martes, 12 de julio de 2016

EL MITO

Son memoria, sentido, raíces y proyección
De las muchas confusiones entre las cuales navegamos, una de las más gruesas es aquella que convierte a la palabra mito en sinónimo de mentira. Cada vez que se enuncian los diez mitos sobre tal o cual cosa, tema o persona, se da por sentado que se trata de una denuncia que dejará al desnudo una serie de falsedades.
Sin embargo, no hay nada que contenga tanta verdad como un mito. "Los mitos son patrones narrativos que dan significado a nuestra existencia", explica el psicoterapeuta existencial Rollo May (1909-1994) en La necesidad del mito.
 Los sabios griegos ya lo sabían en los albores de nuestra cultura y de ahí que las fabulosas narraciones que constituyen su mitología permanezcan vigentes y sigan vivas en el sustrato de nuestros sueños, nuestros temores, nuestra imaginación, nuestras fantasías, nuestros vínculos y, para decirlo de una vez, nuestra psiquis. Quien lee hoy aquellos mitos entiende mejor el presente. Sam Keen, filósofo, poeta, ensayista y explorador perenne de espacios emocionales y espirituales define al mito (en Su viaje mítico, una guía para revisar nuestra propia mitología personal), como "el software, el ADN cultural, la información inconsciente, el metaprograma que gobierna la forma en que vemos la realidad y la forma en que nos comportamos".

Según muestran los estudios de este fenómeno humano, entre quienes sobresale Joseph Campbell (1904-1987), autor del imprescindible El héroe de las mil caras,
  un mito recoge, concentra e integra experiencias, rituales, sueños, costumbres y los organiza en un relato que da sentido a la vida de una persona, de una familia, de un país o de la humanidad entera, según el relato del que se trate. El gran Carl Jung (1875-1961), primero discípulo de Freud y luego padre de la psicología de los arquetipos, recordaba haberse preguntado qué mito estaba viviendo. "Me di cuenta de que no lo sabía, de manera que me propuse llegar a conocerlo y consideré a ésta como la tarea de las tareas". Conocer y entender su mito era vislumbrar el sentido de su vida.
Los grandes mitos (personales o colectivos, íntimos o comunitarios) son memoria, sentido, orientación, propósito, raíces, proyección. Cuando una persona o una sociedad carecen de mitos (o los olvidan) suele ocurrir que las asalta la incertidumbre, el desasosiego, dejan de entender cuál es la totalidad de la que forman parte. 
Y se aferran, en ese vacío, a creencias, fanatismos, dogmas o supercherías. Es fácil advertir cuándo esto ocurre porque se multiplican los ídolos de barro (o plástico, o silicona) de vida epidérmica y fugaz, las nuevas generaciones carecen de memoria porque no le fue transmitido nada duradero y trascendente, se impone la desesperación por lo material (que genera la falsa ilusión de duradero) y el consumo se hace adictivo porque nada satisface cuando no se entiende para qué se está, de dónde se viene y hacia dónde se va. Precisamente aquello de lo que hablan los mitos.
En esa confusión se llama mito a un futbolista o un cantante; se consideran míticos a episodios menores que pasan al olvido; se rechaza a verdaderos mitos considerándolos supersticiones y, a cambio, se crean verdaderas supersticiones. Campbell pensaba que "es posible que el hecho de que la mitología y el ritual no funcionen en nuestra civilización sea la causa de la alta incidencia de esa enfermedad que convierte a nuestro tiempo en la era de la ansiedad". 
Acaso sea el momento de preguntarnos (como individuos y sociedad) qué mitos nos constituyen, cuáles nos explican. "Nuestros mitos no disipan la ignorancia, dice Keen, pero nos ayudan a encontrar un camino y un lugar en el corazón del misterio". Lo contrario es permanecer en el corazón del vacío.
S. S. 

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