viernes, 12 de febrero de 2016
CIENCIA IMPARABLE Y SUPER ACELERADA
Y seguimos de festejo en estos tiempos calurosos, recordando la mejor ciencia de 2015. Uno de los hitos de esta celebración es la elección de la revista Science sobre el gran avance del año. Funciona así: los editores eligen unos cuantos hallazgos revolucionarios y entre ellos eligen al campeón; al mismo tiempo, los lectores votan por sus favoritos. Para ponernos en onda, en 2014, el ganador de los editores fue la misión Rosetta, cuya sonda Philae, del tamaño de un lavarropas, aterrizó (¿acometizó?) en el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko en noviembre de ese año, mientras que el voto popular fue para el desarrollo de nuevas letras para el código genético.
En 2015 el galardón volvió a la biología molecular, para una sigla que va a ser cada vez más conocida: Crispr (que se pronuncia como el crisper de las heladeras, aunque en realidad es una sigla en inglés para repeticiones cortas agrupadas y espaciadas regularmente, algo muy bueno para recordar en la próxima fiesta de la oficina). Es una tecnología para editar el genoma, una especie de tijera molecular que corta aquí y allá., pero no en cualquier lado: una de las noticias más espectaculares fue la edición del ADN en embriones humanos; otra fue el corte y confección de genes de mosquitos que transmiten enfermedades; una más fue la eliminación de secuencias potencialmente nocivas en órganos porcinos a trasplantar.
Es una tecnología simple y relativamente barata: se necesita la información de la secuencia de ADN a cortar y la enzima (tijera) cortadora, que en general es una enzima llamada caspasa 9 (cas9, para los amigos moleculares). A diferencia de los organismos modificados genéticamente clásicos, esta tecnología no inserta genes o ADN de otros bichos, que puede generar malas prensas. Como toda novedad tiene sus limitaciones y sus riesgos, y ya existen discusiones éticas acerca del uso de Crispr en distintos frentes.
Mientras tanto, las masas eligieron el fenómeno científico del año a la misión Nuevos Horizontes, que anduvo visitando a Plutón y mandándonos postales de ese mundo extraño que, aun siendo desterrado de la categoría de planetas, sigue siendo el favorito de la muchachada.
Hay finalistas para todos los gustos. Allí están los alquimistas genéticos que modificaron levaduras (esos honguitos que sirven, por ejemplo, para hacer pan y cerveza) para que fabricaran opiáceos -no para el vermut, sino para hacer remedios-. Los amantes de la cuántica estuvieron de parabienes con las confirmaciones de ese extrañísimo fenómeno llamado entrelazamiento cuántico, que hace que dos conjuntos de partículas puedan estar relacionadas aun a mucha distancia. Ojo: no confundir con transpórtame, Scottie, de Star Trek, para lo cual aún no tenemos ninguna prueba. Los geólogos consiguieron evidencias de la formación de algunos volcanes, y parece que por fin contamos con una vacuna efectiva contra el virus ébola. Y quizás uno de los hallazgos destinados a película de acción sea el de un nuevo miembro de la familia humana, el homo naledi, cuyos restos fueron encontrados en una cueva sudafricana a través de un pasadizo tan pequeño que sólo pudo ser atravesado por un grupo de mujeres hiperflexibles y muy delgadas.
Pero lo más maravilloso es tal vez lo que no llega a las noticias, lo que ocurre todos los días -o casi- en todos los laboratorios del mundo -o casi-. Se trata de ese momentito en que miramos algo nuevo, seguramente algo chiquito, y que no le importa a mucha gente más que a nosotros, cuando ponemos el ojo en el microscopio y vemos ese detalle que nadie había notado, cuando analizamos datos para encontrar algún fenómeno desconocido, en fin, cuando le robamos algún secreto a la naturaleza y, por un instante, sólo lo sabemos ella y nosotros. Ése es, tal vez, uno de los momentos de mayor placer de los científicos.
D. G.
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