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miércoles, 26 de julio de 2017

RESTAURACIÓN DE LA BIBLIOTECA DE BORGES....UNA NOTICIA EXCELENTE


Se anunció el "rescate" de la biblioteca personal de Borges Se trata de un plan de restauración de los libros que leyó el escritor y que se encuentran en la Fundación que preside María Kodama
La biblioteca personal de Jorge Luis Borges , integrada por más de dos mil volúmenes, entrará en los próximos días en etapa de restauración. La tarea estará a cargo de un equipo de especialistas en conservación preventiva de bienes culturales y se realizará en la Fundación Internacional Borges. El "rescate" de este patrimonio universal, de valor incalculable, fue impulsado por, con el apoyo de la Fundación Banco Ciudad.En la sede de la Fundación y el Museo Borges, en Anchorena 1660, se anunció el acuerdo de cooperación en un acto encabezado por María Kodama; Norberto Frigerio, director de Relaciones Institucionales de LA NACION; Javier Ortiz Batalla, presidente del Banco Ciudad, y Mario Morando, presidente de la Fundación Banco Ciudad. El programa, que se desarrollará a lo largo de un año, contempla la digitalización de los libros para que puedan ser consultados por investigadores.


"Quiero agradecer esta alianza para mantener la biblioteca de Borges, formada por los libros que él leyó durante toda su vida: muchos son títulos de escritores ingleses y norteamericanos, además de textos de filosofía, historia y religión, disciplinas que tanto le interesaban a Borges", dijo Kodama. Y feliz por la iniciativa, contó una anécdota que refleja el afán con el que cuida el legado del escritor: "Cuando Borges publicó la primera edición de su obra completa, le dio un ejemplar a su madre y le pidió que no lo sacara de su cuarto. Su madre cumplió y ese ejemplar jamás se movió de lugar".
Libros anotados
Como Borges solía hacer intervenciones en los libros, muchos de los ejemplares a restaurar conservan las frases que anotaba con su letra minúscula. "Esas anotaciones constituyen un testimonio precioso para el estudio de la psicología de la creación. Fueron el combustible que alimentó su propia obra literaria", comentó Morando, en nombre de la Fundación Banco Ciudad. "Es un gran honor poder viabilizar con nuestra donación la restauración y luego el buen mantenimiento de la colección con la que Borges se solazaba e inspiraba leyendo. Son libros en varios idiomas, incluyendo la colección de su abuela inglesa", completó.
Frigerio, por su parte, resaltó: "Celebro que podamos acompañar esta gestión para proteger, cuidar y atender esta enorme y valiosa biblioteca". Antes de la firma del acuerdo, Ortiz Batalla remarcó que el Banco Ciudad tiene una función social, además de comercial: "Es una gran oportunidad para concretar esa clase de proyectos".


"Realizar trabajos de conservación y de restauración siempre es una enorme satisfacción porque así se garantiza la existencia del material para futuras generaciones. En este caso, tomar contacto con la biblioteca que perteneció a uno de los escritores más importantes del mundo es una gran responsabilidad que está presente en todo el equipo", evaluó Viviana Mallol, la conservadora al frente del equipo que asumirá el desafío de realizar el tratamiento de preservación de los libros de Borges.
En una primera etapa, los especialistas realizarán un diagnóstico del material para determinar el estado de la colección. "Se va a establecer una política de conservación preventiva en forma integral. Cuando se quiere garantizar la preservación de libros y documentos, no solo hay que tener en cuenta los factores de deterioro del propio material sino también los factores externos producidos por el medio ambiente, como la temperatura y la humedad. Se deben realizar monitoreos permanentes para luego adoptar las medidas necesarias para garantizar un ambiente estable", explicó la especialista.
El diagnóstico consiste en revisar cada volumen, página por página, para establecer el criterio de intervención. Es una ardua tarea que se realiza en forma manual, con pinceles y guantes, en perímetros delimitados; es casi un procedimiento quirúrgico.


¿Cómo se preservarán las anotaciones? Responde la experta: "Cuando hablamos de conservación también nos referimos a los contenidos. Por eso es importante realizar la digitalización del material. Si aparecen marcas o anotaciones se registran en una base de datos indicando la página o el tipo de nota. Si hay alguna hoja suelta debe permanecer en el mismo lugar que se encontró; si se toma el criterio de retirarla, se debe registrar donde se encontró y no perder así la asociación con el libro", completó la conservadora.
La biblioteca personal de Borges, además de ofrecer un panorama directo de su faceta de lector, puede deparar gratas sorpresas para el mundo de las letras. La tarea recién comienza.

martes, 4 de abril de 2017

JORGE LUIS BORGES Y LA VERDAD SOBRE SU ÉTICA Y MORAL


JJorge Luis Borges y la necesidad de condenar los crímenes de la dictadura

El 24 de marzo de 1976, una junta militar integrada por los tres comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas derrocó al gobierno constitucional encabezado por María Estela Martínez de Perón. El nuevo gobierno se auto tituló “Proceso de Reorganización Nacional” y sus primeras medidas fueron el establecimiento de la pena de muerte para quienes hirieran o mataran a cualquier integrante de las fuerzas de seguridad, la “limpieza” de la Corte Suprema de Justicia, el allanamiento y la intervención de los sindicatos, la prohibición de toda actividad política, la fuerte censura sobre los medios de comunicación y el reemplazo del Congreso por la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), también integrada por civiles y militares, cuyas funciones nunca se precisaron detalladamente.
A poco de andar, sin embargo, quedó en evidencia que las Fuerzas Armadas habían asumido el poder político como representantes de los intereses de los grandes grupos económicos, quienes pusieron en marcha un plan que terminaría por desmantelar el aparato productivo del país.
Las Fuerzas Armadas pusieron todos los resortes del Estado al servicio de una represión sistemática y brutal contra todo lo que arbitrariamente definían como el “enemigo subversivo”. Los crímenes cometidos por los militares son hoy denominados en el derecho internacional como “delitos de lesa humanidad”. Treinta mil desaparecidos, más de 400 niños robados y un país destruido fue el saldo más grave de la ocupación militar.
A continuación compartimos un artículo que escribió Jorge Luis Borges luego de haber presenciado el testimonio de una de las víctimas de la última dictadura militar en el juicio oral contra las Juntas Militares, que tuvo lugar en 1985. El genial escritor señalaba: “Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores”. Con sutil ironía descargaba sus tintas contra los defensores de los criminales: “No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer”. Y advertía como un llamado a la posteridad: “no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice”.
Fuente: Diario Clarín, 31 de julio de 1985.

He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz. Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas; éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque al cabo de unas “sesiones” cualquier hombre declara cualquier cosa. Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día.
Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno.
Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira. La cárcel es, de hecho, infinita.
De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal. ¿Qué pensar de todo esto? Yo, personalmente, descreo del libre albedrío. Descreo de castigos y de premios. Descreo del infierno y del cielo. Almafuerte escribió: “Somos los anunciados, los previstos, / si hay un Dios, si hay un punto Omnisapiente; / ¡y antes de ser, ya son, en esa mente, los Judas, los Pilatos y los Cristos!
Sin embargo, no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice. Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer.
F. P.

martes, 3 de enero de 2017

BORGES Y SU ADROGUÉ


El Adrogué de Borges: una visita a los paisajes literarios de la memoria
Desde chico, el autor de El Aleph pasó varias temporadas en esa localidad y sus recuerdos dejaron huella en su obra; los eucaliptos, los suburbios y la sombra del hotel Las Delicias




Borges y el laberinto. La multiplicación. El otro. Los espejos. Más que temas, son obsesiones a las que el escritor volvió una y otra vez. El Sur también dejó huella en él. En sus cuentos y poemas están los detalles en los que se detuvo, la relación entre mirada y espacio, la memoria. Dentro de todos los Borges, hay un Borges de Adrogué. Llegó a Adrogué de pequeño, con su familia: "Aprendí a andar en bicicleta y paseé entre los árboles, los eucaliptus y las verjas", dijo en una conferencia que llamó "Adrogué en mis libros", de 1977, que forma parte del volumen Jorge Luis Borges en Almirante Brown. La familia alquiló una quinta, La Rosalinda, que ya no existe. Salir a caminar con su padre era algo recurrente. Después vendría el tiempo en el hotel La Delicia, el de los espejos. "Sobre el portón decía La Delicia, salvo que nadie utilizaba el singular, sino el plural, que es mejor. Hay cuentos míos que parten de ese lugar o regresan a él." Cuando su padre murió, la madre, Leonor Acevedo, compró el terreno y levantó una casa a la que irían durante los veranos con su hermana Norah. Pero en 1953 la vendieron. Hoy funciona allí el museo Casa Borges. Además de las historias, el Sur le da un amigo, el poeta y periodista Félix Della Paolera, quien gestionó el doctorado honoris causa a Borges por la Universidad de Cuyo. Con su amigo Grillo -así le decían a Della Paolera por su costado insomne- almorzará muchos sábados de su vida y compartirá las caminatas por esos rincones del Sur.
Un recorrido posible
1. Viejo puente de ferrocarril y altura Camino de las Tropas. Aparece en el cuento "La intrusa" el rancho de los Iberra, en Turdera. Sobre cómo construyó este cuento, Borges escribió: "Había empezado la historia de dos hombres, dos hermanos que se disputan la misma mujer. [?]Me acordé entonces de los hermanos Iberra, de quienes muchos de ustedes tendrán noticias. ¿Por qué no ocurrirlo en Turdera? Pensé: si sitúo un cuento mío en Turdera en mil ochocientos noventa y tantos, ¿quién puede saber cómo eran los hombres de aquellas orillas del Sur? Prefiero situar mis cuentos en las orillas de Palermo o en las orillas de Adrogué, a fines del siglo pasado". Con su amigo Grillo Della Paolera caminaban por Turdera, lindero a Adrogué.

2. Monumento representativo para recordar el hotel La Delicia. (Pasaje Las Delicias.) Se lo menciona en "Adrogué", poema del libro El hacedor. "Lo que he tratado de decir sobre Adrogué, sobre el Sur, sobre el hotel Las Delicias, todo lo he dicho mejor, creo, en un poema". Del hotel Las Delicias, de enorme influencia en el imaginario borgeano, hoy apenas se conserva esa escultura. Y una vez más están los eucaliptos. "Su olor medicinal dan a la sombra/ Los eucaliptos: ese olor antiguo/ Que, más allá del tiempo y del ambiguo/ Lenguaje, el tiempo de las quintas nombra." Y al fin de otra estrofa: "Pero todo esto ocurre en esta suerte/ De cuarta dimensión, que es la memoria [?] En ella y sólo en ella están ahora/ Los patios y jardines". El cuento "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" también alude al hotel. La primera oración es así: "Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar". Y los trenes, el punto cardinal de tres letras, la vida en las plantas, la ficción en los espejos. Aparece, como él lo llamaba, en plural, "Las Delicias", a medida que avanza la acción, así: "Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos".

3. Su casa (Diagonal Brown 301). Es el chalet en el que pasó los veranos con su madre y su hermana Norah. "De regreso de Europa, mi madre edificó una casita frente a la plaza Almirante Brown, que tuvimos que vender. Me acordaré siempre de las cadenas y de las anclas y de la estatua." La que era su habitación daba a la plaza principal, a las copas de los árboles de los que siempre habló: la conocida referencia al olor de los eucaliptos. "En cualquier parte del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué." Hoy funciona allí la Casa Borges, inaugurada en 2014 como un proyecto municipal con el apoyo de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que dirige María Kodama. Fue Kodama la que elogió una de las intervenciones, el mural de Fernanda González Latrecchiana, artista plástica especializada en murales que apelan a la identidad de las ciudades. El que hizo muestra a Borges de espaldas, acompañado por un tigre, animal que era su pasión. También hay obras de Lili Esses, Jorge Aranda, Andrea Bravo y Elena González. Para hacer la recorrida, está la palabra de Teresa López, licencia en Letras y Bibliotecología, que conoce muy de cerca la obra de Borges. Los eucaliptos aparecen también en "La muerte y la brújula". El cuento empieza así: "De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño -tan rigurosamente extraño, diremos- como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos".

4. Biblioteca Esteban Adrogué (La Rosa 974). Circulaba el rumor sobre las ganas de Borges de dirigir la biblioteca de Adrogué fundada en 1918. En Jorge Luis Borges en Almirante Brown, se reconstruye esta versión. "En 1955, en momentos en que, según el testimonio de María E. Vázquez, aspiraba a dirigir la Biblioteca de Adrogué, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, máximo honor para quien la concebía como «un sinónimo del Paraíso Terrenal»."

5. Esquina de Quintana 407. Hay mucho Adrogué en el cuento "El Sur". Transcurre en una pulpería, hoy Almacén de Ramos Generales Santa Rita, un restaurante. Narra Borges en el cuento: "Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí".

6. Calle de casas como quintas. En su cuento "El Aleph", aquel que habla del lugar de todos los lugares, se lee: "Vi una zona de quintas". De lo que Borges registró en esas caminatas con su padre, más tarde diría en la Conferencia de 1977: "Me acompaña -mis fechas son inciertas, pero qué importan las fechas, que son lo más vago que puede haber-, todo eso me acompaña desde mi niñez en Adrogué. Porque Adrogué era eso entonces (no sé si ahora lo es): es un largo laberinto tranquilo, de quintas, un laberinto de vastas noches quietas".


M. A.

sábado, 23 de julio de 2016

BORGES....DENTADURA Y MOSTRAR LOS DIENTES


En estas semanas en que se escribieron miles de líneas sobre el trigésimo aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges, se exhibieron documentales y se repasaron infinidad de detalles de su vida y su obra, continúa siendo desconcertante hojear el monumental volumen con su nombre que reúne los textos escritos por Adolfo Bioy Casares a lo largo de décadas de encuentros, la mayoría de ellos bajo la advocación de "Come en casa Borges". Son ¡1600 páginas! (Editorial Destino, 2006) repletas de bromas maliciosas, opiniones sobre terceros (no siempre amables) y anécdotas de la intimidad.



Borges, aunque su figura agigantada con el paso del tiempo nos hace olvidarlo, era también una persona de carne y hueso. En la entrada del martes 10 de noviembre de 1959, por ejemplo, escribe Bioy: "Comen en casa Olivera y Borges. La nueva dentadura le ha cambiado la cara. (Hasta mi hija Marta lo notó. "Padrino está con la cara más ancha.") El arco donde debería ir el bigote está más redondo, más señalado".

Su mente podría vagar por los laberintos del infinito, pero su dentadura padecía los mismos problemas que aquejan a los seres humanos desde hace milenios. Se sabe que ya en el 700 a.C los etruscos fabricaban prótesis con puentes de oro. Los dientes se tallaban de hueso o marfil, o procedían de otros seres humanos, cuenta Graham Norton, en ¡Eureka! Historia de la Invención (Labor, 1975).
Se dice que la principal preocupación de los habitantes de la París medieval era el dolor de muelas. Pero hubo que esperar hasta fines del siglo XVII para que las clases adineradas pudieran lucir dentaduras postizas en las que a veces se encastraban dientes naturales vendidos por otros que no habían sido tan favorecidos por la Rueda de la Fortuna.


Al parecer fue Pierre Fauchard, al que se considera el padre de la odontología moderna, el que logró los primeros progresos hacia una dentadura postiza más funcional. Lo hizo al sentirse horrorizado por los padecimientos de las mujeres públicas, que llegaban a permitir que les perforaran las encías con ganchos para sostener la prótesis superior. Y hasta estuvieron en boga los "trasplantes de dientes" que exigían arrancar los de un dador para luego introducirlos a presión en el hueco preparado en la mandíbula del receptor.
Poco antes de la Revolución francesa, se inventó la dentadura de porcelana de una sola pieza y luego se mejoraron las piezas dentales artificiales. Pero el paso crucial se produjo cuando Charles Goodyear (descubridor del caucho vulcanizado, con el que actualmente se fabrican desde neumáticos hasta preservativos) desarrolló la vulcanita, compuesto de caucho endurecido con azufre, barato y fácil de moldear. "A partir de una impresión de la boca, se colocaban los dientes en un «facsímil» de encía hecho de ese material. Así, al mejorar la adaptación, las dentaduras superiores se mantuvieron en posición por sí mismas", asegura Norton.
En 1000 años de vida cotidiana. El diario íntimo de un país,dirigida por Félix Luna, León Tenenbaum cuenta que en otros tiempos la odontología era "la cenicienta en los oficios de la salud" cultivada a menudo por charlatanes ambulantes. Según Tenembaum, a mediados del siglo pasado había en San Telmo y Barracas un barbero que residía en la calle Patricios y exhibía en su vidriera ensartadas en largos hilos las piezas que llevaba extraídas en su carrera odontológica. Otros, "ofrecían extracciones "con dolor o "sin dolor" a variable paga".


A propósito del Borges terrenal, Ricardo Piglia recuerda varias anécdotas en sus maravillosas clases grabadas en 2013 para la Televisión Pública, que sin duda perdurarán más que nosotros mismos como una brújula junto con el talento de Borges.

 En una de ellas revela un encuentro con Vargas Llosa, que acaba de homenajear al escritor argentino en Madrid: "Vargas Llosa lo fue a visitar a mitad de los años ochenta -recuerda Piglia-. Le dijo: ¿pero cómo puede ser que usted viva en este departamento?" Porque Borges, efectivamente, vivía en un departamento muy modesto, de tres ambientes, donde había goteras? había una palangana y caía una gota. Entonces, Borges se paró y le dijo: "Bueno, que le vaya muy bien. Los caballeros argentinos no hacemos alarde". Y al día siguiente contó: "Vino un peruano que debe trabajar en una inmobiliaria, porque ¡quería que me mudara!" Así también mostraba los dientes el autor de Inquisiciones.
N. B. 

viernes, 3 de junio de 2016

JORGE LUIS BORGES II


A 30 años de su muerte, Borges puede ser recordado como el lector más influyente y activo del siglo XX, que recreó los clásicos y dialogó con ellos


Sería temerario afirmar que Borges fue el escritor más importante o influyente del siglo XX (tendría que vérselas, para empezar, con la secularísima trinidad de Kafka, Joyce y Proust), pero creo que a esta altura del partido puede decirse, sin temor a exagerar, que fue el más activo e influyente de sus lectores. Borges tenía y tiene la rara capacidad de contagiarnos sus lecturas: su biblioteca personal, convertida en Biblioteca personal, se ha vuelto la de todos. ¿De cuántos autores puede decirse lo mismo? Los argentinos nos referimos con la mayor familiaridad a Swedenborg, Blake y Chesterton, autores que, de no ser por Borges, difícilmente leeríamos; y a los que leeríamos de todos modos, como Cervantes, Stevenson y Dante, los leemos con sus ojos. Paralelamente, el resto del mundo lee a José Hernández, Leopoldo Lugones, Macedonio Fernández o Evaristo Carriego, sólo porque Borges lo hizo.
Toda lectura activa modifica el libro leído. Ningún texto lo explica mejor que "Pierre Menard, autor del Quijote", cuento en el cual Borges coteja dos versiones del Quijote, una escrita por Cervantes; otra, por el francés Menard a principios del siglo XX: las dos son verbalmente idénticas, pero se entienden, viven, interpretan, sienten (es decir, leen) de modos radicalmente diferentes. "Una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leída; si me fuera otorgado leer cualquier página actual -ésta por ejemplo- como la leerán en el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura en el año dos mil" asegura Borges en "Nota sobre (hacia) Bernard Shaw". La lectura, al menos como la practicamos en la actualidad, suele ser un acto íntimo, solitario. ¿Cómo se transmiten a los demás nuestras lecturas? En el caso de Borges, de múltiples modos: en las conversaciones cotidianas; en sus clases, sus traducciones, los ensayos, artículos y prólogos que escribió; y fundamentalmente, en los cuentos y poemas en los que las reescribe.


En algunos textos Borges contrasta la eternidad que es mera duración, como la de la materia inerte, con la inmortalidad de lo que vive, y por lo tanto, puede morir y renacer. "Las ideas no son eternas como el mármol, sino inmortales como un bosque o un río" propone en "La noche que en el sur lo velaron"; en "La escritura del dios" el sacerdote maya Tzinacán descubre que su dios ha confiado una sentencia mágica no a las cordilleras ni a los astros, que el tiempo borrará, sino a la piel viva de los jaguares, que mueren y renacen para que perduren sus manchas. En "La supersticiosa ética del lector" aplica esa distinción a la literatura: los textos que mejor resistirán el paso del tiempo no son esos sonetos perfectos de los que ninguna palabra puede alterarse, sino obras ?imperfectas' como el Quijote, que "gana póstumas batallas contra sus traductores y sobrevive a toda descuidada versión".
Los clásicos no perduran sino que renacen: la Odisea, en Ulises de James Joyce, en "El hacedor" y "El inmortal"; la Divina comedia, en Bajo el volcán de Malcolm Lowry, en Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, en "El Aleph"; las obras de Shakespeare, en incontables puestas en todo el mundo, en "Everything and Nothing" y "Tema del traidor y del héroe"; el Quijote en Madame Bovary, en el Quijote de Pierre Menard; todas ellas, en las traducciones siempre renovadas, en las que Borges ve la prueba definitiva de esta "vocación de inmortalidad"; la obra que no resiste ser traducida morirá, porque la buena literatura dura más que la lengua en la que fue escrita: seguirán leyéndose Hamlet y el Quijote mucho después de que hayan dejado de hablarse en la Tierra el inglés y el español.


Además de revitalizar esos clásicos, Borges vuelve a la vida a sus autores. Su método está denunciado en "El hacedor", cuento en el cual imagina un momento decisivo en la vida de Homero, cuando empieza a quedarse ciego y descubre su destino de poeta. Entonces, Homero desciende a su memoria personal, insufla esas vivencias en el acerbo de leyendas de su pueblo y escribe (reescribe) la Ilíada y la Odisea.

No de otro modo procede Borges: da vida a estos grandes autores a partir de sus propias vivencias y las historias de su propio mundo: "El hacedor" convierte al Homero joven en un cuchillero de Quíos, e imagina la ceguera del maduro a partir de la suya propia; "El inmortal" lo convierte en viajero a través de la vasta geografía del globo, y de la historia y la literatura de tres milenios, como lo fue, en su imaginación y sus lecturas, el propio Borges; en "El Aleph", las desdichas amorosas de Dante y la transformación de esas penas en motor de la creación reviven en el Borges que protagoniza el cuento; el Shakespeare capaz de crear "personajes mucho más vívidos que el hombre gris que los soñó" se espeja en el Borges que creó múltiples mundos sin salir de la biblioteca paterna.
Podríamos decir que una nueva literatura se define en buena medida por su capacidad de reescribir los clásicos; si no es capaz de hacerlo, es que no se trata de una nueva literatura. En ese sentido, la literatura argentina existe porque, gracias a Borges sobre todo, ha sido capaz de reescribir y redefinir la literatura mundial.

C. G.


jueves, 2 de junio de 2016

JORGE LUIS BORGES


Podría empezarse con el relato de una simple anécdota. En una conversación con Bioy Casares, Borges describe el por entonces reciente artículo de un filósofo argentino. Allí -según su versión- se sostiene que unir y separar son las dos operaciones esenciales, tal vez la única actividad verdaderamente humana. Borges saca entonces de la manga uno de sus sorprendentes remates paradójicos: "Es un presocrático -dice-. Tiene todo el pasado por delante".



La frase figura perdida en un rincón de Borges (2006) -la selección del diario de Adolfo Bioy Casares que se atiene a las entradas en que aparecía el autor de El Aleph-, pero hizo secretamente escuela. Se la puede encontrar camuflada en más de un texto contemporáneo posterior sin citar la fuente. La tentación es comprensible: sirve para ironizar con eficacia no sólo sobre lo lejos que le quedarían a aquel filósofo Kant o Hegel, sino también para burlarse, por poner un ejemplo cualquiera, de un fanático del primer jazz que desprecia a Charlie Parker.
Borges es uno de las pocos que sorteó el limbo en que suelen quedar temporalmente varados muchos escritores después del adiós. En su caso, se podría sostener que su perfil de autor siguió creciendo, adquiriendo nuevos relieves, incluso modificándose por medio de agudeza. Cuando murió, hace ya casi treinta años (el 14 de junio de 1986), su figura era reconocida urbi et orbi por su obra y la originalidad filosófica de su imaginación. Para sus lectores argentinos era sinónimo, entre otras cosas, de los dos gruesos volúmenes de las obras completas publicadas por Emecé: el tomo de cubierta verde (de 1974) para los libros en solitario; el de cubierta marrón (1979) para los que escribió en colaboración. Por aquellos días estaba dando a conocer una colección que se distribuía en quioscos, la Biblioteca Personal, libros que había elegido según sus gustos y prologaba con una economía verbal inimitable. De los cien títulos propuestos llegaría a escribir más de sesenta prefacios, que serían reunidos en libros en 1988 y pasarían a formar parte del cuarto volumen de sus obras completas. La actividad de prologuista fue una constante en la carrera de Borges, que se volvió mucho más visible cuando él ya no estaba: a aquellas introducciones, se le sumaría pronto otra compilación, Prólogos de la Biblioteca de Babel (1995), que volvió a poner en circulación los que produjo para la elegante colección publicada por el editor italiano Franco Maria Ricci.
Borges, el volumen póstumo de Bioy que se citó al comienzo de la nota, con sus más de 1600 páginas, es una pieza nodal para conocer al escritor desde otro ángulo. "Borges come en casa", frase que inaugura muchas de las entradas, es una contraseña de intimidad para este retrato escrito por un amigo y testigo privilegiado. Hay que confiar en la fidelidad del escriba. Las idas y vueltas de Borges por consideraciones literarias son a veces sorprendentes, pero siempre llevan su sello (como cuando sostiene que, de ser un español contemporáneo, Quevedo seguramente hubiera sido franquista). Hay lugar para el inevitable chismorreo, que deja observar el campo literario en que se movía Borges, y también para expresiones (alguna mala palabra inocua) que nunca se permitía en público y que lo vuelven por un instante más terrenal. El tono sobrador, la malicia de algunos pasajes entre los dos amigos levantaron alguna crítica al momento de su publicación, sin tomar en cuenta el registro informal, distendido de lo que se registra. Bioy, en todo caso, parece retratar a su amigo con una dedicación similar, quizá algo más ambigua, con la que James Boswell retrató al Doctor Johnson (ese genio dieciochesco que los dos admiraban) y dejó una obra que el tiempo sólo puede seguir mejorando.
Otros de los perfiles de Borges que han quedado en evidencia con los años es su vínculo con el periodismo, específicamente el cultural. Era bien sabido que Historia universal de la infamia, su primer libro de relatos, había surgido de una serie publicada en el diario Crítica. Continuó publicando artículos en revistas o diarios, pero el verdadero alcance del trabajo de Borges en los medios, allá por sus comienzos, resultó una revelación cuando se dio a conocer Textos cautivos, aparecido en 1986, meses después de su muerte. La antología reúne muchos de los textos de la sección "Libros y autores extranjeros" que escribió entre 1936 y 1940 para la revista El Hogar. La mayoría de las entregas semanales constan del perfil de un escritor (Karel Capek, Eden Philippots, Jules Romains) y reseñas breves de libros recientes en otros idiomas. Si el medio es sorprendente (El Hogar era una publicación de entrecasa), más lo es la destreza sintética a que lo obligaba el formato, a tal punto que no es exagerado considerar hoy Textos cautivos uno de sus libros fundamentales. Después vendrían otros ejemplos (Borges en Revista multicolor, 1995; Borges en Sur, 1999; Borges en El Hogar, 2000) para confirmar hasta qué medida el periodismo fue uno de sus laboratorios literarios.


Escribir hablando
Desde que tímidamente, alentado por Victoria Ocampo, comenzó a dar conferencias, hasta el final, cuando su figura no escapaba a los medios, la oralidad de Borges pasó a ser una extensión natural de sus libros. De hecho, publicó alguna de esas intervenciones: Siete noches (1980, donde habla de La Divina Comedia, la Cábala o Las mil y una noches) o Borges oral (1979). Algunas muestras de esa actividad no escrita a veces terminan desembocando -lícitamente, porque ahí están los giros propios de Borges, que por momentos parecía escribir hablando- en nuevos libros.
El tango. Cuatro conferencias -que se da a conocer en estos días- es uno de ellos. Recopila cuatro charlas de 1965 sobre uno de los temas, la música porteña, a los que el escritor retornaba de manera cíclica. La historia de su publicación tiene algo rocambelesco (se trata de unas cintas que poseía un coleccionista en España), pero son Borges en estado puro, con sus disquisiciones sobre los orígenes del género, sus recitados de versos olvidados y sus inducciones perfectas (como cuando al analizar unos versos del Martín Fierro que hacen rima en "ango" concluye que el término "tango" no existía en 1872, fecha de publicación del poema).
También El aprendizaje del escritor se basa en una grabación (la de un seminario que Borges dio en la Universidad de Columbia en 1971 en compañía de su traductor al inglés, Norman Thomas Di Giovanni) en las que constan preguntas de los estudiantes ("Si yo pudiera escribir en inglés del siglo XVIII -responde cuando se le pregunta por la pureza del lenguaje-, ese sería el ideal para mí. Pero no puedo. Uno no puede ser Addison o Johnson deliberadamente").
Borges profesor -una edición cuidada por Martín Arias y Martín Hadis- reunió por su parte los cursos de literatura inglesa que el escritor daba en la UBA (en este caso, las 25 clases de 1966). En vez de las grabaciones, que se perdieron, se utilizaron las transcripciones realizadas por estudiantes. Borges parte de los poetas anglosajones y llega, tras un largo y minucioso recorrido, hasta su amado Robert Louis Stevenson. La reconstrucción de los investigadores, que reponen citas, da lugar a lo que podríamos llamar un gran libro involuntario.
El paso del tiempo, curiosamente, no fue sólo ganancia para el conocimiento de Borges. Algunos libros ajenos (los diálogos con Osvaldo Ferrari o Borges el memorioso, el volumen de conversaciones con Antonio Carrizo) salieron de circulación. Las obras en colaboración sufrieron una suerte parecida. Si los cuentos de Bustos Domecq (escritos junto con Bioy) resultan difíciles de conseguir, más cuesta hallar el Manual de Zoología fantástica o la Introducción a la literatura norteamericana (1967). La invisibilidad de esos libros, tan presentes en otros tiempos, forman un vacío sorprendente en el canon borgeano actual.
Como contrapartida, están los tres volúmenes de Textos recobrados (que van de 1919 a 1986), una colección amplia y heterogénea que recopila toda clase de textos dispersos, muchos de ocasión, y también la nueva publicación de los ensayos de los años veinte: Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926)y El idioma de los argentinos (1928). En vida, Borges se negó de manera férrea a que se reeditaran (llegó incluso a negar su existencia), tal vez porque encontraba en ellos, en su discurso criollista, no un error sino una ingenuidad insalvable. Contra todo, a veces no está mal contradecir a los mayores.

 Basta perderse en sus páginas -donde se habla de versos y autores, pero también del idioma y de la amistad- para encontrar lo más parecido a la felicidad juvenil. "A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa", escribe al comienzo de El tamaño de mi esperanza. Por supuesto: el Borges mayor renegaría del final de la frase, pero hoy deja leer con mayor profundidad, por contraste, las ideas de "El escritor argentino y la tradición", aquella clave meditación posterior donde reclamaría la posibilidad, gracias a nuestra condición periférica, de valernos de cualquier tradición.
Suena contradictorio sugerir que se puede leer mejor hoy al primer Borges que en vida, pero es una de las tantas consecuencias de ir volviéndose definitivamente clásico: un clásico, como bien entendía su Pierre Menard, no es algo fijo. En el futuro, quién sabe, alguien puede incluso llegar a considerar -una simple hipótesis- que el mejor de sus cuentos es "La memoria de Shakespeare", ese relato que, como llegó al final, sigue pasando casi inadvertido.

P. B. R.