La última frontera
arturo pérez-reverte @perezreverte
Sevilla, la Sevilla que tanto admiro, la ciudad andaluza a la que hace treinta años dediqué La piel del tambor y El oro del rey, no es lo que fue. Sigue siendo un lugar bellísimo, y pasear por ella me llena de optimismo el corazón y la cabeza; pero el turismo descontrolado que inunda Europa, las masas de gente que bloquean cada espacio, cada calle, cada rincón, ponen difícil mantener intactos los viejos afectos. Si esto fuera simple percepción mía, no tendría mayor importancia, atribuible sólo a la natural melancolía de quienes viven lo suficiente para asistir al ocaso y desaparición de personas y lugares que amaron. Nada fuera de lo común en la historia de la Humanidad. Pero son los propios sevillanos, los de toda la vida y los de ahora, quienes sienten lo mismo. Acabo de pasar allí unos días, como hago de vez en cuando, y he hablado con mis amigos y conocidos. Es cierto que esa clase de turismo beneficia económicamente a la ciudad, al menos de forma inmediata, como ocurre con otras en España y Europa: Lisboa, Venecia, París, Atenas... Pero las transformaciones que el fenómeno impone, la reconversión de lo propio y tradicional para adaptarse a las exigencias de masas de visitantes matan esencias e igualan lugares: las mismas tiendas, los mismos sitios para comer, la misma gente en todas partes. Ni la belleza ni el carácter de una ciudad pueden sobrevivir a cinco, diez o veinte mil turistas volcados sobre ella cada día desde trenes, aeropuertos y cruceros. Por suerte aún quedan fronteras. Confines en retroceso, cierto, pero donde aún es posible percibir la vieja melodía del tiempo hermoso. Ocurre en Nápoles, por ejemplo, tal vez mi otra ciudad europea más querida. Los viejos límites de una ciudad antigua, caótica y peligrosa retroceden desde hace años, a medida que un turismo antes inexistente se adueña de la ciudad. Los habitantes del Barrio Español, donde te internabas tras dejar reloj y cartera en el hotel y vigilando a cada paso por encima del hombro, han descubierto que robar a los turistas es menos rentable que darles de comer; así que olvidan las viejas y bonitas costumbres, y en las calles altas antaño desiertas, cada vez más arriba, menudean las Antica trattoria Gennaro y las Vecchia Pizzeria zia Luzía. Son los tiempos, claro, las nuevas costumbres; aunque en Nápoles, como en casi todas partes, aún quedan lugares, rincones sin colonizar, refugios para los cabrones asociales, reaccionarios, viejunos o como quieran ustedes llamarlos, que no conseguimos adaptarnos a eso. Si uno se busca la vida con paciencia y salivilla, siempre los encuentra. Y los disfruta todavía, antes de que llegue el diablo y nos lleve a todos. También en Sevilla quedan fronteras de ésas. En retroceso, pero quedan. Hay zonas, barrios, lugares, perdidos para siempre: pero en otros, si uno presta atención, aún es posible percibir lo que Antonio Burgos clavó, magistral, en pocas líneas:
Acabo de estar en una de esas fronteras sevillanas donde aún huelen los jazmines. O para ser exactos, los claveles. En la plaza de los Terceros, pegado a la librería de segunda mano, Santi, el dueño de la vieja taberna –su madre se sienta puntual cada mañana en una mesa junto a la barra– me pone una manzanilla de Sanlúcar y unas espinacas con garbanzos, y comentamos, como de costumbre, las cosas de la vida. Aquello todavía es Sevilla de verdad, con un clásico matrimonio de edad –encorbatado él, arreglada ella– que toma el aperitivo, dos vecinos que hablan de fútbol, tres funcionarias de algo cercano y un guiri rubio, despistado, solitario, que sonríe a todo el mundo. Mientras que a veinte pasos exactos, al otro lado de la imaginaria frontera entre las dos Sevillas, una cola enorme de turistas aguarda en la calle para entrar por pequeños grupos en el Rinconcillo, bonita y famosa taberna de toda la vida. Y estoy en ésas cuando un vecino –maduro, flaco, cabreado– entra donde Santi, pide un chato de vino y mira despectivo hacia la otra taberna. «Vivo encima –me dice–, llevo veinte años tomándomelas ahí, y ahora dicen que haga cola para entrar. Y ahí se va a poner la madre que los parió. Debería el ayuntamiento dar carnés a los que somos de aquí: Este fulano tiene derecho a saltarse la cola, coño. Que esto ni parece Sevilla ni parece ná». –¿No hueles los jazmines? –¿Qué jazmines, si no hay? –Los que estaban aquí antiguamente.
Pues eso. A este lado todavía, en la taberna de Santi. En la última frontera.
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Libby DeLana. “Caminar es una experiencia increíblemente curativa”
Texto Flavia tomaello
La best seller norteamericana, que adoptó la rutina de dar un paseo todas las mañanas en medio de una crisis personal hace más de diez años, alienta a salir todos los días, sin importar el clima, porque las caminatas son fuente de consuelo y de creatividad
Nacido en la isla de Cos, Grecia, en el año 460 a.C., Hipócrates es considerado el padre de la medicina. Rechazó el punto de vista de sus contemporáneos y se animó a ver el mundo bajo la lupa que lo vemos hoy, donde la enfermedad tiene una explicación racional. Era un gran cavilador. A lo largo de sus extensos paseos fundó la ética que los profesionales de la salud sostienen hasta hoy, a pesar de las creencias de su tiempo. Solía decir “si estás de mal humor, sal a caminar. Si sigues de mal humor, sal a caminar”.
Elizabeth (Libby) DeLana andaba en dilemas personales, propios de ser una madre exitosa en una industria exigente y demandante como la publicitaria. Fue en medio de una crisis que le hizo carne la idea de Hipócrates. Una mañana, luego de una de esas noches difíciles, de días complicados, salió a caminar por primera vez. Era 2011. Fue directora de diseño en MullenLowe durante quince años y cofundadora de la agencia boutique Mechanica, entidad en la que aún ocupa un puesto emérito. Su trabajo ha merecido numerosos premios de la industria publicitaria, pero a ella le gusta destacar que es madre de “dos jóvenes altos, tejedora impaciente, campeona nacional de remo, aspirante a piloto y novata pescadora con mosca, nerd de la tipografía y snob del té”. Sin embargo, la cualidad que la está convirtiendo en una celebridad es la de caminadora. Desde aquel día hace 13 años, nunca ha dejado de salir cada mañana a hacer su recorrido.
Ha lanzado un libro que se ha convertido en best seller Camina, y tiene un podcast : This morning walk. Cuando se le pregunta qué significa esta práctica dice: “Es una actitud. Un camino a seguir. En definitiva, es un sendero”.
–¿Recuerda la primera vez que salió a caminar? ¿Esa acción significó algo diferente?
–Una mañana, cuando cumplí 50 años, me desperté y me di cuenta de que, de hecho, mi vida era increíblemente maravillosa. Tenía una familia saludable, una carrera encantadora y había tenido el privilegio de vivir una vida muy saludable. Pero en ese momento percibí que había algo que no estaba del todo completo. Todo era encantador y perfecto, pero yo no me sentía plena. Me di cuenta de que una parte clave de quién soy es el movimiento y estar al aire libre. Pero entonces no era una parte integral de mi día, no lo había priorizado. Me siento muy cómoda y completa cuando estoy en la naturaleza y estaba en ese momento atrapada en viajes de trabajo, reuniones, la oficina y atendiendo a la familia. Necesitaba tiempo para mí y no lo había puesto entre mis prioridades.
–Ese click lo cambió todo.
–Sí, no había destinado tiempo adecuado para mí, para activar mi cuerpo y estar al aire libre. Así que decidí levantarme una mañana, temprano, antes que la familia y salir a caminar. Después de 30 días de hacerlo, me comprometí a continuar sin importar qué sucediera. Donde vivo, al norte de Boston, era noviembre, había mucha nieve, el clima estaba complicado, pero simplemente me comprometí a hacerlo. He caminado en la nieve, bajo la lluvia, en mañanas brillantes y soleadas. Y después de ese mes, me di cuenta de que había encontrado un lugar de verdadera satisfacción y creatividad. No sé dónde estaría si no hubiera empezado a caminar, pero no habría llegado muy lejos.
–Es directora de arte y se desarrolla en el mundo de la publicidad. La creatividad es un valor importante.
–Y escaso a veces. Pero la innovación emergía cuando caminaba. También encontré una oportunidad increíble para sanar esos pensamientos recurrentemente negativos y ordenar mis prioridades. Empecé a sentir una felicidad y una alegría increíbles al hacerlo. Me proporcionó una fuente de sabiduría, de consuelo, de creatividad, de nutrición que no estaba obteniendo en otros lugares de mi vida. Entonces decidí que sería una parte vital de quién soy. Sería tan innegociable como cepillarme los dientes o comer bien, esas cosas que son parte de nuestro día.
–Debe ser más sencillo seguir con la rutina cuando está en casa…
–Sí, porque en los alrededores tengo una docena de rutas posibles que puedo tomar. Varían en rango de 8 a 16 kilómetros. La mayoría de los días, es muy simple: salir a las 5.30 y caminar durante una hora. Cuando viajo, es un poco más difícil. A veces llego temprano al aeropuerto y simplemente camino de un lado a otro por los pasillos.
Encuentro la manera…, pero la caminata no me falta. Hace unos años, creo que durante la pandemia, hice un cálculo y para entonces ya había dado una vuelta al mundo. He caminado por los alrededores de mi casa, pero también en las grandes ciudades del planeta, durante viajes de trabajo o por placer, y por sitios alejados e inhóspitos, que no están nada mal. Recuerdo uno de mis paseos agrestes, fue por Hornstrandir, una reserva natural protegida y remota situada en los fiordos occidentales de Islandia, a unas seis horas de Reikiavik, donde caminé con un grupo de 15 mujeres por la tundra, los acantilados, los campos escasos de flores y el hielo.
–Los dispositivos que controlan el movimiento o incluso las Apps de salud hablan mucho de la cantidad de pasos que se deben dar en el día o la velocidad a la que se debe andar. ¿Esos criterios son también valiosos en su caso?
–Para mí no se trata de eso. Es más bien una meditación en movimiento. Cuando salgo a caminar por la mañana, me interesa activar mis sentidos y mis pensamientos, quiero concentrar mis ideas en el aquí y el ahora. Quiero oír las olas del océano o el canto de los pájaros, el aire frío en la cara o la caricia tibia del sol. Es común que me levante con una especie de nudo en el pecho, como un poderoso ataque de ira encerrado dentro de mí. Cuando inicio mi caminata visualizo cómo ese estrés se disipa. Incluir movimiento a nuestras emociones es una forma de hacernos amigos de ellas. No se trata de cantidad ni de velocidad, sino de la intención, la acción y la promesa.
–¿Cree que en el pasado, nuestros padres y abuelos caminaban más?
–Absolutamente sí. Caminar es lo que nos hace humanos, ser bípedos, estar de pie, estar en movimiento, migrar, peregrinar. La gente ha estado desde siempre moviéndose alrededor de la Tierra. Creo que caminar es un componente esencial de lo que somos. Sin embargo, hemos llegado a un punto en nuestra cultura donde la comodidad y la facilidad son de suma importancia. Lo que significa que si llueve un poco y tenemos que ir a 10 cuadras de distancia, nos subimos a un auto y manejamos hasta allá. No soy necia, puedo entender que a veces sea simplemente conveniente o esencial por cómo está el día, por ejemplo. Probablemente no hace muchas décadas, la mayoría de las familias, si tenían la suerte de tener un auto, poseían solo uno. Ahora parece que todo el que conduce tiene su propio auto, su moto o su monopatín. Lo que significa que con el comienzo de la temporada de nieve, un poco de frío o cualquier otra inclemencia, la gente no camina. Me gusta animar a los demás a caminar, aún con un clima que puede parecer más difícil. Abrigarse, tal vez no caminar mucho, pero salir al clima salvaje. Es una experiencia increíblemente curativa.
–Muchos no tienen tiempo, un espacio seguro o vinculado a la naturaleza. ¿Qué pueden hacer si desean subirse a la experiencia de caminar?
–Creo que es posible pensar en añadir la caminata a nuestra vida diaria en un nivel más sutil. Así que si vivís en la ciudad y tomás un transporte para llegar a tu trabajo, a buscar a tus hijos o a la consulta del médico, simplemente caminá hasta la siguiente parada y andá desde ahí, o si estás en una situación en la que podés caminar por un largo trayecto, hacelo. Si vas al mercado, estacionate un poco más lejos y caminá, aunque no sea demasiado, porque sin duda vas a tener bolsas. No es una actividad muy larga, no es un ejercicio que demande demasiado. Además, también es muy bueno para el cuerpo. Fisiológicamente, ayuda a mantener a raya todos los índices que ponen en jaque nuestra salud.
–Steve Jobs era amante de tener reuniones durante una caminata.
–¡Es verdad! Es que caminar era parte de muchas culturas como una forma comunitaria de reunirse, de verse, de conversar. De hecho, ahora mis amigos y yo simplemente nos proponemos reunirnos para salir a caminar. Obviamente también está bien juntarse a comer o a tomar algo, pero no siempre encontramos el momento adecuado y levantarnos temprano o tarde en la noche, salir a caminar es una manera de hacernos un rato para vernos. Los italianos tienen la costumbre de la passeggiata: después de cenar, todos se levantan de la mesa, muchas veces incluso antes de lavar los platos, y salen a caminar juntos. No pretende ser un ejercicio. Simplemente es una extensión de una hermosa cena juntos.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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