domingo, 12 de febrero de 2017

LA MENTE DEL ALMIRANTE BROWN.....1ª PARTE


Almirante Brown
“En 1809 llegó al Río de Plata y se enamoró de los vientos revolucionarios que soplaban por estas tierras. La Revolución de Mayo marcó para siempre el destino de Brown”


El Almirante Brown era hijo del mar. Quedó huérfano siendo muy chico y cuando tuvo la edad suficiente se embarcó como grumete en un barco estadounidense. Durante los diez años siguientes vivió más tiempo en altamar que en tierra. Irlandés como era, aprendió a detestar a los ingleses. Más aún después de haber sido capturado por un buque británico y obligado a servir a la corona.
En 1809 llegó al Río de Plata y se enamoró de los vientos revolucionarios que soplaban por estas tierras. La Revolución de Mayo marcó para siempre el destino de Brown.
Luchó contra la marina española en la Banda Oriental. En 1814 fue designado teniente coronel y jefe de la escuadra. Su primera misión exitosa fue la recuperación de la estratégica isla Martín García.
Al mando de la fragata Hércules, comandó las operaciones contra la armada realista en las costas de Montevideo y consiguió una victoria decisiva que culminó en la liberación de Montevideo. José de San Martín, escribió que la epopeya de Brown fue “lo más importante hecho por la revolución americana”.


A partir de ese momento el almirante Brown acollaró un sinfín de campañas exitosas: sin otro auxilio que el del viento, surcó las aguas del Océano Glacial Antártico, cruzó al Pacífico y de Chile, Perú, Guayaquil y Nueva Granada.
El mascarón de proa de su barco se adelantó a los hitos que más tarde habría de liberar San Martín en la gesta libertadora. Tenía un futuro promisorio. Sin embargo, en la cumbre de su carrera, decidió retirarse a su caserón en un descampado cercano al Riachuelo.
Esa casa, que hoy se conoce como Casa Amarilla, era por entonces un caserón aislado, oscuro, cercado por un murallón y cuyas angostas ventanas siempre estaban cerradas. La historia dice que Brown se retiró porque no quiso tomar parte en conflictos internos. Pero la historia psicopatológica dice otra cosa.
De acuerdo con las crónicas y los testimonios de la época, el almirante Brown padecía de profundas preocupaciones hipocondríacas que se alternaban con estados de melancolía. Tan sombrío se tornaba, que Rosas lo llamaba el “Loco Bruno”, es decir, el oscuro. Pero los problemas más graves, que muchas veces lo llevaban a tomar decisiones irracionales, como castigos injustificados o raptos de furia, sobrevinieron con las ideas persecutorias del almirante. Según consignó un tripulante, al pasar por el camarote del Brown escuchó unos gritos alarmantes:
-¡Por Dios, no me atormenten! ¿Por qué me quieren envenenar? Si quieren matarme, peléenme, pero no así, ¡cobardes, traidores, miserables y veinte veces asesinos!


El marinero, temiendo un principio de motín, abrió la puerta y, con espanto, descubrió que el almirante estaba solo. Discutía con interlocutores invisibles. A partir de ese momento, se hizo frecuente que entrara en esos largos soliloquios.
Guillermo Brown temía que lo matara algún agente inglés. Si bien los británicos eran sus enemigos más odiados y había sufrido el cautiverios en uno de sus barcos, estos temores era tan exagerados como infundados. Interrogaba a los cocineros una y mil veces para saber si alguien había puesto algo en su comida. En estos trances, sus oficiales hablaban de las “manías” o las locuras del almirante. Ahora bien, ¿qué padecía exactamente “el loco Brown”, a decir de Rosas?
Los elementos que nos deja la historia son pocos pero contundentes.
Examinemos la evolución y la suma de los síntomas: primero aparecieron signos hipocondríacos, después períodos de melancolía y más tarde episodios de furia sin motivo. Estos síntomas no son determinantes de por sí, pero si se combinan y evolucionan hacia otra forma, dicen mucho. Son los síntomas que antecede cierto tipo de psicosis.
Con el tiempo estas manifestaciones deshilvanadas empiezan a organizarse en forma de delirio persecutorio: teme ser envenenado por los ingleses. Escucha voces. Voces amenazantes, voces aterradoras, carcajadas que retumban en las paredes de su cabeza, insultos humillantes, susurros irónicos. Él, que venció a la armada realista; él, que combatió el fuego de los cañones y rindió a su pies almirantes de la corona; él, el gran capitán, no puede contra ese ejército de fantasmas que viene a atormentarlo sin piedad.


Es la escuadra imbatible de la paranoia. Esa es, podemos afirmar sin lugar a demasiadas dudas, la enfermedad que interrumpió la carrera del almirante Brown.
Fue una guerra larga en la que, valiente como era, perdió y ganó muchas batallas.
Mir lo que escribió Ramos Mejía sobre el almirante Brown: “En medio de estas extravagancias dolorosas era a la vez un dechado de honradez, un corazón lleno de bravura y como un niño por la inocencia de sus procederes”.
Y aún así, alucinado y en medio de su lucha íntima, cuando la patria lo volvió a convocar, no dudó un segundo y volvió al mar para combatir. 

F. A. 

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