
El rey de la sanata: “favorito” de Perón, inspiró el sketch más famoso de la TV y murió sin poder disfrutar de su éxito
Fidel Pintos, uno de los hombres más queridos del humor nacional
Porteño desde la cuna, comenzó a desarrollar el arte de hablar sin decir nada en carnavales, actos escolares y finalmente en la radio; modesto y generoso, fue adorado por todos los elencos de los que participó
Guillermo Courau
Podría haber sido algo así: “Entiendo que ya está enterado de mi reunión con el presidente. Le consulto porque cuando fui esta mañana a la Casa Rosada a entregarle mi última versión de la ley ómnibus, nos preocupaba que le quedara claro a gente como usted nuestro interés genuino en la profundización de una política que permita, como hemos proclamado incluso antes de ser gobierno, sentar las bases de una serie de decisiones afines a los principios que, como ningún otro funcionario, he sabido honrar en cada uno de mis discursos, tanto públicos como privados… No sé si me entiende”.
El arte de la sanata o, en otras palabras, hablar sin decir nada, continúa más vigente que nunca. Pero Fidel Pintos, ese actor enorme que elevó este recurso retórico a un nivel de perfección, murió sin saber que había dejado un legado, hasta dudando de que alguien lo recordara por este o cualquiera de los otros aportes que hizo al mundo del espectáculo. Así de humilde era Fidel, un artista al que el éxito le llegó demasiado tarde. Tan tarde que no alcanzó a disfrutarlo.
Aquello de “porteño desde la cuna”, se cumplía en Fidel Pintos al pie de la letra. Nació en el Bajo Belgrano el 28 de agosto de 1905. Aunque le cabían las generales de la ley de esa ilusión óptica que asegura que todos los bebés son lindos, no tardaron en descollar sus ojos saltones, y su prominente nariz que, contra todo pronóstico, se convirtió en un sello de identidad: “Una vez un hombre en la puerta de un teatro me miró y me dijo: “Le hicieron una fama a usted que yo creí que era más narigón que Cyrano, y la verdad es que no es para tanto’. Ante mi silencio insistió: ‘¿Cómo? ¿No me agradece usted que le diga eso?’. Y yo ¿cómo iba a agradecerle? De ninguna manera. Le di las buenas noches y me fui. Créame: lo peor que pueden decirme es que no soy narigón. Una vez, hace años, un amigo médico, para que la gente dejara de cargarme, me insinuó la conveniencia de hacerme ‘la estética’. ¡Estás loco!, le grité. Ni por todo el oro del mundo. Esta nariz es mi herramienta de trabajo, y vos me la querés quitar. No, viejito, esta cara vino así y no hay por qué cambiarla”. Hasta Discepolín, cuando hicieron en teatro Wunderbar, le dijo por lo bajo en medio de una función, haciéndolo tentar de risa: “Che, no me alquilás un agujero para vivir”, a lo que Pintos le contestó: “¿Justo vos me cargás por la nariz?”.
Besitos a todas, leonas mías
En su juventud, el destino de Fidel estaba muy lejos de un escenario, una radio o un estudio de TV. Su primer trabajo fue como cadete del Banco Holandés, que estaba en la esquina de Riobamba y Corrientes. Más tarde pasó a trabajar en una dependencia de correos de San Isidro, y un poco después se mudó al Correo Central. Su presente fue más o menos estable hasta 1933, cuando fue víctima de un despido masivo y quedó “en Pampa y la vía”.

Con la corta experiencia de haber animado actos escolares, y algún que otro carnaval presentando orquestas de tango, el muchacho logró incorporarse al entonces muy popular programa de Mario Amaya (“Churrinche”). Su ritmo para el monólogo, una voz histriónica que comenzaba a “romperse”, y la velocidad para la réplica fueron fundamentales para seguir ganando experiencia en un medio artístico que pedía permiso para entrar en su vida. Y de esa magia unida a la imaginación de una fantasía sin imagen surgió en 1950 su primer personaje exitoso: Mesié Canesú, modisto amanerado cuyo absurdo se apoyaba en un estilo ya transitado en los Estados Unidos por Groucho Marx.
Canesú no solo le brindó a Fidel satisfacciones artísticas, sino que también le permitió instalar en la gente un latiguillo a modo de saludo que caló hondo: “Besitos a todas, leonas mías”. A pesar de que este fenómeno se da muy cada tanto, a Fidel -como se verá más adelante- le pasó más de una vez.
Luego de ocho años de éxito sostenido, Mesié Canesú terminó abruptamente: “Dejamos de hacerlo cuando murió Manuel A. Meaños, su autor. No pude seguir. El autor y el amigo eran irremplazables”, le contaba el actor en 1974.

En 1948 debutó en cine junto a Enrique Serrano en la película Novio, marido y amante. Sería el inicio de una prolífica carrera en la pantalla grande, secundando a compañeros y amigos como Alberto Castillo (Un tropezón cualquiera da en la vida, 1949), Niní Marshall (Mujeres que bailan, 1949), Pepe Iglesias (El Zorro pierde el pelo, 1950), y muchos otros. Ninguno tuvo jamás una queja hacia él, todo era agradecimiento. De entre su vasta filmografía, se destaca el protagonismo en El hermoso Brummel (Julio Saraceni, 1951), quizás la película donde mejor pudo desplegar sus dotes de comediante. Aunque claro, ya tenía 46 años, y el éxito no terminaba de golpear su puerta. Muy por el contrario, su carrera estaba a punto de derrumbarse.
El rey de la sanata
“El actor es ese señor que hoy come faisán, y mañana se come las plumas”, solía decir Fidel Pintos con una convicción tan simpática como amarga. Y sin embargo, a pesar de saber que su carrera era con obstáculos, siempre fue una persona tremendamente generosa. Cualquiera que lo esperara a la salida de una función de teatro para contarle problemas económicos, no solo recibía de él una palmada en el hombro, sino también la plata que tuviera en el bolsillo en ese momento: “¿El dinero? Mientras alcance para vivir… Además, va y viene. Lo importante es el público. El afecto de la gente. La sonrisa del niño y la sincera amistad de los adultos. Lo demás no tiene tanta importancia”.
El año 1965 encontró a Fidel Pintos intentando mantenerse a flote en un mundo del espectáculo que lo respetaba, pero que a la vez le era esquivo. En televisión había participado en ciclos efímeros como Proceso a Migaja, Un segundo vale plata o Remates musicales; en cine no aparecían papeles a su altura (en la segunda mitad de la década sería parte del pelotón de actores que crearían el subgénero “hotel alojamiento”). Su refugio era el teatro de revistas, donde se sentía muy cómodo, pero de todos modos no alcanzaba.
Hasta que se cruzaron en el camino del actor los hermanos más famosos de la tele: Gerardo y Hugo Sofovich, que por entonces acaparaban el humor en la pantalla chica con Operación Ja Ja. En una entrevista con Daniel Dátola, Gerardo recordaba cómo, sin quererlo, Fidel inspiró su sketch más famoso, “La peluquería”: “En ese momento él estaba atravesando un muy mal momento económico, y me llama Darío Castel (entonces gerente de Canal 11): ‘Quiero ayudar a un amigo que está en la mala, quiero que lo metas en el elenco de Operación Ja Ja’. Tenía 18 cómicos, me complicaba la vida. Pero cuando le pregunté: ¿quién es? Y me dijo que era Fidel Pintos, acepté inmediatamente. Yo lo admiraba, lo adoraba, era un privilegio tenerlo, imaginate que nunca me animé a tutearlo. Pero le escribía sketches lindos, y le costaba retenerlos, o se trabucaba en el remate. Hasta que después de tres meses se hace un asado para todo el elenco en la casa de Vicente Quintana. En la sobremesa, todos empiezan a gritar ‘¡Qué hable Fidel!’. Se sube a una silla y se manda ‘la sanata’. Apenas lo vi pensé: este es un peluquero sanatero, y ahí se me ocurrió la peluquería, con Javier (Portales) como el cliente. Yo solo le tiraba la línea, y él improvisaba. Al día siguiente le conté pero me contestó: ‘No, Gerardito, yo no puedo hacer eso, mirá si voy a cobrar por algo que yo hago con mis amigos cuando nos juntamos en el boliche’. Se lo tuve que hacer de prepo. Ese era Fidel”.
La peluquería de Fidel (heredada más tarde por Jorge Porcel con el nombre de “Don Mateo”) fue una de las grandes renovaciones de la temporada 65 de Operación Ja Ja. La otra, que también quedaría en la historia de la televisión, fue Polémica en el bar. Otro espacio para que el actor desplegara lo mejor de su personaje porteño, chanta y sanatero.

¿Pero de dónde viene ‘la sanata’? ¿Puede ser una derivación del engaño o del ‘camelo’? Sus compañeros de Polémica en el bar creían que sí, pero en un reportaje a Siete Días en 1973, su creador ofreció otra visión: “Una cosa es el chanta, y otra muy distinta el camelero. Este último término fue muy utilizado en el teatro español. Es muy frecuente escuchar en zarzuelas y otras obras del género cosas como ‘no me cameles o mira que te estoy cameleando”. Así, los actores salían del paso cuando se olvidaban la letra y comenzaban a inventar cualquier cosa. Pero el chanta es el tipo fanfarrón, que pretende saber todo mejor y dominar cualquier tema. La sanata es un derivado del camelo, pero el término es original de Buenos Aires. Nació en 1933, cuando animaba unos carnavales en la Unión Tranviaria, y que se transmitían por Radio del Pueblo a partir de las diez de la noche. Eran tan opiosos que nunca había un alma; de manera que al empezar la transmisión, agarraba un pito, una corneta y una matraca y me mandaba el gran camelo por micrófono como si la sala estuviera que explotaba. Alguien dijo entonces que yo hacía sanata, y la cosa quedó así”.
Sin embargo, su trabajo en Polémica en el bar mostraba sutiles matices de sanata: Fidel creaba un universo desde el absurdo, en torno a sí mismo como gran protagonista. Era capaz de asegurar que era diputado y ministro al mismo tiempo, mientras bajaba la voz y decía cosas incomprensibles a modo de conclusión: “Eso forma parte de otro recurso que comencé a utilizar por la misma época. En esos tiempos existían los glosadores de tangos, que hacían una especie de antología de la orquesta típica antes de que esta comenzara a ejecutar sus temas. Un día yo me había quedado sin material, y no pude menos que anunciar una glosa. Cuando en la sala no se escuchaba el zumbar de una mosca comencé a decir cualquier cosa: ‘Suena un tango / y mientras un tango suena / como una condena / que va llegando / a los corazones / la mina canta / por eso, hummmm, claro / el farol ‘ji snif, snit, nummm’ / el bandoneón’. Fue algo bárbaro, la gente no entendía nada, muchos corrieron a pedirme la letra, pero lo había dicho con tanta convicción que la cosa no disgustó a nadie. Esa fue la primera vez, y sigo con lo mismo hasta hoy”.
No solo no disgustó a nadie, sino que le permitió incluso aparecer en un discurso presidencial. Justo él, que lo que menos quería era ser “mediático”, incluso antes de que se inventara la palabra.
El día que Fidel “inventó” a Perón
El 13 de diciembre de 1973, en un discurso en la CGT, el presidente Juan Domingo Perón sorprendió a todos cuando dijo: “Yo quería, compañeros, enterarles a ustedes, que son los que más me interesa que conozcan estos problemas, para tener una sensación real. Se habla de paritarias, la necesidad de hacerlas y todas esas cosas… Bueno, yo aquí podría decir como Fidel Pintos: ‘Lo inventé yo’”. Durante muchos años en su sanata, Fidel había dicho desde que había sido él quien manejaba el avión que trajo a Perón desde el exilio, hasta que le escribía sus discursos. Pero aquel diciembre, la ficción y realidad se cruzaron como nunca antes, y sus sentimientos al respecto fueron encontrados. En un especial sobre el artista, Gerardo Sofovich contó el día después de aquel discurso: “Al día siguiente, cuando llegó a la grabación, lo cargamos tanto que se institucionalizó. A partir de ahí lo llamábamos ‘El favorito de Perón’ y todas las barbaridades que se le pueden ocurrir a un grupo de porteños que trabajan juntos desde tantos años con un tipo como Fidel. Y él estaba molesto por la difusión que tuvo aquel concepto de Perón, pero al mismo tiempo orgulloso. Si bien no creo que comulgara políticamente con el General Perón, indiscutiblemente fue una personalidad que marcó toda una época de la Argentina, y eso en el fondo lo llenó de orgullo”.
El “viejo” como le decían sus compañeros -no por la diferencia de edad, sino porque todos lo veían como un padre- murió a los 68 años, el 11 de mayo de 1974. Es cierto que María Elena Walsh, en el segundo y menos conocido segmento de su famoso El viejo varieté escribió: “Apaguensé, las nuevas luces del viejo varieté. No volverán, ni Fidel Pintos ni La Negra Bozán”. Pero no vuelve porque nunca se fue del corazón de los que disfrutamos su arte que no lo olvidan. Algo que solo pudo apreciar unos pocos años de su vida; y que de haberlo sabido, tal vez le habría dado mucha alegría. Y también algo de modestia.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.