martes, 31 de enero de 2023

HISTORIA DEL ARTE


Experiencias inmersivas: ¿el futuro del arte?
El auge global de las muestras con imágenes envolventes atrae nuevos públicos y provoca debates sobre su calidad
por Celina ChatrucVida y obra de Frida Kahlo, la muestra actual en el Centro de Exposiciones Buenos Aires, se presenta como un “espectáculo visual y sonoro”, inmersivo y multisensorial
“Dejemos tranquilo a Van Gogh”, pedía en mayo último durante su visita a Buenos Aires Daniel Canogar, mientras la muestra inmersiva dedicada al maestro holandés en La Rural se encaminaba a superar los 350.000 visitantes. Acostumbrado a realizar obras generativas con inteligencia artificial, que cambian a partir de datos que un algoritmo toma de Internet, el artista español-estadounidense se mostró crítico entonces respecto de ese tipo de exposiciones dedicadas a figuras clave de la historia del arte. “Ya la obra que hicieron es suficientemente maravillosa, no todo tiene que moverse y apabullar”, opinó, y se manifestó en cambio a favor de ofrecer esas herramientas a artistas contemporáneos para “utilizar esos soportes, esos medios, esa experiencia de una forma más experimental”.
Ocho meses más tarde, sin embargo, la escena porteña redobla la apuesta con un “espectáculo visual y sonoro” similar dedicado a Frida Kahlo en el Centro de Convenciones Buenos Aires. Y desde el 24 de febrero se presentará en el Campo Argentino de Polo Meet Vincent
van Gogh, exposición organizada por el museo de Ámsterdam dedicado al artista, que fue vista por más de un millón de personas en varias ciudades de distintos continentes.
¿Por qué crece el furor por lo inmersivo? Está claro que, como sugiere Canogar, estas herramientas que proponen disolver los límites físicos con las obras abren nuevas posibilidades para los creadores contemporáneos. Así quedó demostrado por ejemplo en la sala de cuatro metros de largo por seis de alto que integró en 2021 en Fundación Santander la muestra Implosión!, de Marta Minujín, donde se proyectaron en loop imágenes de sus colchones flúo al ritmo de la música de Philip Glass. Apenas un paso más para la artista que hace más de cinco décadas invitaba a perderse dentro de La Menesunda, monumental ambientación realizada con Rubén Santantonín en el Instituto Di Tella, y que fue tan pionera como la japonesa Yayoi Kusama en la apelación a lo multisensorial en sus obras.
Aunque no fue inmersiva, la reciente muestra de Banksy en La Rural recurrió a proyecciones en 360° y lentes de realidad virtual para simular un recorrido global e histórico por las producciones efímeras del grafitero anónimo. Un viaje en el tiempo por el proceso creativo similar al ideado por Refik Anadol en una habitación de Casa Batlló, en Barcelona, a partir de la mayor biblioteca digital disponible sobre Antoni Gaudí. Cubierta por pantallas LED en sus seis caras, la sala fue convertida en un cubo caleidoscópico en el que se suceden imágenes formadas con inteligencia artificial.
En la propia casa
Esos portales para sumergirse en las obras inmateriales podrían diseñarse en la propia casa, según observó el año pasado  Beatriz Ordovas, directora del departamento de arte de posguerra y contemporáneo de Christie’s Iberia. “Creo que entenderemos bien este mundo del arte el día que nos quitemos la forma de pensar que tenemos ahora. Los que no somos nativos digitales pensamos: arte digital es un video, que pongo en un marco y lo cuelgo en mi pared”, observó la especialista, cuando visitó Buenos Aires para hablar en el Malba sobre los desafíos actuales del coleccionismo.
Estas experiencias envolventes también presentan desafíos para las instituciones culturales. ¿Cómo competir con la adrenalina que produce una muestra que roza el espectáculo? “En Europa estamos viendo una especie de desertificación de los museos. Los jóvenes no suelen ir, pero están felices de ir a exhibiciones inmersivas”, advirtió en diálogo  Annabelle Mauger, directora creativa de Imagine Van Gogh, antes de su estreno porteño.
Esta “forma diferente de ver el arte”, que no demanda silencio ni seguir un recorrido específico, atrae según ella nuevos públicos y representa “una vía de democratización de la cultura”, ya que facilita el acceso a obras maestras a quienes no pueden viajar. “Es solo una puerta abierta para descubrir a un pintor –agregó– y, quizás, ir a ver una de esas pinturas en un museo o leer un libro”.
Con ese espíritu democrático de llegar a un público diverso su abuelo político, el periodista, pintor, fotógrafo y cineasta francés Albert Plécy, creó hace casi medio siglo la “Catedral de imágenes”. En Les Baux-DeProvence, una pequeña localidad del sur de Francia –cercana a los lugares donde Van Gogh pasó sus últimos años de vida–, diseñó un espacio en el cual las pinturas cobraban tres dimensiones hasta convertirse en una “imagen total”.
El concepto, que hoy se expande por el mundo, gana fuerza gracias a reproducciones de obras que ya son de dominio público. Claro que, si bien no hay que pagar derechos (ni seguros) para usarlas, montar el show demanda inversiones considerables. De lo contrario se reflejará en la calidad, como lo demuestra la Van Gogh Immersive Art Experience que recorre este verano varias provincias argentinas.

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VAMOS AL TEATRO,...... DIGNA DE VERSE


La Sala roja
Direccción:Victoria Hladilo
En El Picadero, Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857.
Funciones: Viernes 3 y sábado 4 de febrero, a las 22.

La sala roja. ¿De qué se trata el fenómeno teatral que celebra diez años en escena?
Con la pieza de Victoria Hladilo se identifican muchos padres y madres cuyos hijos pasaron por el jardín de infantes
Leni GonzálezUna escena de la desopilante obra La sala roja
“Es muy buena, funcionan muy bien los actores, se entienden entre ellos y con el público, tienen muy buenos juegos, muy bien dirigida y actuada, es muy divertida y te sorprende a cada rato”, dice Margarita, de 10 años, precoz crítica de teatro e hija de Victoria Hladilo, la autora, directora y actriz de La sala roja, obra que festeja su primera década desde su estreno, en 2013, en El Camarín de las Musas, con funciones en El Picadero.
“En realidad, fue el mayor, Antonio, hoy un adolescente de 14 años, el inspirador de la obra. Ambos crecieron con ella y fueron entendiendo cada vez más a medida que la vieron”, dice Hladilo, quien, en 2016, en el cuarto año del entonces boom del off, decía a esta cronista que su punto de partida había sido su experiencia personal como mamá de un niño en el jardín de infantes, observando la conducta de los demás, pero también la propia: “No era una cuestión de ‘qué raros que son los otros’, sino de mí ahí adentro, donde incubaba y me preocupaba por cuestiones que creía nunca iban a preocuparme. Muchas de estas reacciones lograba controlarlas a tiempo, pero el hecho de que aparecieran me llevó a pensar en lo que nos pasa a los padres en esa situación”, dijo entonces (y hasta la actualidad) la intérprete de Sandra, una mamá avasallante que quiere liderar la reunión de padres convocada por la institución escolar.
Para el público, que siempre se renueva, hace una década La sala roja llevó al escenario una reunión de papis y mamis del jardín de infantes, adultos forzados a coordinar proyectos escolares para sus hijos en el marco institucional. Bajo el manto de necesidad y urgencia para los pequeños, saldrán a la luz las frustraciones y pretensiones de los grandes, tonos oscuros que tornan cada vez más negra a esta comedia. La propuesta prendió rápido por el boca a boca en un contexto, además, de visibilización del patio trasero de lo cotidiano: nueve temporadas en cartel a sala llena (2021 por streaming y actualmente se puede ver en la plataforma Teatrix), una gira por España, versiones en Paraguay, Panamá, Uruguay y Brasil, y más de 35.000 espectadores. Todo este movimiento interesó a los productores de Pampa Cine, que compraron los derechos, pero, a pesar de realizarse el guion, no se filmó y, según Hladilo, ya no cree que suceda.
Manuel Vignau, Carolina Marcovsky, Julieta Petruchi, Victoria Marroquín, Axel Joswig y Vicky Hladilo son los protagonistas desde la primera hora, salvo el caso de Marcovsky, quien reemplazó a Daniela Rico Artigas en el papel de la directora después de la segunda temporada. “En esta obra encontré una forma de humor con tensiones más profundas, en zonas crueles de la existencia, con padres con mucha angustia, muy perdidos en la vida, que ponen a los hijos como escudo. Está muy arraigada e hizo una huella en mí. Para quienes venimos del teatro independiente, es una enorme alegría, porque siempre intentamos lograr esta huella, conseguir un vínculo con el público, y acá hay gente que la ha visto muchas veces, hasta diez”, dice Manuel Vignau, el actor que interpreta a Martín, en crisis de pareja e interesado en modificar los actos del jardín con más musicales porque su hija quiere ser bailarina. “Hicimos gira en lugares tan dispares como Cataluña y el conurbano bonaerense, donde nunca habían visto teatro, y me llevo en el corazón todo ese camino. No sé si estas serán las últimas funciones, pero las tomamos así y es un desafío renovar la motivación y reconstruir el deseo permanentemente para que sea una fiesta”, dice el actor.
Como Verónica, una mamá dispuesta a luchar a brazo partido para que su hijo Pedro no sea dejado de lado en la formación de grupos, la actriz Julieta Petruchi dice que en esta década teatral les ha pasado de todo: “Tengo un hijo de 11 años que cuando empezamos era muy chiquito, estaba recién en la sala de dos años, y en medio del proceso tuve a mi otra hija, por lo que dejé un tiempo. La obra se cruza con nuestras vidas y la del público, por eso funciona, la gente se identifica siempre con alguno de los personajes tenga o no hijos. Es una comedia, pero que resuena en otros lugares, se recicla”.
Para Hladilo, autora y directora de otras tres obras posteriores –La culpa de nada, La casa de la palomas y Cartón pintado–, estos diez años fueron una verdadera escuela de quehacer teatral. “No me resulta ajena a pesar del paso del tiempo, cosa que puede pasar con los materiales porque una cambia, sino todo lo contrario. La obra conversa con el comportamiento social y eso se resignifica todo el tiempo, vuelve a hacer sentido de otro modo”, dice muy feliz cuando mira atrás y, sobre todo, por el equipo y la red que sostuvo este proceso. Tanto Petruchi como Vignau trabajaron en las otras obras de Hladilo y los tres filmarán en febrero La culpa de nada, una producción propia a la que se asociaron el director de fotografía Lucas Schiaffi y Katpa Cine: nuevos proyectos independientes y un camino hecho con trabajo y mucha oreja a los ruidos de la calle
Quedan solo dos funciones especiales de este éxito, que nació en el off

La Sala roja
Direccción:Victoria Hladilo
En El Picadero, Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857.
Funciones: Viernes 3 y sábado 4 de febrero, a las 22.

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STREAMING


Cinco películas y series con zombis voraces
Alejandro LingentiLa exitosa serie The Walking Dead
Alienación, política y ecología
The Last of Us ya es uno de los booms de la temporada que acaba de comenzar. La taquillera serie de HBO Max, basada en un famoso juego de PlayStation y con banda sonora del músico argentino Gustavo Santaolalla, despertó en la previa una expectativa enorme que los dos primeros capítulos estrenados hasta el momento no han defraudado. No solo los gamers la celebran en redes sociales, también están de parabienes los fanáticos de los zombis, figuras legendarias del culto vudú haitiano que ya tienen una larguísima historia en las ficciones audiovisuales.
Para HBO las noticias no podían ser mejores: en pocos días, el atrapante piloto de esta serie protagonizada por el chileno Pedro Pascal y la joven estrella inglesa Bella Ramsey –dos figuras del gran elenco de Game of Thrones– acumuló cerca de 20 millones de visualizaciones, y el siguiente ya araña los 6 millones, un comienzo explosivo que colocó a este relato distópico en el podio de las producciones más exitosas de la historia de la plataforma, no tan lejos de bombazos como Boardwalk Empire y La casa del dragón.
Atentos a esa buena respuesta, los encargados de marketing de HBO decidieron potenciarla redoblando los esfuerzos de promoción con impactantes recreaciones del escenario posapocalíptico en el que se desarrolla la trama levantadas en algunas ciudades del mundo que tienen una gran afluencia turística todo el año: un sector de la famosa y muy transitada Plaza de Callao en Madrid, por ejemplo, ha sido ambientado en los últimos días como una de las zonas devastadas por la expansión del hongo Cordyceps que en la serie provoca un desastre generalizado imposible de contener.
También han empezado a circular discusiones informales sobre la posibilidad real de que la humanidad sufra algo parecido a lo que plantea esta ominosa ficción. En la era de las fake news, era imposible que no ocurriera, sobre todo porque el Cordyceps es un género de hongos real (aunque ataca solo a insectos), porque la catástrofe se desata debido a la multiplicación de zombis por contagio cuando tenemos muy fresca la imagen de la última pandemia, y porque uno de los detonantes es el cambio climático. Los guionistas de The Last of Us trabajaron con plena conciencia en una ficción que reprodujera algunos de los mayores temores contemporáneos. Y acertaron.
Como decíamos, hay una rica tradición de ficciones apocalípticas regadas de zombis. Difícil hacer una lista muy exhaustiva porque realmente son muchas. Pero lo cierto y comprobable es que su magnetismo suele crecer en contextos con características bastante similares, como han señalado más de una vez algunos académicos.
La socióloga canadiense Michèle Lamont, docente en las universidades de Princeton y Harvard, por ejemplo, sostuvo en una entrevista reciente que “mucha gente encuentra una especie de confort en las narrativas posapocalípticas en los momentos que son política y económicamente tumultuosos”. Marina Garcés, filósofa catalana conocida sobre todo por ser la autora de Nueva ilustración radical, un libro breve y muy eficaz de la colección Nuevos Cuadernos Anagrama que ya va por su octava edición, fue todavía más allá: “Probablemente, los héroes más emblemáticos de nuestro tiempo son los socorristas del Mediterráneo. La acción más radical de nuestros días es salvar vidas, más que cambiar el mundo. Cuidarnos es la nueva revolución. Pero esos cuidados son puramente paliativos. Por eso, quizás, el imaginario colectivo del presente se ha llenado de dráculas, calaveras y zombis”. El planteo de Garcés es difícil de refutar: cada vez es más evidente que el lugar de las utopías fue ocupado por el deseo más básico de la supervivencia. De eso se trata principalmente The Last of Us, cuyo éxito podemos relacionar sin muchos rodeos con la pertinencia de su fatalista diagnóstico.
Pero antes de esta serie dirigida por Craig Mazin –quien ya había acreditado su pericia para moverse en terrenos desolados en Chernobyl, una coproducción entre HBO y el canal británico Sky One que hoy puede verse en la Argentina en HBO Max y Movistar Play–, hubo muchos zombis que aparecieron como emergentes de coyunturas sociales específicas. El primer zombi cinematográfico, de hecho, fue una creación de un hechicero haitiano interpretado por Bela Lugosi en una película cuya alegoría más notoria era la desgracia de la esclavitud, que en los Estados Unidos fue abolida recién en 1865: La legión de los hombres sin alma (1932), de Victor Halperin (disponible en QubitTV), ponía el foco en ese problema y también era una crítica temprana a la alienación capitalista, con esos humanos privados hasta de la muerte para que no dejen de ser productivos.
Además de te matizarla alienación provocada por un sistema caracterizado por las inequidades y la esclavitud, las películas de zombis también trabajaron sobre la paranoia que se despertó en las grandes ciudades con el avance de las inmigraciones provocadas por los conflictos bélicos del siglo XX, el “miedo al otro” que refleja Yo anduve con un zombi (1943), de Jacques Tourneur (también en QubitTV), y que luego tuvo un vasto despliegue en Hollywood con las películas que advirtieron con gravedad sobre la amenaza del comunismo.
En todo caso, el cine siempre ha sido un reflejo de su tiempo, ha contado la historia a su manera, cuando no la ha prefigurado –pensemos en las inquietantes premoniciones de 2001: Odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick, como caso testigo– y por eso, entre otras cosas, es un arte masivo. Más allá del dato de su procedencia (un juego de consola superexitoso), The Last of Us interpela porque aquello que cuenta está todavía en el terreno de la ficción, pero nadie puede asegurar que esa situación no cambiará en el futuro.
Para pensar en esa genealogía ilustre –la de las películas y series que supieron construir un discurso político o sociológico sin resignar el objetivo del entretenimiento, lógico en el marco de una producción a escala industrial–, para encontrar los antecedentes más valiosos de un producto tan en la cresta de la ola como The Last of Us. En suma, vale la pena un recorrido de cinco estaciones que, como toda selección, es opinable y arbitrario; es uno de los tantos posibles e incluye hitos sobre los que hay un considerable consenso de la crítica y los fans de los
zombis.

1. La noche de los muertos vivientes (1968)


Los zombis de este clásico del cine B se mueven en hordas y buscan carne humana, como los de The Last of Us. Son muertos que vuelven a la vida por una razón no especificada y se la considera una alusión a los cambios sociales y culturales que se estaban produciendo en los Estados Unidos a fines de los años 60, sobre todo con la emergencia de los movimientos defensores de los derechos civiles, simbolizados de alguna manera en la elección de un protagonista afroamericano, Duane Johnson. Diez años más tarde, Romero continuaría la historia en El amanecer de los muertos (1978), con un contenido político más satírico y explícito: las víctimas de los zombis se refugian en un centro comercial donde quedan inevitablemente atrapados. Se produjo con 100 mil dólares y terminó recaudando 30 millones. Disponible en QubitTV y Mubi.

2. Resident Evil: El huésped maldito (2002)

Igual que The Last of Us, esta película que abre el fuego de una saga larga e irregular está basada en un videojuego canónico, creado por el japonés Shinji Mikami a mediados de los años 90. La intrépida heroína encarnada por la ucraniana Milla Jovovich se enfrenta a un enorme pelotón de zombis infectados por un virus en un centro clandestino de investigación biológica y genética financiado por una multinacional comandada por directivos sin ningún escrúpulo. Es la más elogiada de una franquicia que tiene el estatus de éxito indiscutible: hasta ahora hubo siete largometrajes que, en total, recaudaron más de 1200 millones de dólares. La banda sonora es sin dudas una de sus fortalezas: Slipknot, Marilyn Manson, Rammstein, Depeche Mode… Gracias a esta película, que superó los cien millones de dólares en la taquilla, Jovovich –quien se preparó para el papel entrenando fuerte en karate, kickboxing y lucha– se convirtió en una estrella internacional. Disponible en Paramount+ y Movistar Play.

3. Guerra mundial Z (2013)

Otro gran éxito, con un presupuesto millonario, sí (190 millones de dólares), pero un rendimiento espectacular en boleterías: 540 millones en todo el mundo. Versión muy libre del venerado libro de Max Brooks (escritor, hijo de Mel Brooks y Anne Bancroft), se apoya en la buena faena de Brad Pitt como un ex reportero de guerra de la ONU y ejemplar padre de familia que recorre Corea, Israel y Gales en busca de una cura al virus que amenaza con convertir a la Tierra en un infierno dominado por los zombis. Originalmente iba a estrenarse en 2008, pero los ejecutivos de Paramount exigieron varias reescrituras de un guion que no los terminaba de convencer. Cinco años después, el carisma del protagonista y los espectaculares efectos especiales producidos con alta tecnología digital empujaron un suceso que acabó con los temores de los escépticos e incluso motivó la planificación de una secuela que iba a dirigir David Fincher pero que terminó cancelada definitivamente. O no, con Hollywood nunca se sabe... Disponible en Netlix y Movistar Play.

4. The Walking Dead (2010-22)

Las once temporadas de esta emblemática serie cuyo primer showrunner fue Frank Darabont –director de éxitos como Sueños de libertad (1994) y Milagros inesperados (1999)– son una prueba contundente del interés que despertó en el público masivo. El argumento central –un apocalipsis mundial provocado por una invasión de zombis que obligan a los humanos a refugiarse y resistir– es similar al de The Last of Us, con un ingrediente inquietante: todas las personas son portadoras del patógeno responsable de la terrorífica mutación que experimentaron los ya célebres “caminantes”.
Concluida el año pasado, esta serie que revitalizó un género que ya daba algunas muestras inocultables de agotamiento también disparó, gracias a la legión de fanáticos que la han venerado, un puñado de desparejos spin offs: Fear of The Walking Dead, Tales of The Walking Dead,The Walking Dead: World Beyond y la inminente The Walking Dead: Dead City, con dos de los protagonistas de la historia original, Lauren Cohan (Maggie) y Jeffrey Dean Morgan (Negan) como renovados héroes que sobreviven en un entorno apocalíptico centrado ahora en Manhattan.
Disponible en Star+

5. Estamos muertos (2022)

El apocalipsis zombi llega ahora a Corea del Sur, más precisamente a una escuela secundaria donde queda recluido un grupo de estudiantes acechados por compañeros infectados que transforman al lugar en un festival de sangre y horror. Sin agua, comida ni contactos con el exterior, los jovencitos pelean por su supervivencia mientras las autoridades del país decretan la entrada en vigencia de la ley marcial. El antecedente exitoso de El juego del calamar despertó un marcado interés por las producciones de la potente industria audiovisual surcoreana y colocó a esta serie, que pronto estrenará en la Argentinasu segunda temporada, entre las más vistas de la plataforma que la ofrece. El virus que causa la mutación es primero un misterio –como el del covid-19, en todo caso– que en algún momento es revelado. Y el combate contra los agresivos contagiados exige como arma clave al fuego. Adaptación de un popular webtoon –Now at Our School, de Joo Dong-geun–, la serie le suma cierta dosis de humor a su violencia desenfrenada, lo que aporta una frescura necesaria para una producción que trabaja alrededor de un tópico tan transitado. Disponible en Netflix.

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El curso otorga certificado de asistencia. Para obtenerlo se debe ingresar, como mínimo, al 75% de las clases online. Los alumnos que cursan de manera asincrónica deberán cumplimentar la vista, en tiempo y forma, de las grabaciones de clases, publicadas en el aula.
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