domingo, 8 de diciembre de 2024

SALUD MENTAL..¿El cerebro masculino es distinto al femenino?


¿El cerebro masculino es distinto al femenino? Qué son los “neuromitos” y cómo desarmarlos
Tres autoras especializadas publicaron un libro en el que analizan las creencias populares más generalizadas a la luz de la literatura científica actual Laura CedeiraValeria Abusamra, una de las autoras del libro
En el contexto pandémico de 2020, con virtualidad obligatoria y silencio en las calles, la investigadora Valeria Abusamra, especialista en neurociencias, junto a sus colegas Analía Arévalo y Montserrat Armele, comenzó a escribir el libro Cerebro y ficción. Mitos y verdades en la neurociencia. ¿Cuál fue su objetivo? Hacer foco en diversas hipótesis sobre la estructura y el funcionamiento del cerebro, específicamente en aquellas que persisten y se reproducen socialmente aun cuando no existan fundamentos teóricos que los sustenten: los “neuromitos”. ¿Es verdad que solo usamos el 10% de nuestro cerebro? ¿Es posible “editar” la memoria y crear falsos recuerdos? ¿Los cerebros de hombres y mujeres tienen diferencias estructurales? Esas son solo algunas de las creencias populares que analizan las autoras.

–¿Cómo surgió Cerebro y Ficción?
–La investigación en temas ligasas dos a las neurociencias viene creciendo de manera extraordinaria. Parte de esos avances resultan trascendentes para la educación, pero en muchos casos, los hallazgos se descontextualizan. Entonces, nos propusimos analizar los aportes que llegaban de las neurociencias y, sobre todo, cuánto faltaba avanzar en el conocimiento de sus postulados. La idea fue indagar en los mitos instalados con más fuerza en el ámbito educativo para generar nuevas y mejores formas de comunicación científica. Todo nos demostraba que el puente entre ciencias y educación todavía era lejano, y que eso favorecía lo que la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) llamó “neuromitos”, que son creencias comunes, pero erróneas, sobre cómo funciona el cerebro. Para esto diseñamos una encuesta con 36 enunciados verdaderos y falsos. Por ejemplo: “Enseñar muy temprano una segunda lengua puede llegar a confundir a los niños o retrasar su desarrollo lingüístico”, e invitamos a participar a 4000 voluntarios de Argentina, Brasil y Paraguay. Y así desarrollamos un cuadernillo que fue el preámbulo de nuestro libro.
–¿Cómo aparecen estos neuromitos?
–Un factor que contribuye a su difusión es el entusiasmo de la gente por entender el funcionamiento cerebral, pero todavía estamos lejos de bajar esos conocimientos a lo concreto. La información científica de alguna manera se popularizó y esto es una gran ventaja, pero también entraña ciertos riesgos, en especial los ligados a las fuentes fiables. La sobreinformación hace difícil distinguir entre noticias falsas y reales y afecta principalmente a quienes no tienen la formación necesaria para juzgar si nuevos hallazgos, teorías o descubrimientos son confiables. Creer acríticamente ciertos postulados puede estigmatizar (“los adultos mayores no pueden aprender conuevas”); crear confusión e ir en contra de políticas de salud (“las vacunas causan autismo”) o generar falsas expectativas (“los bebés que son incentivados con música clásica desarrollan el lenguaje más rápido”).
–Otro mito muy difundido en el imaginario colectivo es el que postula una notoria diferencia entre el cerebro de los hombres y el de las mujeres.
–En 1992, John Gray popularizó esta afirmación con su libro Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, una visión ampliamente difundida, pero criticada por su simplificación. Aunque existen diferencias cerebrales entre sexos, como el tamaño de algunas áreas o las conexiones neuronales, no hay evidencia que demuestre que estas diferencias se traducen en habilidades cognitivas o comportamentales específicas. Estudios recientes sugieren que las diferencias en el rendimiento, por ejemplo en matemáticas o habilidades espaciales, son pequeñas y, por lo general, determinadas por factores sociales y culturales más que por la biología. Un ejemplo de que las diferencias pueden explicarse por las expectativas que tenemos de hombres y mujeres es la creencia de que las niñas no tienen talento para las matemáticas. Se sabe que tanto en China como en Estados Unidos, los niños rinden mejor que las niñas en tareas matemáticas. Sin embargo, las niñas chinas son mejores que los niños estadounidenses; esto muestra que la disparidad responde a cuestiones culturales más que biológicas. Así, el mito de las diferencias cerebrales de hombres y mujeres contribuyó a lo largo de la historia a justificar y fomentar desigualdades sociales y culturales.
–Otro tema muy interesante a develar es el de las “trampas de la memoria”: ¿por qué y cómo se producen los falsos recuerdos?
–La ciencia avanzó mucho en el conocimiento de los mecanismos que subyacen a la memoria, y con esto se empezaron a disipar creencias erróneas. La visión de la memoria como un proceso constructivo y adaptativo sugiere que el hecho de que no siempre sea fiable no la hace disfuncional. Un fenómeno habitual, por ejemplo, es olvidar o modificar hechos, e incluso recordar eventos que nunca sucedieron. De eso se tratan los falsos recuerdos, que pueden generarse de manera espontánea a partir de percepciones erróneas propias, o pueden ser resultado de influencias externas que nos hacen creer que vivimos determinadas situaciones: “¿Te acordás de esa vez que en lugar de un auto, pedimos una moto para ir al aeropuerto?” Y uno se lo empieza a creer y lo incorpora como parte de su repertorio de recuerdos. El conocimiento del mundo, incluyendo expectativas culturales y sociales, puede moldear tanto la memoria de largo plazo como la de corto plazo, generando ilusiones que parecen auténticas. Un gran ejemplo lo aportó la psicóloga estadounidense Elizabeth Loftus, quien en los años 70 demostró que la memoria es permeable y susceptible a la influencia del lenguaje. En un experimento presentó a estudiantes videos de accidentes automovilísticos y les hizo una pregunta cambiando solo el verbo: ¿a qué velocidad iban los autos cuando “chocaron”, “se tocaron” o “se estrellaron”? A pesar de que todos vieron la misma película, el verbo elegido determinó la respuestas de los estudiantes sobre la velocidad y generó evocaciones de detalles inexistentes, como vidrios rotos. O sea que cambios mínimos en la forma de preguntar pueden modificar cómo se procesan y recuperan los recuerdos. ¿No es increíble?

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