Mardel cumplió 150 años y le mete goles a la economía
Pablo Sirvén
Mientras la mala política –sea en el oficialismo o en la oposición– se complota para dinamitar los emprendimientos de los particulares, la vida sigue.
Hay que apechugar y continuar adelante esquivando los insólitos inconvenientes que nos ponen todo el tiempo en el camino quienes deberían facilitarnos las cosas, en lugar de empeñarse en complicarnos. Es que si nos quedamos de brazos cruzados esperando que las dirigencias arreglen las cosas –a esta altura es como pedir un imposible–, la vida se nos pasa y es mucho peor la frustración de no hacer.
Los sobrevivientes de los Andes –ahora otra vez tan de moda por la exitosa superproducción de Netflix La sociedad de la nieve– cuentan que cuando se convencieron de que nadie los rescataría, se pusieron manos a la obra para dar vuelta una catástrofe que parecía no tener solución (accidente aéreo en medio de la Cordillera, frío intenso y penetrante, muertos y heridos graves a su alrededor, falta de alimentación y medicina, aludes, etcétera). Y, sin embargo, cuando tomaron el destino en sus manos pudieron encontrar la salida de tan atroz laberinto.
Ya lo decía San Francisco de Asís: “Empieza por hacer lo necesario, luego haz lo posible y de pronto estarás logrando lo imposible”. Es la frase de cabecera de Esteban Bullrich, que, no pudiendo moverse ni hablar por culpa de la ELA, no tira la toalla y es un ejemplo de vida al porfiar en torcerle lo más que puede el brazo a esa cruel enfermedad para seguir adelante, muy activo, con sus sueños intactos de mejorar este bendito país que tiene tan mala suerte con sus gobernantes. La lección es que, en cualquier circunstancia, por más que parezca que tengamos todo en contra, hay que pelearla contra viento y marea.
A propósito de viento y marea, los 150 años que Mar del Plata celebra este fin de semana largo con muchas actividades sirve de oportuno ejemplo de cómo se puede dar vuelta la tortilla cuando hay inventiva que derive la energía de la queja continua a algo más productivo.
En octubre de 2023, cuando todavía no se sabía quién ganaría las elecciones presidenciales, el empresario teatral Carlos Rottemberg tuvo una idea sumamente audaz y, en cierta forma, suicida, a la vista del 211,4% de inflación de todo ese año (más el 25,5% que sumaría enero último y alrededor del 20% más que lleva acumulado este mes): congelar el precio de las entradas de los espectáculos teatrales en la Ciudad Feliz entre 8000 y 12.000 pesos.
La iniciativa fue muy inspiradora porque todos los empresarios de ese rubro la hicieron suya.
Mar del Plata, como el resto del país, sufrió primero la inflación disparada por Sergio Massa en el anterior gobierno, que potenció el presidente Javier Milei, al liberar precios y tarifas sin anestesia.
Por esos sucesivos golpes al bolsillo la temporada marplatense sufre una caída general de sus actividades que fluctúa entre un 20 y un 40% respecto del verano pasado. Sin embargo, los “precios amigables” hicieron crecer en un 33% promedio la cantidad de entradas vendidas, mientras Buenos Aires observa una notable caída en la taquilla, que ya supera el 30%, en tanto que Carlos Paz, probablemente, termine la temporada un 10% más abajo que hace justo un año. Ambas plazas venden entradas un 28% y un 15% más caras que Mar del Plata, respectivamente.
Pero no todo es cuestión de baratura. En el extremo contrario del consumo, Havanna se descolgó, para celebrar el sesquicentenario del centro turístico, con un alfajor premium, que salió al mercado costando el doble ($1600) que cualquiera de sus otros productos tradicionales. Pero, así como hay un amplio sector del público que paga lo que sea con tal de no perderse el recital de su megaestrella internacional preferida, esa novedad tan anunciada antes de salir generó mucha expectativa. Su calidad superlativa hizo el resto: la gente mete la mano en el bolsillo y paga sin chistar. Agotó su stock inicial.
La economía privada se las arregla lo mejor que puede en Mar del Plata para salvar la ropa, a pesar de los estropicios en los que se empeñan los gobernantes pasados y presentes. Hasta logra el mentado “efecto derrame” del padre de la economía liberal Adam Smith: el positivo efecto multiplicador en la afluencia a bares, restaurantes y kioscos alrededor de los teatros marplatenses es elocuente.
El populismo suele llenarse la boca con la importancia de los subsidios estatales. En Mar del Plata, en estos días, se invirtió ese rol: en tanto la provincia y la municipalidad son actores de reparto en el ambicioso programa de festejo por los 150 años, tomaron la delantera las “fuerzas vivas” y los privados que lo coordinan y financian.
La economía puede mejorar si los particulares se muestran menos pasivos y se la juegan. Los funcionarios harían bien en imitarlos
Los “precios amigables” de Carlos Rottemberg, el alfajor que bate récords y los privados a cargo de las celebraciones
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Vértigo y desconcierto entre las bambalinas de Diputados
Delfina Celichini
En el bar de la Cámara de Diputados dejaron de proveer leche para el café. Fue a fines de diciembre cuando los sobrecitos de leche en polvo se multiplicaron de a poco en cada uno de los platos que sostenían las tazas. Las caras de quienes probaban ese brebaje amargo, denso y con pequeños copos blancos que no se terminaban de diluir pronosticaban un enero difícil. “No hay plata”, señalaban con humor aquellos que se animaban a tomarlo. La gracia se fue diluyendo a medida que promediaba el mes y esos rostros, al principio solemnes y consustanciados con la causa libertaria, lucieron hastiados y ojerosos.
Algo similar ocurrió con el ingreso del mamotreto de 664 artículos -video y promoción del solemne acto por redes sociales mediante- a la mesa de entradas de Diputados. La máquina parlamentaria se puso en movimiento y los pasillos del Palacio Legislativo fueron un constante ir y venir de asesores, legisladores, funcionarios y periodistas. El entusiasmo duró lo que tardaron en colisionar dos civilizaciones forzadas a dialogar: los parlamentarios de pura cepa y los novatos. La casta y “los argentinos de bien”, en términos de Javier Milei.
A los 38 diputados que conforman hasta hoy el bloque libertario se los notó entusiasmados. Se montaron en ropajes acordes y no faltaron a ningún plenario de comisiones. Sin decir una palabra, observaban los gestos de los más experimentados y se esforzaban por imitarlos sin desentonar. Su labor durante el casi mes y medio en el que la “Ley de Bases” pasó por el desarmadero, se transformó en un Frankenstein y finalmente feneció, fue periférica.
En ese clima desfilaron funcionarios, referentes de organizaciones de la sociedad civil, activistas, sindicatos y académicos. En línea directa con la Casa Rosada, el presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, funcionó en un inicio como negociador con los bloques claves para llegar al mágico número de 129 voluntades que se necesitan para formar el quorum. Sus buenos modales no fueron suficientes para sus interlocutores, quienes rogaron por una “mesa política”. Es decir, personas con poder de decisión con las que desmenuzar el texto de la iniciativa que pretendía –¿pretendía?– sancionar el Ejecutivo.
Para una politóloga devenida en periodista, estar asignada para trabajar en el Congreso en el despegue de un gobierno atípico, en minoría y con toneladas de ideas reformistas era, profesionalmente, lo mejor que le podía pasar. El gobierno de Milei, no obstante, se encargó de convertir en obsoleto todo lo que había estudiado.
La consternación afectó también a la oposición dialoguista compuesta por UCR, el heterogéneo bloque de Miguel Ángel Pichetto e Innovación Federal, terminales de 66 legisladores y 12 gobernadores. El Pro, con 37 diputados convertidos todos en halcones, siempre se mostró listo para acompañar lo que mandaba el Presidente.
Para sentarse en la mesa de la rosca finalmente llegaron funcionarios de segundas y terceras líneas, pero las conversaciones nunca salieron del terreno cenagoso. A pesar de la buena voluntad de los dialoguistas, el aire de la oficina del presidente de la Cámara, quien para esa etapa oficiaba solo de anfitrión, se fue haciendo cada vez más espeso. Mientras que estos bichos parlamentarios se enfocaban en el trámite legislativo, en el poroteo de voluntades y en llegar un texto coherente, el Gobierno peleaba la batalla simbólica.
El dictamen, por eso, se firmó de madrugada en las vísperas del primer paro general de las centrales sindicales. Fue esa noche cuando apareció el asesor presidencial Santiago Caputo, ideólogo de “las fuerzas del cielo”, convencido de que el oficialismo tenía que irse a dormir con una victoria. El texto era un engendro, pero eso no parecía importar.
A pesar del desconcierto, la transmutación del eje político empezó a calar en la trastienda del debate parlamentario. Los teléfonos de los legisladores con terminales directas con oficialismos provinciales empezaron a sonar. Un gobernador kirchnerista, desesperado ante la certeza de que el rojo fiscal incendiaría su provincia, no dudó en presentarse en chancletas en la casa de un diputado opositor para rogarle que lo ayudara a terciar las voluntades de los propios. Durante el debate particular en el recinto, cuando la ley ómnibus ya estaba en estado vegetal, volvió sin éxito a intentar demostrar sintonía con Milei, pero sus espadas legislativas no mostraron signos de aleación. Ni siquiera amagaron con levantarse de sus bancas. Los tres tucumanos de Osvaldo Jaldo fueron los únicos que se animaron a semejante osadía.
El final de este capítulo es conocido. La “Ley de Bases y Puntos de Partida” fue retirada de la discusión, Milei hizo pública una lista de “traidores” y anunció que su proyecto de gobierno avanzará de todas formas. La próxima parte de la historia se contará el 1° de marzo, cuando el Presidente se dirija a “la casta” para abrir las sesiones ordinarias y trazar sus objetivos. En un país en crisis, los vaivenes económicos serán determinantes para conocer si Milei podrá seguir anclando su poder solo en su cosecha electoral. A pesar de la eficacia de disciplinar con la billetera, quedan dudas respecto de hasta qué extremo se podrá tensar la cuerda con la praxis política convencional sin que se rompa el equilibrio democrático.
Cristina Kirchner conoce a la perfección este ejercicio de toma y daca. Esta semana hizo saber, por un vocero informal, que considera que Milei hace una buena lectura política y que “es kirchnerista en su manera de obrar”. Un punto de fuga en la matrix argentina.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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