domingo, 8 de diciembre de 2024

VIDA DIGITAL






De rotativas y máquinas de picar carne
La noticia del desastre del Titanic, en 1912, llega a las primeras planas; el chico que vende diarios en la foto, tomada en Londres, se llamaba Ned Parfett
Los que hacen aportes valiosos en las redes sociales deben lidiar con unos jefes impiadosos y tóxicos, y en ese recorrido agotador, donde además no existen garantías, van dejando partes de sus vidas personales
Ariel Torres
Hubo un tiempo en el que los medios de comunicación eran periódicos. De allí la palabra periodismo. Por período. Porque, si bien es cierto que la realidad está produciendo noticias constantemente, no existe ningún modo de estar ni informando de todo lo que ocurre en todos lados (sería replicar el mundo) ni de que el lector tolere este bíblico diluvio informativo. Por complejas razones culturales, industriales y sociales que llevaría horas desmenuzar, los periódicos fueron durante mucho tiempo diarios. Es decir, salían de a uno por día. De allí la palabra diario.
Esperen, sé que suena como si me hubiera tomado un té de Perogrullo. Pero concédanme un minuto más. Cuando aparecieron la radio y la tele, las noticias también empezaron a circular por allí, y puesto que los diarios son, bueno, de nuevo, diarios, todos estos formatos se complementaron dichosamente. Los programas de radio de la mañana (o los de la tele, durante la madrugada) leían los diarios que acababan de salir. En los diarios, al principio, todos oíamos la radio y luego llegaron los televisores, hoy distribuidos por toda la redacción. Internet también se abrió paso, facilitándonos mucho muchas cosas. Y también dio de baja algunos platos fuertes, como la exclusividad o la primicia, que fueron reemplazados por otros no menos valiosos, como la diversidad de voces y una dificultad cada vez mayor para que los grupos de poder ejerzan la censura.
Entonces llegaron las redes sociales. Visto así, por encima y sin profundizar, que es el mayor y más peligroso sesgo de este siglo, daría la impresión de que las redes son una nueva forma de hacer periodismo. Sí, visto por encima es así. Pero cuando miramos la relojería que hay por debajo del bonito dial, las cosas son muy diferentes.
Las redes sociales incorporaron unos insidiosos, callados y omnipresentes intermediarios al trabajo de los comunicadores (después podemos discutir si son o no periodistas). No hay en este mundo jefes más fríos, tóxicos e impiadosos. Ya deben imaginar como se llaman. Exacto. Los algoritmos.
No voy a ponerme a berrear desencantado porque los colosos de internet manipulan la realidad mediante hilos algorítmicos, porque o bien a nadie parce importarle mucho que esto sea así o bien más tarde o más temprano todos los colosos tecno se vuelven obsoletos. Es una ley de hierro. O de silicio, más bien.
Quiero, en cambio, echar luz sobre los trabajadores de las redes. Me refiero a los que hacen aportes valiosos en Instagram, Facebook, Threads, X, YouTube o la plataforma que prefieran. Los algoritmos no solo deciden quién ve qué, cuándo y cómo (excepción hecha por Bluesky, al menos de momento), sino que además castigan con severidad el que no publiques. Si dejás de postear, tu audiencia se estanca. Instantáneamente. Lógico. Las plataformas viven de que publiques.
Cierto, uno tampoco podía tomarse un año sabático, si había elegido el oficio de periodista. Pero los creadores de contenidos experimentan algo simplemente demencial. Como en una cinta de Moebius virtual, la producción no tiene fin. Y en muchos casos, se trata de una persona que trabaja sola. Esto quiere decir que prepara el material, filma, edita, publica, promueve e invierte en sus campañas de publicidad (en las mismas plataformas, claro; todo queda en casa), además de operar como community manager y, en ese otro rol, debe responder los miles de mensajes que recibe, si su trabajo está bueno. Más los trolls, claro. Más tolerar, resistir y denunciar el acoso, si se trata de una mujer. Todo esto, sin la ayuda de nadie, sin descanso y sin la perspectiva de descanso.
Nada que celebrar
Como el premio para un trabajo bien hecho es más trabajo, luego de festejar los primeros 10.000 seguidores y, más tarde, el hito de los 50.0000, el día que supera los 100.000 o el medio millón, sabe que no puede dejar de pedalear. Los márgenes de ganancia son finitos como una hoja de afeitar, así que todavía no hay presupuesto para pagarse un equipo de asistentes. Y con más seguidores, la presión por no perderlos y, eventualmente, seguir creciendo aumenta. Es tan tiránico que, aunque ellos mismos posiblemente no lo admitan en público, deben abandonar muchas de las cosas a las que solemos llamar “vida”.
Para peor, el algoritmo premia lo que más se ve (porque es lo que les conviene a las plataformas), con lo que la tentación por producir y reproducir lo más popular, en un negocio donde tanta gente está tratando de participar, es un rasero que iguala sobre la base de un solo valor. No tiene nada de malo que algo sea popular. Pero cuando es el único estímulo que el ecosistema premia, la innovación sale severamente lesionada.
Me preocupa, sobre todo, esta nueva forma de explotación auto impuesta; no porque me asuste trabajar, todo lo contrario, sino porque para los trabajadores de las redes sociales la rueda nunca para de girar y cada vez lo hace más rápido. Los gigantes de internet, que no tienen ni la más remota idea de lo que es el periodismo, parecen haber confundido rotativas con máquinas de picar carne. Y no son lo mismo.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.