domingo, 31 de marzo de 2024

RESTAURANTES CON HISTORIA...." EL TÁBANO "



Club y restaurante. Fue la “segunda casa” del Polaco Goyeneche y cuna de grandes jugadores de fútbol
Norma Orrego sirve la milanesa Supertábano, la especialidad del bodegón del club El Tábano, un ícono del barrio de Saavedra
En Saavedra, cuenta con un buffete familiar que trasciende las fronteras barriales; el plato más pedido es la “súpermilanesa” con cuatro huevos fritos
Germán Wille

En el Club Social y Deportivo El Tábano, ubicado en Rómulo Naón al 3000, calle empedrada, palpita la esencia de dos barrios porteños: Saavedra y Coghlan. Sus 93 años de historia, que conjugan tango, fútbol, bailes de carnaval y encuentros entre vecinos, están en parte reflejados en las cientos de fotos que decoran las paredes del El Tábano Buffet. Una parte destacada de este icónico club que ofrece a los visitantes un menú casero y abundante, como la especialidad de la casa, la SuperTábano, una milanesa gigante para compartir entre varios, que no defrauda.
Para dar una muestra de la raigambre que tiene este club con la identidad porteña alcanza con decir que uno de sus habitués fue Roberto ‘el Polaco’ Goyeneche, vecino de Saavedra y, como gran parte de los socios de El Tábano, hincha fanático de Platense. “Esta era nuestra segunda casa”, cuenta Roberto Goyeneche, hijo del legendario cantante que todavía vive en el barrio y que se suma a la charla que los dueños de El Tábano tienen con este medio.
El salón de El Tábano buffet es el lugar ideal para encontrarse con amigos y disfrutar de comida casera
“Esto es Coghlan, técnicamente, pero estamos a tres cuadras de Saavedra”, explica Sergio Ruggeri Silva, presidente de El Tábano, cuando se le consulta acerca de la pertenencia barrial del club. Y enseguida explica: “Como la sede original estaba a tres cuadras, en Saavedra, nos reconocemos como de ese barrio. Somos de dos tierras, Coghlan y Saavedra”.
La sede actual –la mudanza se realizó en 1972– tiene dos pisos. En su fachada, una pizarra anuncia el menú del día: “Brótola con puré mixto / Lentejas / Mila con fritas”. El salón del bodegón es amplio, dispuesto para unos 80 comensales y con detalles que refuerzan su sencillez: los cartelitos que informan el número de cada mesa tienen dibujos fileteados y algunos habitués que ya arrancaron su almuerzo tienen a mano sifones de litro o un pingüino con vino de la casa.
Milanesa SuperTábano, la especialidad de la casa
En el restaurante abundan los detalles que tienen que ver con la identidad porteña

–Sergio, ¿cómo y cuándo nace El Tábano?
–La primera sede fue en las calles Melián e Iberá. Nació el 19 de septiembre como un movimiento de vecinos que se juntaron porque en ese momento, a causa del golpe de Estado contra Hipólito Yrigoyen, no se podían encontrar en los bares y otros lugares para desarrollar su vida social. El club en ese entonces tenía la función de ser lugar de encuentro de los hombres después de trabajar. Era una tradición pasar a jugar al billar con los amigos, a tomar algo antes de volver a la casa. Era como un paso obligado. Y los fines de semana ya venían con la familia. También era típico venir a comer al club y después irse todos juntos caminando a la cancha de Platense, que estaba más o menos a unas siete cuadras.
El presidente del Club Social y Deportivo El Tábano, Sergio Ruggeri Silva, junto a Guillermo Bandin, secretario de la institución y Chiche Molina, el vicepresidente (sentado)
–¿De dónde surge el nombre?
–Viene de lo que era entonces el lema del diario Crítica: “Dios me puso sobre vuestra ciudad para ser como un tábano sobre el noble caballo, para picarlo y mantenerlo despierto”. La idea de este club era, justamente, mantener despierto al barrio. Y en 93 años estamos pudiendo hacerlo.
–¿Cuál es el secreto para cumplir tantos años?
–Hay una relación muy particular entre los vecinos y el club. De ida y vuelta. El Tábano es la reserva cultural del barrio. Este es un lugar donde el tango, la familia, el fútbol, los chicos, son una parte nuestra. Es muy difícil en un mundo globalizado poder conservar estos espacios. Hoy vas a algún bodegón y te dicen: “Esto está armado al estilo de los años ‘40″. No, este club no está armado. Es de 1930. Las sillas que ves tienen 60 años, los cuadros y fotos son auténticos.
Las empanadas, otro imperdible
Un arsenal de bebidas sobre el mostrador de El Tábano, donde los vermouths son infaltables
La segunda casa del Polaco
–¿El tango todavía continúa con milongas en el club?
–Sí, dos sábados al mes hay milongas con orquesta en vivo. Y en la historia de El Tábano vinieron todos. Orquestas como la de Troilo, Di Sarli, D’Arienzo. Acá, la mayoría de los socios más grandes vos les hacés así [da dos golpes en la mesa] y te dicen todo: qué tango es, qué acordes, de dónde vino... Se conoce mucho de tango.
–¿Es verdad que acá cantó por primera vez el Polaco Goyeneche?
–Una teoría dice que acá cantó por primera vez, con una orquesta del barrio, la Celestino. Y otra, que debutó en un concurso de cantantes de tango en el club Deportivo Federal Argentino. Además de su posible debut artístico en El Tábano, en un baile de carnaval de esos que eran parte de la tradición del barrio, Goyeneche conoció a su mujer, Luisa.
Roberto, el hijo del Polaco, próximo a cumplir 75 años, interviene en la charla: “Él estuvo toda la vida ligado al club. El Polaco Goyeneche tenía tres sinónimos: El Tábano, Platense y Saavedra”. Alguno de los presentes, entonces, recuerdan la otra pasión del cantante: “¡Los pajaritos!”.
Roberto Goyeneche hijo, sentado al lado de la silla que reservaban para su padre con la camiseta de Platense, en el club El Tábano. Detrás de él, un collage de fotos que homenajea al Polaco
Roberto Goyeneche hijo muestra una foto de su padre en el club; junto al Polaco se encuentra él mismo, que es apenas un niño, y Aníbal Troilo
“Escuchame –continúa Goyeneche hijo–, papá nace en Iberá y Avenida del Tejar (actual Balbín) y El Tábano estaba en Melián e Iberá. Después se casó y fue a vivir en Malián entre Iberá y Tamborini. Te imaginás entonces que esta era nuestra segunda casa”.
Como una muestra del cariño hacia el club de su barrio, Goyeneche ayudó cuando la comisión directiva se embarcó en la quijotesca tarea de encontrar una nueva sede. “El Polaco armó dos shows, para los que trajo a los artistas del momento, en el club All Boys de Saavedra. Fueron dos noches en las que llovió torrencialmente. Menos mal que habían vendido todo antes, porque la demanda hubiera sido muy distinta”, cuenta Héctor Chiche Molina, vicepresidente del club y uno de los tantos futbolistas profesionales que surgieron del equipo de la entidad. Hay que sumar, también, al guardameta de Platense y la selección, Julio Cozzi, conocido como “el arquero del siglo” así como al “Marqués” Rubén Sosa, delantero del Calamar y Racing, campeón de la Copa América en 1959 con la selección argentina.
Un lugar para disfrutar
Hoy, el restaurante de El Tábano está lleno de fotos de estos ídolos. Muchos de ellos, de hecho, son los que forjaron la historia de la institución y que forman parte, como poéticamente dicen los socios, de “la filial del cielo” del club.
El vino de la casa se sirve en un pingüino
Toda la comida de El Tábano se caracteriza por tener el toque casero y por su abundancia
–¿Cómo definirían el restaurante?
–Con él logramos algo que queríamos, que era trascender las fronteras del barrio. Acá viene gente de lugares que no te podés imaginar. Si entrás a El Tábano Buffet, en Instagram, vas a ver gente que comenta, por ejemplo: “Vine de La Plata para conocerlo”. Logramos que vengan personas que no son del barrio, pero también que mucha gente tenga trabajo y que muchos vecinos que no conocían el club, a través del bodegón lo conozcan. Ven la carteleras de actividades, averiguan y vienen. Es un círculo virtuoso.
–¿A cargo de los platos hay una cocinera?
–Sí. Norma [Ruiz Orrego], que es una institución. Viene del club Sunderland, allí el marido era muy conocido. Falleció y ella siguió. Nosotros nos contactamos con ella hace unos cinco o seis años y hoy estamos felices. Además de Norma, al restaurante lo manejan todas mujeres. De casualidad, pero son todas mujeres. Todas brindan una atención que es una maravilla.
–¿Cuál es la especialidad de la casa?
–La SuperTábano. Es una milanesa gigante con cuatro huevos fritos. Vienen cinco muchachos grandotes a comer y les sobra. Acá se come muy bien. Rico, bueno y barato. Las tres cosas. Hay pastas también, hay de todo, pero la especialidad es la SuperTábano. Todo lo que servimos es bien casero, no hay nada del día anterior. Y viene mucha gente. Viernes y sábados hay que reservar porque se llena.
La decoración reúne fotos antiguas de ídolos del tango y del fútbol, (muchos relacionados con el club) y también objetos de otros tiempos que despiertan nostalgia
"El Tábano es la reserva cultural del barrio", dice Sergio Ruggeri Silva, presidente del club
–La decoración también ayuda a crear cierto ambiente: banderines de fútbol, ídolos del tango, futbolistas y fotos antiguas de la historia del club...

–Sí, acá se pueden ver las fotos de señoras en los carnavales en los años ‘40. A veces es emocionante cuando gente de más de 80 años mira la pared y te dice: “Uy, mirá, a este jugador de Ferro yo lo conocí”, porque son fotos que no vas a ver en otro lugar que no sea acá. También nos vamos aggiornando en la decoración, porque hay nuevas generaciones. Hicimos un museo del juguete con chiches como yoyós, baleros, revólver de cebita, porque nos dimos cuenta de que hay gente de más de 50 que tiene melancolía y le gusta ver esas cosas.
–El buffet es relevante como lugar de encuentros, ¿verdad?
–Sí, lo más importante del restaurante, si yo tengo que definir, es que logró que los grupos de amigos lo busquen como un lugar de encuentro, para socializar. Nosotros tenemos cámaras, por ejemplo, y cada vez que vemos las imágenes y vemos a la gente reír, nos sentimos contentos. Es un lugar donde la gente viene a distenderse, a reír y a disfrutar.
Las paredes del bodegón están llenas de recuerdos y homenajes a los socios que se encuentran en "la filial del cielo"
Norma Orrego, encargada del restaurante, un lugar ideal para el encuentro entre amigos

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VAMOS AL TEATRO...."MADRE HAY UNA SOLA "


teatro Stella Maris, San Isidro.
Categoría: comedia
SINOPSIS:
Tras la muerte de su padre, Claudia regresa a la Argentina, para reencontrarse con su madre, aprovechando la ocasión, hace una importante confesión.
Pero no sabe que su madre, la espera con otra gran revelación.
Dos mujeres, dos historias y dos bombas a punto de estallar, que cambiaran sus vidas para siempre.
No te lo pierdas!!
ya a la venta en @entradauno y en www.teatrostellmaris.com.ar


ENTRADAUNO.COM
Entrada Uno

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EL GRAN MARLON BRANDO...NO DEJES DE VER SUS PELÍCULAS

Brandoarchivo

Para ver a Brando, en su centenario:

Viva Zapata! (Star+, Qubit TV)

El padrino (Star+, Paramount+)

Un tranvía llamado deseo (Apple TV+)

Nido de ratas (MAX, Qubit TV)

Último tango en París (Google Play)

Superman (MAX)

Salvaje (Qubit TV)




Marlon Brando, el hombre que supo volver al dolor de su infancia para componer los más grandiosos personajes
Marlon Brando en Salvaje (1953); su inmensa fuerza interpretativa influyó después en otros grandes actores, como Robert De Niro, Al Pacino y Paul Newman
A pocos días del celebrar los 100 años de su nacimiento, un acercamiento a su historia escondida, sus proyectos inconclusos y su vínculo con Hollywood, una industria con la que siempre mantuvo una relación de amor y odio
Martín Fernández Cruz
Como sucede con Diego Maradona, el anecdotario de Marlon Brando parece infinito y, un poco como el barón de Munchausen, él también protagonizó historias que oscilan entre lo onírico y lo absurdo, en las que se borran los límites entre lo improbable y lo imposible. Su historia oficial, esa que lo señala como un hombre obsesionado por las bromas pesadas y los rigurosos métodos de actuación, conforma apenas la cáscara de una figura apasionante. “Impriman la leyenda” decía el periodista de Un tiro en la noche (1962), y justamente de eso se tratan estas líneas, a pocos días de celebrar los 100 años del nacimiento de Marlon Brando.
Primeros años
Marlon Brando tuvo una infancia muy alejada de la felicidad; fue hijo de padres alcohólicos y se crió en un hogar violento y disfuncional
Su infancia no fue fácil. Nacido el 3 de abril de 1924, hijo de un padre y una madre con problemas de alcoholismo, desde una edad muy temprana Marlon pasaba demasiado tiempo solo. Su padre lo golpeaba y su mamá, Dorothy, en más de una oportunidad no podía ni mantenerse en pie, a consecuencia de su adicción. El pequeño Marlon sentía que ella prefería emborracharse en algún bar a pasar el tiempo cuidándolo, y a pesar de convivir con esa sensación de profunda angustia, “Dodie” siempre fue una enorme figura para él.
La juventud del actor estuvo atravesada por conflictos y expulsiones de varios institutos
La vida escolar de Marlon estuvo lejos de ser un lecho de rosas, y los problemas de conducta eran moneda habitual. Amante de las motos y las peleas, Brando no pasaba desapercibido y llegó a ser expulsado de un colegio cuando recorrió los pasillos de ese lugar subido en su motocicleta. Dicho paseo le valió la expulsión del instituto y, decidido a encauzarlo, su padre lo anotó en un centro de educación militar. Peor idea. Brando una y otra vez estaba en el ojo de todos los conflictos. Una noche, se le ocurrió trepar a una torre y robar una campana, para luego arrastrarla casi 200 metros e incendiarla. Con la intención de cubrir sus huellas, el remate de la anécdota fue que él mismo encabezó un comité de investigación para encontrar al responsable de la quema de la campana, y aunque su astucia le permitió salir indemne de esa situación, sus constantes problemas de conducta le valieron la expulsión de esa academia. Así, en 1943 se mudó a Nueva York.
Mientras soñaba con una vida dedicada a la actuación, Brando dormía en la calle y antes de mudarse a la casa de su prima probó suerte en trabajos muy dispares. Así fue como se dedicó a cavar zanjas. También fue ascensorista, mozo, cocinero y hasta se quiso enrolar en el ejército para combatir en la Segunda guerra mundial (fue rechazado, debido a una lesión en la rodilla). En todos esos lugares, Brando se presentaba bajo el apodo de Bud, en un intento por diferenciarse de su padre, que tenía su mismo nombre. Aun en sus últimos años, Marlon guardó siempre un fuerte rencor hacia esa figura paterna, y cuando su papá falleció, él lo recordó del siguiente modo en su autobiografía, Canciones que me enseñó mi madre: “Después de su muerte, solía pensar que me gustaría volver a verlo aunque sea durante ocho segundos, para romperle la mandíbula”.
Enfrascado en el método
Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo, donde le puso su sello propio al conflictuado personaje de Stanley Kowalski

En la última mitad de 1940, Brando tuvo la posibilidad de actuar de forma esporádica en unas pocas obras de teatro, aunque su nombre aun no sonaba con fuerza. Los conflictos y hasta la expulsión en el armado de varias puestas teatrales, subrayaban el carácter de alguien que chocaba siempre contra las figuras de autoridad. Cuando hizo su debut oficial en 1944, en la obra I Remember Mama, el actor no podía evitar fascinarse ante la verborragia de su agente, Paul “Swifty” Lazar, que llegó a conseguirle un aumento de 10 dólares en su paga semanal. A Brando le gustaban esas negociaciones y la rapidez de las lenguas capaces de conseguir aquello que querían, él respetaba eso. “Si no hubiera tenido la buena suerte de ser actor, no sé qué habría sido de mí. Seguramente hubiera sido un estafador, porque me gusta eso de mentir y convencer a la gente”, aseguró en una oportunidad.
Cuando la obra teatral Un tranvía llamado deseo se puso en marcha, Brando forzó un casting de privilegio. En la casa de Tennessee Williams, dramaturgo creador de esa pieza, hubo un problema de electricidad, y Marlon pasó por allí y se ofreció a cambiar los fusibles. Mientras realizaba el trabajo, lo convenció a Tennessee de hacer una breve lectura para el papel de Stanley Kowalski. Pocos minutos después, Williams aseguraba que esa había sido “la mejor lectura que había presenciado en su vida”.
Como es sabido, la aclamada versión teatral de Un tranvía llamado deseo y su posterior adaptación cinematográfica estrenada en 1951, hicieron de Brando la punta de lanza de un recambio generacional en Hollywood. Largometrajes posteriores como Viva Zapata!, Salvaje y especialmente Nido de ratas, lo consolidaron como el nombre más importante de su generación. Lejos de convivir con la vieja escuela, Marlon cuestionaba de forma incendiaria a monstruos sagrados de la industria, y de esa forma llegó a asegurar que no le gustaba para nada el estilo de Humprey Bogart, o que en todas sus películas, “Gable siempre hacía Gable”. En la vereda opuesta, James Cagney o Paul Muni eran de los pocos intérpretes a los que Brando reverenciaba, por su forma orgánica de comprender la actuación. Y es que Marlon estaba encerrado en ese método interpretativo que lo llevaba a ser uno con sus personajes, y a comprender que esos roles de ficción que le tocaba interpretar, los debía llevar en la piel aún cuando la cámara estaba apagada.
Su obsesión con su manera de comprender la actuación, esa intensidad ingobernable que exasperaba a los intérpretes tradicionales, le valió no pocas rivalidades. Pero para Brando no había nada sagrado, y era capaz de provocar incluso al propio Frank Sinatra, con quien compartió el film Guys and Dolls. Peyorativamente, Frank apodó a su compañero “murmullos”, y le dijo que eso del método “era pura basura”. Brando, que ya en esa época sabía que la venganza era un plato que sabía mejor frío, no lo enfrentó abiertamente sino que, a propósito, estropeó innumerables veces una escena en la que Sinatra debía comer una porción de torta. “Estos malditos actores de Nueva York, ¿¡Cuántas porciones de cheesecake te pensás que me puedo comer?!”, llegó a gritar un Sinatra enajenado. Brando había ganado la pulseada y no le temía ni siquiera, al todopoderoso Ojos Azules.
La muerte de la actuación
Los años 50 fueron esplendorosos para Marlon, y los 60 comenzaron con el deseo de dirigir. Protagonizar y realizar un largometraje era un casillero que Marlon quería tachar, y de ese modo en 1961, se estrenó la única pieza que dirigió en su vida. El rostro impenetrable es un experimento, una película atravesada por un desparpajo fascinante, inclasificable en su forma pero encantadora en su vitalidad. “A la quinta semana e inclusive al quinto mes, seguía intentado aprender. Pensé que demoraría tres meses en hacer la película, pero ese tiempo se extendió a seis, y el costo se duplicó hasta llegar a los seis millones de dólares, algo que desde luego no gustó en Paramount, que la pagaba”, reconoció el actor en su biografía. Y aunque él aseguró que “el estudio hizo pedazos esa película”, El rostro impenetrable es una formidable manera de descubrir a Brando desde un lugar menos explorado.
Francis Ford Coppola detrás de su estrella en El padrino: Marlon Brando
En 1962 con el estreno de Rebelión a bordo, Brando se convirtió en el primer actor en recibir un millón de dólares por trabajar en una película. Al parecer no había duda alguna: su presencia alcanzaba para hacer de cualquier film un éxito arrollador. Pero en Hollywood no hay fórmulas infalibles, y cuando dicho largometraje se convirtió en un fracaso la industria tomó distancia de ese actor, que comenzaba a ser más conocido por sus actitudes problemáticas que por su (innegable) talento. Durante varios años nadie quiso contratarlo, hasta que Francis Ford Coppola lo convirtió en Vito Corleone, y una vez más, Marlon se convirtió en un tótem absoluto. Ya no importaban ni las bromas pesadas ni sus excentricidades interpretativas, la aparición de Brando era un sello de calidad indiscutible (porque solo eso puede justificar que por cuatro días de rodaje en Superman, él cobrara casi cuatro millones de dólares).
Marlon Brando junto a su hijo mayor, Christian (
Brando era el rey del mundo y hasta tenía una isla propia en la Polinesia francesa. Sin embargo, comenzó a tomar distancia de la actuación. Luego del éxito de El padrino y de El último tango en París, ambas de 1972, en los años 70 Marlon trabajó en solo cuatro películas más (una de ellas, la imprescindible Apocalypse Now!), y durante los 80 solo hizo otros dos largometrajes. Prácticamente rechazaba todas las ofertas que le acercaban y en el camino quedaron proyectos largamente acariciados, como una biografía de Pablo Picasso.
Marlon Brando, un emblema de la belleza y la fuerza de la juventud
Con su muerte a los 80 años, Brando dejó una huella imborrable en el cine, pero también una vida atravesada por la tragedia (su hijo Christian mató a su yerno, en un episodio que desencadenó un terrible efecto dominó en la familia). Su activismo político también es ampliamente conocido, y muchas de sus anécdotas jamás podrán ser comprobadas (“¿Quiere decir que le encanta tener migajas de conversación con un montón de señoras con el pelo teñido de púrpura?”, aseguró que le dijo a JFK, en su campaña presidencial). Pero es indudable que Brando es uno de los mayores íconos culturales del siglo XX, considerado como el mejor actor de todos los tiempos, pero quien a su vez perdió interés en la actuación debido a la intensidad con la que comprendía su forma de arte. Irónicamente, su dura infancia fue el lugar al que volvió emocionalmente innumerables veces, cuando debía encarnar esos roles tan atravesados por el dolor, personajes inmensos que hicieron de él más que un hombre, una leyenda.
El último Tango en París (1972), de Bernardo Bertolucci, con María Schneider y Marlon

Brandoarchivo

Para ver a Brando, en su centenario:
Viva Zapata! (Star+, Qubit TV)

El padrino (Star+, Paramount+)

Un tranvía llamado deseo (Apple TV+)

Nido de ratas (MAX, Qubit TV)

Último tango en París (Google Play)

Superman (MAX)

Salvaje (Qubit TV)

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IDENTIDAD CULTURAL


Las curiosas observaciones del cónsul Woodbine Parish

Roberto L. Elissalde
El cónsul británico Woodbine Parish
En estos días se cumplen dos siglos de llegada a Buenos Aires de Woodbine Parish. Tenía 28 años, educado en Eton, había servido en la diplomacia británica como ayudante de la embajada a Nápoles en 1815, y visitado por esas obligaciones Grecia y París. El ministro canning, en vista de las aficiones del joven funcionario por estas tierras, su historia y sus costumbres, lo nombró cónsul en Buenos Aires y le otorgó amplios poderes como comisionado para firmar un tratado de paz, amistad y comercio; tarea que cumplió acabadamente con la rúbrica del mismo el 2 de febrero de 1825.
Llegó en compañía de su esposa Amelia Jane, tres hijos y algunos criados; observador atento y documentado permaneció entre nosotros hasta 1832. A su regreso, publicó siete años después el libro Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata, que amplió considerablemente y con ese título dio a conocer en 1852 el editor John Murray, de Albermarle Strret, en Londres.
Apenas llegó lo sorprendió el carro para desembarcar, la habilidad del “carretillero o jinete en darle vuelta y hacerlo girar como sobre un eje, o bien tirar y empujar adelante el rodado como una carretilla de mano, según sea más conveniente en un momento dado. De este modo, por la primera vez en mi vida, vi la carreta delante del caballo: en Europa nos causa risa esta idea, pero en Sudamérica nada es más común que la realidad”.
Llamó su atención la cantidad de jinetes, y agregó “casi todo en aquel país se hace a caballo; si hay que sacar un balde de agua de un pozo, es fuerza que haya un hombre y un caballo para sacarlo, y dudo si jamás entra en la cabeza de un gaucho el que sea posible hacerlo de otro modo. Todos saben montar a caballo, hombres, mujeres y niños. Al verlos, bien pudiera uno imaginarse que se halla en la tierra de los centauros, entre una población medio hombre medio caballo, hasta los mendigos piden limosna a caballo” y publicó el grabado de un pordiosero. cobra valor el testimonio de la madre de uno de sus sirvientes que vivió siete años cautiva y comentaba que vivían más de a caballo que a pie.
Abundan observaciones sobre nuestros hábitos, conductas, costumbres; vista las reyertas en las pulperías, producto de la ingesta de alcohol -aclaraba que había 600 en la ciudad-, sugería de “desarmar a las clases bajas de los grandes cuchillos que usan, pues el hábito de emplearlos en cualquier disputa trivial” era la causa de muchas muertes. En algunos casos eran enviados a la justicia y condenados a servir en el ejército, del que desertaban y convertidos en gauchos vagabundos se juntaban con algunas expediciones de indios merodeadores.
Sobre las incursiones de los salvajes apuntó que “los gauchos a la primera señal del peligro, tienen algunas veces bastante presencia de ánimo para prender fuego inmediatamente a los pastos que estén por delante a sotavento, por cuyo medio consiguen despejar un espacio en que refugiarse antes de que la conflagración general llegue a alcanzarlos”.
Lector de noticias sobre nuestros gauchos, aunque habían transcurrido cincuenta años de la descripción que hiciera Azara; Parish observó que la diferencia era que entonces los gauchos de las provincias “entonces sólo hacían guerra a los animales, y ahora les han enseñado a hacérsela los unos a los otros”.
Finalmente resulta interesante la descripción de un hombre del interior y su familia: “El gaucho de Tucumán, el jinete de aquellas llanuras, con el auxilio de su mujer, que le teje y trabaja casi todas las piezas de su ropa, tiene a su alrededor todo lo que puede necesitar. No conoce, y por consiguiente no precisa, ninguna de aquellas comodidades que en climas más templados, donde la civilización es más adelantada, se tornan en necesidades. Libre como el ambiente que respira, galopa por llanuras sin confín y sin traba alguna que le impida satisfacer sus inclinaciones. Nada le tienta a abandonar semejante modo de vida… sus ganados son los mejores de la República, y el más pequeño cultivo de la tierra provee de seguro no sólo a todas las necesidades de su existencia, sino también a lo que en su opinión representa el lujo y las delicias de ella”.
Como dijimos ,Woodbine Parish fue un hombre de gabinete, de estudio y también de mundo; por todo ello estos breves comentarios sobre nuestros gauchos, son apenas una muestra y cobran mayor valor como testimonio a dos siglo de su llegaba a estas tierras.

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EL SHOW DE FELI COLINA EN EL COLISEO






FELI COLINA
Sábado 13 de abril 21h
INFORMACIÓN
Feli Colina se presenta en el Teatro Coliseo para despedir el año con un espectáculo que promete sobrepasar los límites de lo imaginado.
En un repaso por sus últimos álbumes, “El Valle Encantado” y “Los Infernales (Del Valle Encantado)”, la artista salteña nos invita a descubrir cómo el mundo celestial de duendes, hechizos y belleza eclesiástica se entreveran en nuestro mundo repleto de realidad, luchas, muerte y vida.
La erupción volcánica será inminente este 16 de noviembre y los vestigios del próximo universo de Colina aparecerán como pistas para aquellos que la siguen desde siempre.
Si hay algo que podemos decir de todos los shows de Feli Colina es que nunca son iguales entre sí.
PRECIO DE LAS ENTRADAS
PLATEA $ 15000
PLATEA $ 13000
PLATEA $ 12000
SUPER-1C $ 11000
SUPER-2 $ 10000
1PULLMAN $ 9000
1PULLMAN $ 8000
2PULLMAN $ 8000
2PULLMAN $ 6000

Las sillas de ruedas se ubican en el espacio habilitado para las mismas detrás de la fila 25 del sector par de la Platea. En todos los casos abonan la entrada. Dichas localidades deben ser adquiridas solo en la boletería del Teatro, presentando certificado de discapacidad. Al momento de la compra, abonan el ticket de menor valor disponible.

TEATRO COLISEO
UBICACIONES


ENTRADAS A LA VENTA
En las boleterías del Teatro Coliseo
Marcelo T. de Alvear 1125
Lunes a viernes de 12 a 18 h.COMPRAR ENTRADAS
ATENCIÓN: Entradas oficiales
Para ingresar a los espectáculos sólo se reconocerán como válidas las entradas adquiridas en nuestra boletería o por medio de Ticketek -única ticketera oficial- retiradas en sus puntos de venta y retiro oficiales.

Marcelo T. de Alvear 1125,
Buenos Aires, Argentina.
+54 11 4814 3056
info@teatrocoliseo.org.ar

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10 BODEGONES IMPERDIBLES


10 bodegones imperdibles 
Los grandes embajadores de la cocina porteña Cultores de una gastronomía clásica, de precios accesibles y poca sofisticación, se transformaron en los “niños mimados” de la crítica y el público foodie
Texto Sebastián A. Ríos

Cocina porteña sin pretensiones, nutrida de milanesas y pucheros, ravioles o canelones, rabas y asado banderita. Cocina de inmigrantes, en la que los platos de aquella madre patria que quedó del otro lado del océano se adaptaron a los productos locales. Cocina accesible, de precios más bien módicos, que se ofrece en la esquina del barrio, en horario de corrido. Todo eso es lo que define al bodegón como lugar y como propuesta gastronómica: una forma de comer que no solo ha sobrevivido al paso de las modas, sino que incluso es tendencia y atrae tanto a turistas como a toda una generación de comensales.
Es que los bodegones hoy rankean alto en las recomendacionesdelacríticagastronómica,¡y hasta los hay con estrellas Michelin! Es el caso de El Preferido de Palermo, cuya tradicional esquina rosada desborda a todo horario de un público foodie multinacional.
“El auge de los bodegones tiene ya más de 10 años, y cada vez es más fuerte –comenta Carina Perticone, investigadora en Historia de las Culturas Alimentarias de la Argentina–. De tanto insistir y de tanto divulgar se logró poner en valor al bodegón, y esa recuperación tuvo muchos actores entre los que se destacan los cocineros jóvenes que empezaron a mirar hacia adentro, a darle valor a lo propio y distintivo de la ciudad. Esa cocina porteña clásica, con sus milanesas napolitanas y sus pastas a la Príncipe de Napoli, platos que vinieron de afuera y se convirtieron en algo distinto. Ahora son porteños e incluso se comen en todo el país. De alguna forma, el auge del bodegón es una recuperación voluntaria de lo propio”.
La palabra bodegón también vino en barco a estas tierras. Bodegones eran, en España, los lugares donde comía la gente que estaba de paso, en épocas en que no existía el concepto de salir a comer afuera. En Buenos Aires, en cambio, el nombre se utiliza aún hoy para aludir a los locales de cocina porteña y, de hecho, fue cambiando: primero fue figón, luego fonda, y finalmente, bodegón.
El auge de estos establecimientos dio lugar a re interpretaciones: hay lugares que fingen ser populares con precios bastante restrictivos, otros que han aggiornado su propuesta para estara tono con los nuevos paladares y maridan unos buñuelos de acelga con un vino biodinámico, y otros que simplemente siguen ahí, mirando cómo pasa la vida desde la barra adornada con salamines y botellas de vermouth.

El IMPARCIAL.



Es el restaurante más antiguo de Buenos Aires, y ya solo eso amerita la visita a este bodegón que sobrevivió a todas las crisis que vivió la Argentina desde 1860 –año en que nació como “Fonda y botillería”–, e incluso a un derrumbe total. Declarado “sitio de interés cultural” por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires y ganador en 2014 del premio Bodegones Porteños, vivió varias vidas y tuvo distintas locaciones. Cocina española tradicional, con énfasis en los pescados y mariscos, es lo que propone hoy este bodegón que tiene en su extensísima carta platos de esos que no se conseguen en todos lados: desde caracoles hasta ranas. Su cubierto ronda los 18.000 pesos, teniendo en cuenta que la mayoría de los platos emblemáticos como la paella o el puchero son para compartir. Esos, justamente, son los imperdibles. Av. Hipólito Yrigoyen 1201, Montserrat



2 El OBRERO.



Desde Alberto de Mónaco hasta Bono de U2, todos pasaron por allí (menos Bill Clinton, que cuando fue no encontró mesa libre) en busca de platos tradicionales de cocina porteña como milanesa napolitana, revuelto gramajo o bife de chorizo. El Obrero nació en 1954 en La Boca –que por aquel entonces era un barrio obrero y portuario–, de la mano de los inmigrantes asturianos Marcelino y Francisco Castro. Hoy lo conduce la segunda generación, con participación de la tercera. Logró reabrir tras la pandemia en un barrio que languidece sin obreros y sin vida de puerto. Fonda, bodegón, refugio de bohemios, atractivo turístico e imán de celebridades, El Obrero tiene mucho para ofrecer, pero no hay dudas de que el plato estrella es la tortilla española (papa, cebolla y chorizo colorado). El precio promedio del cubierto es de 20.000 pesos. Agustín Caffarena 64, La Boca

EL PREFERIDO DE PALERMO.




La clásica esquina rosada de Borges y Guatemala se distingue del resto de la lista por la vuelta de tuerca que le imprimieron en su reapertura sus nuevos propietarios: la dupla Pablo Rivero-guido Tassi, que convirtieron a este bodegón en un restaurante capaz de figurar en la prestigiosa Guía Michelin (ganó una Estrella Verde, que reconoce el compromiso con la sustentabilidad). Todo lo hicieron sin perder su esencia y con un producto de increíble calidad, que además garantiza la trazabilidad de sus materias primas. La milanesas de bife de chorizo, la diversidad de sus embutidos artesanales (salame chacarero, spianata, bondiola, panceta estacionada, entre otros) o sus tomates reliquia son algunos de sus hits. Su precio, eso sí, se encuentra por encima del promedio de los otros bodegones: 25.000 pesos el cubierto. Jorge Luis Borges 2108, Palermo

ROTISERÍA MIRAMAR. FUNDADA

en 1950 por la familia Ramos, Miramar nació con impronta indiscutiblemente porteña: las estanterías llenas de botellas de vino, las tiras de salames colgando del techo, la barra amplia, el spiedo (ahora en la vidriera). Hace una década cambió de manos, pero los actuales dueños mantienen el legado, sumando entre otros positivos cambios un amplio horario de apertura que va de corrido desde la mañana hasta la una de la madrugada. En su carta siguen presentes las gambas al ajillo, las ranas a la provenzal, el conejo a la cazadora y la cazuela de caracoles, que son algunos de sus platos emblemáticos. Su espíritu rotisero también se mantiene en el pollo al spiedo con papas fritas o en las generosas milanesas. En cuanto al precio promedio de su cubierto, ronda los 15.000 pesos por persona. Av. San Juan 1999, San Cristóbal

ZUM EDELWEISS.


Refugio de platos clásicos, como la suprema Maryland o el strudel, este bodegón disfruta de una ubicación exquisita: a metros de avenida Corrientes y a cuadra y media tanto del Colón como del Obelisco. No está del todo claro si abrió en 1907 o 1908, pero sí que su ubicación original fue Cerrito (frente al citado teatro) y que la boisserie que recubre las paredes sigue intacta del mismo modo que sus boxes de madera. Su cocina se autodefine como “centroeuropea y argentina tradicional”, con platos alemanes clásicos –algunos de ellos muy difíciles de hallar en la actualidad– como el kassler, la costilla de cerdo ahumada que viene con chucrut; el jamboneau, que es el codillo del cerdo; y, a la hora de los postres, el sabayón con nueces. El precio promedio del cubierto es de 17.000 pesos. Libertad 431, San Nicolás

6 ALBAMONTE.



Nació en 1951 en el centro (Sarmiento al 600), pero la historia que lo convirtió en el clásico bodegón de Chacarita arranca cuando en 1958 se muda a la avenida Corrientes, frente al cementerio. Caracterizada por los sabores ítalo-porteños, su carta fue mutando (ya no están los niños envueltos, la minestrone o los sesos fritos a la romana), pero siguen firmes los fusillis con tuco y pesto, los rigatone a la Príncipe Di Napoli, los ravioles de verdura, pollo y seso, o el pollo, que sale a la provenzal, a la calabresa o a la gasparini, con vino blanco, ajo entero y romero. Un clásico actual es su pizza (finita) Mercedesbenz, que se divide en tres sabores como en el logo de la marca: mozzarella, fugazzetta y pizzaiola de tomate y ajo. Y, también su milanesa, quizás una de las mejores de Buenos Aires. El precio promedio por persona es de 10.000 pesos. Av. Corrientes 6735, Chacarita

SPIAGGE DI NAPOLI.



Como su nombre lo indica, esta cantina ubicada en la frontera con Boedo (pero de la otra mano de avenida Independencia, que la delimita) rinde culto a las pastas italianas, con platos abundantes y abundante queso, y exponentes como los tagliatelles, sorrentinos y fusillis. Claro que también hay milanesas y rabas, entre otros ítems de una muy diversa carta con platos bien porteños. El salón exhibe banderas argentinas e italianas, mesas con manteles a cuadros rojos y blancos, jamones colgados del techo y un cartel que dice “salón para familia”. Fundado en 1926 por Giovanni Ranieri, hoy es comandado por la tercera generación y se apresta a celebrar su primer siglo de vida. El plato estrella son los fusillis con estofado, amasados al fierrito, y el precio promedio del cubierto es 8000 pesos. Av. Independencia 3527, Almagro

CAFÉ DE GARCÍA.




Es célebre por sus monumentales picadas pero, también, por uno de sus ex habitués: Diego Maradona, que en su época de vecino frecuentaba este bodegón que a principios de año volvió a abrir sus puertas tras haber cerrado en 2022. Ahora, restaurado y renovado sin perder su espíritu de barrio, cuenta con un sector dedicado al 10, con camisetas, cuadros y fotos de sus jugadas más icónicas firmadas por él. Su plato más celebrado sigue siendo la picada, que incluye fiambres, tortilla, porotos pallares, calamares y berenjenas al escabeche como platitos fríos, y dentro de lo caliente, croquetas de hongos, panceta y papa, buñuelos de espinaca y ricota, salchichitas envueltas en panceta y glaseadas en vermouth, papas fritas y rabas a la provenzal. El precio promedio del cubierto es de 15.000, o de 10.000 si va por el lado de la picada. Sanabria 3302, Villa Devoto


EL GLOBO.
Av. Hipólito Yrigoyen 1199, Monserrat

Nacido a comienzos del siglo pasado como Fernández & Fernández Bar y Billares, en 1908 tomó su nombre actual en homenaje al cruce del Río de la Plata que protagonizó Jorge Newbery. Es el segundo restaurante más antiguo de Buenos Aires, en el que el plato que pide el 90% de los visitantes en invierno es el puchero de tres carnes (vaca, cerdo y gallina), cuya particularidad es que la carne se sirve separada de las verduras y legumbres. Su carta es amplia y si bien siguen allí los platos que se nutren de la pesca y los frutos de mar, en los últimos años ganó mayor presencia la parrilla: ojo de bife, bife de chorizo, asado y parrillada. Los imperdibles son el ya mencionado puchero, pero también el cochinillo entero o la pata de cordero. Muchos de sus platos son para compartir y el precio promedio del cubierto ronda los 16.000 pesos.

10 YIYO EL ZENEIZE.
Av. Eva Perón 4402, Parque Avellaneda
Bar y almacén de ramos generales, cuenta con más de 100 años de historia en sus espaldas, que se hacen visibles en las paredes del local. Una de ellas exhibe una “colección” de botellas de Cinzano, la más antigua de 1938. Abierto alrededor de 1920 (no hay fecha exacta) por el inmigrante piamontés Egidio Zoppi y continuado por las tres generaciones siguientes, Yiyo tuvo varias vidas, todas en torno a la gastronomía: fue fábrica de encurtidos y también fraccionadora de vinos. Hoy su carta incluye una cuidada propuesta de quesos y fiambres, para acompañar con un buen vermouth, y platos clásicos como vitel toné, tortilla de papa con salchicha parrillera, empanadas fritas o una fainá con escabeche de berenjenas, pimientos y castañas de cajú. El precio promedio del cubierto oscila entre los 10.000 y los 15.000 pesos.


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ALMALUSA...NUEVA FUNCIÓN DE LA "CASA DE FADOS”


NUEVA FUNCIÓN DE LA "CASA DE FADOS” de ALMALUSA.
SÁBADO 6 de abril, 21 HS.
NOVENA TEMPORADA!
Un encuentro con el FADO y las CANCIONES DE PORTUGAL en un ambiente íntimo, a la luz de las velas, sin amplificación y a la usanza lusitana. Como si realmente estuvieses en Lisboa.
Dijo el periódico "Planeando sobre BUE": "Lo que se ve y se escucha es impactante. La manera de abordar estas canciones resignifica la riqueza del género, profundo y misterioso como el mar ... Los recomendamos con calor".
¡LOS ESPERAMOS!
Sábado 6 de abril, 21 hs.
CASA DE FADOS.
Con ALMALUSA, Fados & Canciones de Portugal.
La Biblioteca Café
Marcelo T. de Alvear 1155
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Reservas:
4811-0673 / 15-6515-9514

edith@labibliotecacafe.com.ar
info@labibliotecacafe.com.ar
Derecho a show: $ 5500
Consumición mínima: $ 4200
Cena a la carta.
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