miércoles, 13 de septiembre de 2017

EN CONTRA DE UNA TECNOLOGÍA INVASIVA....CULPABLES; NOSOTROS...


Maritchu Seitún


Tengo una buena computadora y un teléfono inteligente que me ayudan mucho en mi trabajo y me permiten hacer más cosas en menos tiempo, me cuesta concebir la vida sin ellos. Mientras atiendo como psicóloga están apagados, lo mismo ocurre cuando doy charlas, pero tengo que hacer un esfuerzo enorme para que no permitir que invadan mi vida privada, no sólo en las relaciones con amigos, familia, hijos, nietos sino también en la calle.
Para muestra basta un botón: si estoy ocupada leyendo y borrando mails en el semáforo de Figueroa Alcorta, es probable que no vea los colores de los árboles en otoño, o las flores del jacarandá en la primavera. O me pierdo la vuelta carnero y la cara de orgullo de mi nieto de tres años, y él se queda sin mi cara de deslumbramiento ante semejante proeza. ¿Es grave? No si otra persona sí se deslumbra, pero hoy veo a padres y abuelos tan metidos en la tecnología, que nos cuesta ver a nuestros chicos y dejarnos cautivar por ellos.
Así como a ellos les cuesta prestar atención en clase, acostumbrados a los estímulos intensos que ofrecen la playstation, la tablet o la compu, a nosotros nos pasa algo parecido, nos cuesta atender a estímulos de menor intensidad, ¡y los niños pueden entrar en esa categoría!
¿Qué ocurre cuando no les prestamos atención? En el peor de los casos se acostumbran y no reclaman; en el mejor se pelean más, se portan mal para que finalmente los miremos: saben que cuando alguno grita o se oye un ruido fuerte corremos como los bomberos a ver qué pasó, y también saben que ante un sencillo llamado de "mirá, mamá", "mirá, papá", o "mirá abuela" es menos probable que levantemos los ojos del mensaje que nos tiene atrapados.
Así, sin siquiera darnos cuenta, nos perdemos cuestiones fascinantes de la vida, las dejamos pasar sin notarlas, y los chicos se sienten poco interesantes, poco atractivos, poco valiosos. Ellos se contagian de nuestra tecno-adicción y podemos pasar horas cada uno metido en su burbuja, sin peleas, pero también sin el enriquecimiento mutuo que ofrecen las charlas, los intercambios, las risas, la comunicación, los juegos, las preguntas. Y nos perdemos la vida real, porque como dice John Lennon " la vida es aquello que ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes" (en este caso sería conectados).
Los chiquitos que hoy nos ven hacer uso adictivo de las pantallas primero nos copian con el teléfono de juguete y después con la tablet y en pocos años van a hacer el mismo uso del teléfono que hacemos hoy nosotros. Y no vamos a poder quejarnos cuando suban al auto mirando su teléfono y no nos hablen en todo el trayecto: van a estar repitiendo lo que nos vieron hacer tantas veces, cuando aprovechábamos los semáforos rojos para borrar mails o contestar mensajes.
Por eso atrevámonos a tener ratos largos libres de tecnología: el auto, las comidas y un par de horas a la tardecita en los que nos comuniquemos de persona a persona. El cableado de nuestro cerebro está preparado desde hace miles de años para ese tipo de interacciones y no para que cada uno esté metido en su burbuja digital, propia o compartida. Y estemos muy atentos a los llamados de "mirá, mamá", "mirá, papá", ya que nuestras respuestas los estimulan, los hacen sentir valiosos, incluso favorecen dentro de su cerebro nuevas conexiones neuronales. Fundamental, porque en el cerebro cada tanto ocurren podas neuronales, en las que se poda lo que no se usa para que prospere mejor lo que sí se usa, así que colaboremos para que en el cerebro de los niños no haya podas de relaciones humanas, miradas, risas, conversaciones.
La autora es psicóloga y psicoterapeuta

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