“La improvisación es una habilidad y capacidad complementaria necesaria”
El escritor británico promueve el uso de esta herramienta que permite sorprender y, según sus palabras, genera menor esfuerzo que lo planificado
Flavia Tomaello
Poynton revaloriza la pausa como indispensable para la vida cotidiana
Un círculo de piedras reedita la vida neolítica de pueblos prehistóricos que vivieron allí hace 4000 años. Stonehenge, en Salisbury, Reino Unido, apenas a una hora y media de Londres, es una expresión perfecta de la pausa. En medio de una pradera verde inmaculada, desde la distancia se erige como un símbolo a la contemplación de los tiempos. Esa calma sosegada de columnas milenarias instaladas misteriosamente lejos de su origen y vivas cada temporada cuando el solsticio de verano clava el sol exactamente donde sus hacedores querían que lo hiciera, pueden haber influenciado en la lectura del mundo de Robert Poynton.
Especialista del Programa de Liderazgo Estratégico de Oxford, se ha convertido en un experto en el uso de la pausa y la improvisación como recurso de la vida diaria. Nació allí, en la ciudad a la vera de Stonehenge. De niño vivió en el campo, a solo un par de kilómetros del antiguo monumento. Pasó la mayor parte de su infancia al aire libre, corriendo en los bosques, y cuando fue mayor, jugando al fútbol y al cricket o explorando los alrededores en bicicleta. Hoy vive medio tiempo en Oxford y otro tanto en una casa con energía solar en las afueras del pequeño pueblo de Arenas de San Pedro, en España. “Mi vida y mi carrera han estado llenas de improvisación y, si ha habido un principio rector, sería la serendipia –relata–. Las decisiones importantes, como dejar o aceptar un trabajo, iniciar un negocio, mudarme o elegir una pareja han tenido una gran dosis de improvisación. Creo que siempre me he resistido a la idea de que la vida se puede controlar. Cuando me sentí acorralado, aunque me iba muy bien en mi carrera, dejé Londres para viajar y eso ha influido en toda mi vida”.
Fue en ese viaje donde conoció a su esposa Beatriz y descubrió un idioma –español– y una cultura completamente nuevos. “El modo en que funcionó –cuenta– me permitió redoblar mis esfuerzos por estar abierto y disponible a lo que venga y buscar oportunidades en lo adyacente, en lugar de apuntar a un objetivo predeterminado”. Ha lanzado dos libros que se han convertido en best sellers: Pausa, no eres una lista de tareas pendientes e Improvisa, menos esfuerzo. Más pausa. Mejores resultados.
–¿Por qué cree que tememos a la improvisación?
–Nos han educado así. No solo en la escuela y en la universidad, sino en nuestra cultura. En el trabajo nos enseñan a fijar objetivos y medir nuestro éxito mediante indicadores claves de rendimiento, hojas de cálculo y números. Un colega de Oxford describió esta forma de trabajar como la fantasía del directivo. Lamentablemente, esta educación es profunda y amplia. Es la base de toda nuestra forma de pensar y se remonta a siglos atrás, a los griegos. Se puede rastrear hasta Platón la idea de que existen formas perfectas que crean una cultura fijada en ideales convergentes y, por lo tanto, la desviación es un error o una equivocación, mientras que en biología, la desviación es una fuente de adaptación y aptitud.
–¿Qué impacto tiene esto en la vida cotidiana?
–Nos afecta mucho más de lo que nos damos cuenta. Por eso las escuelas de negocios hablan de mejores prácticas y de estudios de casos, y es una de las razones por las que nuestras organizaciones y nuestras ciencias sociales aspiran a ser tan científicas como la física. La Ilustración se basó en estas ideas de Platón. Todos somos hijos de Newton. Le tememos a la improvisación porque pensamos que es caótica y rebelde, cuando, en realidad, está altamente pautada y ordenada, simplemente no es precisamente predecible. Esto le da capacidad de sorprender, deleitar e innovar en lugar de ser caótica. Si te volvés hábil en la improvisación, aprenderás que no necesitás mucho esfuerzo, energía y recursos para controlar las cosas, que podés influenciar, dar forma y crear ideas, objetos y relaciones mediante la actitud que adoptes y la forma en que interactúes. Esto está relacionado con la pausa y el pausar: la idea de que no improvisás bien apresurándote, sino sumergiéndote en el momento, sin prisas y estando abierto a lo que surja como resultado.
–Durante años, se alentó la planificación. La improvisación se consideró poco profesional. ¿Por qué revertir esa idea?
–No te estoy sugiriendo que lo hagas. Mi actitud es que la improvisación es una habilidad y capacidad complementaria necesaria que, lo sepas o no, tenés que improvisar de todos modos, porque el mundo, incluso la pequeña parte de él con la que cada uno de nosotros tiene que lidiar, siempre está cambiando y transformándose de maneras que no podés predecir ni controlar, por mucho dinero, datos o poder que tengas. Por lo tanto, lo que hay que hacer no es revertir, sino desarrollar esta habilidad complementaria y volverse más hábil para adaptar e innovar y más sensible a los límites del control.
–En su libro dice: “Creatividad en hacer, no en pensar”. ¿Puede ampliar el concepto?
–Sos lo que hacés. Las empresas siempre hablan y encargan talleres sobre pensamiento creativo, pero si esas ideas no se traducen en acción, ¿qué valor tienen? Además, la creatividad es una habilidad material, es decir, no se puede crear en abstracto. Incluso el arte conceptual tiene una manifestación concreta. Las ideas siempre están en diálogo con algo tangible. Un alfarero trabaja con la arcilla y la atiende, los bailarines prueban movimientos que les sugiere su cuerpo, los científicos hacen experimentos.
–Dice que la improvisación nos lleva a hacer menos esfuerzo. ¿Por qué?
–Veo gente (niños, gente de negocios, estudiantes) estresada y agotada porque está tratando de estar al tanto de todo y no se permiten estar en el meollo del asunto. Demasiadas personas están tratando de comerse un elefante que no deja de crecer y no solo es inútil, sino que te enfermará. Una gran parte del problema es el miedo que mencionaste y la educación que hemos recibido que nos hace considerar la improvisación como un último recurso, que yo llamo un niño huérfano, porque es parte de nosotros pero lo hemos abandonado e ignorado. En términos de esfuerzo, el control es caro. Intentar controlar cualquier cosa orgánica es una tarea titánica, la improvisación consiste en trabajar con el flujo de energía existente y desviarlo o influir en él de una manera constructiva. Una de las prácticas básicas es utilizar lo que tenés, si se hace bien, es mucho menos esfuerzo. O, tal vez sería más preciso decir que es un tipo de esfuerzo diferente.
–Es padre y tiene varios negocios. ¿Qué improvisa y qué planifica?
–Hay algo de ambas cosas en casi todo. Es un diálogo dinámico. Puedo planificar cuándo ir al Reino Unido y reservar vuelos, pero no planificar en detalle lo que haré una vez allí. Como familia, cuando nos vamos de vacaciones planificamos y reservamos dónde nos vamos a alojar, pero no lo que vamos a hacer. Cuando me siento abrumado, planeo no estar disponible para muchas llamadas de Zoom. De esta manera, la planificación puede ayudarme a proteger mi tiempo para hacer una pausa. Es un entrelazamiento dinámico de ambos. Mi esposa y yo nos mudaremos pronto, hemos pasado mucho tiempo en mercados de antigüedades buscando muebles y objetos. No vamos con un plan. En cambio, una idea organizadora del tipo particular de estética que buscamos surge de las conversaciones que tenemos sobre las cosas reales que vemos y encontramos. Esas conversaciones luego nos permiten dar forma a una guía que nos ayuda a decidir dónde buscar y qué elegir. Así cada uno se alimenta mutuamente.
–Si quiero comenzar a experimentar con su idea sobre la improvisación, ¿por dónde puedo empezar en mi vida diaria?
–En los pequeños detalles cotidianos. No hace falta anunciarlo ni pedir permiso, pero hay que encontrar algo que soltar o aflojar, por ejemplo, dejar que otra persona tenga razón en lugar de pelearse por un detalle que no importa. Hay que tomar algo que se considere un problema y preguntarse cómo se podría actuar con él. Hay que hacer una pausa antes de responder a alguien, practicar el estar presente prestando mucha atención a las sensaciones corporales o a la respiración.
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Las consecuencias de abrir puertas antes de tiempo
Maritchu Seitún–
Los buenos límites organizan, ordenan y van dando tiempo a la maduración, al enriquecimiento de los recursos y al fortalecimiento de niños y adolescentes: “todavía no”, “cuando seas más grande”, “no tenés edad para eso”, “ya te va a tocar” son frases que los chicos detestan, pero los adultos a cargo los conocemos y sabemos para qué temas van estando listos y para cuáles tenemos que seguir diciendo que no.
Y ahí estamos los padres y madres como el guardia de la entrada: aceptando algunos pedidos pero también frenando, filtrando, postergando, ordenando, encauzando, idealmente con la ayuda y el apoyo de las instituciones escolares y las familias de la comunidad, donde contamos con muchos adultos con experiencia y conocimientos.
Si decimos que sí antes de tiempo se acorta la niñez, la latencia, o la adolescencia y eso tiene consecuencias serias. Niñez y latencia son ese largo período de despreocupación durante el cual los chicos juegan, aprenden, hacen amigos, practican deportes, bajo la mirada protectora y los cuidados de padres y otros adultos. Además de pasarla bien van aprendiendo recursos para ir manejando el estrés, procesar sus dificultades, fortaleciéndose y enriqueciendo su caja de herramientas para enfrentar la vida y sus vicisitudes. Y lo mismo ocurre con la adolescencia, un período de preparación para la adultez, durante el cual siguen enriqueciendo sus recursos personales y vislumbran lo interesante de crecer y convertirse en adultos con plenos derechos.
¿Cuál es el apuro? Los bebés descubren el mundo a medida que se les va presentando, mientras los adultos les ponemos una puerta en la escalera para que no puedan bajarla cuando todavía no saben hacerlo. Cada edad y cada etapa de maduración tienen “puertas” que sirven para protegerlos: si son demasiado pocas los abandonamos dejándolos librados a su suerte y a sus decisiones. Si en cambio nos excedemos en nuestros no y en la sobreprotección no los preparamos para la vida y a menudo, asfixiados por esa “cancha de juego” tan chiquita, los chicos se escapan, mienten… o se someten, pero no se preparan para la vida.
Es fundamental trabajar en equipo con nuestra comunidad, y empezar a hacerlo con nuestros hijos chiquitos, para que nos fortalezcamos entre nosotros, nos pasemos información y datos, reflexionemos y acordemos buscando lo mejor para nuestros hijos en cada etapa.
En el mundo actual con acceso a todo tan facilitado por las nuevas tecnologías es fundamental que aunemos criterios y no demos permisos que nuestros chicos no pueden manejar ni dejemos al alcance de sus mano materiales que no están capacitados para procesar.
Hoy compite contra nuestro buen criterio la presión de la sociedad, de las pantallas y las redes que los tientan a cada paso sin considerar si lo que ofrecen a los chicos es bueno para ellos y/o están preparados para hacerlo, entenderlo, usarlo, procesarlo…
Sin apurar
La sociedad de consumo no piensa en el beneficio de los menores sino en vender, y ya vimos en estos años infinidad de ejemplos, como la dramática disminución del juego libre, la introducción de teléfonos celulares a edades cada vez más temprana, y este año en particular el aumento de la cosmeticorexia, de la ludopatía, de la pornografía al alcance de todos. Y también en muchos otros temas, como la invitación a sumarse a modas –disfrazadas de ciencia– de alimentación o de estilo de vida.
Un ejemplo que se hizo visible en los últimos tiempos son los libros que se repartieron en las bibliotecas de escuelas secundarias de la provincia de Buenos Aires. Independientemente de su calidad literaria, varios eran libros para adultos con contenido sexual explícito, cuya lectura puede llevar a los chicos a tener trastornos de ansiedad, pánico, pesadillas, acciones impulsivas, etc, si los leen antes de que sus cerebros estén listos para metabolizar ese contenido.
¿No hubo adultos que los leyeran antes para saber si eran adecuados para adolescentes?, ¿Lo sabían pero era un negocio tan redituable que prefirieron mirar para otro lado? ¿Quizás es una de muchas formas encontradas para dañar las mentes de esos adolescentes, de modo que no logren madurar, integrarse y convertirse en personas de bien?
No cabe duda de que apurar los temas significa que los chicos tiene menos tiempo para formarse como personas y que tienen que afrontarlos sin estar preparados.
¿Qué nos pasa a los adultos? ¿Nos olvidamos de que tuvimos que hacer fuerza para crecer, mostrar nuestra idoneidad para cada tema, esforzarnos para alcanzar nuestros objetivos? No solo no deberíamos abrirles las puertas antes de que los veamos preparados sino tampoco antes de que lo deseen y lo anhelen con todas sus fuerzas
Especialista del Programa de Liderazgo Estratégico de Oxford, se ha convertido en un experto en el uso de la pausa y la improvisación como recurso de la vida diaria. Nació allí, en la ciudad a la vera de Stonehenge. De niño vivió en el campo, a solo un par de kilómetros del antiguo monumento. Pasó la mayor parte de su infancia al aire libre, corriendo en los bosques, y cuando fue mayor, jugando al fútbol y al cricket o explorando los alrededores en bicicleta. Hoy vive medio tiempo en Oxford y otro tanto en una casa con energía solar en las afueras del pequeño pueblo de Arenas de San Pedro, en España. “Mi vida y mi carrera han estado llenas de improvisación y, si ha habido un principio rector, sería la serendipia –relata–. Las decisiones importantes, como dejar o aceptar un trabajo, iniciar un negocio, mudarme o elegir una pareja han tenido una gran dosis de improvisación. Creo que siempre me he resistido a la idea de que la vida se puede controlar. Cuando me sentí acorralado, aunque me iba muy bien en mi carrera, dejé Londres para viajar y eso ha influido en toda mi vida”.
Fue en ese viaje donde conoció a su esposa Beatriz y descubrió un idioma –español– y una cultura completamente nuevos. “El modo en que funcionó –cuenta– me permitió redoblar mis esfuerzos por estar abierto y disponible a lo que venga y buscar oportunidades en lo adyacente, en lugar de apuntar a un objetivo predeterminado”. Ha lanzado dos libros que se han convertido en best sellers: Pausa, no eres una lista de tareas pendientes e Improvisa, menos esfuerzo. Más pausa. Mejores resultados.
–¿Por qué cree que tememos a la improvisación?
–Nos han educado así. No solo en la escuela y en la universidad, sino en nuestra cultura. En el trabajo nos enseñan a fijar objetivos y medir nuestro éxito mediante indicadores claves de rendimiento, hojas de cálculo y números. Un colega de Oxford describió esta forma de trabajar como la fantasía del directivo. Lamentablemente, esta educación es profunda y amplia. Es la base de toda nuestra forma de pensar y se remonta a siglos atrás, a los griegos. Se puede rastrear hasta Platón la idea de que existen formas perfectas que crean una cultura fijada en ideales convergentes y, por lo tanto, la desviación es un error o una equivocación, mientras que en biología, la desviación es una fuente de adaptación y aptitud.
–¿Qué impacto tiene esto en la vida cotidiana?
–Nos afecta mucho más de lo que nos damos cuenta. Por eso las escuelas de negocios hablan de mejores prácticas y de estudios de casos, y es una de las razones por las que nuestras organizaciones y nuestras ciencias sociales aspiran a ser tan científicas como la física. La Ilustración se basó en estas ideas de Platón. Todos somos hijos de Newton. Le tememos a la improvisación porque pensamos que es caótica y rebelde, cuando, en realidad, está altamente pautada y ordenada, simplemente no es precisamente predecible. Esto le da capacidad de sorprender, deleitar e innovar en lugar de ser caótica. Si te volvés hábil en la improvisación, aprenderás que no necesitás mucho esfuerzo, energía y recursos para controlar las cosas, que podés influenciar, dar forma y crear ideas, objetos y relaciones mediante la actitud que adoptes y la forma en que interactúes. Esto está relacionado con la pausa y el pausar: la idea de que no improvisás bien apresurándote, sino sumergiéndote en el momento, sin prisas y estando abierto a lo que surja como resultado.
–Durante años, se alentó la planificación. La improvisación se consideró poco profesional. ¿Por qué revertir esa idea?
–No te estoy sugiriendo que lo hagas. Mi actitud es que la improvisación es una habilidad y capacidad complementaria necesaria que, lo sepas o no, tenés que improvisar de todos modos, porque el mundo, incluso la pequeña parte de él con la que cada uno de nosotros tiene que lidiar, siempre está cambiando y transformándose de maneras que no podés predecir ni controlar, por mucho dinero, datos o poder que tengas. Por lo tanto, lo que hay que hacer no es revertir, sino desarrollar esta habilidad complementaria y volverse más hábil para adaptar e innovar y más sensible a los límites del control.
–En su libro dice: “Creatividad en hacer, no en pensar”. ¿Puede ampliar el concepto?
–Sos lo que hacés. Las empresas siempre hablan y encargan talleres sobre pensamiento creativo, pero si esas ideas no se traducen en acción, ¿qué valor tienen? Además, la creatividad es una habilidad material, es decir, no se puede crear en abstracto. Incluso el arte conceptual tiene una manifestación concreta. Las ideas siempre están en diálogo con algo tangible. Un alfarero trabaja con la arcilla y la atiende, los bailarines prueban movimientos que les sugiere su cuerpo, los científicos hacen experimentos.
–Dice que la improvisación nos lleva a hacer menos esfuerzo. ¿Por qué?
–Veo gente (niños, gente de negocios, estudiantes) estresada y agotada porque está tratando de estar al tanto de todo y no se permiten estar en el meollo del asunto. Demasiadas personas están tratando de comerse un elefante que no deja de crecer y no solo es inútil, sino que te enfermará. Una gran parte del problema es el miedo que mencionaste y la educación que hemos recibido que nos hace considerar la improvisación como un último recurso, que yo llamo un niño huérfano, porque es parte de nosotros pero lo hemos abandonado e ignorado. En términos de esfuerzo, el control es caro. Intentar controlar cualquier cosa orgánica es una tarea titánica, la improvisación consiste en trabajar con el flujo de energía existente y desviarlo o influir en él de una manera constructiva. Una de las prácticas básicas es utilizar lo que tenés, si se hace bien, es mucho menos esfuerzo. O, tal vez sería más preciso decir que es un tipo de esfuerzo diferente.
–Es padre y tiene varios negocios. ¿Qué improvisa y qué planifica?
–Hay algo de ambas cosas en casi todo. Es un diálogo dinámico. Puedo planificar cuándo ir al Reino Unido y reservar vuelos, pero no planificar en detalle lo que haré una vez allí. Como familia, cuando nos vamos de vacaciones planificamos y reservamos dónde nos vamos a alojar, pero no lo que vamos a hacer. Cuando me siento abrumado, planeo no estar disponible para muchas llamadas de Zoom. De esta manera, la planificación puede ayudarme a proteger mi tiempo para hacer una pausa. Es un entrelazamiento dinámico de ambos. Mi esposa y yo nos mudaremos pronto, hemos pasado mucho tiempo en mercados de antigüedades buscando muebles y objetos. No vamos con un plan. En cambio, una idea organizadora del tipo particular de estética que buscamos surge de las conversaciones que tenemos sobre las cosas reales que vemos y encontramos. Esas conversaciones luego nos permiten dar forma a una guía que nos ayuda a decidir dónde buscar y qué elegir. Así cada uno se alimenta mutuamente.
–Si quiero comenzar a experimentar con su idea sobre la improvisación, ¿por dónde puedo empezar en mi vida diaria?
–En los pequeños detalles cotidianos. No hace falta anunciarlo ni pedir permiso, pero hay que encontrar algo que soltar o aflojar, por ejemplo, dejar que otra persona tenga razón en lugar de pelearse por un detalle que no importa. Hay que tomar algo que se considere un problema y preguntarse cómo se podría actuar con él. Hay que hacer una pausa antes de responder a alguien, practicar el estar presente prestando mucha atención a las sensaciones corporales o a la respiración.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Las consecuencias de abrir puertas antes de tiempo
Maritchu Seitún–
Los buenos límites organizan, ordenan y van dando tiempo a la maduración, al enriquecimiento de los recursos y al fortalecimiento de niños y adolescentes: “todavía no”, “cuando seas más grande”, “no tenés edad para eso”, “ya te va a tocar” son frases que los chicos detestan, pero los adultos a cargo los conocemos y sabemos para qué temas van estando listos y para cuáles tenemos que seguir diciendo que no.
Y ahí estamos los padres y madres como el guardia de la entrada: aceptando algunos pedidos pero también frenando, filtrando, postergando, ordenando, encauzando, idealmente con la ayuda y el apoyo de las instituciones escolares y las familias de la comunidad, donde contamos con muchos adultos con experiencia y conocimientos.
Si decimos que sí antes de tiempo se acorta la niñez, la latencia, o la adolescencia y eso tiene consecuencias serias. Niñez y latencia son ese largo período de despreocupación durante el cual los chicos juegan, aprenden, hacen amigos, practican deportes, bajo la mirada protectora y los cuidados de padres y otros adultos. Además de pasarla bien van aprendiendo recursos para ir manejando el estrés, procesar sus dificultades, fortaleciéndose y enriqueciendo su caja de herramientas para enfrentar la vida y sus vicisitudes. Y lo mismo ocurre con la adolescencia, un período de preparación para la adultez, durante el cual siguen enriqueciendo sus recursos personales y vislumbran lo interesante de crecer y convertirse en adultos con plenos derechos.
¿Cuál es el apuro? Los bebés descubren el mundo a medida que se les va presentando, mientras los adultos les ponemos una puerta en la escalera para que no puedan bajarla cuando todavía no saben hacerlo. Cada edad y cada etapa de maduración tienen “puertas” que sirven para protegerlos: si son demasiado pocas los abandonamos dejándolos librados a su suerte y a sus decisiones. Si en cambio nos excedemos en nuestros no y en la sobreprotección no los preparamos para la vida y a menudo, asfixiados por esa “cancha de juego” tan chiquita, los chicos se escapan, mienten… o se someten, pero no se preparan para la vida.
Es fundamental trabajar en equipo con nuestra comunidad, y empezar a hacerlo con nuestros hijos chiquitos, para que nos fortalezcamos entre nosotros, nos pasemos información y datos, reflexionemos y acordemos buscando lo mejor para nuestros hijos en cada etapa.
En el mundo actual con acceso a todo tan facilitado por las nuevas tecnologías es fundamental que aunemos criterios y no demos permisos que nuestros chicos no pueden manejar ni dejemos al alcance de sus mano materiales que no están capacitados para procesar.
Hoy compite contra nuestro buen criterio la presión de la sociedad, de las pantallas y las redes que los tientan a cada paso sin considerar si lo que ofrecen a los chicos es bueno para ellos y/o están preparados para hacerlo, entenderlo, usarlo, procesarlo…
Sin apurar
La sociedad de consumo no piensa en el beneficio de los menores sino en vender, y ya vimos en estos años infinidad de ejemplos, como la dramática disminución del juego libre, la introducción de teléfonos celulares a edades cada vez más temprana, y este año en particular el aumento de la cosmeticorexia, de la ludopatía, de la pornografía al alcance de todos. Y también en muchos otros temas, como la invitación a sumarse a modas –disfrazadas de ciencia– de alimentación o de estilo de vida.
Un ejemplo que se hizo visible en los últimos tiempos son los libros que se repartieron en las bibliotecas de escuelas secundarias de la provincia de Buenos Aires. Independientemente de su calidad literaria, varios eran libros para adultos con contenido sexual explícito, cuya lectura puede llevar a los chicos a tener trastornos de ansiedad, pánico, pesadillas, acciones impulsivas, etc, si los leen antes de que sus cerebros estén listos para metabolizar ese contenido.
¿No hubo adultos que los leyeran antes para saber si eran adecuados para adolescentes?, ¿Lo sabían pero era un negocio tan redituable que prefirieron mirar para otro lado? ¿Quizás es una de muchas formas encontradas para dañar las mentes de esos adolescentes, de modo que no logren madurar, integrarse y convertirse en personas de bien?
No cabe duda de que apurar los temas significa que los chicos tiene menos tiempo para formarse como personas y que tienen que afrontarlos sin estar preparados.
¿Qué nos pasa a los adultos? ¿Nos olvidamos de que tuvimos que hacer fuerza para crecer, mostrar nuestra idoneidad para cada tema, esforzarnos para alcanzar nuestros objetivos? No solo no deberíamos abrirles las puertas antes de que los veamos preparados sino tampoco antes de que lo deseen y lo anhelen con todas sus fuerzas
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