miércoles, 19 de abril de 2017

TEATRO RECOMENDADO


Ese instante en el que la felicidad se manifiesta

La alegría / Dramaturgia y dirección: Ignacio Apolo / Intérpretes: Andrea Strenitz, Lucas Barca, Martina Viglietti, Matías Alarcón, Rosario Ruete / Escenografía e iluminación: Félix Padrón / Sonido y musicalización: Daniel Quintés / Sala: teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378) / Funciones: jueves, a las 21 / Duración: 85 minutos

Reina la confusión en los primeros minutos de La alegría. Tras un entrenamiento corporal con música relajante, los personajes salen disparados, tiran frases inconexas, distribuyen focos en forma errática, a veces entre ellos, a veces a público, a veces internos. Sin embargo, quien conozca las piezas recientes de Ignacio Apolo sabrá que ese comienzo lo que hace es exponer los elementos con los que la obra va a trabajar. La reformulación de esos fragmentos será el principio constructivo.
La anécdota trata de una madre que se dedica a "armonizar" y que, por una serie de infortunios, está con un cuello ortopédico y tres hijos adultos de vuelta en su casa. A su vez, ha comenzado una relación con un hombre más joven. Todo está servido para ver otra historia de familia disfuncional, pero La alegría no es eso. En principio, por su escenografía. El living-cocina no es aquí un espacio de identificación con lo cotidiano, sino un lugar estallado en el que abrir el microondas hace que surjan consignas políticas. La puerta de la heladera comunica con el afuera, lo que permite pensar que ese espacio es todos los espacios que se mencionan. La obra también avanza por la narración de eventos sucedidos en otros momentos y lugares, anécdotas que hacen comprensible lo que parecía disperso y que habilitan un mecanismo de repetición y reformulación. Esto acerca la pieza al absurdo, guiño que surge también con la presencia de la muerte y las sucesivas capas que combaten el sentido al tiempo que crean uno nuevo. Quizá la totalidad resulte excesiva; se puede pensar que con diez minutos menos cerraría mejor, aunque, también, la extensión hasta el agotamiento es parte de la propuesta. En un elenco parejo, se destacan Andrea Strenitz y Matías Alarcón. Por sobre las individualidades, hay un disfrutable clima de juego compartido.
El mantra de la autoayuda de "escuchar al cuerpo" es literal en estos personajes. De repente, partes de su anatomía emiten canciones pop, lo que trae a escena coreografías que suspenden la angustia. De Pharrell Williams a Violetta, la música despliega una posibilidad de plenitud que la familia no tiene en otra parte. La lectura más evidente de esto es la cínica: pensar que hay un sistema que hace mover a estos seres, una crítica a las promesas de felicidad del capitalismo y la política nacional. Pero existe también, al menos, otra forma de leer la puesta. Permite fantasear con que hay algún tipo de iluminación cierta en esas consignas cursis porque, si la felicidad no es un bien perdurable, siempre queda la posibilidad de vivir la intensidad de un instante, un baile que es verdadero, al menos mientras sucede.
G. I. 


Querer tenerlo todo y sentir que hay muy poco
Fernándo Del Gener y Jimena López.
Estas cosas que se dicen y que son tan extrañas / Libro y dirección: Macarena Trigo / Intérpretes: Fernando Del Gener y Jimena López / Asistencia de dirección: Delfina Oyuela / Músical: Fernando Del Gener / Luces: Lucas García / Funciones: jueves, a las 20.30 / Sala: Espacio 33 / Duración: 50 minutos

Preferimos amar a ser amados." Lo escribió Carson McCullers en la nouvelleLa balada del café triste. Así explicó la asimetría del amor, lo definió como una experiencia desigual, compuesta por el amante y el amado. Cada uno proviene de regiones diferentes: el amado es en muchos casos un estímulo de un amor solitario. En la obra de teatro Esas cosas que se dicen y que son tan extrañas, el libro de McCullers está apoyado en la cama de una habitación de hotel. Ese universo sobre la desesperación del amor, su destino inútil y su tendencia al fracaso se despliega en una estética teatral difícil de encasillar, entre canciones, monólogos y diálogos de dos personajes que quieren amar, pero no se miran de la misma manera. ¿Será eso posible?
No es casual que la mezcla de géneros que tiene el espectáculo escrito y dirigido por Macarena Trigo lo hagan un tanto inclasificable, porque así lo fue también la obra de Carson McCullers, quien, entre relatos, un tono autobiográfico y novelas cortas, despistó a los que quisieron ubicarla en un único estilo y en el marco de ciertos "padres" literarios.
"Mirábamos el hielo, pero sabía que no estábamos mirando lo mismo", dice la mujer de la obra de Trigo, una escritora que ganó un concurso sobre cartas de amor y el premio era un viaje a El Calafate para dos. Lo invitó a él, al destinatario de sus cartas, un hombre que se deja escribir, aunque no entiende por qué es objeto de tanto amor y no sabe qué hacer con eso. "Nunca hice menos para enamorar a alguien en mi vida", reconoce el amado, en un momento. Y, sin embargo, ella lo ama de una manera que no la deja pensar, pero que le permite escribir frenéticamente, le escribe a él, les escribe a partes de su cuerpo, se obsesiona y se lo dice. Él recibe todo, con desconfianza y distancia. No quiere opinar. Escucha.
La relación se empieza a conocer por los diálogos, pero también por cortes temporales en la acción y en los que los personajes le hablan al público, en una especie de monólogo interior. Un recurso propio de la narrativa y que se explica con la conexión hacia la literaria que tiene el universo poético de Trigo. Pero además aparecen las canciones: juntos o separados, los personajes les dan música y voz a sus emociones y ese desconcierto que viven con respecto al otro. La música funciona, en este caso, como una forma más de entender ese amor idealizado y utópico de ella y el escepticismo de él. Influye en la emoción del espectador y funciona como una nueva forma de comunicación y de relatar.
Fernando Del Gener y Jimena López transitan todos los estados que propone la obra y funcionan en escena con una verdad que se apoya en el vínculo que existe y han construido entre ellos. Con pocos elementos en el escenario (alcanza con una cama, un banquito, una guitarra y no mucho más), la propuesta de Macarena Trigo trabaja con los destellos de lo que es la construcción del amor. "Nos inventamos esto que somos", dicen. Y tratan de entender cómo se llegó hasta ese hotel, por qué se hacen tantos esfuerzos por amar aunque no funcione, por qué en algún momento se llega a maldecir la buena suerte de encontrar un amor. De esa necesidad de querer tenerlo todo y sentir que lo que hay hasta ahora es muy poco, Macarena Trigo ofrece instantáneas teatrales que iluminan ese desconcierto y luego se vuelven efímeras. Como el teatro y como el amor.
M. M.



Minuciosa obsesión
Madorrán / Texto y dirección: Jorge Drechsler / Intérprete: Ramiro Aguayo / Luces: Santiago Lozano / Asesoramiento dramatúrgico: Marcos Perearnau / Asistencia técnica: Fernanda Labrit / Producción: El Brío Teatro / Sala: Anfitrión, Venezuela 3340 / Funciones: viernes, a las 21 / Duración: 50 minutos

Hablar del fanatismo es meterse con la identidad. No cualquiera, sino una identidad construida como pared alrededor de una obsesión que no puede romperse, ya que pondría en riesgo toda esa estructura sin aire ni resquicios por donde la duda quisiera filtrarse.
La obsesión del árbitro Fabián Madorrán son el fútbol y sus inapelables reglas, a las que feminiza y trata como una chica que debe ser respetada. Con su uniforme, botines, silbato, tarjetas amarilla y roja, recorre la cancha con el bailoteo del referí, mirada por encima de los hombres, atento y distante, escoltado por sus dos escuderos de línea. Nadie le discute, nadie sabe más, es el rey de los límites dentro del campo de juego.
Esa raya que no se cruza jamás en la obra está marcada por luces, como un escenario imaginario. Cuando se prenden, Madorrán actúa su gran papel en la cancha; cuando se apagan, aparece la introspección. En ese rectángulo, hay un banquito de vestuario y un pequeño y viejo televisor que apenas permite al espectador seguir el partido fatal. Sólo unos instantes de imágenes y la voz del relator ahogada en un grito de gol que, según el árbitro, no fue. Protestas y manotazos. Argentinos Juniors descendió en la final de la promoción a la B y el árbitro internacional Madorrán fue despedido por la AFA acusado de mal desempeño. Un final intolerable para una personalidad sostenida por las reglas: no hay aliento sin ellas.
Ópera prima de Jorge Drechsler, Madorrán respira tragedia no porque los futboleros conozcan la historia, sino por la rigidez de este personaje enjaulado que se aproxima al estallido. Poco a poco, en cada una de las cortas y sucesivas escenas, suma una nueva recarga. Va a quebrarse porque ama demasiado. Tiene en Ramiro Aguayo un intérprete perfecto del compás de ese hombre solo frente a los otros, blindado por frases hechas y silencios, desorientado sin su misión: un fanático inflado por los focos que perdió el único show que lo mantenía vivo.
L. G.


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