domingo, 22 de diciembre de 2024

40 años de ciberpunk ( Neuromante) Y EL PESEBRE DE LA RIOJA


40 años de ciberpunk, una distopía futurista que se parece a la realidad de estos días
La novela Neuromante inició un género oscuro y pesimista que describe un futuro dominado por las grandes corporaciones, la tecnología opresiva y la desigualdad
Sergio C. Fanjul

William Gibson y Bruce Sterling, escritores pioneros del ciberpunk, a principios del los años 90
“El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizada en un canal muerto”. Es la primera frase de la célebre novela Neuromante, de William Gibson, publicada en 1984, curiosamente el año en el que George Orwell ambientaba su distopía autoritaria del Gran Hermano. La distopía de Gibson era de otro matiz y fue considerada como el inicio del ciberpunk: en aquella década la tecnología comenzaba a infiltrarse en la vida cotidiana, a través de los primeros ordenadores personales y videojuegos (Pac-Man salió en 1980), y al capitalismo le quedaba poco para liberarse de las cadenas que contenían su poder arrollador.
El género nació como un hijo rebelde de la ciencia ficción clásica, un futuro sombrío al que, como en una profecía autocumplida, nuestro mundo cada vez se parece más. El crítico cultural Fredric Jameson, recientemente fallecido, consideraba el ciberpunk como un nuevo realismo: “La expresión literaria suprema, si no de la posmodernidad, sí del capitalismo tardío”.
En Neuromante se cuenta la historia de Case, uno de los mejores hackers que pululan por el ciberespacio, caído en desgracia tras robar a sus empleadores, quienes, a modo de revancha, dañan su sistema nervioso y su capacidad para conectarse. Aparecen los elementos clásicos del género: las grandes corporaciones que controlan el mundo ante la debilidad de los Estados (ahora se denomina “tecnofeudalismo”), el poder de la inteligencia artificial en una sociedad hipertecnologizada, la amenaza a la ciberseguridad o la gran desigualdad socioeconómica. Las ciudades son oscuras, aceleradas, despiadadas, una idea de decadencia urbana probablemente influenciada entonces por la reciente crisis urbana de los años setenta.
Es el llamado high tech / low life, es decir, la conjunción de una tecnología muy avanzada con un nivel de vida cada vez más miserable, porque es de necios confundir innovación con progreso. Todo resulta familiar.
“No queda tiempo para ser nostálgicos. La primera y última enseñanza del ciberpunk es que siempre es demasiado tarde para volver atrás”, señala Federico Fernández Giordano, director editorial de Holobionte Ediciones.
"El gran filme ciberpunk es Blade Runner, basada en una novela de Philip K. Dick"
El estilo literario acompaña: la profusión de datos que recrean la sobrecarga informativa se mezcla con las metáforas tecnológicas y una rapidez propia de una sociedad de consumo enloquecida. “Neuromante generó un impacto demoledor en la ciencia ficción, y no solo por la temática, sino también por la forma que tiene Gibson de utilizar el lenguaje”, dice el escritor Rodolfo Martínez, pionero del género en España con su novela La sonrisa del gato (1995). Otros autores, como Bruce Sterling o John Shirley, fueron fundamentales. La antología Mirrorshades (Siruela), coordinada por Sterling, colaboró al establecimiento de esa fecunda escena literaria en 1986, que continuó con obras de Neal Stephenson (Snow Crash, 1992) o Richard K. Morgan (Carbón alterado, 2002).
Sean Young y Harrison Ford en Blade Runner, película que Ridley Scott dirigió en 1982
Gibson, que acuñó el término ciberespacio en el relato “Quemando cromo” (1982), prevé el ciberespacio más de una década antes de su popularización como internet. De hecho, en los ochenta ya existía la red Arpanet y en algunas películas aparecían redes informáticas, como en Juegos de guerra (John Badham, 1983), en la que el protagonista entra en las computadoras militares utilizando un módem telefónico y está a punto de iniciar una guerra nuclear, como si fuera un juego online. La idea de las redes informáticas flotaba en el ambiente militar, tecnológico y académico de la época. El ciberpunk, eso sí, suele ir muy pegado al presente: no ocurre “hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana”, sino casi aquí y ahora.
Con su aparición, el tecnoutopismo que vehicula buena parte de la ciencia ficción de la segunda mitad del siglo XX se convierte en una sucia pesadilla que espera a la vuelta de la esquina, en un futuro muy cercano. O que ya está aquí, como el reverso tenebroso de la ideología que se despacha desde Silicon Valley.
Neones y pesimismo. Ese futurismo pesimista se ubica en un mundo oscuro que toma elementos del género noir, del hard boiled de Raymond Chandler o Dashiell Hammett: personajes marginados y perdedores, ambientes nocturnos y decadentes, mucha lluvia y mucha bruma, una sociedad cruel donde cada uno trata de sacarse las castañas del fuego como puede. Pero todo con muchos cables y neones. En este caso, los personajes, antes que sombrero y gabardina, suelen tener modificaciones tecnológicas en su cuerpo o en su mente, y consumen más dextroanfetamina que whisky on the rocks.
"En estas novelas las ciudades son oscuras, despiadadas, decadentes"
“La tecnología se ha fusionado con el cuerpo: implantes, prótesis extremas, cuerpos parcialmente robóticos, y la constante conexión con el ciberespacio, marcan la obsolescencia humana: nuestras mentes pueden ser copiadas, editadas, reinstaladas y vendidas”, explica el escritor Luis Carlos Barragán, especializado en ciencia ficción new weird.
La gran película ciberpunk es Blade Runner, de Ridley Scott, basada en una novela de Philip K. Dick, que sentó las bases visuales de la estética. En ella el policía Rick Deckard, encarnado por Harrison Ford, tiene por cometido ejecutar (“retirar”) a androides rebeldes (los replicantes) que son indistinguibles de los humanos y que han visto cosas increíbles, aunque sus recuerdos se “perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”, como reza el celebérrimo monólogo final. Curiosamente, Blade Runner es más bien un ciberpunk avant la lettre, porque se estrenó en 1982, dos años antes de la publicación de Neuromante: al no contener referencias al ciberespacio, para muchos no es todavía ciberpunk puro y duro.
“En realidad, el ciberpunk es una mezcla del ambiente de Blade Runner y de la tecnología de otra película del mismo año, Tron, que se adentraba en el espacio virtual”, explica Martínez.
Una aportación fundamental sería Matrix (hermanas Wachowski, 1999), con su historia de máquinas inteligentes que esclavizan a la humanidad, ofreciéndole un simulacro por realidad. O Desafío total (Paul Verhoeven, 1990), sobre un obrero que escapa a Marte desde una Tierra superpoblada y descubre que tiene recuerdos implantados. O Ghost in the Shell (varios animes y una película de acción real de Rupert Sanders, en 2017), una reflexión sobre la relación entre el cuerpo, la mente y la tecnología a través de una policía ciborg especializada en ciberterrorismo. O Akira (Katsuhiro Otomo, 1988), un anime que sucede en un Neo-Tokio reconstruido tras la Tercera Guerra Mundial.
Keanu Reeves en Matrix, de las hermanas Wachowski
También la serie de anime Cyberpunk: edgerunners, de Netflix. Para el movimiento tuvo también suma importancia un juego de rol, origen del videojuego, titulado también Cyberpunk, obra de Michael Pondsmith de 1988. “Nos hemos convertido en una sociedad distópica”, decía el autor a este diario en 2020.
¿Vivimos en el ciberpunk? “Es como si en los ochenta el ciberpunk no hubiese surgido como una distopía que evitar, sino como un plan perverso que teníamos que completar”, dice Barragán. Al enumerar las citadas características del mundo ciberpunk (el retroceso del Estado ante las grandes corporaciones, la sociedad hipertecnificada, la inteligencia artificial, la centralidad del ciberespacio, la creciente desigualdad o el deterioro de las condiciones de vida) es inevitable pensar en lo mucho que se parece a nuestro mundo, en aquel “realismo” que decía Fredric Jameson.
Más paralelismos: las grandes ciudades ciberpunk tienen un fuerte toque oriental, porque en los ochenta Japón se prometía como la gran potencia de vanguardia tech, donde proliferaban las megalópolis y los robots. Los restaurantes japoneses de Blade Runner o el hecho de que Neuromante transcurra en Japón o Akira en NeoTokio llenan las noches brumosas de ideogramas de neón, igual que ocurre ahora mismo con el auge de la fast food orientales, que florecen ofreciendo ramen y dim sum en el corazón de la urbe contemporánea.
Las ciudades ciberpunk son ajetreadas, diversas, llenas de gente de todo pelaje, como en la actual fiebre del turismo y la globalización. Y algunas tribus juveniles adoptan una estética futurista de flúor, prendas metalizadas o pelos de colores, claramente inspirada en el ciberpunk, que nos dicta qué aspecto tiene que tener el porvenir. El futuro se convierte en lo que se espera que sea.
Podría observarse que, aunque nuestra realidad es netamente ciberpunk, su envoltorio no es tan siniestro: hay una pátina de hiperdiseño y optimismo ingenuo. Pero quizás solo en ciertos lugares de eso que llamamos Occidente. “El mundo no parece tan bonito en otras partes, solo hay que dar un paseo por los callejones abarrotados con cables de la vieja Delhi, los barrios sobrepoblados de Lima o de Bogotá. El futuro ya está acá, solo que no está distribuido igualmente”, añade Barragán. Cita la falta de alternativa que ofrece el capitalismo, en la línea del pensador británico Mark Fisher, y señala la adicción a los smartphones, el ciclo de hiperproductividad, consumo y autoexplotación. “El sistema se ha instalado en nuestra mente, y desde allí nos opera. No hay diferencia con el ciberpunk”, añade el autor.
El ciberpunk también ha afectado al pensamiento contemporáneo, y no solo en los citados Jameson o Fisher, sino que también muestra conexiones con la obra de Jean Baudrillard, Nick Bostrom, Franco Bifo Berardi, las corrientes transhumanistas, la cultura hacker o Nick Land y los autores de la Unidad de Investigación en Cultura Cibernética (CCRU, por sus siglas en inglés).
“La relación entre este género y la filosofía ha sido uno de los capítulos más apasionantes del pensamiento de las últimas décadas. El ciberpunk fue un acelerador de la filosofía”, dice Giordano, que lamenta que, a pesar de todo, durante mucho tiempo fue tomado solo como un entretenimiento de ciencia ficción. “Como siempre, se paga un alto precio por no tomarse en serio el trabajo de la ficción. O lo que es igual, por tomarse demasiado en serio la filosofía y olvidarse de lo que se cuece en realidad: una transformación cibernética de la filosofía y la subjetividad”.
El ciberpunk nos habla del sistema, y del sistema actual, de forma sombría. “Creo que el problema de raíz de muchos males es el funcionamiento del sistema capitalista, que trata de rentabilizar cualquier innovación tecnológica a costa de lo que sea”, concluye Martínez. “El ciberpunk representa a ese capitalismo”.

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El pesebre, una tradición navideña que La Rioja mantiene con orgullo
SOCIEDAD — La reconstrucción del nacimiento de Jesús tiene en la provincia cuyana una larga historia
Miguel Vendramin LA RIOJA
“Todo, hombres y dioses, creencias y tradiciones, todos nos marchamos, Quizá sea una obra piadosa preservar estas últimas del olvido completo, embalsamándolas”. La frase, fechada en París en marzo de 1853, pertenece al poeta alemán Heinrich Heine y está en su libro Los Dioses en el exilio.
Cuna de políticos, escritores e intelectuales como Joaquín V. González, autor de Mis Montañas, y Arturo Marasso, su discípulo, nacidos ambos en Chilecito, La Rioja es pródiga en viejas tradiciones preservadas del olvido. Una de las más notables es La Plaza del Pesebre, en la capital riojana. La tradición que el Nacimiento o Pesebre mantiene en esta provincia parece ser única, a tal punto que, durante la presidencia de Carlos Menem, el Congreso de la Nación declaró en 1998, por iniciativa del senador Raúl Galván, a la provincia riojana como “Capital Nacional del Pesebre”.
A partir de entonces surgió un nuevo desafío: construir una plaza del pesebre estable. Los arquitectos Pedro Brígido y Jorge Ripoll propusieron “un monumento perdurable en el tiempo, con una sólida estructura soporte de hormigón armado, sobre la que se vestirá el pesebre”.
¿Cómo eran las Navidades de antes en La Rioja? Poco sabemos sobre la imaginería religiosa local de aquellos lejanos tiempos. Nada queda de la ciudad colonial, de la que solo sobreviven uno o dos edificios. La ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja, fundada por don Juan Ramírez de Velazco, fue destruida por un sismo devastador en octubre de 1894.
En el casco antiguo, donde se levanta el Convento de Santo Domingo y la iglesia, construida por los indios en 1623, solo se mantienen las paredes exteriores originales; el interior resultó parcialmente destruido. En cuanto al convento, tuvo peor suerte, ya que casi nada quedó de la construcción primitiva.
Sin embargo, el relato oral ha logrado transmitirnos tradiciones y costumbres que se remontan a los comienzos del siglo XIX y que conmemoran el nacimiento de Jesús, el Niñito Dios, como se le dice en esta provincia. También, sobre la proliferación de pesebres en los barrios, que niños, jóvenes y adultos vecinos solían visitar. Una de las particularidades del habla coloquial es que la gente no dice armar el pesebre sino “vestir” el pesebre. Dos estudiosos del tema, el recordado antropólogo y arqueólogo Julián Cáceres Freyre y Antonio Lascano González, dejaron escritos sus recuerdos en La Navidad y los pesebres en la tradición argentina, libro publicado en 1963, bajo la dirección del poeta Rafael Jijena Sánchez.
Cáceres Freyre había nacido en Buenos Aires en 1916, donde murió en 1999. Vivió su niñez en La Rioja y allí nació su amor por la antropología y la arqueología, que acrecentó con expediciones realizadas en nuestro país, en México y los Estados Unidos. Cáceres Freyre rememora, entre otros recuerdos asociados a la Navidad, la vieja casona de sus abuelos, con sus huertas y corrales, que ocupaba más de media manzana en un barrio de la capital riojana, y los notables pesebres que vestían los vecinos.
Recuerda, en especial, el de don Antonio H. de la Fuente, el mejor de la cuadra, que se levantaba en un patio interior, debajo de una parra; además de ser muy grande estaba ornado con detalles de gran colorido que despertaban la admiración de los visitantes. De todos los barrios venían las pacotas, variante del argentinismo “patotas”, en su mayoría juveniles, que cantaban villancicos, y gente de los pueblos cercanos: Sanagasta, Talamuyuna y Bazán. Recuerda, también, el de doña Carlota Duarte, que vivía enfrente de la casa de sus abuelos; un pesebre pequeño pero con los más curiosos elementos de la fauna y flora local: huevos de aves y de pájaros, flores del aire, cardones y pencas de hermosas flores. Y evoca los versos de Joaquín V. González: “Flor de los cardones/ blanca como el lirio/ en lecho de espinas/ lloras tu martirio”.
Por último, menciona dos pesebres famosos que recordaba su padre, Julián Cáceres: el que vestía don Aurelio de la Vega y el de la señora Carmen de la Vega de Vallejo, ambos de gran calidad artística. Tampoco olvida el uso que niños y damas daban a los tucos, enormes luciérnagas a las que cazaban al grito de tucotuco, que iluminaban las noches con sus luces fosforescentes. Los colocaban en los vestidos blancos y en las cabezas.
Una visita reciente a esta provincia hizo que este cronista se sorprendiera ante los tucos y la gigantesca chicharra, llamada coyoyo, moradora de los algarrobos, a la que atribuyen hacer madurar, en vísperas de Navidad, a la algarroba blanca. Con las primeras vainas se fabrica la aloja, refrescante bebida clásica, con la que brindan.
“¡Ay Navidad de Aimogasta!, añapa y aloja no habrá de faltar/ mientras la luna riojana se muere de ganas de participar”, cantaban Los Fronterizos en la versión original, de 1964, de “Navidad nuestra”, con letra de Félix Luna y música de Ariel Ramírez, y la participación de Jaime Torres, en charango, y el Chango Farías Gómez en percusión, entre otros músicos notables.
El testimonio de Antonio Lascano González no es menos interesante, aunque su mirada no está puesta en describir o recordar pesebres locales. Se titula “El Niño Dios de alabastro en los pesebres riojanos”. Su autor recuerda que el armado del pesebre solía ser una tarea colectiva, comunitaria, tanto en los ranchos como en las casonas señoriales, cuyos ocupantes rivalizaban para lograr que fuera el más llamativo. No importa que incurrieran en candorosas ingenuidades y anacronismos.
En la zona aledaña a Chilecito eran comunes los Niños en alabastro de un santero riojano, orfebre y platero, Ruperto de la Vega, nacido hacia 1823, que vivió sus últimos años en Sañogasta y realizaba su trabajo en un valle paradisíaco en las estribaciones del Famatina. Lascano González agrega que tuvo oportunidad de ver varias piezas de este destacado artista, conservadas por sus descendientes. De la Vega murió en 1885 y un nuevo casamiento de su viuda hizo que se dispersara gran parte de la platería y numerosos objetos.
Sin embargo, el nombre y la contribución de de la Vega al culto del pesebre en La Rioja merecen ser recordados entre los pocos que han llegado hasta nosotros, en medio de otros tantos artistas ignorados.
El lado melancólico que suele tener la Navidad está en uno de los villancicos más populares: “La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va/. Y nosotros nos iremos y no volveremos más”. Pero está también la otra cara, esperanzadora y risueña, como en esta copla que Juan Alfonso Carrizo recogió en su Cancionero de La Rioja, de 1942: “Buenas noches Doña María/ ¿Cómo se halla su Merced? /¿Cómo va el Viracocha, el niño que parió usted?”.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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