana al expresidente admitió esta semana que “Mauricio está dejando obrar, pero sabe que si el experimento Milei no resulta, se va a tener que involucrar de lleno”.
Una turbulencia similar a la de Villarruel ocurrió con Carolina Píparo, otra orgánica. Milei le ofreció espontáneamente estar al frente de la Anses y ella empezó a actuar en consecuencia. La que será su ministra de Capital Humano, Sandra Petovello, amenazó con pegar un portazo por eso y por las presiones de Pro para ocupar segundas líneas. El presidente electo dio marcha atrás ante el consejo de sus asesores, que le habían explicado la inconveniencia de tener alguien inexperto como Píparo en una caja tan sensible. Es un cocktail intenso el que propone Milei, que mezcla media tasa de improvisación, un toque de pragmatismo y un chorrito de temeridad para nefregarse en los costos políticos de esas movidas. El sabor de un estilo.
La otra discusión importante se está dando en la presidencia de la Cámara de Diputados. La disputa entre Florencio Randazzo y Cristian Ritondo no es solo cuestión de nombres, sino de los contornos que tendrá el nuevo oficialismo. Al exministro nacional lo auspician los libertarios; al exministro provincial, el macrismo. Si prima uno, se reafirmará la idea de una construcción más heterogénea, con un rol clave para el peronismo no K. Si se confirma el otro, se consolidará la alianza con el ala dura de Pro. Si es Randazzo el elegido traería una novedad, porque él no piensa pasarse a las filas de LLA y ejercería una suerte de oficialismo transversal. Confirmaría que se trata de una experiencia absolutamente novedosa como esquema de gobierno y el ingreso a una fase poscoalicional. Se trataría de un esquema híbrido, sin alianzas partidarias rígidas y confluencia de actores de distinta extracción. Milei tiene en mente un rediseño del tablero político que reúna, por un lado, a LLA, al sector duro de Pro y al peronismo cartesiano; y por el otro, al peronismo kirchnerista, la izquierda y, eventualmente, a los sectores refractarios de JXC.
Al final de la semana en el búnker libertario había satisfacción. Entendían que pese a todas las desprolijidades demostraron que están armando un equipo propio. En todos estos días primó la preocupación por demostrar que no estaban construyendo un Cambiemos bis, sino un proyecto nuevo. Por eso transmitieron todas las veces que pudieron que Macri no estaba interviniendo y que Milei estaba tomando las decisiones por su cuenta. Los mercados acompañaron el entusiasmo. operadores financieros en Estados Unidos no hacían más que elogiar los primeros pasos, mientras los activos de las empresas argentinas se revalorizaban. Pero frente a la euforia bursátil hubo un tema que no pareció estar tan presente en la primera semana: la inflación. El foco económico giró en torno del recorte fiscal y el orden financiero, pero no hubo menciones gráficas sobre los precios. Las empresas de consumo masivo, las de servicios públicos y las de combustibles esperan una señal que hasta ahora no recibieron para sincerar sus valores el 10 de diciembre. Hay un resorte contenido que puede ser peligroso si se despliega sin control. Prevalece cierta aceptación silenciosa de que la inflación entre diciembre y febrero podría duplicarse. Sería una prueba de fuego traumática para un gobierno con tantas fragilidades. La calle también cuenta. Como mencionó un operador financiero: “Milei se juega sus cuatro años en los primeros dos meses. Es una apuesta a todo o nada”
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