lunes, 21 de octubre de 2024

GERARDO ANDÍA...ARQUITECTO INNOVADOR Y EL CINEASTA JOSÉ DE ZER (DIEGO LERMAN )


El estilo arquitectónico que nació en Mendoza y que se revela en una casa estudio
A 100 años de su nacimiento, el legado de Gerardo Andía, el arquitecto mendocino de las casas concebidas como micromundos diseñados para disfrutar al máximo de la vida en el hogar
Andrea Calderón
En sus obras, el arquitecto Andía descubrió nuevas maneras de utilizar materiales de Mendoza, como piedra y arena
Su originalidad está en los detalles que mejoran el habitar doméstico y en su propuesta contemporánea, útil e innovadora, coinciden colegas e investigadores. Del arquitecto Gerardo Américo Andía queda parte de lo construido y conceptos que refieren a su unicidad. Sus obras, distribuidas por la geografía de Mendoza, hablan de una originalidad en contexto. Y aunque su trayectoria está arraigada a la provincia, su proyección trascendió los límites locales.
Fue primero el niño admirado en la escuela por sus dibujos y después, el joven estudiante que aun antes de recibirse en la Universidad Nacional de Córdoba, proyectó y materializó la vivienda de sus padres.
A ese sueño cumplido le siguieron cientos de otros, incluida la Casa Estudio Andía, que en 1958 inauguró junto a su compañera Teresa Buj para recibir más tarde a su único hijo: Raúl. Esa propiedad, que nunca dejó de ser su vivienda, fue durante una etapa sede del estudio Andía Arquitectos, que fundó y compartió con su hermano Carlos desde los 70. En el 2000, la hija de Carlos y sobrina de Gerardo, Jimena Andía, retomó el estudio que está ahora ubicado en el mágico poblado de Chacras de Coria, en la calle Álzaga.
Las “Casas-Andía”, como fueron bautizadas con el tiempo sus viviendas unifamiliares, son una suerte de micromundo diseñado para disfrutar al máximo de la vida en el hogar. Hay nueve residencias declaradas bienes patrimoniales, incluida la suya, que en una próxima reapertura fusionará gastronomía y arquitectura a puertas cerradas.
Sobre una calle que se volvió agitada sobresale esta propiedad de dos plantas indisociable de los jardines exteriores. Está aquí el paisajismo de Andía, quedan algunas de sus acuarelas y murales, el tocadiscos que él mismo diseñó, el tablero del que surgieron tantos proyectos y su esencia como arquitecto.
Una marcada línea de planos y volúmenes identifica los interiores
Sólida y conservada, la Casa Estudio Andía es una cátedra de arquitectura, arte plástico y diseño. Este patrón se repite –aunque de manera única– en las otras propiedades que en la Ciudad de Mendoza conservan estoicas la impronta y vigencia de su autor.
Los materiales aparecen como recurso expresivo y los desniveles como consignas que dividen ambientes. El diseño de mobiliario es otro factor característico. Sillones, camas, vestidores, mesas y sillas llevan la firma y el diseño de su creador, aun admirado por las generaciones más jóvenes de arquitectos.
“Las piedras flotan como murales –describe un estudio del Colegio de Arquitectos de Mendoza–. Cuando no brotaba de la tierra, su arquitectura flotaba. Es que, a pesar de las influencias de los maestros del Movimiento Moderno que se aprecian, como en la mimetización de la casa con el entorno (Wright) o los juegos planimétricos (Eames), todas las obras de la fecunda producción residencial de Andía poseen el sello característico y personal, comenzando por su vivienda particular”, analiza la Guía de Arquitectura de Mendoza. de la Junta de Andalucía (Gobierno de Mendoza, 2004).
Estudio familiar
Reconocido como referente de la arquitectura local y argentina, su figura es destacada desde lo cívico, lo profesional y lo académico. Nació en 1924 y murió en 2008 en el mismo distrito, en Villa Nueva, Guaymallén.
Cuenta la historia que Gerardo fue el mayor de cuatro hermanos y el entusiasta dibujante de la familia. Una niñez de juegos analógicos, experiencias en la naturaleza y la frecuente visita a un tío metalúrgico marcaron las primeras décadas de un devenir ligado a la política como funcionario y militante radical.
La Casa Estudio Andía se proyecta de una manera moderna e integral donde “las piedras flotan como murales”
“La casa funcionó como estudio compartido durante algún tiempo en la planta alta. Además de mi papá también trabajaba mi tío ‘Coco’. Yo nací y viví ahí hasta que me casé, e inclusive después también. Esa casa ha sido testigo de una cantidad importante de cumpleaños, reuniones y visitas”, remarca Raúl.
En lo íntimo, su padre fue “El Pelado”, un hombre serio, inquieto y lúcido “que se hacía respetar”. Una personalidad marcada por el compromiso y el ingenio sobreviven en la memoria del hijo de Gerardo Andía. Fue incondicional, asegura, para él y para sus vínculos cercanos. La posibilidad de recibir invitados y organizar encuentros no resultó menor para la obra del arquitecto mendocino, como tampoco la música, con el jazz y el tango como prioridades.
“Gerardo tuvo una formación humanista muy integral y concibió la arquitectura como una manera de mejorar y trabajar por las personas. Por otra parte, a través de su desarrollo proyectual alcanzó un perfil estético propio. Su lenguaje volumétrico espacial, lo reconocible y original que resultan sus obras dialogan con nociones propias de nuestro clima y eso se visualiza en las orientaciones y galerías”, explica Jimena Andía.
“Él descubrió nuevas maneras de utilizar materiales propios de Mendoza, como piedra y arena, y diseñó artefactos eléctricos y mobiliario que son parte de casas muy cómodas, bien iluminadas y adaptadas al buen vivir”, agrega su sobrina.
Sillones, camas, vestidores, mesas y sillas llevan la firma y el diseño de su creador
Obtuvo su título en Córdoba en 1957 y fue ayudante alumno durante todo el trayecto universitario. Aprendió de maestros como Ernesto La Padula, Enrico Tedeschi, Jaime Roca o Julio Pinzani y “adhirió a una arquitectura de raíz orgánica con una fuerte presencia plástica y matérica”, describe la arquitecta e investigadora Cecilia Raffa.
Fue ministro de Obras Públicas de Mendoza entre 1983 y 1987, durante el gobierno de Felipe Llaver (UCR). Admiró a arquitectos locales como Daniel Ramos Correas y Raúl Panelo Gelly, y a foráneos de la talla de Le Corbusier, Frank Lloyd Wright o Richard Neutra. En lo académico e institucional, fue decano y vicedecano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Mendoza, profesor titular de la Facultad de Diseño de la UNCuyo desde su fundación y hasta jubilarse, y fundador de la Sociedad de Arquitectos.
Desde la calle Bandera de los Andes primero y sobre Arenales después, hasta 1990 los hermanos Andía trabajaron como socios y ganaron renombre con construcciones basadas en el diseño de lugares, con detalles integrados a la naturaleza y una marcada línea de planos y volúmenes.
Barrios, proyectos de urbanismo, espacios comerciales e industriales además de iglesias, integraron el portfolio desde sus inicios. Y así, la creación, materialización, evaluación y ejecución de proyectos continúan siendo etapas que acompaña el estudio. Desde la mirada Andía surgen obras dinámicas, fluidas y orgánicas, como la morfología de su mentor.
“Su mayor producción y reconocimiento se centraliza en la arquitectura doméstica, entre las que se cuentan alrededor de 120 viviendas unifamiliares. Todas se destacan por la horizontalidad como recurso expresivo y el uso de materiales tradicionales e industriales de la región. También por las grandes superficies vidriadas y la relación interior-exterior. Gerardo Andía es uno de los pocos arquitectos mendocinos que ha trascendido por fuera de lo local y creo que su lenguaje estético tiene mucho que ver”, describe la arquitecta Cecilia Raffa. Como revela esta doctora en Ciencias Sociales y magíster en Arte Latinoamericano, Andía proyectó de una manera moderna e integral, con equipamiento incluido.
La casa estudio de Gerardo Andía, inaugurada en 1954
“La vivienda fue un tema excluyente en su obra”, remarca parte de la biografía publicada en el libro Arquitectos en Mendoza (Ediciones Digital Biblioteca UNCuyo). “(...) Su arquitectura denota su otra vocación, la de pintor. A través de su sentido plástico, la materialidad de sus obras propone experiencias sensoriales. La casa fue su campo de experimentación proyectual y la tipología más numerosa desarrollada a lo largo de su carrera, donde puso de manifiesto la particular interpretación del ideario moderno arraigado al lugar (...)”, escribieron sus colegas Alejandra Sella y Julio Miranda.
Su huella en el paisaje urbano, su coherencia entre proyectos, el respeto por el entorno y el predominio de lo útil fueron aspectos que el arquitecto mantuvo y exploró hasta el final.
Por su aporte singular a la arquitectura de Mendoza, la figura de Gerardo Andía tuvo una recurrente presencia en los diarios provinciales y nacionales. Con motivo de su muerte, el 18 de marzo de 2008 y a poco de cumplir 84 años, se escribieron necrológicas y memorias que lo enaltecen.
En un texto publicado en el diario Los Andes, su colega Luis Ricardo Casnati lo recordó así: “(...) Cierto que era arquitecto, pero era también pintor y escultor. No trataba en sus creaciones, solo de organizar ambientes con estructura, muros y techumbres que sirvieran con lógica las faenas y movimientos de sus habitantes. Aspiraba y conseguía mucho más, embelleciendo esa máquina para vivir con la gracia inigualable de la dulzura de las formas, con las concavidades y convexidades que enternecen lo cotidiano, con los pináculos de los volúmenes armoniosos, con la lúcida mixtura de los materiales, con el esplendente juego de colores (...)”.
De importancia patrimonial, la casa combina rigor funcional y expresividad a través de texturas rugosas y brillantes
Próxima apertura
Visitar la casa de un arquitecto con recorrido es, sin dudas, una experiencia que acerca la visión de su creador y el cosmos de elementos y objetos que entusiasmaron su vida doméstica. El mundo cuenta con ejemplos fascinantes. Sin ir demasiado lejos, la Casa de Vidrio de Lina Bo Bardi, en San Pablo; Das Canoas de Oscar Niemeyer, en Río de Janeiro; la Casa Estudio de Luis Barragán o la de su colega Max Cetto, ambas en la Ciudad de México, ofrecen visitas guiadas.
En el caso de la Casa Estudio Andía, la protección patrimonial que tiene la propiedad desde 2023 la preserva de la mera especulación inmobiliaria. Esta obra, fundamental para la historia de la arquitectura local, es testigo y protagonista del movimiento residencial de mediados del siglo XX. Con esta premisa el empresario Marcos Bragagnolo, ligado al rubro de la construcción, ideó una propuesta que la hará relucir.
Documentada en la Guía de Arquitectura, la casa sigue sorprendiendo por la vigencia de su estilo
En su entorno y a su escala, este sitio será en los próximos meses sede de una propuesta privada de visitas, con gastronomía y vinos. Por estos días se trabaja en la refuncionalización del mobiliario y las luminarias, en una puesta a punto que atiende a los planos originales, con la aprobación y el trabajo de Andía Arquitectos.
Marcos Bragagnolo, responsable de esta aventura, explica: “La intención es combinar arquitectura y cocina para conocer esta casa emblemática y compartir, en la mesa original del living comedor, una cena con recetas regionales. El objetivo es insertar a la casa en el circuito arquitectónico y del diseño en Mendoza y recrear el espíritu de su época”.

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Contar la historia del gran creador de las fake news argentinas: José de Zer, el hombre de los 50 puntos de rating
Diego Lerman es el director de El hombre que amaba los platos voladores, la película que llega hoy a Netflix y que tiene a Leonardo Sbaraglia como protagonista
Marcela Ayora
Leo Sbaraglia como José de Zer en "El hombre que amaba los platos voladores"Federico Romero / Netflix
Todo es muy intenso. El verde seco de los pastos que cubren los cerros, el celeste profundo del cielo limpio de nubes, el gris de las piedras. Como si la naturaleza usara los filtros de Instagram de forma permanente; ahí, a 1000 metros de pura elevación cordobesa sobre el nivel del mar, los colores refulgen. Y también ahí, en medio de tanta belleza, algo no encaja con las coordenadas del paisaje.
Sobre un llano del cerro, un círculo negro de pasto quemado como de 20, 30 metros de diámetro, va a cambiar la historia del pueblo para siempre. En esa mañana de mediados de los años ochenta, policías, lugareños, y hasta los bomberos están para ver de qué se trata la misteriosa quemazón.
Pero va a ser un hombre frente a la cámara de un noticiero el que realmente fundará el mito. Él es muy intenso, entonces, trepándose a los cerros -o como hará en unos meses más, metiéndose en una mina abandonada-, le dice al hombre que lo filma: “Seguime, Chango, seguime”. Y esa frase que circula aún hoy, revela al periodista José de Zer y sus notas para Nuevediario (el noticiero que se emitía por Canal 9), y la cobertura del caso que le dio 50 puntos de rating: los extraterrestres de Córdoba.
Mónica Ayos y Leonardo Sbaraglia en una escena de "El hombre que amaba los platos voladores". Crédito: Cleo Bouza/Netflix ©2024
El hombre que amaba los platos voladores es la nueva película del director argentino Diego Lerman, sobre la figura del periodista y su particular forma de contar historias. Producida por Netflix, llega a la plataforma hoy. Antes, el film tuvo sus viajes: se presentó por primera vez en el Festival de San Sebastián, en septiembre; pasó por algunos cines..
La idea de contar a de Zer y los ovnis, empieza por algo más bien territorial: el director pasó muchas vacaciones en Córdoba. “Hay todo tipo de fábulas sobre alienígenas y me interesó abordarlo. Recordé la figura de José de Zer. Vi los videos en Youtube. Lo que había era la confluencia de muchas cosas que me interesaban”. Eso que lo atrajo sobre esa historia, es algo así como una seriada de mamushkas.
Pensar un guion (narración uno), para contar a un contador (narración dos), que a su vez ficciona sus propias historias (ficción tres). En esto de narrar, Diego Lerman (Buenos Aires, 1976) lleva más de veinte años de carrera, que podría decirse que inició mucho antes, con esas proyecciones en su casa de infancia en los cumples, cuando sus padres prendían el proyector para ver El globo rojo.
Desde el presente, ésta es su séptima película. Sobre las cosas que le interesaban a la hora de decidirse por el universo multiplicado de José de Zer, dice: “Me atrajo mucho contar la historia de un creador de ficción. Nada muy diferente a lo que es un cineasta. Él, allá, en medio de los cerros con su camarógrafo y un par de recursos, teniendo que sacar equis cantidad de notas por semana”.
En ese paralelo, aparece la importancia de saber trabajar en equipo. “Él hablaba con los pobladores, guionaba, se le ocurrían cosas. Generaba un verosímil del jadeo, de las cámaras, las muletillas, desenterraba cosas. Como alguien con mucha noción de la puesta en escena. Todo eso como cineasta. Muy atractivo, jugoso, divertido para pensar”.
Esa mirada de Lerman sobre el trabajo de José de Zer es un zoom a la forma, lo que salía al aire. Es decir, había mucha edición: una maquinaria del contar. Y eso se ve en la película, que es dinámica, narrativamente. Lo que se dice: un guion ajustado. No hay textos de más. Las actuaciones, igual. Más que una ficha técnica del reparto, una enumeración detallada de un gran elenco: Osmar Núñez, María Merlino; también las perlitas como personajes dentro del film a cargo de Norman Briski, Daniel Aráoz, Mónica Ayos; y la actuación de Renata Lerman (hija del director) como la hija adolescente del periodista.
Archivo familiar de Paula de Zer
Y claro, el José de Zer de Leonardo Sbaraglia, que habla con el pulso del hombre de Nuevediario (especialmente cuando se agita) o apaga las palabras al final de las oraciones como aquél. El trabajo con el cuerpo. Pero no es una biopic ni un perfil.
Con las licencias que da la ficción, Lerman reflexiona sobre el qué. “Hay como un sentido más profundo que me atrajo. Del recorrido que elegí contar en el guion y es el de una persona que va perdiendo la cordura, alguien que se va separando de la realidad, que empieza a mezclar fantasía con realidad. Se cuenta un tratamiento psiquiátrico, se cuentan distintas cosas. Hay algo que se va despegando: alguien que empieza a creer en su propia fábula. Un creador de una fábula que después con cierta idea -mitómano-, comienza a creer en sus mentiras. Hablo sobre el personaje de la película, no de José de Zer. Alguien que cree en aquello que inventó. De sentirse un elegido. Un enamorado de su relato con la convicción de que si bien hay una mentira, es por una verdad que está detrás”.

Eso abre desde el personaje hacia algo más universal. ¿Qué se cuenta cada persona a sí misma? “Finalmente, creo que es una película sobre las creencias. Ya sean religiosas, extraterrestres, mágicas, de brujerías: el nombre que uno quiera ponerle. Pero creo que atraviesan la historia de la humanidad. Los años que sean, desde los inicios de las cavernas hasta hoy. La humanidad en sus vertientes, en su sociedades politeístas, monoteístas, guerras, pero atravesadas por esos elementos en los que creés”, destaca Lerman.
Diego Lerman es el director de "El hombre que amaba los platos voladores". Foto de Cleo Bouza/Netflix ©2024
José de Zer fue un periodista que antes de llegar a esos 50 puntos de audiencia, había trabajado en medios gráficos. Nació el 21 de febrero de 1941 con el nombre de José Bernardo Kerzer, murió joven, a los 56 años. Pero esos meses de salir al aire con historias sobre ovnis, lo cambiaron todo. Entonces, cuando en un plano más amplio se lo veía frente a cámara en cada casa sintonizada en Canal 9, aparecía el hombre delgado, de piernas largas, que hablaba sin poder parar. No a la manera de Rápido y furioso, sino más bien como un cuenta cuentos de ritmo pausado, para que todos entendieran.
Sobre la materialidad de lo que de Zer hacía, Lerman lo entiende así: “Era como el origen de lo que hoy llamamos la Fake news. La noticia falsa, casi arqueológicamente, de una manera muy inocente. Pero, bueno, generaban 50 puntos de rating, un fenómeno”.
La audiencia de Canal 9 seguía los universos paranormales que de Zer proponía con fidelidad. Pero hasta que el autor de “Seguime, chango, seguime” llegara a ser la estrella del noticiero, el camino profesional tuvo su longitud.
Sobre esto, Lerman señala: “Es el recorrido de un periodista de espectáculos que tuvo distintas etapas. En ese momento, estaba cubriendo espectáculos, una temporada veraniega en Carlos Paz, con la guerra de vedettes y todo eso, y de golpe se encontró con esto: le vio el filo y empezó a armar algo. La novedad es que el canal lo pasaba en el noticiero. A partir de ahí, se genera un fenómeno que me pareció interesante en estos tiempos de posverdad, casi como el origen de algo”.
Archivo familiar de Paula de Zer
Aunque no está la intención de contarlo muy pegado a lo real, hubo mucha investigación sobre el personaje, como también sobre el contexto de época. De su pasión por saber en profundidad sobre lo que va a contar, el director reconoce que, de no haber sido cineasta, hubiera sido -quizás-, antropólogo. Que le encanta meterse en tema.
“En mis películas anteriores hice mucha investigación. Es hablar con la gente”, destaca, y en seguida nombra algunas de sus películas donde define sobre qué investigó. “En Una especie de familia, tráfico de bebés; en El suplente, el conflicto con docentes, alumnos, venta de drogas. Tengo bastante experiencia en recabar testimonios, la gente en general se me abre. En el caso de José (de Zer), lo que sucedió es como que hay versiones. Según con quien hables”.
Todo ese trabajo termina en el guion. Además del seguimiento del público, los premios cosechados por sus películas, subrayan su forma de hacer cine. Y sus recorridos: además de haber estudiado en su momento en la carrera de Imagen y Sonido (UBA), pasó también por Dramaturgia (EMAD) y actuación con Ricardo Bartís. Es director de obras de teatro. Para alguien con ese oficio, el guion para El hombre que amaba los platos voladores no debe haber sido tarea de liviandad alguna.
Detrás de escena: Sergio "Negro" Prina (Chango), Sbaraglia y Diego Lerman. 
De hecho, reconoce que tuvo varias instancias. “Hay algo del arco del personaje. José de Zer era una figura muy amplia, no se tenía acceso a su intimidad, por esto de lo que también se ocupó: festejaba dos veces el cumpleaños con distintas fechas. No había mucha información. De golpe, sí, datos sueltos: algún amigo o compañero de trabajo que contaba algo”.
Ese hermetismo pareciera haber querido cuidar algunos aspectos de su vida. Lerman lo cuenta así: “Un dato que usamos en el guion es que él había peleado en la Guerra de los Seis Días en el Sinaí como teniente. Que había vivido en Israel, que fue tremendo, pero que nunca quería contar nada de eso. No se sabe si se escapó o no. Como lugar icónico en una película sobre las creencias, el Sinaí era la confluencia de un montón de religiones, de conflicto, eso fue algo que rescatamos en un momento y que tiene su escena”.
Hay algo que nunca llegó al guion. Porque antes, tampoco, a las manos del director. En ese afán por la investigación, Diego Lerman buscó dar, quizá, con el talón de Aquiles: lo no editado. Verlo, tal como su camarógrafo, Carlos “Chango” Torres, lo veía al filmarlo.
“Pude entrar -subraya Lerman- a los archivos de Canal 9. Pero yo buscaba algo que no encontré, y creo que no existe más, y que me hubiese encantado encontrar. Lo busqué bastante en los archivos: un bruto de cámara. No tanto las notas editadas, sino cómo eran que se hacían esas notas. Existía la posibilidad de que no hubieran regrabado uno de esos casetes, pero no aparecieron. Las notas son bastante rústicas desde los ojos de hoy, pero para el espectador de aquél entonces generaron un fenómeno: hubo gente que se fue a vivir ahí. El pueblo de Capilla de Monte, explotó”.
La geografía de El hombre que amaba los platos voladores no es la tierra donde todo pasó. Después del boom de lo paranormal en las tierras cordobesas, no existen más esos cerros de los videos. “Yo estaba buscando -sostiene Lerman- un pueblo que me dé Capilla de los 80. Era una búsqueda un poco difícil en la provincia de Córdoba. Esos pueblos están un poco intervenidos o crecieron más de lo que era Capilla en ese momento. Al no dar con el lugar adecuado, apuntamos para el lado de San Luis y ahí nos encontramos con La Carolina, que tenía unas características muy definidas. No tenían que ver con lo que yo tenía escrito, pero de golpe estaba todo lo que necesitaba. Ciertas condiciones que en 360 grados eran de época: es un pueblo de piedra, medio detenido en el tiempo, fotográficamente daba algo muy singular, atractivo. Lo que hice fue adaptar el guion al pueblo”.
Diego Lerman aplaudido en el Festival de San Sebastián donde presentó el film. (Photo by Juan Naharro Gimenez/Getty Images for Netflix)
El paisaje cierra para el verosímil. San Luis es esa Córdoba. Sbaraglia, José de Zer. Por eso en la escena que todo lo va cambiar, se lo ve parado en medio del operativo de bomberos, policías y sorprendidos varios por el pasto quemado. El micrófono se acerca al jefe de bomberos (Daniel Aráoz), que en tono cordobés dice: “Acá la paja brava se ha quemado por arriba y no se ha quemado por abajo”.
El periodista despliega sus hipótesis sobre los ovnis. Pero el lenguaje, que siempre es revelador, lo expone preguntándose sobre un lugar común: si quizá nos estamos solos en este planeta. Estar “solos”, dice. Y tal vez así -por la palabra-, en la fábula anide una verdad. Un fantasma personal. O universal. Pero el show debe continuar, y entonces el hombre mira lo negro sobre lo verde, lo muerto sobre lo vivo, ficción y realidad, y cuenta: “Como podrás ver, Changuito, el círculo es perfecto”.

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