miércoles, 4 de julio de 2018
PENSAMIENTOS COMPLEJOS
Mareado por historias de operaciones offshore, por el subibaja de la Bolsa, la danza de los préstamos de capital y otras maniobras para entendidos, en las últimas semanas más de un desesperado por proteger algunas monedas se dedicó a escuchar con atención a gurúes de todos los signos y a lanzarse sobre noticias de "negocios" intentando dilucidar si le convenía convertir sus pesos en dólares, invertirlos en Lebac... o dedicarse a la práctica del mindfulness.
Para la mayoría, interpretar los códigos de la macroeconomía es como intentar descifrar los mensajes en tres idiomas de la piedra de Rosetta, pero la angustia por el futuro y el deseo de mejorar son un antiguo impulso humano, el fuego que nos trajo de las cavernas a los viajes espaciales. Lo que hace pensar es que hasta los propios economistas advierten que el porvenir de las naciones se juega más allá de las transacciones financieras.
Algo de esto es lo que asegura el premio Nobel J. J. Heckman. El profesor de la Universidad de Chicago calculó que entre las inversiones más redituables que puede hacer un país está la de atender a los más chicos, especialmente a los castigados física, cognitiva y emocionalmente por la pobreza. Según sus teorías, intervenciones tempranas tienen un impacto económico y social mucho mayor que las realizadas posteriormente en la vida.
Aunque sus argumentos son materia de debate entre especialistas, la reducción de los males de la pobreza (menor expectativa y calidad de vida, mayores índices de enfermedad mental y menores oportunidades de desarrollo cognitivo) está en el centro de las preocupaciones de muchas disciplinas. Particularmente de las neurociencias, que estudian las huellas de un medio ambiente signado por las privaciones en el cerebro infantil, cómo mitigarlas o eliminarlas. De la mano del marketing "neuro", en los últimos tiempos incluso se difundió la idea de que bastaría con someter a los chicos a ejercicios mentales o darles a los padres esa tarea para impulsar el desarrollo que no alcanzaron.
Pero... ¿están listas las neurociencias para agregar algo a las políticas públicas además de confirmar lo que ya se sabe? Para la doctora Martha Farah, que firma un extenso análisis sobre el tema en Nature Reviews, en principio, "todavía no" (aunque aclara que esto podría cambiar en un tiempo cercano).
A contramano del optimismo que inspiran muchos publicitados hallazgos sobre el cerebro, Farah y otros opinan que esta disciplina todavía tiene preguntas por contestar antes de ponerse manos a la obra. Entre otras, ¿cómo se asocia el estatus socioeconómico con la estructura y la función cerebrales? ¿Cómo interactúan los genes, la salud prenatal, la nutrición, la exposición a tóxicos, el estrés, el comportamiento de los padres y la estimulación cognitiva? ¿Qué resultados serán replicables y cuáles no? ¿Hacen una diferencia la edad, el género o el genotipo de los individuos? ¿Son los mismos mecanismos los que subyacen a las disparidades socioeconómicas en países de ingresos medios y bajos, y en los de ingresos altos, donde se hace la mayor parte de la investigación? ¿Varían entre culturas y etnias, entre comunidades rurales y urbanas?
"En esta etapa de su desarrollo -destaca Farah-, la neurociencia para la lucha contra la pobreza está ubicada entre entusiastas y críticos. Los entusiastas fallan en reconocer los desafíos científicos que tienen por delante, mientras que los críticos descartan su contribución como difícilmente realizable o socialmente peligrosa, porque podría utilizarse para justificar políticas dañinas".
En un país con gran parte de su población en la pobreza y que hasta carece de un programa nacional de primera infancia, aunque la tarea es urgente, habrá que contestar estas y otras preguntas para evitar falsas esperanzas y nuevas frustraciones. Especialmente si queremos hacer una inversión rentable de verdad. No en dólares, sino en futuro.
N. B.
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