LA RICHMOND Confitería Richmond
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Otro de los lugares tradicionales de nuestro querido Buenos Aires que la modernidad se llevó. No la salvó ni una ley declarándola “sitio histórico”
La Richmond, como siempre fue conocido, fue un clásico de la intelectualidad porteña desde que abrió sus puertas, en 1917, en Florida 468, una confitería ideada por el arquitecto belga Jules Dormal (quien, entre otros trabajos, nos legó el Teatro Colón).
Allí se reunían personajes de la aristocracia literaria, como Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo Conrado Nalé Roxlo, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Eduardo Mallea, Raúl Scalabrini Ortiz y Leopoldo Marechal, que se proclamaban portadores de una nueva sensibilidad. En aquellos años se los conocía como “los martínfierristas” y conformaban el grupo de Florida, aunque ellos nunca se autodenominaron así.
Ello fue así porque éstos fundaron la revista cultural Martín Fierro en el año 1924. El éxito fue inmediato y eso les permitió alquilarse una oficina en Tucumán y Florida para que funcionara como redacción. A solo a dos cuadras de la Richmond de Florida y Corrientes.
La confitería se inauguró el 17 de noviembre de 1917 y tuvo dos hermanas: las Richmond de Esmeralda y Corrientes (clásico punto de reunión de los estudiantes); y de Suipacha y Corrientes (clase media baja). Ambas cerraron sus puertas hace mucho tiempo.
Los martinfierristas se reunían todos los días, a partir de las siete de la tarde, en la Richmond de Florida. Iniciaban las concurridas reuniones cantando su himno. Borges (25 años) y los jóvenes poetas se ponían de pie para entonar la célebre “La donna è móbile” que Giuseppe Verdi compuso para su ópera Rigoletto. Pero en vez de decir: “La donna é móbile, qual piuma al vento, muta d’accento e di pensier” (La mujer es cambiante, como la pluma al viento, cambia de tono y de pensamiento”); ellos cantaban:
“¡Un automóvile, dos automóviles, tres automóviles, cuatro automóviles! ¡Cinco automóviles, seis automóviles, siete automóviles, un autobús!”.
Recién después de haber entonado su himno, al que se sumaba gente de otras mesas, comenzaba la famosa tertulia de los hombres de letras en la confitería Richmond, que en estos días se despide de los porteños.
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Un lugar tradicionales y apacibles elegidos por habitantes y turistas, cuenta con servicio de confitería, salón de té y restaurante. Luces tenues, sillones Chesterfield y un salón muy amplio. La decoración y el mobiliario respeta el estilo inglés que se complementan con detalles decorativos de único buen gusto estético. La confitería ocupa dos pisos y una superficie de 1500 metros cuadrados diseñada por el arquitecto belga Julio Dormal, quien estuvo a cargo de la última etapa de construcción del Teatro Colón.
Sus sillas y sillones estilo Chesterfield tapizados en cuero, sus mesitas Thonet y sus arañas de bronce y opalina traídas especialmente de Holanda. Su elegante boiserie de roble de Eslavonia, los cuadros en sus paredes y el encasetonado de su techo, alternando paños de madera y espejos, terminan de definir el estilo inglés que la caracteriza.
Sobre su trabajado mostrador de madera suelen exhibirse delicias de la pastelería de la casa: el lemon pie, la tarte tatin y la célebre torta Richmond, con base de bizcochuelo de chocolate, mousse, relleno de frutillas y cobertura de crema Chantilly. Un verdadero aporte de la confitería a la gastronomía porteña.
La Confitería “Richmond” es una parte de la calle Florida. Y como sucede en estos casos, la parte suele contener el reflejo de la memoria genética del todo. La historia de la “Richmond” está asociada a la calle Florida, a su estilo, a la gente, y la historia de la calle Florida sería muy otra si no hubiera habido una “Richmond” con sus debates políticos, con sus grupos literarios, con sus five o’clock teas de nobles señoras, con sus ilustres parroquianos.
La Confitería Richmond era bar notable y formaba parte de un listado de 600 edificios con protección cultural. Sin embargo, el negocio no era rentable y entonces sus dueños habían vendido el local a un grupo inversor en 9 millones de dólares y en agosto de 2011 bajaron la persiana.
De nada sirvió que, pocos días antes, la Legislatura aprobara una ley declarando a la Richmond "sitio histórico". La norma sólo impedía modificaciones edilicias, pero no el cambio de rubro del local. Tampoco sirvieron los abrazos simbólicos a la confitería: sus dueños anteriores alegaron que cerraron porque "la actividad era deficitaria".
Ahora es un comercio de ropa deportiva. El local (es de la cadena Just For Sport que comercializa las marcas Adidas, Under Armour y Sketchers) tiene también ocho mesas con pequeños sillones que recuerdan lo que fue la confitería.
Con la fachada renovada por el Gobierno porteño donde siguen intactas las letras de molde que dicen Richmond.
R. R.
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