lunes, 4 de julio de 2016

TEATRO Y CINE RECOMENDADOS

El andador / Libro: Norberto Aroldi / Dramaturgia: Florencia Aroldi / Dirección: Andrés Bazzalo / Intérpretes: Muriel Santa Ana y Agustín Rittano / Escenografía: Alejandro Mateo / Vestuario: Adriana Dicaprio / Iluminación: Fabián Molina Candela / Música original y diseño sonoro: Rony Keselman / Sala: Teatro de la Ribera, Av. Pedro de Mendoza 1875 / Funciones: viernes a domingos, a las 15 / Duración: 80 minutos

Finalmente resulta todo un programa ir a ver El andador al Teatro de la Ribera. Termina siendo un pequeño y entrañable viaje en el tiempo. La obra de Norberto Aroldi, que se estrenó en 1965 con Tita Merello y Ernesto Bianco como protagonistas, sigue siendo porteñaza y tanguera, y algo de eso se potencia en el escenario del recién restaurado teatro del barrio de La Boca (dicho sea de paso, quedó precioso). Es cierto que ya no están ni Merello ni Bianco, pero se podría decir que las interpretaciones de Muriel Santa Ana y Agustín Rittano terminan justificando y legitimizando todo lo anterior. Si no fuera por ellos -y por la cuidadosa mano que los dirige-, podría verse una obra demasiado vieja, demasiado costumbrista y con cierto machismo rancio (puede haber peleas internas -con uno mismo- por los roles y discursos del hombre y la mujer). Algo de todo eso continúa, pero tamizada en el cuerpo de estos dos grandes actores la historia se carga de modernidad, ternura y calidez.
Así, el director, Andrés Bazzalo, logra un juego escénico en el que dialogan -muy sutilmente- pasado y presente. La excusa es adentrarse en la intimidad de una pareja de hecho de los años 60 -raro, muy raro por aquellos tiempos-, en la que él es un chanta -por momentos simpático y entrador-, pero chanta al fin, y ella una mujer apenas sumisa que necesita sólo un clic para rebelarse, descubrirse y afianzarse: la inesperada noticia de la llegada de un hijo (El andador bien podría ser traducido como El cochecito). Esta nueva realidad pone en jaque sus deseos, los enfrenta, los separa? pero no cambia sus esencias.
Bazzalo rescata el lenguaje visual y corporal de aquellos años (muy subrayado con un noticiero de la época y con la música) para mostrar algo que todavía pasa hoy. El hombre como macho alfa de una casa, que a la primera de cambio desbarranca y vuelve con el caballo cansado. Una mujer que logra imponer su deseo y se fortalece con la libertad y con la posibilidad de reconocer su propia voz. Pero ese hombre y esa mujer -Julián y Rosa- se aman; entonces, hay que barajar y dar de nuevo para que no todo vuelva a foja cero, para que no quede como si nada hubiese pasado. En el camino están ellos dos, Julián y Rosa, bellamente interpretados por Rittano y Santa Ana, discurriendo en una vida que se les vuelve difícil pero que los hace queribles hasta en la pifiada.
Nostálgica, para unos; un descubrimiento, para otros (dependiendo del punto en que a cada uno le toque pararse en el calendario), pero disfrutable para todos los que no se queden sólo soplando el polvo que pudo haber dejado el paso del tiempo. En eso estuvieron trabajando el director, los actores y todo el equipo técnico (la escenografía de Alejandro Mateo es impecable), y tan bien que les salió.

 Una imagen del documental
Una imagen del documental.
Crespo (La continuidad de la memoria) (Argentina/2016) / Dirección: Eduardo Crespo / Guión: Eduardo Crespo, Santiago Loza, Ariel Gurevich / Montaje: Lorena Moriconi / Imagen: Eduardo Crespo / Sonido: Guido Deniro / Producción: Eduardo Crespo / Distribución: Obra Cine / Duración: 65 minutos / Calificación: apta para todo público 
El tamaño y la forma que asume el duelo es tan particular y peculiar, tan único como una huella digital. Algo de eso muestra este documental que empezó siendo otra cosa, una película sobre un padre veterinario de pueblo, pero devino dolor y despedida cuando el protagonista falleció inesperadamente. Entonces el hijo cineasta -que además se llama como el padre y ambos llevan el apellido, Crespo, del pueblo en el que vivieron- deambula por el lugar, por los personajes y las cosas que allí habitan, por los recuerdos y los objetos, los símbolos y los espacios de la ausencia. El desconcertante momento de aprender a convivir con la posibilidad de olvido recorre las primeras escenas del film haciendo circular las imágenes y las ideas sobre Crespo, el pueblo, villa avícola con sus personajes peculiares y sus rincones pintorescos, casi como haciendo un inventario de lo que está para compensar lo que se fue y no volverá.
Las secuencias dedicadas a Mali, lugareño, fotógrafo y artista, revelarán un acercamiento al núcleo duro del relato, su relación con su padre; las fotos que refuerzan y explican el vínculo permitirán descubrir eso que no se habla, pero se siente. La extrañeza de los hijos frente a la vida secreta de sus padres y la empatía de empezar a entenderlos como personas más allá de su lugar en la familia.
"El Scout sonríe y canta ante las dificultades", se escucha en algún momento de la película, y ese lema parece haber moldeado la forma de los vínculos de los Crespo de Crespo.
Con cierta inicial distancia, un relato en off y en primera persona que suena a objetivo, pero se revelará como consecuencia directa del shock de la muerte tan cercana, el film construye capas de sentido y de emoción que sólo se terminarán de experimentar en la acumulación de los suvenires, los discos escuchados, las fotos, los pollos de las granjas del pueblo entrerriano y ese dolor en carne viva.

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