Dicen que de lejos se ve más claro. Pero no estoy tan seguro. Vi de lejos la crisis argentina de los últimos dos meses. Desde Europa, donde los acontecimientos y las declaraciones parecían surrealistas, y eran de hecho tremendamente dolorosas. Quiero intentar explicar hoy, a la vuelta de este largo viaje por un país normal como es Francia, lo que sucede aquí en la Argentina, la nación de la anormalidad. Donde por fin ha estallado la temible bomba.
Empecemos por lo que sucedía antes de esta explosión. Un gobierno no peronista, sin mayorías parlamentarias, acosado por un partido destituyente y hegemónico, sembrado de sindicatos mafiosos, narcos y organizaciones sociales agresivas, con un 30 por ciento de pobreza, medio país en negro, sin soberanía energética y con un déficit fiscal heredado pavoroso, estaba condenado de antemano al helicóptero.
Tenía tres alternativas: seguir adelante y terminar como Venezuela, hacer una sangrienta política monetarista de shock y volar por los aires, o ejecutar un programa gradual y rogar que las condiciones climáticas de mercado le permitieran llegar a la otra orilla.
Ese gobierno eligió el gradualismo, que por supuesto no dejaba conforme a casi nadie. El gradualismo, ¿se acuerdan? El kirchnerismo acusaba, en pleno gradualismo, al Gobierno de ser un ajustador apocalíptico e insensible.
Los economistas ortodoxos y sus voceros lo acusaban de “kirchnerismo de buenos modales”, de ser blando y no meter el bisturí a fondo.
Y nosotros, en el medio, lo criticábamos porque el gradualismo era gris y lento, y estábamos ansiosos por el despegue. ¡Qué bien que estábamos cuando creíamos que estábamos mal, ¿no?
Porque extrañaremos el gradualismo, amigos. Extrañaremos mucho al gradualismo y su progresivo despertar de la economía.
A izquierda y derecha nadie valoraba que Macri resistiera el ajuste salvaje, y que caminara por el centro rogando que lo dejaran llegar a la playa.
Y sucede que no lo dejaron: llegó la sequía, cambiaron las condiciones económicas internacionales y el barco fue golpeado de frente y perfil por la tormenta perfecta.
¿Los capitanes equivocaron también sus tácticas de navegación? Puede ser. Puede ser. Quedará para los expertos dilucidar ese punto.
Ahora salen todos los expertos con sus libritos, diciendo cada uno -con el diario del lunes- lo que ellos hubieran hecho.
Lo cierto es que, como les dije tantas veces desde estos micrófonos, los argentinos flotábamos irresponsablemente en una nube de gases, exigiendo prosperidad automática, viviendo por encima de nuestras posibilidades y creyendo que no éramos vulnerables, como somos.
Es muy impresionante ver cómo actuaron los kirchneristas y los neoliberales ortodoxos en esta vuelta de campana. Esos dos sectores antagónicos pedían implícitamente un gobierno de derecha.
Los primeros para que pague la fiesta que ellos dejaron, para estigmatizarlo y derrotarlo con clichés, y para que se subiera al helicóptero, como viene sucediendo desde 1926.
Los segundos para que ejecutara una carnicería de gran dolor, después de la cual supuestamente saldríamos adelante. Los pocos que quedaran vivos, por supuesto.
Porque los que intentaron antes esa metodología brutal lo hicieron con tanques y aviones militares, y cuando lo practicaron en democracia, terminaron produciendo una masacre y organizando su propio funeral político. Cayeron por su propio peso.
La señora dejó la bomba, la Brigada de Explosivos no pudo o no supo desactivarla a tiempo, y entonces estamos donde siempre está la Argentina. En la cuerda floja.
El peronismo que dejó el incendio se regocija por el sufrimiento del bombero y se propone para apagar él mismo las llamas que encendió. No le importa la Patria, le importa el poder. El queso. Como siempre.
Y tiene un aliado invariable: el mercado, que le impone sus condiciones al Gobierno, lo lima, lo desgasta, y lo debilita para que luego el peronismo venga y se lo coma crudo de un bocado.
Peronismo y mercado, que tan opuestos aparecen por momentos, han trabajado juntos, han sido funcionales durante estas décadas de decadencia: ambos son culpables de la pobreza y la postración argentina.
¿Se acuerdan de ese juego de pinzas que le hicieron a Raúl Alfonsín? Recuerden aquellos días. Recuerden bien. Peronismo y mercado, compañeros. Hay empresarios y banqueros con una falta de patriotismo que hiela la sangre.
Ninguna nación importante de Occidente les hubiera tolerado sus defecciones. Vargas Llosa, factótum del liberalismo, tampoco los hubiera consentido, y si estuviera aquí en el día a día, fustigaría a sus voceros periodísticos y a sus economistas, que han dicho barbaridades en estas semanas.
Han sembrado la desconfianza, han trabajado para sus intereses sectoriales, para sus cheques. Al respecto, es interesante ver la gran paradoja: un gobierno republicano está obligado a las buenas formas, y entonces es incapaz de señalar lo que sabemos todos, que algunos periodistas reciben sobres de industriales, y otros de bancos y empresas energéticas, y que algún consultor independiente, lo es también en secreto de los fondos buitres.
A todos ellos el gradualismo les parecía una mediocridad. Ojalá pudiéramos volver a esa mediocridad hoy, que estamos con el barco escorado y nos entra agua salada por varios agujeros del casco a los argentinos.
La desconfianza de los mercados es indignante. Los máximos estadistas del mundo han entendido que la Argentina intenta salir de la nefasta era populista, y que precisa una oportunidad y un acompañamiento.
Pero resulta que los mercados saben más de política que Merkel, que Macrón, que los grandes gobernantes de la Tierra. Y entonces se permiten condicionar las políticas argentinas.
Están haciendo corridas a repetición y mandando a sus esbirros mediáticos a desestabilizar al Gobierno para que éste gire por fin a la ortodoxia.
El Gobierno es tan timorato que lo deja pasar, no sale a denunciarlos con nombre y apellido. Y el progresismo, ciego a todas estas evidencias, en lugar de tomar partido se dedica a decir estupideces.
Algunos de ellos, incluso dentro del propio Cambiemos, pareciera que anhelaran secreta e inconscientemente una crisis mayor, un crack, y que vuelva el peronismo eterno.
Es algo sutil y psicológico: Cambiemos les resulta incómodo a todos, a los radicales, a los socialistas, a los kirchneristas, a los ortodoxos, a los peronistas de derecha. A todos.
Y entonces, late dentro de muchos de ellos la tentación de que todo se defina de una buena vez y que vuelva lo de siempre.
Así los progresistas pitucos e independientes, por ejemplo, ya no tienen conflictos ideológicos, producto todos de su pereza mental. Esperan indolentes que venga el crack, la crisis mayor que ordena salvajemente las variables.
Que ésta arrastre a Cambiemos al abismo, que regrese el peronismo a salvarnos, y que cómodamente nos sentemos en la vereda de enfrente a tirar piedras y a criticar, una vez más, con enjundia la falta de institucionalidad y la corrupción.
El progresismo es también timorato, y por lo tanto funcional al monólogo peronista. A que vuelva la hegemonía que nos convirtió en el país de la pobreza, la desigualdad, la mafia y el narcotráfico.
Repito: el progresismo con su ceguera le hace el trabajo gratis al peronismo. El mercado y la Iglesia también. La Iglesia no me extraña.
Bergoglio se ha vuelto una voz inexistente y poco seria en el mundo, pero aquí tiene cada vez más injerencia. Está organizando el peronismo.
Le envió una adhesión hace unos días a los peronistas unificados en el Instituto Antonio Cafiero y mandó a sus obispos y piqueteros a mantener una política hostil contra el gobierno de su propio país, en lugar de presentarse como un defensor leal y patriótico ante los mercados internacionales en medio de esta crisis dramática.
Francisco, qué bueno sería que usted nos diera una mano en la mala. A nosotros, a sus compatriotas. Y no que se dedique al internismo y al boicot. Son horas decisivas para su país, Francisco. Tenga piedad. Rezamos por usted. Rece ahora por nosotros.
A todo este cambalache se agregan algunos sectores del campo. Leí al historiador Jorge Ossona estos días demostrar cómo muchos de ellos, beneficiados por este Gobierno, se negaron a dar una mano con el dólar cuando más se la necesitaba. El mercado fuerza al Gobierno a la ortodoxia.
La ortodoxia lo fuerza a perder las elecciones. Perder elecciones implica entregarse al monopolio peronista. Y este juego haría que los inversores se retiraran o no apostaran por un país que va derechito al populismo.
Tenía razón Juan José Sebreli, quien una vez me dijo: no me preocupa el gobierno, me preocupa la sociedad. Esta sociedad caníbal, egoísta, parasitaria, autoritaria y profundamente populista.
Digamos, para matizar su pesimismo, que todas las encuestas señalan lo siguiente: el treinta y cinco por ciento de la población quiere un país normal, apegado a las reglas, a un capitalismo serio y con una mirada antipopulista.
Ese 35% se mide en millones de argentinos que se resisten a bajar los brazos. La mayoría de los argentinos sabe que esta crisis es producida originalmente por Cristina, pero la mayoría también cree que Macri no puede resolverla.
No deja de tener sentido todo esto. Ella puso la bomba y la Brigada de Explosivos falló. Se me ocurren cien críticas al gabinete nacional, y cuestiono desde ya que el Presidente de la Nación haya hecho oídos sordos a cosas que le proponíamos desde acá: una mesa política más amplia con Monzó y con Sanz, un ministro único como ahora podría ser Dujovne y la búsqueda de un acuerdo parlamentario y perenne.
Macri hace todo esto bajo fuego, sin convicción, cuando debió hacerlo desde el inicio y con la visión de un estadista. Los errores políticos se pagan caro, Presidente.
Puedo criticar también su falta de temperamento para dar las batallas dialécticas, y el optimismo pueril que una y otra vez sus muchachos intentaban inculcarnos.
Incluso cierto desdén que ustedes manifestaban por quienes estábamos preocupados y les señalábamos posibles errores.
Se lo puede y debe criticar al Gobierno, pero a la vez debemos tener muy en cuenta que los argentinos tenemos que evitar como sea una crisis mayor.
Y que, por lo tanto, estamos obligados a desenmascarar a quienes están propiciándola. Ellos se encuentran en el peronismo y en el mercado, y sutilmente en la falta de patriotismo y en la falta de lucidez de muchos que sin quererlo trabajan para que la Argentina siga siendo lo de siempre: el país del partido único que cada vez se hunde más y más en la tabla de posiciones.
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