lunes, 23 de diciembre de 2024

SALARIOS Y álter eco_


Los salarios ganarán el partido en 2024, pero en el torneo siguen perdiendo por goleada
Matías Ghidini*
Atono con los nuevos aires libertarios de transformación, 2024 resultó el año del cambio en el mundo del trabajo también. Importantes hitos, algunos postergados, salieron finalmente a escena y se materializaron este año.
Desde 2018 y hasta 2023 los salarios privados registrados fuera de convenio en promedio perdieron ininterrumpidamente contra la inflación (empate técnico en el 2020 pandémico, más de 55 puntos en el lapidario 2023). Seis años de destrucción sistemática del poder de compra. Sin embargo, todo tiene un final. Y en este 2024 llegó la revancha. Según el índice de salarios del Indec, los sueldos registrados del sector privado aumentaron en 2024 acumulado a septiembre un 124%. En este mismo período, la inflación acumulada resultó de un 101,6%. Triunfo también para los no registrados que recuperaron un 138%, no así para los públicos, que con un 101% a septiembre de 2024 aún están en tablas.
Con ya los datos oficiales de inflación a noviembre (112%) y las proyecciones de aumentos de las empresas para el resto del año (131% según WillisTowersWatson), es un hecho que en 2024 los salarios le ganarán al aumento de precios. Ahora, la película tiene siete años y el gol de 2024 apenas maquilla una goleada histórica donde aún el score es claramente adverso. Ambas apreciaciones son tan contradictorias como ciertas.
Postergada por omisión o incapacidad durante casi 30 años, la aprobación de una reforma laboral significó un cambio para el mundo del trabajo argentino. Quizá no tanto por las modificaciones en sí –algunas de incierta aplicación real y otras sólo para un grupo de trabajadores–, sino por el hecho de finalmente meter mano en nuestra vetusta ley de contrato de trabajo de septiembre de 1974. Extensión del período de prueba (de 3 a 6, 8 o 12 meses), blanqueo laboral y derogación de multas, alternativas oficiales a la indemnización (fondo de cese, seguros, acuerdos para pagos individuales), creación de la nueva figura del trabajador independiente: los primeros pasos de una nueva ley de contrato de trabajo que, sin dudas, requiere mucho más debate, pluralidad y profundidad.
Resultaron una de las estrellas del mercado laboral pospandemia. Se trata de los trabajadores de la economía del conocimiento que exportaban servicios profesionales al exterior con remuneraciones en dólares que la absurda brecha cambiaria vigente exacerbaba, generando ingresos tan apetitosos como insostenibles. Marcada informalidad, un modelo hoy en caída libre, mucho más pequeño, sólo sostenido por aquellos cuya genuina motivación se apoya en un trabajo independiente global y no la oportunidad cambiaria de turno.
Así pues, sueldos que derrotaron a la inflación, reforma laboral y caída del trabajo en dólares al exterior, resultaron los tres impactos y cambios del mercado laboral doméstico.
¿Y hacia delante? ¿Qué depara el 2025? En términos de demanda laboral profesional, persisten las nubes de una economía que carretea pero aún no se eleva. Al menos durante el primer cuatrimestre entonces, oportunidades de empleo segmentadas a sectores muy específicos: traccionan minería, energía y petróleo; acompañan agroindustria, tecnologías de la información y logística. Compañías en modo prudente optimismo, con una rotación acotada (72% manteniendo o disminuyendo) y aprobaciones de incremento de dotación muy pensadas y estratégicas.
¿Qué falta aún? ¿Con qué continuar? A la confirmación de la recuperación salarial para 2025, tenderle una (gran) mano a las pequeñas y medianas empresas (los mayores empleadores del país) con una disminución directa y concreta de los costos de contratación. Y, para asegurar nuestro porvenir, refundar la educación argentina, incorporado tecnología, prestigiando docentes y conectándola con el trabajo del presente y futuro.
En términos de demanda laboral profesional, persisten las nubes de una economía que carretea pero aún no se eleva

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De magos, políticos y aversión a las pérdidas
Pablo Mira Programas de ajuste como el de Milei son más viables cuando la percepción de pérdida está cerca
El Mago del Kremlin es, con pocas dudas, el libro de moda. Se presenta como una novela, pero es en realidad un notable ensayo sobre la realpolitik, ese enfoque pragmático que prioriza intereses políticos concretos y el poder por sobre principios ideológicos o éticos. Si bien tiene matices ficcionales, el libro discute explícitamente y de manera bastante realista el ascenso y consolidación en Rusia de Vladimir Putin, de quien el mago es principal asesor.
En un pasaje, el mago escucha la siguiente reflexión de un amigo millonario del poder de Moscú, Eugenio Prigozhin. “¿Sabés qué es un casino? Un monumento a la irracionalidad humana. Si los hombres fuesen criaturas racionales, los casinos no existirían. ¿Por qué diablos la gente acepta despilfarrar su dinero en un sitio donde tiene en contra todas las posibilidades?” Prigozhin amasó una fortuna gracias a los casinos, un negocio tan trivial como rentable. “No hay nada más sensato que invertir en la locura humana”, sentencia.
Prigozhin explica cuál es la naturaleza humana tras el negocio. Si se ofrece a cualquier transeúnte 500 dólares o el 50% de chances de obtener el doble, el tipo agarra los 500 casi con seguridad. Pero si luego se hace el ejercicio opuesto, ofreciendo a una persona que debe 500 dólares la posibilidad del 50% de pagar el doble o no deber nada, en la mayoría de los casos decidirá aceptar la apuesta.
La vuelta de tuerca es que esta decisión, continúa Prigozhin, depende de los ingresos de la persona. En teoría, los que ganan más son los que podrían darse el lujo de arriesgar. Pero en lugar de eso, los que arriesgan más suelen ser los de ingresos más bajos, básicamente porque son ellos los que van perdiendo en la vida.
Este efecto, llamado “aversión a las pérdidas”, fue planteado por primera vez por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky (el primero, Nobel de Economía) a fines de los años 70, y es un concepto potente de la Economía del Comportamiento.
Su uso se pensó inicialmente para las decisiones personales relacionadas con el dinero, pero Prigozhin tiene otra aplicación en mente. “Así es como funciona la política también, ¿no?”, razona. “Todo va bien mientras estemos a gusto…
Somos prudentes a la hora de elegir, no queremos correr riesgos”. Pero cuando la cosa viene torcida y el futuro no se ve claro, la gente empieza a apostar como loca. “Se prefiere el riesgo desconocido antes que mantener la situación actual… La revolución de 1917 y el nazismo empezaron así…”, arriesga. El mago del Kremlin capta la idea de inmediato y remata: “Están dispuestos a tomar las decisiones más absurdas. Nuestro deber es simplemente ayudarlos”.
Las implicancias políticas de la aversión a las pérdidas han sido analizadas por Alejandro Bonvecchi, profesor ordinario del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la UTDT, e investigador independiente del Conicet. En una conferencia en honor a Daniel Kahneman, Bonvecchi remarca que los políticos en problemas deciden arriesgar más respecto de su política exterior, lo que explicaría por qué Nixon expandió la guerra en el sudeste asiático al mismo tiempo que intentaba salir de Vietnam, por qué Carter lanzó la operación de rescate de los rehenes en Irán, y por qué los militares argentinos decidieron invadir las islas del Atlántico Sur, y un largo etcétera.
Bonvecchi menciona además trabajos que indican que los programas de ajuste y de reforma profunda suelen lanzarse por las percepciones de líderes y votantes de encontrarse en una situación dominada por las pérdidas, como la hiperinflación o su cercanía. En estos casos, tomar decisiones riesgosas como cambiar la organización económica del país podría resultar preferible a las reformas más lentas de largo plazo.
Lo que no queda claro es si esta actitud es estrictamente racional o no. De acuerdo al politólogo americano Robert Jervis, un estadista racional no estaría dispuesto a correr grandes riesgos para obtener una ganancia moderada, pero sí aceptaría riesgos mayores para evitar una pérdida a corto plazo de magnitud similar. Esto se debe a que dichas pérdidas podrían derivar en mayores consecuencias negativas a largo plazo.
¿Significa esto que la aversión a las pérdidas no es un fallo cognitivo sino una estrategia política? No tan rápido. Los políticos, después de todo, actúan para ganar apoyo de la gente y mantenerse en el poder, y por lo tanto, lo que están haciendo en última instancia es apostar a los sesgos psicológicos de sus votantes.
Por otra parte, también hay contraejemplos. Bonvecchi cuenta la conocida historia de encubrimiento de la incursión en el cuartel general del Partido Demócrata (el Watergate) por parte de Richard Nixon. El presidente republicano “sistemáticamente optó por las alternativas más riesgosas pese a encontrarse, en especial en los primeros meses desde la incursión y el arresto de los intrusos, claramente en el dominio de las ganancias, y de operar en un contexto dominado por la certidumbre, en tanto conocía todos los detalles del problema y podía evaluar con precisión las consecuencias de sus acciones”, recuerda Bonvecchi.
La aversión a las pérdidas es uno de esos descubrimientos de una aplicación amplísima, una de las tantas genialidades debidas a Daniel Kahneman, el brillante psicólogo que nos dejó este año.
En teoría, los que ganan más son los que podrían darse el lujo de arriesgar; pero, en la práctica, los que arriesgan más son los de ingresos más bajos

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