lunes, 18 de septiembre de 2017

NUESTROS NIÑOS; CELOS INFANTILES

Dice
El niño feliz: "Los celos son normales, como el resfrío común", no es lo que nos enseñaron a creer cuando éramos chicos. Los que hoy somos adultos teníamos que esconder nuestros celos. Incluso, si me molestaba que papá le diera un beso a mamá, lo hacían a propósito para hacerme rabiar.
¿De dónde vienen? El niño siente celos cuando se siente en desventaja, cuando teme ser menos (en la mirada del adulto) que aquel a quien cela: me enoja que papá salude al bebe antes que a mí, si no temiera que lo quiera más que a mí no me molestaría, de hecho el bebe estaba justo en la entrada de casa cuando papá llegó, la realidad no es que no me tuvo en cuenta y se fue directamente a verlo a él sin siquiera mirarme.
Me da celos que mamá lleve a mi hermana al supermercado o que mi abuela la felicite porque la eligieron como escolta para el acto, que mi amiga se saque mejor nota en un dictado que yo, que mi hermano se vaya de vacaciones a Brasil, que mi prima estrene un vestido para el cumple de nuestro abuelo o que se case antes que yo, en fin: los ejemplos son infinitos y pueden surgir en todas las edades.
El gran problema es que ese sentimiento normal se relaciona con nuestra inseguridad y cuando nuestros padres lo rechazaban... ¡nos sentíamos más inseguros que antes!
Por eso aprendimos a esconderlos, a negarlos, a creernos "malos" por sentirlos, y por eso nos cuesta tanto que nuestros hijos los expresen; nos enfrentan con una parte muy oscura y prohibida de nuestra infancia que despierta nuestras reacciones más infantiles e inmaduras. Si yo no tenía permiso de sentirlo, vos tampoco, y de allí pasamos a decir: "¡Qué feo eso que sentís! Deberías alegrarte por ella, es tu amiga (o prima, o hermana)" y así nuestra hija se siente cada vez más miserable y menos querible, porque no sólo no es abanderada sino que además mamá está enojada con ella porque le duele que otra lo sea...
Del mismo modo que con el enojo, el miedo o la tristeza, no podemos exigirle u ordenarle al cerebro que no los sienta, y tampoco a nuestros hijos; el objetivo no es que no sientan celos sino que no los actúen (que no le peguen un empujón al bebe de modo de ganarle de mano para saludar a papá, por ejemplo).
Es inevitable que el chiquito de 2 años sienta celos del bebe recién nacido, ocupa el tiempo y las energías de mamá. Él cree que si sus padres hubieran estado contentos con él, no habrían tenido otro; un niño no puede entender que la experiencia de ser padres es tan maravillosa que deseamos tener más hijos y que el amor no es como una torta que tiene que cortarse en más pedazos (inevitablemente más chicos) sino que con las sucesivas experiencias crece nuestra capacidad de amar y podemos querer igual a uno que a tres o cuatro.
Y empiezan antes del embarazo o del nacimiento del hermanito, cuando mamá desvía su mirada hacia papá o hacia la abuela, hacia su teléfono celular, etc.
Es tan distinto decir: "Pará de mirar lo que hacemos con tu hermana", que decir: "¿Tenés miedo de que lo hayamos hecho porque la preferimos a ella? Qué doloroso debe ser sentir eso? Pero no es así, ella necesitaba zapatos y vos no, esa es la razón por la que se los compramos".
Ahora bien; para poder responder de esta forma tendremos que abrazar nuestros propios celos infantiles, tantos años apartados de nuestra conciencia. Así, cuando les ofrecemos a nuestros hijos comprensión, los celos disminuyen, mientras que no dejan de crecer cuando los rechazamos porque el niño encuentra una razón más para sentirse menos elegible, ¡porque siente celos!
Como nos enseña R.L. Stevenson: " Los celos son, en realidad, una consecuencia del amor; os guste o no, existen".


Maritchu Seitún
La autora es psicóloga y psicoterapeuta

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