La joya arquitectónica que construyó un italiano en 1922 a pedido de un vecino benefactor de Olivos
A pesar de estar abandonada, la Casa San Roque conserva su imponente presencia y magnetismo
Mauricio Giambartolomei
La casona se erige en Corrientes 608, esquina Azcuénaga
El taxista tenía la mirada perdida en la casona que veía enfrente. Pasaban los trenes cerca, pero no se inmutó. Tampoco ante los bocinazos de los autos. ¿Recorría con su mirada las glorietas de la terraza? ¿O estaba admirando las terminaciones de los balcones y esa fachada con formas de palacete italiano?
El hombre tenía razones para estar en una “burbuja”. Estaba delante de una de las perlas de la arquitectura de Olivos: la Casa San Roque, hoy abandonada y descuidada, pero con una presencia imponente que mantiene desde su construcción en 1922. Los descendientes del primer propietario vivieron allí hasta que el lugar quedó cerrado y deshabitado; luego, el inmueble fue vendido en 2020.
Al igual que otras 200 residencias en el partido de Vicente López, San Roque, popularmente conocida en el barrio como El Castillo, figura en el inventario de casas y edificios de carácter patrimonial realizado por el municipio debido a su valor histórico y arquitectónico. Esta catalogación prohíbe modificar su estructura y obliga a mantener la fachada; hace cuatro años, una amenaza en ese sentido movilizó a agrupaciones vecinales que defienden el patrimonio local.
Casa San Roque se encuentra en Corrientes 608, esquina Miguel de Azcuénaga, frente a las vías del tren Mitre que une Retiro con Tigre. La parada de taxis y la estación Olivos son las referencias cercanas de una intersección con un ritmo vertiginoso entre la circulación de los trenes, los automóviles, los peatones y los ciclistas. Al lado funciona el St. Luke’s College, por donde trepan árboles y plantas hasta los pisos superiores de una pared lateral. La vegetación en el patio de la vieja casona está descontrolada.
Dos contenedores con escombros, gomas, chapas, hojas amontonadas, maderas y pisos rotos son parte del descuidado estado de la vivienda histórica. Los postigones oxidados también dan cuenta de la falta de mantenimiento de la fachada, que tiene ventanas abiertas, aunque con mosquiteros para evitar el ingreso de insectos, alimañas y palomas. Solo la oscuridad puede verse a través de algunos huecos.
A pesar del deterioro, su presencia sigue siendo una referencia en el barrio y una postal nostálgica de vecinos que recuerdan los viajes en los trenes y el recibimiento de la casona asomando por detrás de la estación al detenerse las formaciones. La obra estuvo a cargo del ingeniero italiano Icilio Chiocci, que puso su firma cincelada en uno de los muros, hoy envueltos en yuyos.
El Castillo de Olivos es una réplica en escala de un ala de un palacio de Lieja, Bélgica, en el que se inspiró Chiocci para su construcción, según las reseñas históricas a las que accedió la nacion. Guarda las formas de un “palacete italiano toscano con un estilo eclecticista-historicistaitalianizante en el que se destacan su fachada color ladrillo y la terraza con glorieta, además de su inconfundible torre”. En la planta baja posee un hall, living comedor, escritorio, cocina y toilette. En la planta alta se encuentran los dormitorios, dos de ellos con balcón, y los baños.
La historia
El primer propietario de la vieja casona fue Leopoldo Rodríguez Ortega, que nació en 1893 en Buenos Aires y al terminar su educación inicial viajó a Alemania, donde se graduó en Ciencias Económicas. Al regresar de Europa, invirtió en varios lotes de Olivos, como el de la esquina de Corrientes y Azcuénaga, donde más tarde construiría su propio palacete.
Con toda la influencia de sus viajes por distintos países europeos y su visita al castillo de Lieja durante su juventud, Rodríguez Ortega proyectó junto a Chiocci la que sería la casa familiar hasta su fallecimiento, el 11 de agosto de 1943, sin dejar herederos directos.
Una vez finalizada la obra e instalado allí junto a su esposa, Marta Keller Sarmiento, Rodríguez Ortega se convirtió en un vecino destacado y benefactor del partido de Vicente López. Integró la comisión ejecutiva que construyó el Hospital Municipal y colaboró con la edificación de la parroquia Jesús en el Huerto de los Olivos. También donaron la construcción del edificio que desde 1964 lleva el nombre Instituto Municipal de Geriatría Leopoldo Rodríguez Ortega.
Cuando murió, la Casa San Roque pasó a manos de un sobrino, que vivió allí con sus hijos hasta que la propiedad fue comercializada en 2020. Por esos años, las manifestaciones vecinales eran frecuentes porque se temía que la casona fuera demolida para dar paso a otro tipo de emprendimiento. Pero según pudo saber la nacion, la protección que recibió impide modificaciones estructurales, aunque no prohíbe otros usos además del residencial, como el gastronómico, el hotelero o el turístico, por ejemplo.
A pesar de ser una especie de ciudadano ilustre del barrio, perduran escasas imágenes de Rodríguez Ortega y una de esas pocas permaneció siempre en la casona. Se trata de un enorme cuadro que durante décadas se ubicó en una de las paredes cercana a las escaleras. El cuadro fue donado a la municipalidad y, en abril pasado, se instaló en el geriátrico.
“El cuadro es parte de nuestra historia de vida. Se ve que Leopoldo te mira, te pares donde te pares. Esa fue la mirada de nuestro tío abuelo, a quien no conocimos en vida, pero siempre lo sentimos muy cercano”, contó uno de sus sobrinos nietos en la ceremonia. “Aparece en un montón de fotos de distintos momentos de nuestra vida. A nosotros nos costaba mucho desprendernos de esta obra por una cuestión afectiva. Pero esto significa un homenaje a Leopoldo y al geriátrico lo sentimos como el lugar donde ahora él desea estar, custodiando de cerca su legado”, agregó.
La institución para adultos mayores se fundó el 10 de junio de 1939. Por aquel entonces se lo conocía como Hogar Municipal de Ancianos de Vicente López y funcionaba en un predio ubicado sobre la avenida Maipú al 3000. Pero en 1942 Rodríguez Ortega y su esposa decidieron ofrecer al municipio donar la construcción de un nuevo edificio sobre la calle Pelliza.
A partir de entonces el lugar cambió varias veces de nombre, siempre en torno de la figura de su benefactor. El 6 de marzo de 1964 el intendente J. Burman promulgó la ordenanza 3021 por la cual recibió el nombre de Instituto Municipal de Geriatría Leopoldo Rodríguez Ortega hasta que, finalmente, cambió a Hospital Geriátrico Municipal Rodríguez Ortega.
El destino que tendrá la Casa San Roque es incierto. No existen pedidos de permisos para intervenir el lugar y tampoco hay proyectos para modificar sus usos. Aún se ven los cuatro postes cruzados donde colgaba un cartel de venta que ofrecía la propiedad de más de 1000 metros cuadrados que, finalmente, se vendió en 2020 por un valor superior al millón de dólares. intentó la nacion sin éxito contactarse con el nuevo propietario.
El predio está cerrado, con rejas y candado. La cadena sobre la puerta de la calle Corrientes es nueva, quizás el único signo de que por allí, al menos de vez en cuando, alguien entra y sale. Mientras tanto, como el taxista deslumbrado por la arquitectura de esta joya secreta de Olivos, algunos vecinos pasan caminando y se detienen frente el inmueble para leer sobre la fachada: San Roque. Un sello que perdura en la historia
El taxista tenía la mirada perdida en la casona que veía enfrente. Pasaban los trenes cerca, pero no se inmutó. Tampoco ante los bocinazos de los autos. ¿Recorría con su mirada las glorietas de la terraza? ¿O estaba admirando las terminaciones de los balcones y esa fachada con formas de palacete italiano?
El hombre tenía razones para estar en una “burbuja”. Estaba delante de una de las perlas de la arquitectura de Olivos: la Casa San Roque, hoy abandonada y descuidada, pero con una presencia imponente que mantiene desde su construcción en 1922. Los descendientes del primer propietario vivieron allí hasta que el lugar quedó cerrado y deshabitado; luego, el inmueble fue vendido en 2020.
Al igual que otras 200 residencias en el partido de Vicente López, San Roque, popularmente conocida en el barrio como El Castillo, figura en el inventario de casas y edificios de carácter patrimonial realizado por el municipio debido a su valor histórico y arquitectónico. Esta catalogación prohíbe modificar su estructura y obliga a mantener la fachada; hace cuatro años, una amenaza en ese sentido movilizó a agrupaciones vecinales que defienden el patrimonio local.
Casa San Roque se encuentra en Corrientes 608, esquina Miguel de Azcuénaga, frente a las vías del tren Mitre que une Retiro con Tigre. La parada de taxis y la estación Olivos son las referencias cercanas de una intersección con un ritmo vertiginoso entre la circulación de los trenes, los automóviles, los peatones y los ciclistas. Al lado funciona el St. Luke’s College, por donde trepan árboles y plantas hasta los pisos superiores de una pared lateral. La vegetación en el patio de la vieja casona está descontrolada.
Dos contenedores con escombros, gomas, chapas, hojas amontonadas, maderas y pisos rotos son parte del descuidado estado de la vivienda histórica. Los postigones oxidados también dan cuenta de la falta de mantenimiento de la fachada, que tiene ventanas abiertas, aunque con mosquiteros para evitar el ingreso de insectos, alimañas y palomas. Solo la oscuridad puede verse a través de algunos huecos.
A pesar del deterioro, su presencia sigue siendo una referencia en el barrio y una postal nostálgica de vecinos que recuerdan los viajes en los trenes y el recibimiento de la casona asomando por detrás de la estación al detenerse las formaciones. La obra estuvo a cargo del ingeniero italiano Icilio Chiocci, que puso su firma cincelada en uno de los muros, hoy envueltos en yuyos.
El Castillo de Olivos es una réplica en escala de un ala de un palacio de Lieja, Bélgica, en el que se inspiró Chiocci para su construcción, según las reseñas históricas a las que accedió la nacion. Guarda las formas de un “palacete italiano toscano con un estilo eclecticista-historicistaitalianizante en el que se destacan su fachada color ladrillo y la terraza con glorieta, además de su inconfundible torre”. En la planta baja posee un hall, living comedor, escritorio, cocina y toilette. En la planta alta se encuentran los dormitorios, dos de ellos con balcón, y los baños.
La historia
El primer propietario de la vieja casona fue Leopoldo Rodríguez Ortega, que nació en 1893 en Buenos Aires y al terminar su educación inicial viajó a Alemania, donde se graduó en Ciencias Económicas. Al regresar de Europa, invirtió en varios lotes de Olivos, como el de la esquina de Corrientes y Azcuénaga, donde más tarde construiría su propio palacete.
Con toda la influencia de sus viajes por distintos países europeos y su visita al castillo de Lieja durante su juventud, Rodríguez Ortega proyectó junto a Chiocci la que sería la casa familiar hasta su fallecimiento, el 11 de agosto de 1943, sin dejar herederos directos.
Una vez finalizada la obra e instalado allí junto a su esposa, Marta Keller Sarmiento, Rodríguez Ortega se convirtió en un vecino destacado y benefactor del partido de Vicente López. Integró la comisión ejecutiva que construyó el Hospital Municipal y colaboró con la edificación de la parroquia Jesús en el Huerto de los Olivos. También donaron la construcción del edificio que desde 1964 lleva el nombre Instituto Municipal de Geriatría Leopoldo Rodríguez Ortega.
Cuando murió, la Casa San Roque pasó a manos de un sobrino, que vivió allí con sus hijos hasta que la propiedad fue comercializada en 2020. Por esos años, las manifestaciones vecinales eran frecuentes porque se temía que la casona fuera demolida para dar paso a otro tipo de emprendimiento. Pero según pudo saber la nacion, la protección que recibió impide modificaciones estructurales, aunque no prohíbe otros usos además del residencial, como el gastronómico, el hotelero o el turístico, por ejemplo.
A pesar de ser una especie de ciudadano ilustre del barrio, perduran escasas imágenes de Rodríguez Ortega y una de esas pocas permaneció siempre en la casona. Se trata de un enorme cuadro que durante décadas se ubicó en una de las paredes cercana a las escaleras. El cuadro fue donado a la municipalidad y, en abril pasado, se instaló en el geriátrico.
“El cuadro es parte de nuestra historia de vida. Se ve que Leopoldo te mira, te pares donde te pares. Esa fue la mirada de nuestro tío abuelo, a quien no conocimos en vida, pero siempre lo sentimos muy cercano”, contó uno de sus sobrinos nietos en la ceremonia. “Aparece en un montón de fotos de distintos momentos de nuestra vida. A nosotros nos costaba mucho desprendernos de esta obra por una cuestión afectiva. Pero esto significa un homenaje a Leopoldo y al geriátrico lo sentimos como el lugar donde ahora él desea estar, custodiando de cerca su legado”, agregó.
La institución para adultos mayores se fundó el 10 de junio de 1939. Por aquel entonces se lo conocía como Hogar Municipal de Ancianos de Vicente López y funcionaba en un predio ubicado sobre la avenida Maipú al 3000. Pero en 1942 Rodríguez Ortega y su esposa decidieron ofrecer al municipio donar la construcción de un nuevo edificio sobre la calle Pelliza.
A partir de entonces el lugar cambió varias veces de nombre, siempre en torno de la figura de su benefactor. El 6 de marzo de 1964 el intendente J. Burman promulgó la ordenanza 3021 por la cual recibió el nombre de Instituto Municipal de Geriatría Leopoldo Rodríguez Ortega hasta que, finalmente, cambió a Hospital Geriátrico Municipal Rodríguez Ortega.
El destino que tendrá la Casa San Roque es incierto. No existen pedidos de permisos para intervenir el lugar y tampoco hay proyectos para modificar sus usos. Aún se ven los cuatro postes cruzados donde colgaba un cartel de venta que ofrecía la propiedad de más de 1000 metros cuadrados que, finalmente, se vendió en 2020 por un valor superior al millón de dólares. intentó la nacion sin éxito contactarse con el nuevo propietario.
El predio está cerrado, con rejas y candado. La cadena sobre la puerta de la calle Corrientes es nueva, quizás el único signo de que por allí, al menos de vez en cuando, alguien entra y sale. Mientras tanto, como el taxista deslumbrado por la arquitectura de esta joya secreta de Olivos, algunos vecinos pasan caminando y se detienen frente el inmueble para leer sobre la fachada: San Roque. Un sello que perdura en la historia
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