El médico de 97 años que se hizo viral en Tik Tok con un proyecto ambicioso
por Mariano Chaluleu

ENVIUDÓ, SE PUSO DE NOVIO, Y CON SU NIETA ARMÓ UN GRUPO PARA SOCIALIZAR A LOS 90
Alberto Chab llegó a Buenos Aires sin nada. Apenas un poco de ropa. Nada de comida. Tenía 5 años y viajó desde Cuba, con su familia, tras perder a dos hermanos por disentería. La vida, entre idas y vueltas, lo llevó a cursar Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Luego estudió Psicoanálisis y atendió pacientes durante, aproximadamente, 60 años. Hoy está en el otro extremo de la vida. Pero, lejos de entregarse a la quietud del tiempo, decidió “disfrutar de cada minuto”. A los 92, luego de enviudar, volvió a apostar al amor: se puso de novio con Mary, una amiga de toda la vida, y se volvieron inseparables. Además, a sus espléndidos 97, decidió emprender un nuevo proyecto profesional que lo llevó a alcanzar una fama inesperada. Asistido por una nieta, Alberto grabó un mensaje que se volvió viral en TikTok. En el video, convocó a adultos mayores de 90 años para formar un grupo con el objetivo de socializar, debatir sobre la sociedad y compartir experiencias de vida. Es su proyecto profesional más ambicioso.

A través del océano La historia de su familia está llena de viajes a través de los océanos. Su padre, David, era oriundo de Damasco, Siria. Era judío sefardí. Una tarde, un amigo suyo le dijo que al día siguiente saldría un barco para “América”, a secas, sin poder precisarle a qué país del continente. David dijo que sí y se lanzó a la mar. Dejó atrás a su querida Siria y desembarcó en el puerto de Buenos Aires con una valija llena de sueños. Vino a “hacer la América”. Y no le fue nada mal: instaló un negocio en Rosario y consiguió progresar. Forjó una pequeña fortuna. Sin embargo, abandonó todo cuando recibió una carta desde Siria donde le informaban que su padre estaba muy enfermo. Regresó a Damasco, pero no pudo despedirse: cuando llegó, ya era tarde. Allá se reencontró con viejos amigos, pero ya no lo veían de la misma manera. Para muchos, pasó a ser el “americano rico”. En su tierra natal conoció al gran amor de su vida: Sara (Salha, en árabe), la soltera más rica de Damasco, hija de joyeros y vendedores de diamantes. Se casaron y a los pocos meses decidieron fundar su hogar “en algún lugar de América”. Alentados por amigos, se radicaron en La Habana, capital de Cuba, donde tuvieron 4 hijos: Jack, Víctor, Marcos y Alberto. Alberto continúa desandando la historia de su familia: “Era la época preantibiótica. Tener disentería era... una despedida. Cuando murieron mis hermanos, mis padres decidieron que se iban de Cuba como fuera, incluso nadando. Llegaron a la Argentina tras un viaje largo y tedioso. El barco pasó por el Canal de Panamá, paró en Perú y nos dejó ahí. Desde Perú, llegamos como pudimos. Obviamente que vinimos en la miseria más atroz: no teníamos ni para comer. Plena crisis de 1930. Mi papá no conseguía trabajo, entonces con mi hermano tuvimos que salir a trabajar para mantener a la familia. Íbamos a la feria por la mañana y vendíamos agujas, carreteles y horquillas. Y así todos los días. La plata que ganábamos servía para que la familia comiera. Después sí, mis papás consiguieron trabajo. Sin embargo, yo siempre seguí haciéndolo. Además de trabajar, Alberto se educaba. Iba al colegio Guillermo Rawson en San Telmo, en la calle Humberto Primo frente a la iglesia. “Iba todos los días... dicen que Sarmiento no faltaba nunca. Sarmiento era yo (ríe): nunca falté al colegio”, cuenta.




Alberto admite que nunca le gustó estudiar. Pero dice que era muy lector. Desde muy temprano en su infancia leía los clásicos rusos, como Dostoievski y Gorki. También le gustaba Juana Cristóbal, de Romain Rolland. “En el colegio, lo mío era sospechoso, porque cuando llegaba el recreo y todos salían al patio, yo me quedaba en el aula con mi librito. Ya en quinto grado me aburrí... dejé, y me dediqué a trabajar”, relata. Y empezó con su familia en una tienda de telas que quedaba en la calle Triunvirato, en Villa Urquiza. A los 17 años decidió que quería ser médico: “A los 13 años leía a Freud, lo compraba en los kioscos. También la revista Leoplán. Yo me tragaba todos esos textos de Psicoanálisis, Medicina… Mis padres estaban tan consternados de que abandonara el negocio familiar que llevaron 4 rabinos a mi casa para que verificaran si yo me había vuelto loco. Te parecerá delirante, pero fue así. Me fui de casa, me mudé solo. A los 18 años, terminé el primario en un colegio nocturno. Y después hice los 5 años de secundaria en 1 año y 9 meses. Luego di el examen de ingreso para entrar a la facultad de Medicina de la UBA y quedé. Pero obviamente tenía que mantenerme. Así que trabajé mientras estudiaba. Fui visitador médico. Y durante muchos años, estuve de personal embarcado en transportes navales, como médico de a bordo. Me recibí a los 30 años, en 1957”. Alberto llegó a trabajar entre 10 y 11 horas por día. Hoy, a los 97 años sigue trabajando, pero solo 10 horas por semana. Sus pacientes son “de toda la vida”... “Por lo general son adultos grandes. Con algunos trabajo desde hace mucho tiempo”, cuenta. “Pero no me paso de las 10 horas semanales. A esta edad, y estando con Mary, no quiero que la profesión nos chupe la vida, no quiero que nos deteriore aunque sea en parte la felicidad que tenemos, porque nosotros dos estamos muy enamorados”. Mary, que acompaña a Alberto en la entrevista, asiente con la cabeza. “Parecemos adolescentes -dice-. Tenemos reacciones de adolescentes. Cocinamos juntos. Caminamos 4 kilómetros diarios. Somos muy compañeros”. Luego contarán, tomados de la mano, su increíble historia de amor. La vitalidad y el amor En medio de la entrevista, Alberto cuenta un dato inesperado: “Hace 50 años que soy vegetariano”, dice. Pero asegura que su vitalidad no tiene nada que ver con su dieta: “Mi pareja, Mary (90), no lo es. Cuando vamos a comer afuera, se pide un bife de chorizo así de grande (extiende los brazos)”. Juntos, cuentan algunas de sus fórmulas para lograr tanta vitalidad. “Meditamos periódicamente. Eso nos tranquiliza. Y abarcamos la vida con una conducta que abarca la alimentación, la gimnasia, la relación con la familia y el entorno. Además, hay dos cosas que son muy importantes: tener un proyecto de vida y nunca perder el humor”. Sigue Alberto: “Mis padres me inculcaron una filosofía que se llama ‘kapará’. Es un estado positivo, que se explica con este pensamiento: ‘qué bueno que te pasó esto, porque podría haber sido mucho peor’. Si se cae un plato y se rompe, ¡kapará! Podría haber sido peor... Si tenés una angina, ¡kapará! No es una negación, es poder aceptar la realidad con cierta dosis de humor. Desde ya que, después, cada uno tiene sus métodos”. Alberto y Mary se conocieron “hace 50 o más años”. “Éramos, Mary con su marido y yo con mi mujer, amigos. Nuestros hijos también, veraneábamos juntos. Vivíamos en la misma casa, una especie de dúplex. Luego, en un momento, nos mudamos, y fue distinto. Estuvimos 40 años sin vernos”, dice Alberto. “Cuando falleció mi marido, me escribió. Estuvo muy presente. Ellos eran muy, muy amigos. Fue una cosa muy emotiva. Habíamos quedado viudos. A mí no se me ocurría ni por las tapas juntarme con él. Pero parece que a él sí... Y nuestras hijas deben haber empujado. Aunque había un tema: Alberto no tenía mi teléfono. Me llamaba a un viejo número que ya no existía”, agrega Mary. Él la llamaba, pero ella no le contestaba. Hasta que una de las hijas de Mary le dio el número correcto. Este año, Alberto se viralizó por la idea de formar un grupo de personas mayores, el cual promocionó a través de TikTok. “Quise hacer un grupo de 8 personas, pero fue tal la avalancha… Para mí, “tic-toc” era golpear la puerta para ver si había alguien en el baño o en el dormitorio... Pero mi nieta me explicó que era una red social. Yo le había dicho que quería hacer un grupo de personas para compartir experiencias. No para atender como terapeuta, sino para compartir... en común, como iguales. Y ella me dijo: ‘Bueno, por TikTok te van a llamar’. Hicimos el primer video y casi me da un soponcio: ¡me mandaron 1000 correos! Tengo 15, 20 mil seguidores (ríe). Para mí, ‘seguidores’ eran detectives que te seguían... El video lo vieron un millón de personas. Son números demenciales... Así empezó la historia. Después tuve que hacer un segundo video disculpándome porque no podía leer la cantidad de mensajes que me llegaban”. Hoy, Alberto dice: “Las reuniones superaron totalmente mis expectativas. Todos vienen contentos, con muchas ganas de compartir. Al fin y al cabo, dado que hay más de 10 personas por reunión, se puede decir que entre todos los integrantes se suman mil años de historia”.
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