domingo, 11 de febrero de 2024

VIDA DIGITAL




El deseo artificial y otras contradicciones
La actuación de Tom Hanks en Forrest Gump (1994), de Robert Zemeckis, es una de las más extraordinarias de la historia; los humanos podemos simular emociones porque sabemos cómo se siente el deseo, el miedo, la ansiedad, el amor, el odio, la tristeza, la alegría. Las máquinas, no
¿Cuál es el talón de Aquiles de la IA en el lugar de trabajo? La respuesta es tan obvia que solemos pasarla por alto
Ariel Torres
Esta es la segunda de tres columnas sobre la incorporación de inteligencia artificial (IA) en la empresa y, por extensión, en el ámbito laboral. Lo aclaro porque este artículo en particular podría dejar la sensación de que (de alguna manera) estoy en contra de la IA. Es al revés; como advertí en mi nota anterior, la IA es tan disruptiva como en su momento los fueron las computadoras personales, internet y la movilidad, y hay que prestarle no menos atención. Dicho todavía más fácil: poco a poco, ocurrirá que ya no podremos trabajar prescindiendo de la IA. Algo o mucho, pero nunca cero. De un tipo o de otro, pero no, como pasó en su momento con las computadoras, internet y la movilidad, mirando para otro lado con desdén. Si se fijan dónde estuvieron y dónde están ahora Digital Equipment, Tower Records, Blockbuster o Polaroid tendrán una radiografía elocuente de lo que pasa cuando tratás de ignorar uno de estos cambios de clima tecnológico.
Hace 20 años, Blockbuster formaban parte del paisaje urbano en todo el mundo. Hoy solo queda un local de la franquicia, en Bend, Oregon, Estados Unidos
Peras, olmos y otras analogías
Dicho esto, no se le puede pedir peras al olmo. En su momento, tener una computadora en casa era casi milagroso. Pero eso no significaba que una PC de 1990 pudiera hacer milagros. Recuerdo una carta de lectores en la que me consultaban si era posible recuperar la calidad de audio perdida al comprimir con MP3. La respuesta era –y sigue siendo– que no. Hoy, muchos años después, la IA podría restaurar (extrapolando estadísticamente o comparando con una versión en alta calidad) buena parte de las frecuencias perdidas, pero no serían las frecuencias originales ejecutadas por los músicos. Pasa lo mismo con los algoritmos que mejoran fotos fuera de foco o en baja resolución. Son un avance respecto de los filtros de máscara de desenfoque y la extrapolación clásica de Photoshop, pero siguen sin recuperar la imagen original; es solo una buena ilusión. De igual modo, los bits que elimina MP3 se esfuman irremediablemente. No importa cuán milagrosa pareciera una PC en 1990, eso era imposible.
¿Qué cosas son imposibles para la IA? Bueno, es complicado decirlo ahora, porque estas tecnologías están en su infancia. Lo advertí la semana última, lo reitero ahora: se vienen sorpresas enormes. Pero, incluso cuando la IA está en sus inicios, y por lo tanto los anticipos son imprudentes, creo que hay una escena que puede dar una idea de dónde está el talón de Aquiles de la IA.
En la universidad dicto un curso que incluye un número de destrezas, pero que es básicamente un taller de escritura. Cuando llega la última clase, hago un post mortem y les pido que me digan qué piensan que se puede mejorar en la materia, qué los ayudó más, qué les costó más, y así. Sistemáticamente, los alumnos coinciden en que lo que más les costó fue que no les diera temas sobre los que escribir. Es decir, que los dejara elegir libremente el material sobre el que producir sus textos. Muy sintomático. En un mundo donde rigen los promedios estadísticos, hemos segado la originalidad individual de los chicos al punto de que llegan a la universidad y les cuesta muchísimo encontrar su propia historia para contar.
¿De qué escribirías si nadie te dijera de qué tenés que escribir?

Paso ahora a un desafío que le planteé en su momento a GPT, pero que puede replicarse con cualquier modelo de lenguaje. Como siempre, me preguntó en qué podía ayudarme, y le dije que no, por favor, faltaba más. “¿En qué puedo ayudarte a vos?”, le solté. Me respondió que “como modelo de lenguaje no necesitaba de mi ayuda” (vaya ego, muchacho), así que le pregunté de qué le gustaría hablar. De nada, me respondió. Al parecer, si GPT tiene una cita, no va a poder sacar un tema de conversación ni a palos.
Después de mucho esfuerzo, lo mejor que logré fue que me ofreciera una lista de 10 o 20 temas para charlar, que por supuesto incluía desde el arte bizantino hasta el diseño de válvulas para motores de combustible sólido.
Ahora pongamos las dos situaciones una al lado de la otra. Por una parte, alumnos humanos a los que les cuesta encontrar un tema sobre el que escribir, pero vencen sus miedos y lo consiguen. Por la otra, la aparentemente invencible IA, que por mucho que le pidas que quiera hablar de algo, no va a querer. ¿Por qué? Porque la IA no puede querer. No desea ni puede desear. No anhela. No necesita. No le importa.
Estás fingiendo
Por supuesto, podemos programar un algoritmo para que simule el desear. El problema del deseo, como el de la consciencia, es que, como ocurre con la moneda falsa, puede pasar por verdadera un par de veces, pero al final te descubren con billetes falsificados y vas preso.
Pero, un momento, ¿por qué no funcionaría el deseo simulado? Si la simulación es lo bastante buena, nadie notaría la diferencia. Sí, siempre y cuando el que lo finge es un humano, que sabe cómo se siente. De eso se trata la actuación. Memoria emotiva. Etcétera. Todavía más, el espectador advierte la más mínima fisura en la actuación, porque de su lado, poner el escepticismo en suspenso, requiere de una construcción emocional muy frágil. Para ser enteramente justos, los modelos de lenguaje suelen aclararlo: no pueden hablar de emociones humanas porque carecen de esa experiencia (bueno, técnicamente carecen de toda experiencia, aunque acá deberíamos ahondar en la definición de experiencia). Las redes neuronales funcionan estadísticamente, y estadísticamente, el deseo carece de sentido.
Los cuervos son conocidos por su capacidad de imitar sonidos, su inteligencia y su capacidad de crear herramientas ad hoc; pero eso no los convierte en humanos
Dentro del espectro de la consciencia y el deseo están la voluntad, la intención, las ganas, el compromiso, la empatía, el humor y los valores, entre otras cosas. Y también un concepto muy visitado, pero mal comprendido: la creatividad. La IA puede ser muy creativa. Los cuervos pueden serlo también. Pero, tomando los términos con algo de laxitud, la creatividad es una función cuya gráfica es una asíntota. Si la IA se acerca un 99,99999% a Picasso, sigue estando tan lejos de Picasso como al principio.
Así que antes de reemplazar con algoritmos a esas personas de cuyo compromiso, valores o creatividad depende el desempeño de nuestro emprendimiento, mi mejor consejo es que lo pensemos mejor. Y que nos tomemos de una vez en serio que hay que cambiar la forma en que educamos a nuestros hijos. Ya van no una ni dos, sino al menos cuatro revoluciones técnicas; no podemos seguir hablando de lo que hay que hacer en educación. Hay que hacerlo.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.