lunes, 16 de enero de 2017

FEMICIDIO...ANTES...DESPUÉS .....AHORA


Aumentan los crímenes brutales que, según los especialistas, son un mensaje y una suerte de "venganza pública"



La llaman "la villa de las tres mentiras" porque cada cosa que dice su nombre es falsa. Queda en Cantabria y se llama Santillana del Mar, aunque no es santa ni llana ni costera. Será que su verdadero atractivo no es lo que dice de sí sino lo que oculta. Y Santillana del Mar esconde en sus serpenteantes calles medievales un museo: el de la Tortura. Allí, entre su nutrido catálogo de formas de hacer sufrir (un buey de metal para quemar personas en su interior, una doncella de hierro, potros, ruedas y jaulas, y tanto más) alguna vez di con un objeto triplemente perturbador: por lo que hace, por lo que representa, por lo que esconde. Parece ser el mango de algún cuchillo antiguo, pero no: es una pera veneciana. En los siglos oscuros, se la usaba para obtener la confesión de las mujeres acusadas de haber mantenido relaciones íntimas con Satán. Una vez en el cuerpo de la víctima, el verdugo comenzaba a abrir el instrumento: una flor de cuchillos y a veces también, de clavos.


"Estaba destruida. Lloraba de dolor. Murió como un animal", dijo la hermana de Irma Ferreyra da Souza, la mujer que -justo una semana antes de Navidad- sufrió un daño similar al provocado por ese instrumento de tortura. La diferencia fue que el atacante, en su caso, usó una rama. Como haya sido, el nivel de sadismo puesto en los últimos asesinatos de mujeres (el de Lucía Pérez, de 16 años, en octubre, en Mar del Plata; y el de Irma da Souza, de 47 años, en diciembre, en Misiones) habla de una mutación en la matriz de lo horroroso. Ya no se trata de asesinar sino de hacer bramar. De destruir. De prolongar la agonía tanto como se pueda.
Cada objeto en el museo de Santillana del Mar fue creado con ese mismo fin. Las jaulas colgantes donde los prisioneros eran encerrados sin agua ni comida, la increíble "flauta del agitador" (parecida al instrumento real, pero destinada a romper los huesos de la mano del que alzara su voz contra el sistema), las sillas llenas de púas y, sobre todo, las llamadas "máscaras infamantes", hechas en metal y con las que se castigaba sobre todo a las mujeres que violaran la norma del silencio: "En la iglesia, la mujer se calla", se repetía. Y en latín.


A menudo nos gusta pensar que estamos lejos ya de todo esto. Nos tranquiliza recordar que es un museo, que todo lo que se conserva en él huele a bodega. Sin embargo, alcanza con conversar con algunas de las voces más informadas en materia de violencia de género para entender que todo sigue ahí. Aquí. Y que, cada tanto, un "castigo ejemplar" como los de Lucía e Irma viene a decir que ya está bien. Que, pasadas las marchas multitudinarias, las leyes y las consignas que hasta logran alcanzar las tapas de los diarios del mundo, aquí no ha pasado nada.
En su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, editado en los mismos años en los que los objetos que hoy habitan el museo estaban en las mazmorras, y trabajando, el fraile Bartolomé de las Casas levanta un mapa funesto de la América apenas a cuatro décadas de la llegada de Colón.

 En materia de masacre de aborígenes, el padre ya lo había visto todo. Y dice: "En estas ovejas mansas entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos y tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, y hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad".

Más de cinco siglos después, en El retorno a la barbarie en el siglo XXI, Thérèse Delpech habla de la "salvajización" y señala que "la más importante regresión consiste en una salvaje indiferencia hacia los seres humanos". Otros, como Luiggi Zoja, hablan de la "muerte del prójimo", mientras que filósofas como Michela Marzano señalan el surgimiento de la "realidad-horror" y hasta llaman la atención sobre actos de barbarie que "generan una nueva forma de barbarie: la de la indiferencia".


En este contexto, ¿qué rol termina jugando esta hipertrofia de la crueldad en lo que hace al asesinato de mujeres? ¿Qué clase de reprimenda impronunciable podrían estar señalando esta nueva generación de crímenes en la que hasta la muerte, la misma muerte, se convierte casi en la "opción deseable"? Monique Altschul, de Mujeres en Igualdad, ensaya su respuesta, recuperando para eso las palabras del psicoanalista Sergio Zabalza: "Al macho del siglo XXI la Toda Madre se le transforma en Toda Puta apenas su impostura masculina se ve amenazada. Es que el principal punto de apoyo para el macho es la madre, y cualquier transgresión a esta referencia que organiza su vida puede transformarse en la peor de las tempestades. Hoy que la madre ha dejado de ser certísima, vale interrogarse por el destino de esa furia masculina que hasta no hace mucho tiempo se toleraba". 

Para la doctora en Filosofía e investigadora Diana Maffía, no hay casualidad aquí. Ni en los episodios, ni en la caja de resonancia que los medios montan a su alrededor: "A medida que se hace visible la movilización de mujeres, crece la furia y el sadismo de los varones violentos. Y la comunicación de estos crímenes extremos tiene un doble efecto indeseado, porque si identificamos la violencia femicida con esos extremos, cualquier otra forma de violencia parece tolerable. A partir de eso, las mujeres pueden sentir que no van a ir a quejarse por una cachetada, un grito, una amenaza, un encierro, una privación de dinero o una violencia sexual en la pareja, porque cualquiera de ellas parece insignificante frente a casos de empalamiento, descuartizamiento, etc. La otra consecuencia del actual estado de cosas es que muchos varones usan esas visiones como amenaza", alerta.

En el mismo sentido, para la psicoanalista Patricia Faur, investigadora de la Universidad Favaloro, estos crímenes con regodeo en la crueldad hablan de lo que ya no puede decirse. Y, como en los autos de fe, el castigo se exhibe a la feligresía. "El crimen espectacular lleva un mensaje. Como si fuera una venganza pública, el perpetrador envía su respuesta ante las marchas y el clamor ciudadano del «Ni una menos». Es como decir: «¿Ves? Hago lo que quiero con vos . Nadie me detiene». Son crímenes «con dedicatoria», y los autores son «terroristas del femicidio» que muestran su odio de género cuando se ensañan con el «método de violación» para dejar una marca de humillación. Los mismos hombres que nacieron de mujeres, que habitaron esos úteros que hoy desgarran con palos, quieren mostrar su resentimiento", precisa.
A tantos kilómetros del macabro museo de Santillana del Mar, a tantos siglos del texto de De las Casas, uno y otro se revelan como lo que realmente son: cosas de una actualidad estremecedora. Siguen aquí "las brujas", y los tormentos. Sigue adelante el destrozo de las mujeres, "por las extrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad".
F. S.

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