On the rocks
Si hay una bebida que cuenta con rituales es el whisky. Con o sin hielo, con un chorrito de agua o incluso de soda... Las fórmulas de su “perfect serve” varían de persona a persona, pero si hay algo que queda claro es que muchos buscan una forma de enfriar esta espirituosa sin alterar su composición. Ahí es donde aparecen las llamadas piedras o rocas, que tras haber tomado temperatura en el freezer enfrían el whisky sin sumar agua como sí lo hacen los cubitos de hielo. Las hay de esteatita o roca de jabón no poroso, por ejemplo; también de metal (se consiguen en Mercado-Libre). Todas prometen no alterar ni el sabor, ni el aroma ni la composición del whisky.
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Por qué siempre hay espacio para el postre
Expertos afirman que se debe a un mecanismo llamado saciedad sensorial específica
– Uno de los fenómenos más curiosos durante las Fiestas es cómo podemos sentirnos del todo satisfechos después de un gran banquete y, sin embargo, siempre nos queda un huequito para el postre. Nuestra capacidad para comer una cantidad ridícula de comida en estas fiestas está relacionada con la enorme variedad de alimentos que por lo general se ofrecen en una mesa. La variedad estimula el apetito.
Este “efecto de la variedad” es una adaptación evolutiva que nos fue muy útil en la época anterior al bufé. Imaginate que tus antepasados se dieran un atracón de carne de búfalo y luego se toparan con una mata de bayas maduras, pero que todos estuvieran demasiado llenos como para comérselas. En ese caso, saltarse el postre significaría perderse una reserva de nutrientes importantes.
El mecanismo que nos permite dejar espacio para el postre se llama saciedad sensorial específica, lo que significa que el cuerpo tiene límites diferentes para alimentos distintos como una manera de ayudar a garantizar una ingesta equilibrada de nutrientes.
Barbara Rolls, profesora y directora del Laboratorio para el Estudio de la Conducta de Ingesta Humana de la Universidad Estatal de Pensilvania, ha estudiado la saciedad sensorial específica desde principios de 1980. “Es la razón por la que la mayoría de nosotros logramos tener una dieta equilibrada, aunque no tengamos conocimientos nutricionales”, afirmó Rolls. “La variedad es nuestra amiga en términos de equilibrio nutricional”.
A lo largo de los años, Rolls les ha pedido a muchísimos adultos y niños que se llenen de alimentos salados, como pollo o salchichas. Cuando se les ofrecía una segunda ración, los participantes del estudio solían estar demasiado satisfechos como para comer mucho más, pero cuando se les ofrecían galletas, bananas o pasas, siempre tenían espacio para otro bocado. “Es un cambio en la respuesta hedónica a los alimentos que acabas de comer”, señaló Rolls. “Si comiste muchos alimentos salados, los dulces pueden resultar más agradables”.
Pero aunque la saciedad sensorial específica te permite seguir comiendo otros alimentos, al final tu cuerpo te pedirá que dejes de comer. Después de ingerir unas 1500 calorías de una sentada, el intestino libera una hormona que provoca náuseas.
En particular, la señal de saciedad tiene una fuerza especial en los niños y disminuye con la edad. En los estudios de Rolls, se les permitió a los niños comer cantidades ilimitadas de M&M, pero una vez que estaban satisfechos, mostraban una respuesta enérgica cuando se les ofrecía más. “Nunca habíamos visto una respuesta tan enérgica en participantes adultos”.
La razón de la marcada diferencia de respuesta según la edad no está clara, dijo Rolls. Tal vez esté relacionada con una disminución natural del sentido del olfato y del apetito a medida que envejecemos; o podría ser que toda una vida de consumo de alimentos muy procesados interfiera con nuestras señales naturales de saciedad.
Este “efecto de la variedad” es una adaptación evolutiva que nos fue muy útil en la época anterior al bufé. Imaginate que tus antepasados se dieran un atracón de carne de búfalo y luego se toparan con una mata de bayas maduras, pero que todos estuvieran demasiado llenos como para comérselas. En ese caso, saltarse el postre significaría perderse una reserva de nutrientes importantes.
El mecanismo que nos permite dejar espacio para el postre se llama saciedad sensorial específica, lo que significa que el cuerpo tiene límites diferentes para alimentos distintos como una manera de ayudar a garantizar una ingesta equilibrada de nutrientes.
Barbara Rolls, profesora y directora del Laboratorio para el Estudio de la Conducta de Ingesta Humana de la Universidad Estatal de Pensilvania, ha estudiado la saciedad sensorial específica desde principios de 1980. “Es la razón por la que la mayoría de nosotros logramos tener una dieta equilibrada, aunque no tengamos conocimientos nutricionales”, afirmó Rolls. “La variedad es nuestra amiga en términos de equilibrio nutricional”.
A lo largo de los años, Rolls les ha pedido a muchísimos adultos y niños que se llenen de alimentos salados, como pollo o salchichas. Cuando se les ofrecía una segunda ración, los participantes del estudio solían estar demasiado satisfechos como para comer mucho más, pero cuando se les ofrecían galletas, bananas o pasas, siempre tenían espacio para otro bocado. “Es un cambio en la respuesta hedónica a los alimentos que acabas de comer”, señaló Rolls. “Si comiste muchos alimentos salados, los dulces pueden resultar más agradables”.
Pero aunque la saciedad sensorial específica te permite seguir comiendo otros alimentos, al final tu cuerpo te pedirá que dejes de comer. Después de ingerir unas 1500 calorías de una sentada, el intestino libera una hormona que provoca náuseas.
En particular, la señal de saciedad tiene una fuerza especial en los niños y disminuye con la edad. En los estudios de Rolls, se les permitió a los niños comer cantidades ilimitadas de M&M, pero una vez que estaban satisfechos, mostraban una respuesta enérgica cuando se les ofrecía más. “Nunca habíamos visto una respuesta tan enérgica en participantes adultos”.
La razón de la marcada diferencia de respuesta según la edad no está clara, dijo Rolls. Tal vez esté relacionada con una disminución natural del sentido del olfato y del apetito a medida que envejecemos; o podría ser que toda una vida de consumo de alimentos muy procesados interfiera con nuestras señales naturales de saciedad.
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