sábado, 2 de julio de 2016

SIEMPRE NOS QUEDA PARIS...N. B.



Volver a París, aunque sea por un par de días es siempre una experiencia sin igual.
¿Qué agregar a los miles de páginas escritas sobre esta ciudad en la que, como alguna vez exclamó riendo un ingeniero nacido allí, "siempre es fascinante perderse"? Era 1995 y estábamos a bordo de uno de los buses verdes que recorren el tejido enmarañado de sus calles cuando el ingeniero, que según nos contó había trabajado varios años en Chile, se ofreció gentilmente a orientarnos y había dejado pasar su parada.



Ese día estábamos tratando de dilucidar cómo llegar hasta Shakespeare & Co., la mítica librería creada por Sylvia Beach (con el nombre de Le Mistral), que hoy se encuentra sobre la rive gauche, a dos pasos del Sena y de la catedral de Notre Dame, y que en los primeros años del siglo XX era frecuentada por personajes como Hemingway, Pound, Scott Fitzgerald y James Joyce, cuyo Ulises Beach fue la primera en editar. Reabierta después de la guerra, se cuenta que también se alojaron allí algunos de los nombres más rutilantes de la generación beat, como Ginsberg, Ferlinghetti, Gregory Corso y William Burroughs.



Definir el secreto de esta urbe sin igual que en el año 55 a. C., cuando fue conquistada por los romanos, era apenas un villorrio de pescadores y hoy es invadida anualmente por decenas de millones de turistas llegados de los cuatro puntos cardinales es casi imposible. Ya sea que uno camine por los túneles del metro, tapizados de coloridos afiches anunciando una miríada de actividades culturales, que visite sus palacios, hoy convertidos en museos, o que se deje llevar sin mucha planificación por sus avenidas y sus callejuelas cargadas de historias, la belleza de esta joya de la humanidad que combina la globalización y la escala humana es irresistible.



Pero aunque sus atracciones no se agotan y siempre queda algo por descubrir, por alguna razón no puedo abandonarla sin pasar por Montmartre, donde se desarrolló la novelesca gestación de gran parte del arte de la primera mitad del siglo XX.

Hay que remontar la Avenue de l'Opéra en un bus de la línea 95 hasta la base de la pequeña colina, la Butte, y comenzar a ascender por sus callecitas serpenteantes para que uno se sienta ya como un personaje de Medianoche en París, esa película en la que un escritor frustrado se reencuentra en sus ensoñaciones con la vida cultural de la preguerra y con la que Woody Allen le declara su amor a la Ciudad Luz.




A pesar de la próspera industria turística que llenó de bistrots, tiendas de chucherías y retratistas aficionados el centro y sus alrededores, todavía se pueden advertir en este pueblo diminuto, que está a una hora de caminata del centro, los rastros de la aldea que encontró Picasso cuando llegó allí en 1900, a los 19 años.



Como cuenta Jean-Paul Crespelle en La vida cotidiana en el Montmartre de Picasso (Argos Vergara, 1983), en ese ambiente campestre, con granjas, huertos y chozas, toda una generación de futuros grandes nombres del arte, como el propio Picasso, Derain, Van Dongen, Braque y Juan Gris, darían forma al fauvismo, el cubismo y el arte abstracto mientras vivían como clochards, en piezas gélidas y ruinosas, sustrayendo un vaso de leche o un pedazo de pan, o superando la inanición gracias a la beneficencia de algún frutero y de las jóvenes de vida ligera que los "adoptaban".

Uno de los puntos de peregrinación de la Butte es el Bateau-Lavoir, el miserable atelier situado frente a una placita adoquinada en el que se alojó el artista malagueño, y también lo hicieron Gauguin, Brancusi, Modigliani y muchos otros. Hoy, tras un incendio de 1970, sólo queda la fachada, pero hasta no hace mucho exhibía fotos conmovedoras de cómo había sido su interior en esos tiempos legendarios. 

Otro es Le Lapin Sgile, el cabaret diminuto que fue testigo de las noches de bohemia creativa, y en el que los artistas se reunían con poetas y hasta algún científico para discutir sus teorías.


"Todos volveremos al Bateau-Lavoir. Sólo allí hemos sido verdaderamente felices", decía Picasso.

 Tal vez sea ese espíritu de fraternidad juvenil, esa aura de felicidad que se da, independientemente de la riqueza material, cuando todo está por hacerse lo que nos atrae una y otra vez a lugares como éstos, que son hechizantes.

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