domingo, 8 de diciembre de 2024

AUTOCRACIA, S.A. Y ARKADI MIL-MAN




Autocracia, S.A. La red de complicidades de las dictaduras del siglo XXI
En su nuevo libro, la historiadora estadounidense describe cómo los dictadores del globo se ayudan entre sí y confrontan con el mundo democrático; aquí, un anticipo
Anne ApplebaumAutocracia, S.A. Los dictadores que quieren gobernar el mundo Anne Applebaum Debate
Todos tenemos en la cabeza una imagen de historieta de un Estado autocrático. Hay un hombre malo en lo más alto. Controla al ejército y a la policía. El ejército y la policía amenazan al pueblo con usar la violencia. Hay colaboradores malvados y quizás algunos disidentes valientes.
Sin embargo, en el siglo XXI, esa imagen tiene poco que ver con la realidad. Hoy en día, las autocracias no están gobernadas por un único hombre malo, sino por sofisticadas redes que cuentan con estructuras financieras cleptocráticas, un entramado de servicios de seguridad –militares, paramilitares, policiales– y expertos tecnológicos que proporcionan vigilancia, propaganda y desinformación. Los miembros de esas redes no solo están conectados entre sí dentro de una determinada autocracia, sino también con las redes de otros países autocráticos y, a veces, incluso de las democracias. Las empresas corruptas controladas por el Estado de una dictadura hacen negocios con las empresas corruptas controladas por el Estado de otra. La policía de un país puede armar, equipar y formar a la policía de muchos otros. Los propagandistas comparten los recursos –las fábricas de troles y las redes mediáticas que promueven la propaganda de un dictador también pueden utilizarse para promover la de otro–, así como las temáticas: la degradación de la democracia, la estabilidad de la autocracia, la maldad de Estados Unidos.
Eso no significa que haya un cuarto secreto en el que se reúnen los malos, como en una película de James Bond. Ni que nuestro conflicto con ellos sea una lucha binaria sin escala de grises, una “Guerra Fría 2.0”. Entre los autócratas modernos hay quienes se definen como comunistas, monárquicos, nacionalistas y teócratas. Sus regímenes tienen raíces históricas distintas, objetivos distintos, estéticas distintas. El comunismo chino y el nacionalismo ruso no solo difieren entre sí, sino también del socialismo bolivariano de Venezuela, la ideología juche de Corea del Norte o el radicalismo chiita de la república Islámica de Irán. Todos ellos se diferencian de las monarquías árabes y de otras –Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Vietnam– que, por lo general, no buscan socavar el mundo democrático. También difieren de las autocracias más moderadas y de las híbridas, llamadas en ocasiones “democracias iliberales” –Turquía, Singapur, India, Filipinas, Hungría–, que a veces se alinean con el mundo democrático y otras no. A diferencia de las alianzas militares o políticas de otros tiempos y lugares, este grupo no actúa en bloque, sino como un aglomerado de empresas, no unidas por la ideología, sino, más bien, por la determinación firme e implacable de conservar su riqueza y poder personales: Autocracia, S. A.
En vez de ideas, los hombres fuertes que gobiernan Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua, Angola, Myanmar, Cuba, Siria, Zimbabue, Malí, Bielorrusia, Sudán, Azerbaiyán y quizá otra treintena de países comparten la determinación de privar a sus ciudadanos de cualquier influencia real o voz pública, de oponerse a toda forma de transparencia o rendición de cuentas y de reprimir a quienquiera que los desafíe dentro o fuera del país. También comparten una actitud crudamente pragmática hacia la riqueza. A diferencia de los líderes fascistas y comunistas de otros tiempos, que estaban avalados por el aparato de su partido y no dejaban traslucir su codicia, los líderes de Autocracia, S. A. a menudo poseen residencias suntuosas y estructuran gran parte de su colaboración como empresas con ánimo de lucro. Los lazos que los unen entre sí y con sus amigos del mundo democrático no se cimentan en ideales, sino en tratos –tratos destinados a paliar sanciones, intercambiar tecnología de vigilancia y ayudarse unos a otros a enriquecerse.
Autocracia, S. A. también colabora para mantener en el poder a sus miembros. El impopular régimen de Alexandr Lukashenko en Bielorrusia ha recibido críticas de diversos organismos internacionales –la Unión Europea, la organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa– y sus vecinos europeos han roto relaciones con él. Muchos productos bielorrusos no se pueden vender en Estados Unidos ni en la Unión Europea. La aerolínea nacional, Belavia, no puede operar en otros países europeos. Sin embargo, en la práctica, Bielorrusia no está en absoluto aislada. Más de una veintena de empresas chinas han invertido dinero en el país e
incluso han construido un parque industrial sinobielorruso inspirado en un proyecto similar en Suzhou. Irán y Bielorrusia se hicieron visitas diplomáticas de alto nivel en 2023. Algunos funcionarios cubanos han expresado su solidaridad con Lukashenko en la ONU. Rusia ofrece mercados, inversiones transfronterizas, respaldo político y, probablemente, también servicios policiales y de seguridad. En 2020, cuando los periodistas bielorrusos se rebelaron y se negaron a informar sobre un falso resultado electoral, Rusia envió periodistas para sustituirlos. A cambio, el régimen bielorruso le ha permitido emplazar tropas y armas en su territorio y utilizarlas para atacar a Ucrania.
Venezuela también es, en teoría, un paria internacional. Desde 2008, Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea han aumentado las sanciones al país en respuesta a la brutalidad del régimen, el tráfico de drogas y sus lazos con el crimen organizado internacional. Sin embargo, el gobierno del presidente Nicolás Maduro recibe préstamos de Rusia, que también invierte en la industria petrolera de Venezuela, al igual que Irán. Una empresa bielorrusa ensambla tractores en Venezuela. Turquía facilita el comercio ilegal de oro venezolano. Cuba lleva tiempo proporcionando asesores y tecnología de seguridad a sus homólogos de Caracas. Venezuela utilizó cañones de agua, botes de gas lacrimógeno y escudos fabricados en China para doblegar a quienes se manifestaron en las calles de Caracas en 2014 y en 2017, lo que dejó un saldo de más de 70 muertos, y también emplea tecnología de vigilancia diseñada por China para controlar a la población. Entretanto, el tráfico internacional de estupefacientes mantiene a los distintos miembros del régimen, así como a sus séquitos y familias, bien abastecidos de Versace y Chanel.
Los dictadores bielorruso y venezolano inspiran un desprecio generalizado en sus propios países. Ambos perderían en unas elecciones libres, si acaso llegaran a celebrarse. Ambos tienen poderosos adversarios: los movimientos de oposición bielorruso y venezolano han estado encabezados por diversos líderes carismáticos y activistas de base comprometidos que han impulsado a sus conciudadanos a arriesgarse, a trabajar por el cambio y a salir a las calles a protestar. En agosto de 2020,más de un millón de bielorrusos, de una población de tan solo diez millones, se manifestaron en las calles contra unas elecciones fraudulentas. Cientos de miles de venezolanos también participaron en numerosas protestas por todo el país.
Si sus únicos enemigos hubieran sido el régimen venezolano corrupto y arruinado o el bielorruso brutal y vil, esos movimientos de protesta podrían haber ganado. Sin embargo, no solo se enfrentaban a los autócratas de su país; luchaban contra autócratas de todo el mundo que controlan empresas públicas en multitud de países y que pueden utilizarlas para tomar decisiones de inversión multimillonarias. Se enfrentaban a regímenes que pueden comprar cámaras de vigilancia a China o bots a San Petersburgo. Sobre todo, luchaban contra gobernantes que hace tiempo que dejaron de conmoverse con los sentimientos y opiniones de sus compatriotas, así como con los sentimientos y opiniones del resto del mundo. Autocracia, S. A. no solo ofrece a sus miembros dinero y seguridad, sino también algo un poco menos tangible: impunidad.
La convicción, común entre los autócratas más fervientes, de que el resto del mundo no puede tocarlos –de que las opiniones de los demás países no importan y ningún tribunal de la opinión pública los juzgará jamás– es relativamente reciente. Tiempo atrás, los dirigentes de la Unión Soviética, la autocracia más poderosa de la segunda mitad del siglo XX, daban mucha importancia a cómo los veía el resto del mundo. Defendían enérgicamente la superioridad de su sistema político y protestaban cuando lo criticaban. Al menos de boca, respetaban el ambicioso sistema de normas y tratados instaurado después de la Segunda Guerra Mundial, con su lenguaje sobre los derechos humanos universales, las leyes de la guerra y el Estado de derecho en general. Incluso a principios de este siglo, la mayoría de las dictaduras ocultaban sus verdaderas intenciones tras una fachada de democracia muy bien planificada y manipulada.
Hoy en día, a los miembros de Autocracia, S. A. ya no les importa que los critiquen a ellos o a sus países ni quién lo haga. Algunos, como los dirigentes de Myanmar y Zimbabue, no abogan por nada que no sea el enriquecimiento personal y el afán de conservar el poder, por lo que es imposible avergonzarlos. Los gobernantes de Irán restan todo valor a las ideas de los infieles de Occidente. Los de Cuba y Venezuela interpretan las críticas del extranjero como una prueba del vasto complot imperialista organizado contra ellos. Los mandatarios de China y Rusia se han pasado una década cuestionando el lenguaje de los derechos humanos empleado desde hace tiempo por las instituciones internacionales y han logrado convencer a muchas personas de todo el mundo de que los tratados y convenios sobre la guerra y el genocidio –y conceptos como “libertades civiles” y “Estado de derecho”– encarnan ideas occidentales que no van con ellos.
Impermeables a las críticas internacionales, los autócratas modernos no sienten ninguna vergüenza por usar abiertamente la violencia. Llevado al extremo, ese desprecio puede degenerar en lo que el activista internacional por la democracia Srda Popovic ha llamado “modelo Maduro” de gobierno, en referencia al actual dirigente de Venezuela. Los autócratas que lo adoptan están “dispuestos a ver entrar a su país en la categoría de estados fallidos”, afirma, pues aceptan la ruina económica, la violencia endémica, la pobreza generalizada y el aislamiento internacional si con ello logran mantenerse en el poder. Al igual que Maduro, los presidentes Bashar al-Assad en Siria y Lukashenko en Bielorrusia parecen sentirse a sus anchas gobernando economías y sociedades hundidas. Los habitantes de las democracias pueden tener dificultad para entender esa clase de regímenes, ya que su principal objetivo no es generar prosperidad o mejorar el bienestar de los ciudadanos. Su prioridad es permanecer en el poder y, para ello, están dispuestos a desestabilizar a sus vecinos, destrozarle la vida a la gente corriente o –siguiendo los pasos de sus predecesores– incluso enviar a la muerte a centenares de miles de sus ciudadanos.
En el siglo XX, el mundo autocrático no estaba tan unido como lo está hoy. Los comunistas y los fascistas libraban guerras entre sí.
[...] Los autócratas modernos difieren en muchos aspectos de sus predecesores del siglo XX. Sin embargo, los herederos, sucesores e imitadores de esos líderes y pensadores anteriores, por muy variadas que sean sus ideologías, tienen un enemigo común: nosotros.
Para ser más precisos, ese enemigo es el mundo democrático, “Occidente”, la OTAN, la Unión Europea, los adversarios democráticos de su propio país y las ideas liberales que los inspiran a todos. Algunas de ellas son que la ley es una fuerza neutral, no sujeta a los caprichos de la política; que los tribunales y jueces deben ser independientes; que toda oposición política es legítima; que es posible garantizar los derechos de expresión y reunión, y que puede haber periodistas, escritores y pensadores independientes capaces de ser críticos con el partido o dirigente gobernante y, a la vez, continuar siendo leales al Estado.
Los autócratas odian estos principios porque amenazan su poder. Si los jueces y jurados son independientes, pueden pedir cuentas a los gobernantes. Si existe una prensa verdaderamente libre, los periodistas pueden destapar robos y corrupción de alto nivel. Si el sistema político autoriza a los ciudadanos a influir en el gobierno, estos podrían acabar cambiando el régimen.
Su hostilidad hacia el mundo democrático no es meramente una forma de competencia geopolítica a la vieja usanza, como siguen creyendo los “realistas” y muchos estrategas de relaciones internacionales. Más bien, su oposición radica en la naturaleza misma del sistema político democrático, en palabras como “rendición de cuentas”, “transparencia” y “democracia”. Oyen ese lenguaje proveniente del mundo democrático, lo oyen en boca de sus disidentes nacionales, e intentan destruirlos a ambos. Su propia retórica lo deja claro. En 2013, cuando Xi Jinping iniciaba su ascenso al poder, una circular interna china conocida, enigmáticamente, como Documento número 9 o, en términos más oficiales, como «Comunicado sobre el estado actual de la esfera ideológica», enumeraba los «siete peligros» a los que se enfrentaba el Partido Comunista de China (PCCh). La democracia constitucional occidental encabezaba la lista, seguida de los “valores universales”, la “independencia de los medios de comunicación” y la “participación ciudadana”, así como la crítica “nihilista” al Partido Comunista. El ya tristemente célebre documento concluía que “las fuerzas occidentales hostiles a China”, junto con los disidentes del país, “siguen infiltrándose constantemente en la esfera ideológica”. A continuación, ordenaba a los dirigentes del partido que rebatieran esas ideas y las controlaran en los espacios públicos, sobre todo en internet, dondequiera que las encontraran. [...]
Esa es la raíz del problema: los líderes de Autocracia, S. A. saben que el lenguaje de la transparencia, la rendición de cuentas, la justicia y la democracia siempre atraerá a algunos de sus ciudadanos. Para mantenerse en el poder deben sabotear esas ideas, dondequiera que estén.
Autocracia S.A. ofrece a sus miembros dinero, seguridad e impunidad
La convicción común entre los autócratas es que el resto del mundo no puede tocarlos

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Arkadi Mil-Man. «No hay que darle a Putin una victoria sobre Ucrania»
El experto israelí advierte que si el líder ruso se impone en la guerra, va a seguir con sus agresiones sobre otros países
Daniel Helft
Destrozos tras un bombardeo ruso en Pokrovsk, región de Donetsk
Arkady Mil-Man abre la charla con una aclaración tranquilizadora. Pese a los muchos pronósticos agoreros que se escuchan a diario, desestima por el momento las versiones que indican que el mundo está cerca de ver volar misiles nucleares sobre Europa. “Vivimos en un mundo de exageraciones y esta es una de ellas,” dice este hombre nacido hace 67 años en Lviv, cuando esta elegante ciudad de Ucrania occidental era parte de la Unión Soviética. Su familia emigró a Israel en 1975, cuando Mil-Man tenía 18 años, para escapar de la opresión soviética.
Mil-Man no minimiza ni desestima la reciente escalada del presidente ruso Vladimir Putin –que el 21 de noviembre lanzó un nuevo misil de velocidad hipersónica contra Ucrania– y estima que este es un momento bisagra en las relaciones de fuerzas entre las naciones más poderosas del planeta.
"“A Netanyahu le conviene que continúe la guerra en Medio Oriente”"
Cree que Rusia, con su invasión a Ucrania, lanzó un desafío enorme a un orden mundial que tenía a los Estados Unidos y China como líderes absolutos y fue en busca de su visión personal de un orbe multipolar. “Putin le está diciendo a los Estados Unidos que ya no es más la autoridad que regula lo que sucede en el mundo”, señala.
Mil-man lleva una vida dedicada a analizar, trabajar y negociar políticas con el gobierno ruso. Fue embajador de Israel en Rusia (2003-2006) y en Azerbaiyán (1997-2000). Pero su involucramiento en ese país como diplomático comenzó mucho antes. En 1989-90 fue subdirector del grupo diplomático israelí que trabajó para la reanudación de relaciones diplomáticas con Rusia y en los 90 estuvo asignado a la embajada israelí en Moscú. Fue en esos años, bajo el gobierno de Boris Yeltsin, que Mil-man vio una Rusia cercana a Europa y a la democracia, una realidad diametralmente opuesta a la actual.
Hoy es el director del programa Rusia de The Institute for National Security Studies de Israel, un think-tank especializado en políticas públicas que tiene por objetivo ayudar al país a tomar decisiones que aseguren su seguridad en el largo plazo.
Pese a haber emigrado de su Ucrania natal hace casi 50 años, sus recuerdos de una juventud dorada perduran, así como sus deseos de volver a ver a su país de origen en paz e independiente.
–¿Cree que con la elección de Trump se abre una nueva página en esta guerra?
–Mire, lo de la elección de Trump es una paradoja. Trump dice que quiere hacer América grande nuevamente y nadie sabe exactamente qué significa eso. Putin quiere conquistar Ucrania, ayudar a Irán y fortalecer el eje entre Moscú, Teherán y Pyongyang [capital de Corea del Norte]. No está claro que Trump le vaya a ayudar a lograr esos objetivos. No sabemos si va a frenar a Putin o habilitarlo. Lo que sí sabemos es que Trump jamás va a mirar a Rusia como un par. Eso es imposible. Porque Trump ve a los Estados Unidos como la nación más poderosa del planeta y no le va a dar a Putin la oportunidad de pensar que Rusia es un par. Rusia arrastra un gran complejo de ser de segunda.
"“Con Trump, Europa necesita su propio concepto de seguridad”"
–¿Estados Unidos se va a volver más aislacionista?
– Si, pero un tipo de aislacionismo distinto al de principios del siglo XX. Estados Unidos va a mantener sus bases militares en el mundo y no va a permitir que nada dañe sus intereses. No creo que vayan a cambiar sus conceptos de seguridad nacional. Habrá algunas modificaciones y una de ellas puede ser la reducción del apoyo militar a Ucrania o la reducción del apoyo financiero a la OTAN. Podrán promover algunas ideas nuevas. Pero no va a promover un aislacionismo extremo. Lo que sí va a ocurrir es que van a volcar su visión más fuertemente hacia los problemas de los Estados Unidos.
Arkadi Mil-Man
–¿Trump quiere terminar con la guerra en Ucrania y Medio Oriente?
–Sí. Lo cual para el primer ministro israelí [Benjamin] Netanyahu es un gran problema, dado que si Trump le pide que termine la guerra lo coloca en una situación delicada, porque se desatará una investigación sobre las razones de posibilidad de la masacre del 7 de octubre y él le teme a eso. Además tiene juicios por corrupción en los tribunales del país. Por eso le conviene que siga la guerra.
–¿Y en Ucrania?
–Mire, la pregunta de si Trump va a poder terminar con la guerra en Ucrania es la pregunta del millón. Nadie lo sabe. Nadie tiene esa respuesta. Hay algunos escenarios posibles. Para Trump es importante frenar esta guerra. A Trump no le gusta la idea de tener que seguir apoyando a Ucrania por el alto precio para los contribuyentes norteamericanos. Pero también es importante no darle a Putin una victoria sobre Ucrania, porque de lograrla va a seguir con sus agresiones a otras naciones. Eso sería contrario a los intereses de las naciones democráticas y a los intereses de los Estados Unidos.
–Es una situación delicada.
–Exacto. ¿Cómo van a garantizar la seguridad de Ucrania? Como se va a penalizar a Rusia y cómo Rusia va a compensar a Ucrania por haberla destruido. ¿Quién va a pagar todo esto? ¿Europa, Rusia o los Estados Unidos? Porque fue Putin el que comenzó esta guerra, no Ucrania. Es muy difícil opinar sobre cuál va a ser la estrategia de Trump para terminar esta guerra. Claro que Putin quiere convencer al mundo que no tuvo más remedio que entrar en guerra contra Occidente, contra los Estados Unidos y contra las democracias liberales. Pero un escenario posible es que Putin no acepte la propuesta de cese el fuego de Trump y que entonces Estados Unidos decida continuar con su apoyo a Ucrania. Asi que la incertidumbre está en el aire y los escenarios están muy abiertos. No sabemos si habrá paz o cese el fuego.
–¿Que condiciones puede tener un acuerdo de paz?
–Me preocupa mucho lo que yo llamo la coreanización de la guerra. Eso significa un cese el fuego que puede durar décadas sin una verdadera atmósfera de paz entre ambas naciones. Como sucede entre Corea del Norte y Corea del Sur. Eso no es una verdadera paz. Es solo un cese el fuego y quiere decir que en cualquier momento pueden reiniciarse las hostilidades. Es una situación muy peligrosa y en ese escenario será muy difícil reconstruir Ucrania y rehabilitar su infraestructura. En ese caso, Ucrania sufriría mucho.
Funeral del actor de teatro de música y drama Petro Velykiy, de 48 años, quien murió en una batalla con las tropas rusas en la región rusa de Kursk, en Chernyhiv, Ucrania, el miércoles 27 de noviembre de 2024.
–Para usted, ¿cuál fue la verdadera razón de la guerra?
–La razón es muy simple. No quería que Ucrania se uniera a la Unión Europea y a las democracias liberales de Europa. Putin quiere ver a Ucrania como parte de Rusia, del nuevo imperio ruso que quiere crear. Y veía en Ucrania la principal amenaza a su régimen autocrático y totalitario por el espíritu de democracia que existe allí. Putin quiere terminar la guerra con Ucrania pero quiere continuar la guerra contra los Estados Unidos y Occidente. Está en contra de la occidentalización del mundo.
–Con Trump en la presidencia de Estados Unidos, ¿Europa se queda más sola?
–Europa tiene que pensar en sus desafíos seriamente. En Europa comprenden muy bien que necesitan su propio concepto de seguridad nacional sin la ayuda de los Estados Unidos. Porque si Trump cambia la política norteamericana, los europeos quedan solos frente a Rusia. Y esto es especialmente crítico para los países que están en la primera línea de fuego, como Polonia, los países bálticos [Letonia, Estonia, Lituania], Rumania, República Checa y Finlandia. Estos estados realmente sienten y comprenden la amenaza de Rusia. Polonia es el país que más incrementó sus gastos en defensa en Europa. Europa sabe que tiene que encontrar la forma de castigar a Putin, porque si no, Putin va a continuar con su agresión contra otras naciones europeas.
–¿Cómo están las cosas dentro de Rusia en relación a la guerra?
–Putin tiene una población que hoy lo apoya. Tal vez haya un 20% que está en contra. Rusia es un país acostumbrado a recibir órdenes de arriba hacia abajo. Hubo muy pocas sublevaciones en su historia reciente. Los rusos van a esperar instrucciones de su gobierno. No van a protestar. Así que Putin tiene las manos libres. Además, los pocos opositores que tenía están presos o muertos, como Alexéi Navalny. Sin embargo, es interesante que aproximadamente un millón de hombres sanos buscaron escapar de Rusia para no servir en esta guerra. Una de las razones es el enorme maltrato que sufren los soldados por parte de sus propios superiores. Por eso Rusia busca soldados norcoreanos. Ya llegaron 12.000 y se habla de que podrían llegar hasta 100.000, lo que es increíble.
–¿Cómo evalúa la flexibilización de las condiciones para un cese el fuego que presentó Zelensky en estos días?
–Zelensky comprende que cuando Trump llegue a la Casa Blanca va a ejercer mucha presión para un cese el fuego. También sabe que Putin va a aprovechar el cese el fuego para preparar una nueva ofensiva. Por eso, su urgencia es establecer condiciones de seguridad para Ucrania y eso sería el ingreso de Ucrania a la OTAN. En mi opinión, no creo que tenga chances de obtener ese ingreso en los próximos dos años.

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