Roberto Moldavsky
“Mi viejo me dijo ‘vos tenés que ser un tipo feliz’ y a los 50 me decidí”

Texto de Fabiana Scherer // Fotos: Martín Lucesole
Lo primero que se ve cuando Roberto Moldavsky abre la puerta de su departamento es la imagen de Diego Maradona. Un cuadro de fondo azul con el Diego del 86. “Es un regalo de mis hijos –aclara el humorista y actor de 61 años–. Yo soy muy maradoniano, soy de La Paternal, socio de Argentinos Juniors aunque soy hincha de Boca. A Diego lo veía jugar cuando él tenía 12 y yo tenía 10, en Los cebollitas [el equipo donde “Pelusa” empezó a hacer magia]. Tuvieron más de 100 partidos sin perder. Yo decía ‘Ese es el chico que va al club con nosotros’ y llegó a ser la persona más importante del mundo. Bueno, algunos dirán no la más importante –intenta corregirse–, la más conocida, y esto lo digo sin dudar”. –¿Lo comprobaste? –Una vez estuve en Vietnam donde me encontré con un proveedor de camperas, en la época que trabajaba en Once y fuimos, no sé si era a Birmania. Nos llevaron a pasear en elefante y el pibe que lo manejaba, no sé cómo decirlo, no hablaba. Le preguntábamos cosas y nada, no respondía, hasta que dije “Argentina” y se dio vuelta y dijo: “Maradona”. Tenía 16 años más o menos, o sea, que nunca lo había visto jugar. La leyenda de Maradona sobrepasa el fútbol. Para mucha gente, la más postergada, es un ejemplo. En cuanto a fenómeno algo parecido pasa con Messi, la gente lo conoce en el mundo, pero me parece que Maradona iba también por otros lados, no solo por el futbolístico. Pienso en el Napoli contra el norte de Italia; los pobres contra los ricos… hay muchas cosas metidas ahí. Así que soy muy maradoniano. –¿Tuviste oportunidad de conocerlo, más allá de la temporada cebollitas? –La última vez que lo vi fue cuando estuvo de gira por Israel. Yo estuve varias veces allá y también viví diez años. A Claudia Villafañe, a la esposa la conozco desde hace mucho. Nos reencontramos en MasterChef (el ciclo de Telefe. Allí quedó eliminado por el plato: “Mi primera vez en el seso”). A Diego, a la familia la siento muy cercana. Cuando murió Diego yo estaba grabando una película. Tuvimos que parar porque me agarró un llanto muy profundo. Estaba muy triste porque era un amigo mío, lo sentía así. Era como un pedazo mío. Cuando ganamos el Mundial, en el 86 yo estaba viviendo en Israel, en ese entonces no había internet, ni celulares, nada... y el mundial era la manera de estar en contacto con tu país. Los argentinos que estábamos ahí salimos a festejar a Tel Aviv y dábamos vueltas como si estuviéramos en el Obelisco. Tocábamos bocinas, gritábamos, cantábamos, la gente nos miraba como si fuéramos locos. Maradona es muy importante para mí, es un gran símbolo. –No hay duda, es lo primero que dejás ver. –Me lo regalaron para un Día del Padre o para un cumpleaños. Ellos, Galia y Eial, entendieron lo que es Diego para mí. Es el único cuadro que tengo en el departamento, todo lo demás es ventana. En el quinto piso, la luz lo invade todo. “Todo lo demás se puede agregar, en cambio la luz natural…”, repite el consejo que alguna vez le dieron. Las vidas no son lineales, la de Roberto menos aún. Si la representáramos en un electrocardiograma, cuatro picos sobresalen de los valles en los trazados, en esas ondas que marcan el ritmo del corazón. Aquí podríamos decir llamarlos deseos. Cada pico tiene un capítulo bien detallado: “El primero fue antes de los 21; el segundo, los diez años que viví en Israel –detalla–; el tercero es mi experiencia en el Once y el cuarto, la vida de artista, que es la que a mí más me gusta. Viví cosas muy diversas, muy distintas, a veces con poco lapso de tiempo entre una y la otra. Está la época de la cosecha de algodón en Israel, de estudiar Educación en Israel a Sociología y nunca ejercer... vender una campera en el Once, y del Once a hacer humor”. Patear el tablero a los 50. Podría ser el título de uno de los capítulos. Del negocio a hacer stand up. “Vos tenés que ser un tipo feliz. Sé feliz”, le dijo su padre. “Lo dijo un día antes de morirse –confiesa Roberto–. En un estado… estaba delirando, sedado, entre insultos dijo eso. Tuvo un momento de lucidez y me dijo ‘yo estoy acá, mirá la vida de mierda que tengo, mirá como estoy’. Ese día yo había decidido quedarme con él. Me quedé sentado ahí, incluso cuando me insultaba, porque perdía la noción de quién era. Estaba ahí para evitar que se saque las cosas de los brazos, forcejeaba, golpeaba. Los últimos días de mi viejo fueron muy malos. Pero yo me llevé ese instante, ese clic, ese sé feliz”.

Ese día cambió todo. “Una vez, con un psicólogo que no era mi terapeuta, charlamos de las cosas a favor, en contra y de los pendientes que tenía con mi viejo. Pero ese ‘sé feliz’ lo compensó todo con creces”. Galia y Eial son los dos hijos de Roberto, ambos trabajan en los medios. A Eial le falta la tesis para recibirse en Filosofía. Galia egresó de Sociología en la UBA; y Periodismo en TEA. “Un filósofo me explicó que el amor de padre a hijo es el más incondicional que existe. Vos no esperás una recompensa igual a lo que das –asegura–. Somos más felices con la felicidad de nuestros hijos que con la propia. Si tengo que elegir, prefiero que a ellos les lluevan propuestas de trabajo. Yo disfruto de mis hijos, no solo de la parte laboral que, por suerte les va muy bien a los dos. Tenemos una relación increíble. Generalmente nos juntamos acá una vez por semana. Además, tenemos obviamente nuestro grupo de WhatsApp que es muy lindo porque nos consultamos muchas cosas, tiramos idea. La verdad es que tengo una relación genial con ellos y sí, son muy talentosos. –Te definís como “familiero, amiguero”. –Soy muy laburante, un “cultivador” de este tema, soy muy familiero, amiguero. Con mis amigos me junto todo el tiempo. Me gusta estar con gente. Me gusta que me paren, que me pidan una foto, no me resulta pesado. Es parte del laburo. Ayer (hace referencia al domingo pasado) terminé la función, estaba medio cansado, quería llegar a casa porque jugaba Boca [contra Instituto] y lo quería ver… me saqué todas las fotos y vine para acá. El humor político está presente en Moldavsky, lo mejor de mí, el espectáculo con el que sube, junto a un grupo de músicos, al escenario del Teatro Apolo. “Fue Pinti el que me dijo ‘no dejes de hacer humor político. Te van a putear, te van a decir que sos de un lado, que sos del otro. Te van a decir tibio’, como le pasó a él… En Argentina tenemos a muchos humoristas, comediantes que hicieron y que hacen humor político, como Tato, que le pegaba a todo el mundo. Generalmente, yo le doy más al gobierno de turno porque es el que te da más letra, son los que más hablan –reconoce–. Sale mucho material toda la semana. Aparecen personajes impensados que te tiran letra. Intento siempre hacer un equilibrio, me gusta buscar por todos lados. No me preocupa lo que van a decir. Respeto los que hacen humor militante, si querés llamarlo de alguna manera, ya sea de un lado o del otro. Si el humor está bien hecho y es divertido… Mi propuesta es otra, yo me enfrento a la grieta con el humor. Me gusta el ejercicio de recorrer, de buscar por todos lados. Me gusta más ese desafío que quedarme de un lado”. –¿No te importa si te consideran tibio? –Yo tengo mis ideas y sé cuáles son. La grieta me parece muy limitante, te obliga a que tomes un lugar y bueno, por lo general son dos grandes grupos, o estás con el peronismo o con el Pro, lo digo desde una visión muy grosera. Yo estaba con Alfonsín, pero hoy los radicales no tienen mucho de aquellos tiempos. Así que me gusta el deporte de revolver por todos lados. –¿Y el público se ríe sin importar la camiseta? –Sí, te reís de lo mismo por lo que te peleaste con un amigo de toda la vida, con alguien de la familia, por esta pelotudez, perdón estupidez… Además, son los mismos políticos argentinos que cambian, que dan volteretas de un lado para otro y ¿vos estás defendiendo a uno? No hace falta que dé nombres, la gente los tiene en la cabeza. En fin, es una lucha bastante ridícula porque bancás a uno que después se cruza sin problemas con los de enfrente. ¡A los humoristas nos dan demasiado material! Quiero que las cosas le vayan mejor al país, que se estabilice. Lo que yo hago es repetir las frases que dicen ellos, ni siquiera las analizo demasiado, trato de ser lo más preciso posible. Repetirla tal cual como ellos las dijeron. El nuestro, digo el argentino, es un público muy curtido en el humor. Tenemos a grandes maestros. Muchas veces ni siquiera es necesario rematar el chiste que la gente lo resuelve en su cabeza. Hay una escuela de humoristas increíbles y tan diferentes, de Niní Marshall a Olmedo; Pinti, Tato, Capusotto… entre tantos. La vida en un kibutz Conocía Israel, había estado un par de veces, pero Roberto quería conocer, experimentar la vida en un kibutz [comuna agrícola israelí]. Ser parte de esa experiencia. Tenía 21 años cuando viajó con un grupo y se quedó a vivir diez años. “De una vida totalmente urbana al medio del campo. Me acuerdo que mi primera noche me levanté a las tres de la mañana a ordeñar vacas. Pasé mucho tiempo en el tambo y te sirve. En serio. Tiempo después cuando vas a la Rural con tus hijos y preguntan ‘¿alguien sabe ordeñar?’ vos sos el papá que levanta la mano, que lo puede hacer –bromea– o el papá que pude identificar los distintos tipos de tractores. Recuerdo los tiempos de la cosecha de algodón. Es un momento hermoso, es un período clave y corto porque mucha gente va al campo a trabajar en la cosecha. Ahí tenía un tractor abierto, no como los de ahora que son cerrados y que tienen aire acondicionado. Me gustaba que fuera abierto, que me diera el aire, ver los campos. A ese le escribí ‘Roberto’ con un aerosol. Debe estar todavía. Me gustó mucho ser parte de eso, era un pibe de 20 que soñaba con cambiar el mundo. A mí me hizo muy bien”. –¿Qué enseñanza te dejó? –Mi familia era de media clase, ahí, justa. Ahora a mí me va muy bien. No tengo de qué quejarme. Durante 10 años viví sin la variable de la guita, porque ahí se compartía todo, te daban todo, casa, comida, luz, gas, no te faltaba nada. Lo que vos querías lo tenías. Se compartía el auto. No tenías una ambición de acumulación. Si yo te saco la variable de la guita no vas a tener problemas para llegar a fin de mes. Ahí está tu creatividad, tu manera de desarrollar. Fui muy feliz. Hoy vivo de otra manera, lo sé. Pero también sé que se puede ser feliz sin ahorrar guita, es un aprendizaje de vida. Una elección de vida, por supuesto que esto no va para el tipo que llega a fin de mes justo o no llega. Hablo para el que vive desesperado por la acumulación. La guita tiene una trampa: es ilimitada. –¿Estabas decidido a quedarte a vivir en Israel? –Sí, yo estaba casado con una argentina, después de un tiempo quiso volver acá, fue muy insistente y nos volvimos. Quién sabe qué hubiera pasado si me quedaba. Son decisiones. Siempre les digo a mis hijos que cuando uno choca es por una pelotudez, porque cuando tomás una decisión, meditás, analizás, te tomás el tiempo para hacerlo. Tenés menos chance de equivocarte. Mi última gran decisión fue dejar el negocio, vender mi parte. –El 7 de octubre de 2023 todo cambió. –Tengo mucha gente conocida que vive allá. Conocidos míos, amigos, fueron asesinados y otros fueron secuestrados por los terroristas. Amigos y amigas murieron tratando de esconderse en el refugio. Uno de los que murió fue con el que hice el curso de stand up. El ataque se hizo en una zona muy cercana a la que yo vivía. El golpe que dieron estos asesinos, no sé ya qué palabra ponerles. Toda la vida, esos años en el campamento, estuve del lado de la paz y la convivencia, sabiendo que no nos íbamos a amar ni abrazar en la frontera. Hay una expresión que, traducida sería algo así, una “paz de mierda”. Es una historia larga, con muchos momentos. Pero esto es un antes y un después, y tiene un mensaje clarísimo: “vamos a matar judíos dónde sea y cómo sea”, no importa nada y lo peor de todo, y que mucha gente no entiende o no lo quiere entender, es que en realidad estos asesinos de Hamas sabían exactamente las consecuencias que iba a tener este ataque sobre su propia gente. Sabían que Israel estaba obligado a contestar. Sabían que su pueblo lo iba a pagar porque estos líderes, además, no están ahí, viven en Qatar, en hoteles cinco estrellas. No van a morir con su gente. –Las imágenes de lo que ocurre en Gaza son brutales. –A mí la muerte no me gusta. Yo quiero que se acabe la guerra. Quiero que liberen a los rehenes. Que haya paz, que no muera nadie de ningún lado. Esa frase que dicen algunos que se trata de una medida desmedida. ¿A qué se refieren? ¿Cómo sería? ¿Israel debería entrar a Gaza y hacer lo mismo que hizo Hamas? ¿Si se hiciera eso, la respuesta estaría bien recibida? Lo digo sin ningún temor a lo que pueden llegar a decir. Te va a parecer una locura, pero sé que el ejército israelí tiene prudencia, es un ejército formado. Sé que hay hasta soldados israelíes presos por haber matado sin necesidad. Con el poder militar que tiene Israel podría haber borrado a Gaza del mapa en estos meses. Pero no. No lo hicieron. Es terrible la situación, es un lugar poblado, todo es muy difícil. Me duele mucho cada persona que muere, pero esto tiene un responsable y es el grupo terrorista Hamas, y tomaron la decisión de hacer lo que hicieron, sabiendo lo que iba a pasar. –Miles de personas se manifestaron en contra de Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel. –Soy muy amante del Estado de Israel y reconozco también sus errores. No soporto su gobierno, no soporto al primer ministro Netanyahu y creo que es responsable de mucho de lo que pasó. Pero acá hay un responsable inicial, porque Israel no atacó ese día de octubre. Por eso, algo tenés que hacer, no podés quedarte mirando, pensando: “un poco de culpa es mía”, eso lo veremos después, pero mientras tanto no puedo permitir que esto ocurra. Este conflicto está tan lleno de odio y con tantas historias. Es muy largo. Previo al ataque se hicieron marchas todos los sábados a la noche en contra del primer ministro. Hay quienes dicen que nos vieron débiles y que por eso nos atacaron. Netanyahu no hizo absolutamente nada por iniciar negociaciones, en sus años de gobierno, por la paz, de ningún tipo y los problemas crecen. Y si siempre le echás la culpa a algo o a alguien que no tiene que ver con vos... a mí me molesta. Fíjate, lo más terrible de esta historia es que ahora está negociando con estos terroristas para que devuelvan a los rehenes, con ya miles de muertos, cuando debería haber negociado antes.

–Vuelvo al humor. Vos decís que el humor puede abordar cualquier tema. Hubo un momento donde lo “políticamente correcto” escaló fuerte. –Hay que reírse de todo lo que es parte de la vida. Me río de la nutricionista, de los gordos, de los flacos. Como parte del colectivo de los gordos, me río de lo que comen los flacos. Comen porquerías y me miran a mí pensando que el problema lo tengo yo. El problema es lo que tienen ellos en el plato. Me río de las feministas… cómo puede ser que haya aumentado la manteca y el colectivo de Actrices Argentinas no haya salido a decir nada –ironiza–. Cómo no me voy a poder reír, si todo está integrado a nuestra vida. Por eso me río de los políticos. El problema es que se pierden los contextos, se cancela muy rápido. Hay casos que son terribles. Pero ahí ya entramos en otro terreno, en una discusión histórica. –Separar la obra del artista. –Una discusión muy difícil. Qué hacemos con la obra del artista del que de repente te enterás qué pasó algo. En algunos casos se sabe, en otros no y se decide cancelarlo igual. ¿Qué haces con toda la obra de Woody Allen? Es un ejemplo muy concreto. Él tiene toda una obra que a nosotros nos encanta, ¿qué hacemos? Hay que pensarlo muy bien antes de cancelar. Es muy difícil. Pero una cosa es la obra y la otra el artista. También pasa, en esta época que va alguien a la tele y dice cualquier cosa. Me pasó a mí [hace referencia a la polémica por los dichos de Romina Manguel sobre la amistad que Moldavsky mantuvo con Gerardo Rozín]. Me empiezan a pegar y vos no tenés ganas de salir a discutir porque te parece de una gran bajeza. Ni querés hablar del tema para no darle lugar, no meterte en esa bajeza. Pero después viene algún boludo, te escribe y te dice que tendría que haber dicho algo. Esto también es complicado. Si empezás a responder no parás. Y si no respondés tampoco está bien porque hablan por vos. Hoy hay muchos programas que arman quilombo sin verificar lo que se está diciendo. Y en las redes. Andá a desarmar todo lo que se dice, lo que se escribe. No se puede andar diciendo cualquier cosa… Digo, los periodistas, los panelistas tendrían que hacer un pequeño laburo y preguntar, pedir “tenés pruebas de lo que estás diciendo” o llamar al otro lado antes de armar todo el ruido. Pero no lo hacen. Hay que ejercer una especie de conciencia crítica, empezar a ver entre líneas, preguntarse ¿por qué están diciendo cuál o tal cosa? ¿Cuál es el objetivo? Ahora con esta nota. Quizá después decís “me obligaron a hacerla, me pidieron plata”, lo que se te ocurra. Algo que nunca pasó, ¿cómo se desarma esa rueda? Es el precio de ser popular. –¿No es demasiado alto, si lo que se dice es mentira? –Duele mucho, claro. Las cosas duelen, la gente cree que no pasa nada, que pueden decir lo que quieran. He hablado con artistas famosos que te dicen “no tenés que mirar la tele, las redes, no te enganches”. Y después ves que contestan. En algún momento podés filtrar ciertas cosas, pero hay momentos que lo que dicen, escriben, te llega. Hay gente jodida. Yo le dije a mis hijos que en algún momento de la vida van a descubrir que hay gente jodida, uno cree que la mayoría son buenos. Es verdad, la mayoría de la gente es buena y quiere vivir en paz, pero también hay mucha otra, que es jodida. Gente jodida. No sé qué les pasó, no me importa, te los cruzás y te pegan sin dudarlo. El arte del regateo Entre las cualidades que Roberto puede sumar a su currículum vitae es el regateo. No solo sabe cómo hacerlo, sino que disfruta hacerlo. “En un cumpleaños me presentaron a un neurocirujano, lo recuerdo porque, a pesar de su profesión tan precisa, contó una anécdota que lo llenaba de orgullo: cómo había regateado en Turquía el precio de unas alfombras. ¡Un neurocirujano! En vez de contar una operación compleja, que metió una cosa por acá y sacó otra por allá, contó que su mayor felicidad fue el descuento que consiguió –recrea la situación–. Es algo universal. Si conseguís algo más barato y después vas a otro lugar y lo ves más caro, te sentís una especie de Dios. Pasa lo mismo cuando llamás a los de internet y te bajan el precio y te dan promociones… en realidad te están cagando, pero uno se siente muy bien. Quizá los escandinavos no sepan de lo que hablamos, pero no hay nada más lindo”. –En tu caso te sale bien, otros, me incluyo, somos un desastre. Nunca consigo un descuento. –Hay una frase un poco fuerte que es “mierda o chocolate”, o sea, te puedes salir bárbaro o no. No todos son goles, muchas pelotas se van afuera y no salen como vos querés. Cada vez que viajo compro biromes para regalar. Las voy a comprar a las ferias, me encanta regatear. Mi precio es de un euro o un dólar, no salgo de ahí. A veces se da, otras veces, no. Una de las veces que regatee fuerte fue en Toledo, una ciudad hermosa, histórica de España y yo estaba ahí regateando el precio de las biromes. Estábamos de gira, con los músicos. Ellos me gritaban “vamos a pasear, dejá eso” y yo estaba ahí discutiendo con una empleada o la dueña por el precio. No quería bajar el precio. Así que le dije que ella no quería ayudarme, que no se trataba de un tema económico, le hice ver que ella también ganaba y finalmente bajó el precio. A veces me llaman para hacer eso de los “role play” (juego de roles), incluso con famosos que van a discutir su sueldo en la radio o en la tele. Hacemos la charla… –Ahí hay otra veta, podés crear una empresa de asesoramientos. –Tiene que haber un número que te haga feliz, porque si no siempre vas a estar disconforme. Hay lugares en los que se puede regatear y lugares en los que no. Me dijeron de hacer un libro [en 2018 publicó Goy Friendly). Buscaba salir de su zona de confort cuando Roberto Moldavsky se anotó, a los 48 años, en un curso de stand up. “Siempre fui el que hacía reír a todos, desde chico”, asegura. “En ese momento lo hice como una forma de distraerme, de sacar provecho a esa otra faceta, salir un poco del local [uno de ropa en el barrio de Once junto con su socio]. Hacer algo que no tuviera que ver con mi laburo, algo más creativo, un cable a tierra”. La llegada masiva a los medios se fue dando de manera, él dice “natural”. El primer gran salto fue cuando Fernando Bravo lo invitó a su programa de radio para que hiciera un monólogo sobre el Año Nuevo judío. “Yo actuaba en un lugar muy chiquito, en un restaurante de comida judía y Bravo vino. Yo sé hay que tener talento, laburo, todo, pero hay cosas que se dan por estar en el lugar indicado, en el momento indicado. Hay mucha gente talentosa que no se le da ese clic y hay gente que sí, por eso siempre digo que hay sumar las cosas. Yo tuve en eso mucha suerte”. El monólogo en lo de Bravo fue un éxito y Roberto se dio cuenta de que estaba para más. Las dos actividades, la del humorista y comerciante, convivieron por un tiempo. Era una forma de mantener seguro el ingreso económico hasta que conoció al productor Gustavo Yankelevich, que lo apoyó y lo motivó para que se lanzara de manera profesional. Llegó a la televisión, al programa de Susana Giménez, y no se detuvo. Hoy es uno de los humoristas más exitosos de la calle Corrientes, en mayo se despidió del programa que conducía en Canal 13 de 1D2 y en la radio participa del pase entre los equipos de Alguien tiene que decirlo, el programa de Eduardo Feinmann por Radio Mitre y Lanata sin Filtro. “Aprendí radio de un maestro, me enseñó Fernando –reconoce–. Cuando uno piensa en los más grandes se te vienen a la cabeza Héctor Larrea, Antonio Carrizo, Bravo. Fue una verdadera escuela. Y ahora estoy con el pase. Estamos esperando la vuelta de Jorge. Me siento muy bien, el equipo es bárbaro, fui muy bien recibido. Son geniales, se prenden en las jodas, en propuestas como el radioteatro [“Los Mansilla y los Esmeralda”, Feinmann y Lanata se animaron con los protagónicos], todos hacen una parte. Para mí la radio es un lugar inconmensurable”. –El Roberto del Once, el del negocio ¿aparece de vez en cuando? –Siempre, yo entro a un negocio de ropa y voy tocando las telas. Miro, pero no miro lo que en general mira la gente. Miro lo de adentro más que lo de afuera, cómo está terminada, cosida. –Ese es un buen tip. –Lo que pasa es que vos podés mirar adentro, pero no te vas a dar cuenta, no vas notar lo que yo puedo ver. –Una vez escuché una anécdota que me hizo reír mucho y también pensar. ¿Vos pusiste unos relojes en los bolsillos de unas camperas para venderlas? –No, no fui yo, es una historia que me contaron. El tipo me hizo un planteo fantástico ¿quién es peor? ¿yo, que puse el reloj o el que me lo está robando? Él ponía en el bolsillo de cada campera un reloj de un dólar, no andaba ninguno, eran de Paraguay. La gente se probaba la campera, sentía el reloj y decía “me la llevo puesta”. Así empezamos a delirar con la idea de qué podía pasar si ponías una billetera vacía, un celular que no funciona, cualquier cosa. Moralmente está cubierto, él puso el reloj, vende la campera. Pero el que la compraba, ¿estaba robando? Me pareció una genialidad. Un gran vendedor. –¿Qué fue lo más difícil que te tocó vender? –Unos pilotos que tenían las mangas muy cortas. Imaginate, pilotos con mangas que te llegan al codo. ¿Cómo lo vendés? Tendencia: “a la gente le gusta mojarse el brazo”–anuncia–. Es que en China la gente tiene los brazos más cortos. La capucha tenía un pedazo de tela, como de animal print. Entonces, la sacamos de la capucha y la cosimos en las mangas y armamos un modelo raro. Y los vendimos. No es que teníamos cinco pilotos, sino un container. Esos desafíos me encantan. No mentir, yo no era los que te decían que te quedaba bien para que te llevaras la prenda, no me sentía bien con eso. Obviamente uno tiene que vender, pero también ganarte la fidelidad del cliente. No tenés que cagar al cliente. No tiene sentido que lo hagas. Una de las debilidades de Moldavsky son las paneras. En su cuenta de Instagram sube el recorrido por diferentes lugares que tienen las mejores paneras. “Soy un enfermo –dice sin dudar– me encanta. Algunos piensan que lo que hago en Instagram es meter canjes. A esta altura de mi carrera no voy a rebajarme por un almuerzo. Para mí las paneras son la carta de presentación de un restaurante, de una parrilla, es el ‘hola’. Te saludan. Están diciendo 'estoy contento de que viniste’. La primera impresión. Hay lugares que quizá no tienen tan desarrollada la panera, pero te ponen un pancito con manteca. Bueno, si es así, entendiste todo. Soy un fan del carbohidrato. Podría comer solo eso. Te digo más, soy más fan del carbohidrato que de la carne”. –Toda una declaración. –Prefiero los fideos al asado.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.