Austero, como su prosa, es el nuevo libro de J.M. Coetzee que acaba de ser publicado en la Argentina: Tres cuentos (El Hilo de Ariadna). La obrita -breve pero sustanciosa- reúne los relatos "Una casa en España", "Nietverloren" y "Él y su hombre" (traducidos por Marcelo Cohen) en los que despunta alguna forma del amor a esos territorios simbólicos o geográficos que se pueden sentir como el sustrato de las propias raíces, trenzada también con alguna forma de la desolación.
El primero de los cuentos plantea, a partir de una frase dicha con la liviandad de las expresiones de moda, la posibilidad de enamorarse de una casa literalmente, sin metáforas: cuidarla, habitarla, pensar en ella a la distancia como si de una mujer se tratara. "Nietverloren" lleva el nombre de una granja sudafricana y es la crónica de un pérdida: la de la identidad de una tierra reducida a "parque temático" para solaz del turismo. El tercer relato es un delicado juego literario: Coetzee invierte la relación entre ficción y realidad para dotar de carnadura a un célebre personaje novelesco que, en una especie de evocación plena de añoranza, reflexiona sobre su creador.
Cuentos también, y sorprendentemente logrados por tratarse de una autora novel, es lo que ofrece la joven escritora chilena Paulina Flores en Qué vergüenza (Seix Barral), libro por el que obtuvo el Premio de Literatura del Círculo de Críticos de Arte. Los protagonistas de sus historias son niños y adolescentes que suelen cargar preocupaciones de adultos (en los casos en que el padre ha perdido el empleo, por ejemplo, y hay más de un caso así en estas páginas); o mujeres de veintipico y de treinta con una sensibilidad especial para ercibir las corrientes subterráneas que animan los lazos afectivos.

Son mujeres-hijas, y el vínculo con la madre siempre es difícil, complejo, ambiguo. Tejido con hebras sutiles que anudan tanto el cariño como el recelo y que Flores manipula con pericia, como lo muestra en "Olvidar a Freddy". La chica vuelve al hogar materno después de haber sido abandonada por su pareja. Hay derrota en una y triunfo solapado en la otra. Cuando la madre preparaba un baño para la hija, escribe Paulina: "Se observaron en silencio hasta que la tina se llenó. No a los ojos, sino a cualquier parte del cuerpo de la otra que evitara un cruce de miradas".
Una nueva entrega de los cursos que dicta el psicoanalista Jacques-Alain Miller (en este caso, el que va de noviembre de 2002 a junio de 2003) se suma ahora a la colección de Paidós, con el título Un esfuerzo de poesía. El eje temático es el lugar que ocupa el psicoanálisis en la sociedad actual, que habría pasado de ser un "enclave" (con toda la carga de tensión, de ajenidad y a la vez de cercanía que el vocablo implica) a convertirse en una "peste" (metáfora que para su captación rápida no requiere mayor explicación, pero que Miller devana finamente hasta establecer una conexión con el concepto de "goce"). El hermoso título refiere a una propuesta que Miller presenta como una necesidad: que el psicoanálisis recupere la dimensión no utilitaria, gratuita y lúdica de la palabra, esa dimensión poética que la aleja para bien del discurso cientificista y que es lo opuesto de la palabra prosaica.
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